El dilema del emperador de Jap¨®n
La comparecencia de Akihito en televisi¨®n para explicar su deseo de abdicar por motivos de salud abre un debate nacional
El emperador Akihito, en general, ha sido un buen tipo. El primer emperador japon¨¦s que subi¨® al trono como ¡°s¨ªmbolo del Estado¡± y no como sacerdote divino ha contribuido enormemente, junto con la emperatriz Michiko ¡ªla primera plebeya que se cas¨® con un miembro de la familia imperial¡ª, a humanizar una instituci¨®n secretista, distante y anquilosada.
Fuera de Jap¨®n resulta dif¨ªcil entender lo extraordinario que fue que los emperadores se arrodillaran al lado de las v¨ªctimas de cat¨¢strofes naturales como el terremoto de Kobe de 1995, que las trataran como personas. Su padre, el emperador Hirohito, intent¨® hacerlo al acabar la Segunda Guerra Mundial, a instancias de los ocupantes estadounidenses, pero su actitud era tan forzada, y sus encuentros con sus s¨²bditos, tan inc¨®modos, que el experimento qued¨® olvidado enseguida.
El emperador actual tambi¨¦n ha ayudado a curar las heridas de la guerra con otros pa¨ªses asi¨¢ticos. En varias ocasiones ha pedido a sus s¨²bditos que reflexionen sobre las agresiones cometidas por Jap¨®n y aprendan de ello. En una visita a China, en 1992, expres¨® su ¡°profunda tristeza¡± por los sufrimientos que su pa¨ªs hab¨ªa causado a los chinos. Quiz¨¢ no parezca gran cosa, pero es mucho m¨¢s de lo que han hecho casi todos los primeros ministros japoneses.
Ahora, el emperador ha vuelto a hacer algo totalmente excepcional. No s¨®lo ha insinuado que desea abdicar, sino que lo ha dicho por televisi¨®n, delante de todos sus s¨²bditos. Fue una decisi¨®n deliberada, porque lo normal es que la mayor¨ªa de los japoneses se solidarice con un hombre de 82 a?os que, tras sufrir un tratamiento contra el c¨¢ncer y una operaci¨®n de coraz¨®n, se siente demasiado d¨¦bil para continuar mucho m¨¢s en su puesto. Se dan cuenta de que es un problema humano. Algunos han llegado a apelar a los derechos individuales para que se le autorice a retirarse cuando lo desee.
La ola de nacionalismo podr¨ªa verse frenada desde el propio trono. El heredero comparte el pacifismo de su padre
Este es un detalle importante, porque en las leyes japonesas no est¨¢ prevista la abdicaci¨®n. Y el emperador, que, al fin y al cabo, es un s¨ªmbolo y no un actor pol¨ªtico, no tiene la potestad de decidir cu¨¢ndo marcharse. Los medios de comunicaci¨®n m¨¢s progresistas, como el diario Asahi, sostienen que esta es la perfecta oportunidad para entablar un debate nacional, no s¨®lo sobre cu¨¢l debe ser el papel de una monarqu¨ªa moderna, sino sobre otros aspectos del sistema imperial, como el derecho de las mujeres a ocupar el trono.
Pero esa postura choca con lo que quieren los conservadores como el primer ministro Abe y sus partidarios. La ola mundial de pol¨ªticos que prometen ¡°recuperar nuestro pa¨ªs¡± tiene una versi¨®n japonesa que pretende deshacer el orden constitucional establecido por Estados Unidos tras la guerra.
El primer ministro, con el respaldo de diversas organizaciones nacionalistas ¡ªmuchas de ellas, vinculadas a sinto¨ªstas de extrema derecha¡ª, quiere eliminar la prohibici¨®n constitucional de enviar tropas japonesas a combatir en el extranjero. Pero tambi¨¦n quiere revivir la ¡°educaci¨®n moral¡±, impulsar el orgullo patri¨®tico, quitar importancia a los cr¨ªmenes de guerra japoneses y restablecer la veneraci¨®n religiosa del emperador, as¨ª como sustituir las partes actuales de la Constituci¨®n que hacen referencia a los derechos universales por referencias a la cultura exclusiva de Jap¨®n.
Para desmontar el orden de la posguerra y restaurar la plena soberan¨ªa en estos t¨¦rminos, el Gobierno necesita contar con los votos de dos tercios de la Dieta ¡ªel Parlamento nacional¡ª, que seguramente obtendr¨ªa en estos momentos, y con los de la poblaci¨®n en un refer¨¦ndum, cosa que no est¨¢ tan clara. De hecho, las consecuencias del refer¨¦ndum del Brexit en Reino Unido han hecho que el Gobierno sea mucho m¨¢s precavido a la hora de convocar una consulta polarizadora.
Sin embargo, la ola de neonacionalismo podr¨ªa verse frenada tambi¨¦n desde el propio trono. Se dice que el pr¨ªncipe heredero, Naruhito, comparte el pacifismo de su padre y su convicci¨®n de que es necesario aprender las lecciones del oscuro pasado reciente del pa¨ªs. Y nada parece indicar que le interese ser objeto de veneraci¨®n m¨ªstica. Una de las peculiaridades del Jap¨®n contempor¨¢neo es que la familia imperial parece m¨¢s progresista que sus m¨¢s conservadores devotos.
Los revisionistas, a los que no les gusta ver a un emperador de carne y hueso, y mucho menos a una mujer en el trono, est¨¢n en un atolladero. Sus creencias, similares a las de los cat¨®licos m¨¢s estrictos respecto al Papa, les hacen pensar que el emperador es infalible. En una rueda de prensa reciente en Tokio, preguntaron al presidente de Nippon Kaigi ¡ªuna poderosa organizaci¨®n nacionalista que promueve una visi¨®n positiva de la ¨²ltima guerra de Jap¨®n¡ª c¨®mo encajaba esa idea con el punto de vista del monarca, bastante m¨¢s cr¨ªtico. ¡°El emperador siempre tiene raz¨®n¡±, contest¨®.
De ah¨ª que, tras el discurso de Akihito, el primer ministro Abe se haya visto obligado a tomarse en serio la posibilidad de su abdicaci¨®n. No se puede decir no al emperador. Tal vez sea una forma poco recomendable de ver la monarqu¨ªa, pero es posible que sirva, parad¨®jicamente, para impedir que los ultraconservadores causen a¨²n m¨¢s da?o.
Ian Buruma?es historiador y escritor holand¨¦s, autor, entre otras obras, de La creaci¨®n de Jap¨®n y El precio de la culpa.
Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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