Bol¨ªvar soy yo
Ch¨¢vez deb¨ªa acabar con el imperialismo antes de ordenar recoger la basura
Este filme colombiano (Jorge Al¨ª Triana, 2002) es, a la vez, una hiriente s¨¢tira sobre el culto bolivariano y un envidiable despliegue de ir¨®nica consciencia de nosotros mismos como sociedades fracasadas.
?Su argumento? El protagonista de una telenovela basada en la vida del Libertador enloquece y, sinti¨¦ndose imbuido del esp¨ªritu de Bol¨ªvar, abandona el set de televisi¨®n y se las apa?a para ser admitido en una cumbre presidencial que se realiza ¡ª?d¨®nde m¨¢s?¡ª en Santa Marta. Al parecer, quiere dirigir un discurso a los mandatarios.
No voy a contarles la pel¨ªcula a quienes no la han visto porque lo que realmente me importa es compartir c¨®mo se le ocurri¨® a Triana el argumento de Bol¨ªvar soy yo.
Hubo en Colombia, all¨¢ por los noventa, un actor llamado Pepe Montoya. En diversos episodios hist¨®ricos dramatizados, muchos de ellos dirigidos por Triana, Montoya hac¨ªa invariablemente el papel de Bol¨ªvar. En su cotidiano trato con el actor, Jorge Al¨ª comenz¨® a notar extra?os cambios en la conducta de Pepe Montoya.
Para empezar, no se quitaba jam¨¢s el uniforme ni los bigotes ¡ªBol¨ªvar gast¨® bigote por alg¨²n tiempo¡ª y as¨ª se iba, caracterizado de Padre de la Patria, a echarse los tragos del fin de jornada con sus panas. O se presentaba en alguna fiesta de amigos o se iba a cenar a Andr¨¦s Carne de Res, ataviado como lo habr¨ªa hecho Sim¨®n Bol¨ªvar. Todo el mundo celebraba la ocurrencia, le pagaban las copas, le festejaban sus chistes y hasta ah¨ª parec¨ªan que llegar¨ªan las cosas.Poco a poco, sin embargo, la mirada, los gestos y el hablar de Pepe Montoya cuando estaba fuera del set comenzaron a tornarse la mirada, los gestos y las palabras sentenciosas y visionarias de un hombre llamado a cambiar el curso de la Historia.
Siempre corto de recursos, Jorge Al¨ª se las arreglaba, empero, para lograr que la producci¨®n tuviese verosimilitud de ¨¦poca. As¨ª, un d¨ªa deb¨ªan filmar la llegada de Bol¨ªvar, despu¨¦s de la batalla de Boyac¨¢, a una peque?a, remota y desolada poblaci¨®n de Cundinamarca. Se recurri¨® al alcalde y al cura locales para que dijeran a los campesinos de la regi¨®n que cooperasen con el rodaje vistiendo a la usanza del siglo XIX, o que al menos, no viniesen con jeansy botas de goma.
El cura y el alcalde se dieron la tarea de propalar que Bol¨ªvar, el Libertador, llegar¨ªa a la poblaci¨®n el d¨ªa domingo y solicitaron lo indicado.
Los campesinos vinieron vestidos como se les pidi¨®: con ruanas, sombrero al¨®n y alpargatas. Trajeron tambi¨¦n gallinas, papas sabaneras, lechoncitos y damajuanas de aguardiente para Pepe Montoya quien, ya para entonces, estaba m¨¢s cucufato de lo que se pensaba. Y, al igual que en la segunda parte del Quijote, todos lo tomaban por el Libertador y ¨¦l los trataba en consecuencia.
Fue entonces cuando Triana sorprendi¨® a un grupo de campesinos que, en una pausa del rodaje, planteaba con toda franqueza y candor al Libertador sus necesidades m¨¢s acuciantes: agua, dispensario, escuela, caminos, protecci¨®n contra el criminal bandolerismo de las FARC y de los paramilitares, etc¨¦tera.
El Libertador los escuchaba con creciente exasperaci¨®n: ¡°?S¨ª, s¨ª, s¨ª: todo eso hay que hacerlo! Pero ahora no puedo, hermanos, compr¨¦ndanlo: tengo todav¨ªa que ganar las batallas de Bombon¨¢, Pinchincha, Jun¨ªn y, m¨¢s tarde, Ayacucho. S¨®lo cuando haya terminado la gesta emancipadora podr¨¦ encargarme de todas esas pendejadas que me piden¡±.
Ni m¨¢s ni menos que como Hugo Ch¨¢vez, quien primero ten¨ªa que acabar con el imperialismo yanqui y el capitalismo globalizador antes de ordenar recoger la basura.
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