En los campos del opio mexicano
Campesinos pobres plantan amapola en las monta?as del Estado de Guerrero, el mayor productor de Am¨¦rica bajo el yugo del narco y la persecuci¨®n del Ej¨¦rcito
Las cosas son sencillas en las monta?as de Guerrero. En la regi¨®n m¨¢s pobre del Estado m¨¢s violento de M¨¦xico solo hay una ley. La del opio.
¡ªSi siembras, te persiguen; si siembras, te roban. As¨ª pasa siempre.
¡ª?Y por qu¨¦ sigue haci¨¦ndolo?
¡ªPorque si no siembras, te mueres de hambre. Esa es la ley.
Jaime es un campesino cadencioso. Tiene 33 a?os y cuatro hijos. Planta amapola desde los ocho. Sabe bien lo que es barbechar, piquear, deshijar y, por supuesto, ¡°rayar la bola¡± para obtener el l¨¢tex de la adormidera. El tesoro de la monta?a. Lo hace de sol a sol. En campos comunitarios, ocultos en barrancas abismales a las que se tarda horas en acceder. Ah¨ª, en la verticalidad, crecen indiferentes a su propia vor¨¢gine los campos de opio. Mares de delicadas flores blancas y rojas por las cuales se corrompe, se tortura y se mata.
No somos los malos, somos los pobres. Agricultor de amapola
¡ªY cuando recoge la goma, ?no piensa en la hero¨ªna y en las muertes que ocasiona?
¡ªMire usted, nosotros lo hacemos por necesidad. No somos los malos, somos los pobres.
En la sierra caben pocas dobleces. Ah¨ª arriba, a 2.500 metros de altura, manda el narco. Es el coraz¨®n de su imperio. Una accidentada regi¨®n, con una orograf¨ªa de cuchillo, cuyas laderas son una bendici¨®n para la hermosa papaver somn¨ªferum y una maldici¨®n para lo dem¨¢s. ¡°En esa zona reina el caos y la violencia pura; ah¨ª no hay presencia del Estado, ni carreteras ni hospitales; ni siquiera el narco est¨¢ bien organizado. El mercado de la droga se lo disputan grupos criminales antag¨®nicos¡±, explica el representante de la Oficina de la ONU contra la Droga y el Delito, Antonio Mazzitelli. Este agujero negro se ha convertido en el mayor productor de opio de Am¨¦rica. De sus profundidades parten los inacabables cargamentos que nutren, por delante del tri¨¢ngulo de oro de Sinaloa-Durango-Chihuahua, al gran devorador mundial, Estados Unidos. Un territorio, de 1.281 comunidades y 50.000 habitantes, donde cualquier paso en falso se paga con la vida. Jaime lo sabe bien.
Ocurri¨® hace un a?o, en tiempo de cosecha. Se llamaban Valerio Cipr¨¦s y Daniel Landa. Hab¨ªan ido a la escuela con Jaime; juntos hab¨ªan jugado con balones descosidos, y juntos, llegados los domingos, hab¨ªan sentido la mordida del mezcal en la frente. Como todos en la monta?a, tambi¨¦n cultivaban amapola. Pero un d¨ªa dijeron a algo que no. Y al otro, desaparecieron. Poco despu¨¦s, sus cuerpos fueron descubiertos minuciosamente desmembrados a lo largo de la carretera que serpentea la sierra.
Si no cumples con la deuda, saquean, secuestran o matan; cuando est¨¢n a malas no sabes que te pasar¨¢, incluso se pueden llevar a tus hijos, para hacerlos sicarios¡±
No hubo detenciones. Nadie m¨¢s pregunt¨®. La se?al fue entendida en el pueblo. Un a?o despu¨¦s, apenas se comenta. Ni fue la primera vez ni ser¨¢ la ¨²ltima. Al narco, en la monta?a, no se le menciona. El terror borra hasta su nombre. Los campesinos se refieren a una ¡°zona tranquila¡± para decir que est¨¢ bajo el control de una organizaci¨®n criminal; hablan de los ¡°compradores¡± como si fueran simples agentes comerciales, y describen id¨ªlicas transacciones regidas por la oferta y demanda. Guerreros Unidos, La Familia, Los Rojos, Los Ardillos¡ las decenas de clanes y bandas que estragan a diario la regi¨®n no aparecen en sus conversaciones. De eso no se habla. Y menos en voz alta y a un forastero. Solo pasado el tiempo, despu¨¦s de comer, cuando se camina por la sierra, surgen las indiscreciones.
Jon¨¢s, un amapolero cincuent¨®n y de sombrero vaquero, cuenta c¨®mo las organizaciones mafiosas, para ganarse al campesino, pagan por adelantado la goma o prestan al cultivador dinero para sus gastos. ¡°Pero si no cumples con la deuda, saquean, secuestran o matan; cuando est¨¢n a malas no sabes que te pasar¨¢, incluso se pueden llevar a tus hijos, para hacerlos sicarios¡±.
Aumento de la violencia
Huir de ese mundo opresivo no es f¨¢cil. Ninguno de los entrevistados ve un horizonte m¨¢s all¨¢ de la sierra. Jorge tiene 23 a?os. Abandon¨® la escuela en primero de secundaria. Casi todos los d¨ªas, trabaja desde las cuatro de la ma?ana hasta las seis de la tarde. Reconoce que no sabr¨ªa qu¨¦ hacer sin el opio: ¡°De eso comes y vives¡±. Y cuando se le pregunta por qu¨¦ no busca empleo en la costa, en Acapulco, la mayor ciudad de Guerrero, ni lo duda: ¡°No hay trabajo para m¨ª, te piden secundaria, idiomas, tendr¨ªa que pagar un piso, vestir bien, y no tengo para eso¡±.
