Con justicia no hay paz
El fin del conflicto entre el Gobierno y las FARC en Colombia plantea retos similares a los que afrontaron Sud¨¢frica e Irlanda
"No hay paz sin justicia¡±, dicen. Se equivocan. No hay paz con justicia si se trata de llegar a un acuerdo como el que se est¨¢ a punto de firmar en Cartagena para poner fin a 52 a?os de guerra entre el Gobierno de Colombia y las FARC. O como el que se firm¨® en Irlanda del Norte en 1998 o en Sud¨¢frica en 1993.
En todos estos casos, el sacrificio de la justicia ha sido el precio de la paz. Si se hubiera insistido en aplicar la justicia como exige la ley, no habr¨ªa firma en Cartagena; y seguramente seguir¨ªa habiendo atentados terroristas en Irlanda del Norte y se habr¨ªa desatado una guerra civil en Sud¨¢frica.
No hubiera tenido ning¨²n sentido que el presidente colombiano, Juan Manuel Santos, iniciara negociaciones hace cuatro a?os con los l¨ªderes izquierdistas de las FARC sin haber aceptado primero que acabar¨ªa teniendo que protegerles de los castigos que se les impondr¨ªa de haber sido asesinos o secuestradores, o extorsionadores normales; si hubiesen sido criminales sin causa. Los guerrilleros de las FARC se convencieron, y seguramente seguir¨¢n convencidos, de que las atrocidades que cometieron tuvieron un fin noble. Como escribi¨®, ir¨®nico, George Orwell, matar por una idea pol¨ªtica hace que el asesinato se vuelva ¡°respetable¡±. Las FARC nunca firmar¨ªan un acuerdo que les obligara a deponer las armas mientras no existieran garant¨ªas de que estar¨ªan a salvo de la justicia aplicada ¡°a los criminales comunes y corrientes¡±, como se refer¨ªan a ellos el IRA, los terroristas de Irlanda del Norte. Santos lo entendi¨® igual de claro que Nelson Mandela cuando inici¨® en su d¨ªa el di¨¢logo con el r¨¦gimen que impuso el apartheid, un sistema racista denominado por la ONU como ¡°un crimen contra la humanidad¡±; lo entendi¨® igual de claro que el primer ministro brit¨¢nico Tony Blair cuando empez¨® a negociar con los terroristas del IRA.
El reto m¨¢s complicado al que se enfrentan los que se embarcan en negociaciones de este tipo consiste en vender la idea de una justicia menos perfecta a la ciudadan¨ªa. Veremos si el presidente Santos lo ha logrado cuando se celebre un plebiscito en Colombia el 2 de octubre en el que los colombianos tendr¨¢n que decidir entre el s¨ª o el no a los acuerdos de paz. Son infinitamente complejos los detalles de los acuerdos, contenidos en un documento de 297 p¨¢ginas, pero el resultado del plebiscito depender¨¢ de una simple cuesti¨®n: ?estar¨¢n los colombianos dispuestos a aceptar la paz a cambio de que los l¨ªderes izquierdistas de las FARC sean absueltos de las largas penas de c¨¢rcel que, seg¨²n la mayor¨ªa, se merecen?
Rechazar los acuerdos y optar por la vuelta a la guerra significa traicionar a los vivos y a los que est¨¢n por nacer
El dilema se suele reducir a una formulaci¨®n a¨²n m¨¢s escueta: ?perdonar o no perdonar? O como insisten una y otra vez los que hacen campa?a por el no: ¡°?C¨®mo vamos a perdonar a semejantes criminales?¡±.
La respuesta es que no hay que perdonarlos. El secreto de la paz consiste en tragarse la bilis y poder convivir con ellos, o, como m¨ªnimo, en no sucumbir al impulso animal de querer matarlos. Esto mismo lo he escrito en la prensa colombiana y lo he dicho en conferencias a lo largo y ancho del pa¨ªs. Algunos responden que, claro, es f¨¢cil para m¨ª decirlo. Pura teor¨ªa. ?Qu¨¦ conocimiento tiene un periodista europeo del dolor o del terror que hemos tenido que soportar los colombianos a manos de las FARC? Nunca les he respondido. Ahora lo har¨¦.
Dos buenos amigos m¨ªos fueron asesinados por los verdugos del r¨¦gimen del apartheid en Sud¨¢frica. Uno fue un abogado blanco llamado Anton Lubowski que dedic¨® su vida a combatir el racismo; otro, un sindicalista negro llamado Bheki Mkhize. Ambos murieron tiroteados en las puertas de sus casas; en el caso de Bheki, frente a su mujer y sus hijos. Bheki era lo m¨¢s cerca que tuve a un hermano en Sud¨¢frica.
Dediqu¨¦ buena parte de mis seis a?os como corresponsal en Sud¨¢frica a intentar delatar a los que mataron a Anton, a Bheki y a miles m¨¢s en un desesperado ¨²ltimo intento por parte de las fuerzas m¨¢s reaccionarias del r¨¦gimen de frenar el proyecto democr¨¢tico de Mandela, ahog¨¢ndolo en sangre. El Gobierno brit¨¢nico me advirti¨® de que, seg¨²n sus servicios de inteligencia, estaba en el punto de mira de la polic¨ªa secreta y me sugiri¨® que abandonase Sud¨¢frica. No lo hice, pero sent¨ª miedo. Despu¨¦s me enter¨¦ de que hubo una reuni¨®n en la que se debati¨® si deber¨ªan matarme. Decidieron que no, y se lo agradezco.
Pero a los que mataron a Anton y a Bheki los detestar¨¦ siempre. Tengo una bien fundamentada sospecha de qui¨¦n fue el autor intelectual de la muerte de Anton y s¨¦ perfectamente qui¨¦n lo fue en el caso de Bheki. Ninguno de los dos pag¨® por sus cr¨ªmenes. Uno muri¨® a los 81 a?os en su casa al lado del mar; el otro sigue vivo, y pr¨®spero. Si Mandela hubiera insistido en que ambos, y todos los dem¨¢s que cometieron cr¨ªmenes similares, fueran castigados con las penas que la justicia exig¨ªa, no hubiera habido acuerdo de paz y qui¨¦n sabe si el destino de Sud¨¢frica hubiese sido parecido al de Siria hoy.
No los perdono y dudo que, en el fondo, Mandela los hubiera perdonado. Pero entiendo que Mandela acert¨® en concederles el perd¨®n de la ley. Las vidas de los hijos y nietos de Anton y Bheki hubieran sido dram¨¢ticamente peores si Mandela hubiera sucumbido a sus impulsos y no hubiera antepuesto la realpolitik a la justicia del ojo por ojo.
Los que hoy hacen campa?a por el no en el plebiscito colombiano se gu¨ªan por la venganza que les pide el coraz¨®n. Rechazan el fr¨ªo razonamiento que gui¨® las decisiones de Mandela, cuyo ejemplo a su vez inspir¨® al presidente Santos. Siempre emotivos, acusan a Santos de ¡°traicionar a los muertos¡±. El mensaje cala. Pero hay otro igual de contundente y casi igual de emotivo en su contra: rechazar la justicia imperfecta de los acuerdos de paz y optar por la vuelta a la guerra significa traicionar a los vivos y a los que est¨¢n por nacer.
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