Egipto, por amor al arte tras el fin del sue?o de los campamentos de Tahrir
J¨®venes e intelectuales buscan refugio en la creaci¨®n y en los movimientos sociales ante la falta de v¨ªas de expresi¨®n pol¨ªtica
Con un 40% de tasa de desempleo y sin perspectivas de expresi¨®n pol¨ªtica, y bajo un r¨¦gimen autoritario que reprime cualquier se?al de descontento, los j¨®venes egipcios ¡ªm¨¢s de la mitad de los 90 millones de habitantes tienen menos de 30 a?os¡ª no encuentran su lugar bajo el Gobierno del presidente Abdelfat¨¢ al Sisi. Algunos buscan una salida a sus inquietudes en la creaci¨®n art¨ªstica o los movimientos sociales, otros se refugian en los caf¨¦s para conectarse con todo tipo de dispositivos y abrir una ventana al mundo para respirar a trav¨¦s de Internet. ¡°Cada a?o se incorpora un mill¨®n de personas al mercado de trabajo, y ya ni los universitarios tienen garantizado un empleo. El que puede emprende la v¨ªa del exilio laboral¡±, advierte el economista Amro Daly.
Los intelectuales que se sumaron en masa hace cinco a?os a la revuelta de la plaza de Tahrir tambi¨¦n parecen haber dado la espalda a la pol¨ªtica. ¡°Para superar la censura y llegar a un p¨²blico m¨¢s amplio, mi ¨²ltima pel¨ªcula tiene una apariencia cl¨¢sica y comercial a la egipcia¡±, admite la cineasta Hala Khalil, de 48 a?os, tras haber renunciado al realismo social de sus primeros filmes. ¡°Despu¨¦s del sue?o de Tharir vivimos en una pesadilla continua y tenemos que despertar¡±. Su ¨²ltima obra, Nawara, con aire de culebr¨®n televisivo, se ha mantenido durante seis meses en las pantallas de las salas de El Cairo, que anta?o fue el Hollywood de Oriente Pr¨®ximo por la penetraci¨®n de su industria en todo el mundo ¨¢rabe.
¡°Es la historia de una joven, Nawara, que trabaja como criada en la casa de una familia de clase alta y cercana al poder en la capital. Cuando estalla la revoluci¨®n, los ricos partidarios del r¨¦gimen se marchan del pa¨ªs y ella se queda sola al cuidado de la mansi¨®n¡±, detalla Khalil el arranque de la trama en la sede de su productora. ¡°Ella no se atreve a ir a Tharir, tiene miedo¡±, explica la directora, que intenta plasmar el universo femenino en toda su obra, "pero el eco de la revuelta llega como tel¨®n de fondo de muchas escenas¡±.
En su casa del centro de El Cairo, Osama Abu el Ata, de 38 a?os, cuida de su hijo de dos a?os. Es un conocido actor de series de televisi¨®n que tambi¨¦n ha dado sus primeros pasos como realizador. Ahora est¨¢ sin trabajo. Se ha enfrentado al poderoso sindicato de Cine y Televisi¨®n, al que el Gobierno ha concedido poderes cuasi policiales para controlar el trabajo de los creadores. ¡°Es una nueva forma de represi¨®n de tintes corporativos, m¨¢s sutil, pero igual de efectiva¡±, argumenta Abu el Ata, que particip¨® activamente en el movimiento art¨ªstico en la revuelta de la plaza de Tharir de 2011. ¡°Se oponen a que trabaje como actor en mi propia obra con pretextos gremiales, pero en realidad me siento sometido a una caza de brujas¡±.
Humoristas, escritores, periodistas¡ las detenciones y procesamientos afectan a todo tipo de artistas e intelectuales. ¡°Nadie est¨¢ a salvo en Egipto si no est¨¢ claramente del lado del Gobierno¡±, apunta la cineasta Hala Khalil. En su pel¨ªcula Nawara, los mismo que se enriquec¨ªan y torturaban bajo la dictadura de Hosni Mubarak acaban regresando al pa¨ªs para recuperar las riendas del poder. ¡°Ella solo espera vivir con dignidad en su propia tierra¡±, resume la peripecia de la protagonista, que de alg¨²n modo encarna la reciente historia egipcia, la directora Khalil, definitivamente alejada de la actividad pol¨ªtica.
Dalia Abdel Hamid, de 34 a?os, tambi¨¦n dej¨® los campamentos de Tharir. Las barricadas contra Mubarak, primero, y contra los Hermanos Musulmanes despu¨¦s. Ella est¨¢ agora al frente del ¨¢rea de Asuntos de G¨¦nero de la ONG Iniciativa Egipcia para los Derechos Civiles. ¡°Prefiero intervenir en cuestiones tangibles como el acoso a los mujeres, que se ha convertido en una aut¨¦ntica plaga en Egipto¡±, relata en la sede de su organizaci¨®n, en un edificio colonial del distrito de Ciudad Jard¨ªn, no lejos de la palza de Tahrir. ¡°El Parlamento actual es como un chiste¡±, bromea, ¡°pero hemos conseguido introducir una reforma en el C¨®digo Penal para elevar la condena por acoso sexual a entre seis meses y un a?o de c¨¢rcel¡±. Reconoce que los movimientos sociales a¨²n tienen mucho trabajo por delante, sobre todo en defensa de los derechos de las mujeres: ¡°La violencia de g¨¦nero sigue siendo la gran asignatura pendiente de Egipto, donde apenas se denuncian, y muchos menos se condenan, los malos tratos a las mujeres¡±.
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