El cumplea?os de un poeta
Ante la tierra abierta de Tetelcingo, la vida no es m¨¢s que una oportunidad para la muerte.
?Cu¨¢l es el mejor sitio para comentar un libro? Javier Sicilia decidi¨® que El movimiento por la paz con justicia y dignidad (Ediciones Era, 2016) se presentara en un paisaje emblem¨¢tico del M¨¦xico contempor¨¢neo: las fosas comunes de Tetelcingo, Morelos.
El 31 de mayo lo acompa?¨¦ a una meseta en las afueras de Cuautla donde se ubica un peque?o cementerio. A medio kil¨®metro, se respiraba un olor muy diferente al que asociamos con la materia que se pudre o se fermenta, el tufo penetrante y acre de lo que ya se aniquil¨®: la negra pimienta de la muerte.
As¨ª huele M¨¦xico y as¨ª sus gobernantes. Nuestro mapa es una fosa que no exploran las autoridades sino quienes pierden a sus familiares. En Hu¨¦rfanos del narco (Aguilar, 2015), Javier Valdez C¨¢rdenas dedica un cap¨ªtulo a las ¡°buscadoras¡±, mujeres cuya confianza en el Estado termin¨® cuando el Ministerio P¨²blico les dijo que no hab¨ªa nadie encargado de hallar a los desaparecidos. Esa tarea es realizada por parientes que excavan con tapas de latas de conserva.Entre 2006 y 2015 fueron halladas 201 fosas clandestinas en 16 Estados. De 662 cuerpos, s¨®lo el 18% pudo ser identificado. La estad¨ªstica no puede sino aumentar en un pa¨ªs con cerca de 30.000 desaparecidos.
El periodismo se ha transformado en una actividad forense. Una de las mejores reporteras de M¨¦xico, Marcela Turati, explica el desaf¨ªo: ¡°Presenciar exhumaciones no estaba en la agenda de mi vida, pero se empez¨® a colar, cada vez con m¨¢s frecuencia, en mi agenda laboral. Nunca supe que en esos episodios me iniciaba en este asunto de las fosas. En el lenguaje de los huesos. En el alfabeto de los mecanismos de la impunidad al que intento hallarle l¨®gica¡±.
En un teatro del absurdo, quienes buscan restos supliendo las labores del Gobierno son criminalizados. Eso dice Tetelcingo. Mar¨ªa Concepci¨®n Hern¨¢ndez perdi¨® a su hijo en 2013. Pudo identificar el cuerpo en la morgue de Cuautla. Por razones periciales, le pidieron conservarlo unos d¨ªas. Cuando regres¨®, el cad¨¢ver hab¨ªa desaparecido. Alguien le dijo que en Tetelcingo enterraban cuerpos. Ah¨ª hall¨® a su hijo y desde entonces lucha porque se exhumen los dem¨¢s cuerpos. Se calcula que hay dos fosas con 150 cad¨¢veres cada una y posiblemente exista una tercera.
El Gobierno local demand¨® a Mar¨ªa Concepci¨®n Hern¨¢ndez y a quienes la apoyaban: el poeta y activista Javier Sicilia y el rector de la Universidad de Morelos, Alejandro Vera. ¡°Para estar fuera de la ley hay que ser honesto¡±, cant¨® Bob Dylan, prefigurando un pa¨ªs donde indagar delitos es un crimen. Finalmente, un juez de encomiable independencia dio la orden de que las fosas se abrieran y la universidad aport¨® equipo para hacer pruebas de ADN.
El cementerio de Tetelcingo, de propiedad privada, recuerda a otros panteones de pueblo, pero tiene algo misterioso: unos t¨²mulos de arena donde las cruces (y una estrella de David) parecen haber sido encajadas a toda prisa. Es posible que al estudiar nuestros ritos funerarios, los arque¨®logos del porvenir encuentren tumbas falsas destinadas a ocultar fosas comunes.
Javier Sicilia no s¨®lo escogi¨® Tetelcingo para presentar un libro, sino para cumplir 60 a?os. En la carpa de enfrente trabajaban forenses con m¨¢scaras y ropas blancas. Los periodistas que nos o¨ªan llevaban tapabocas. Mientras habl¨¢bamos, seis cuerpos fueron exhumados.
Ante la tierra abierta de Tetelcingo, la vida no parec¨ªa otra cosa que una oportunidad para la muerte. Sobraban argumentos para la ira. La grandeza de los testimonios de El movimiento por la paz con justicia y dignidad consiste en mostrar que un pa¨ªs no trasciende su dolor con la venganza sino con algo mucho m¨¢s complejo y arriesgado: la reconciliaci¨®n.
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