Los campesinos forman la base de una salvaje cadena tr¨®fica. Sobre ellos depreda el crimen organizado. Primero las bandas locales, luego los intermediarios y, al final, los grandes c¨¢rteles. Cuanto m¨¢s opio, m¨¢s dinero y m¨¢s muerte. La agencia antidroga estadounidense (DEA) calcula que la producci¨®n de amapola en M¨¦xico se ha disparado un 50% en los ¨²ltimos cinco a?os. El efecto ha sido devastador. Las muertes por sobredosis se han triplicado desde 2010 en EE UU, y en el sur, en Estados como Guerrero, la negra tierra de Iguala, todo se ha venido abajo. La sangre mana por doquier y Acapulco, la antigua perla del Pac¨ªfico, ya es la tercera ciudad m¨¢s violenta del mundo. En la sierra, a¨²n es peor.
¡°No valemos nada. Aqu¨ª nos cazan como conejos, y todo porque el cultivo es ilegal¡±, explica Jos¨¦, de 25 a?os. Vive en una casa de madera y cart¨®n, con suelo de tierra. Sabe que sus dos hijos se dedicar¨¢n a lo mismo que ¨¦l. Desde que la adormidera lleg¨® a las monta?as hace 40 a?os, la familia no trabaja en otra cosa. ¡°Aqu¨ª no hay nada m¨¢s, eso es lo que tienen que entender¡±, se justifica.
Jos¨¦ (algunos nombres de este reportaje han sido cambiados por razones de seguridad) no est¨¢ solo en sus reflexiones. En M¨¦xico, tras 10 a?os de extenuante lucha contra el narco, la balanza empieza a moverse. 100.000 muertos y 25.000 desaparecidos han hecho mella. El debate por la legalizaci¨®n de las drogas avanza. La Corte Suprema ha avalado, aunque con l¨ªmites, el uso de la marihuana. El gobernador de Guerrero, del gubernamental PRI, ha pedido p¨²blicamente la legalizaci¨®n de los cultivos de opio para uso medicinal. El mismo Gobierno de Enrique Pe?a Nieto ha anunciado que estudia la propuesta.
En la sierra se siguen con impaciencia estos cambios. Alrededor de una enorme mesa de madera, en una caseta del municipio de Leonardo Bravo, 12 comisarios comunales se han reunido para tratar el asunto. Sue?an con un modelo como el espa?ol, con el cultivo legalizado y destinado a fines m¨¦dicos. ¡°Aqu¨ª nos golpean todos: el crimen, el Gobierno y la pobreza. Que nos dejen cultivar en paz y no habr¨¢ problemas¡±, se?ala Ismael C¨¢stulo Guzm¨¢n. ¡°No somos delincuentes, sino campesinos; si nos ofrecen proyectos sostenibles, cambiamos; de otra forma, es imposible¡±, explica Crescencio Pacheco Gonz¨¢lez.
En M¨¦xico, tras diez a?os de extenuante guerra contra el narco, el debate por la legalizaci¨®n de las drogas avanza
Para protegerse, ocho comunidades se han unido. Cultivan, recogen y venden juntos. Incluso destinan una parte a pagar obras comunales. O eso dicen. Hay quien duda de que esa sea la soluci¨®n. No solo el crimen organizado sigue ah¨ª, tambi¨¦n la miseria, la corrupci¨®n y la permanente amenaza de destrucci¨®n. El terror de los campesinos. Ese que viene del cielo cuando menos se le espera. Son los boludos, los helic¨®pteros militares que sobrevuelan a pares la monta?a, y cuando localizan un cultivo, fumigan todo lo que encuentran a su paso, envenenando los manantiales, quemando los bosques, volviendo los campos pura ceniza donde ya solo crece el odio al Ej¨¦rcito.
¡ª?Y no tienen forma de evitar la destrucci¨®n?
¡ªBueno, a veces, si vienen a pie y les entregas un chivo o lo que tengas de dinero, te dan tiempo suficiente para acabar la recogida. Aqu¨ª todo se corrompe.
El Ej¨¦rcito no anda hoy por la monta?a. La cosecha est¨¢ a punto de terminar y los ¨²ltimos compradores se est¨¢n marchando con su mercanc¨ªa. Suelen llegar unas dos semanas antes. No van solos. Furgonetas de hombres armados los protegen. A veces, se les ve pasar por la carretera. J¨®venes de fusiles brillantes y ojos rojos que escrutan al forastero. Los campesinos ni los miran. O lo evitan. Discretamente van entrando en una caseta para una buena comida. Hay pozole de ma¨ªz, con aguacate y tiras de carne de cerdo. La cerveza y el mezcal corren por las mesas. Afuera llueve mansamente.
Cuando se les pregunta a los campesinos por la cosecha, dos de ellos desaparecen en silencio. Veinte minutos m¨¢s tarde vuelven con un par de bolsas. Una rezuma una goma negruzca y pegajosa. Hay muchos sue?os metidos ah¨ª dentro. Demasiados probablemente. Y en la otra, aguarda la sorpresa. Es hero¨ªna. China White, dicen. Cientos de gramos de la variedad m¨¢s pura mezclada con fentanilo. Un pu?al en la sangre. El mismo que en febrero de 2014, bajo otro cielo oscuro, mat¨® en su apartamento de Manhattan al actor Philip Seymour Hoffman. Al verla se descubre que entre los campesinos se mueve algo m¨¢s que la sombra del narco. Ah¨ª dentro, entre las carcajadas y el alcohol, hay quien ya procesa y elabora hero¨ªna para inyectarla en las venas de Am¨¦rica. Lenta y letal. Afuera sigue lloviendo.
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