El Fidel que muere
Una sucesi¨®n autoritaria, en manos de un liderazgo pragm¨¢tico, podr¨ªa evolucionar hacia una transici¨®n a la democracia
Si Fidel Castro hubiera muerto hace 10 o 15 a?os, quien habr¨ªa desaparecido era una figura hist¨®rica muy distinta de la que hoy se despide de este mundo. Cuando una grave enfermedad intestinal lo oblig¨® a apartarse del poder, en el verano de 2006, el pol¨ªtico cubano comenz¨® a ser algo diferente de lo que hab¨ªa sido desde que organiz¨® el asalto al cuartel Moncada, en los primeros meses de 1953. Quien hoy muere es la sombra o el espectro de aquel. El duelo actual es la caricatura de otro m¨¢s profundo, vivido en la conciencia de los cubanos desde mediados de la pasada d¨¦cada.
Por m¨¢s de 50 a?os, aquel Fidel dedic¨® la mayor parte de sus muchas energ¨ªas f¨ªsicas e intelectuales a un oficio que rebasa el territorio de la pol¨ªtica: la conspiraci¨®n. Desde muy joven, tal vez desde los meses posteriores al golpe de Estado del 10 de marzo de 1952 encabezado por Fulgencio Batista, Castro dijo adi¨®s, para siempre, a la pol¨ªtica democr¨¢tica, y se entreg¨® en cuerpo y alma a lo que ¨¦l y la mayor¨ªa de los j¨®venes de su generaci¨®n entend¨ªan por una "pol¨ªtica revolucionaria".
Esa manera de concebir y practicar la pol¨ªtica se basaba en el dise?o y conservaci¨®n de un grupo de personas comprometidas y leales a un l¨ªder m¨¢ximo ¡ªel propio Fidel¡ª y a un proyecto pol¨ªtico encaminado a la toma violenta del poder, primero, y a la transformaci¨®n integral de Cuba y de sus relaciones con el mundo, despu¨¦s. El asalto al cuartel Moncada, el exilio en M¨¦xico, el desembarco del yate Granma en el Oriente de Cuba y la guerrilla de la Sierra Maestra ser¨ªan momentos clave de la primera fase de aquella empresa: la conquista del poder.
Luego de la llegada al poder vendr¨ªa lo m¨¢s dif¨ªcil: la transformaci¨®n de ese pa¨ªs caribe?o, a base de igualdad pero tambi¨¦n de supresi¨®n de libertades, y el aprovechamiento del capital simb¨®lico de la revoluci¨®n en la b¨²squeda de una incidencia en el redise?o del mundo, durante la Guerra Fr¨ªa. Habr¨ªa que reconocer que Fidel Castro tambi¨¦n logr¨® este segundo objetivo, m¨¢s ambicioso, aunque con altas y bajas. Nadie con mediana cultura hist¨®rica podr¨¢ olvidar, por ejemplo, que en octubre de 1962 la opini¨®n p¨²blica liberal o socialista de Occidente, tal vez el auditorio al que siempre ambicion¨® provocar o agradar, vio al joven l¨ªder cubano como una amenaza nuclear.
La pertenencia de Cuba al bloque sovi¨¦tico, por 30 a?os, funcion¨® como b¨®veda protectora de las conspiraciones dom¨¦sticas o internacionales de Fidel. Fue durante esa larga pertenencia de Cuba a la ¨®rbita de Mosc¨² que se dise?aron los principales elementos del sistema pol¨ªtico de la isla: purgas c¨ªclicas de la dirigencia revolucionaria, partido ¨²nico, dominio de la esfera p¨²blica, aniquilaci¨®n de opositores por medio de ejecuciones, arrestos y exilios, control de la econom¨ªa, la sociedad civil y la cultura por parte del Estado.
Fue tambi¨¦n, en aquellas tres d¨¦cadas, que Fidel Castro pudo intervenir con mayor soltura en la pol¨ªtica mundial a trav¨¦s del apoyo a las guerrillas latinoamericanas, la descolonizaci¨®n africana y asi¨¢tica, el Gobierno de Salvador Allende en Chile, la revoluci¨®n sandinista en Nicaragua o las guerras de Angola y Etiop¨ªa. Los historiadores discuten la mayor o menor autonom¨ªa de Castro dentro de aquella estrategia internacional, encaminada a contrarrestar la hegemon¨ªa de Estados Unidos y las grandes potencias occidentales en el Tercer Mundo. Pero lo cierto es que sin el apoyo Mosc¨² dif¨ªcilmente la dirigencia cubana habr¨ªa logrado sus objetivos b¨¢sicos, en el orden nacional, regional o internacional.
Lo sucedido en las dos ¨²ltimas d¨¦cadas postsovi¨¦ticas es la mejor prueba de la rentabilidad de aquella dependencia. Sin el respaldo y la gu¨ªa de Mosc¨², que dotaba a la pol¨ªtica cubana de una racionalidad modernizadora particular, el liderazgo de Fidel debi¨® reducir su ¨¢rea de influencia a Am¨¦rica Latina y al conflicto entre Cuba y Estados Unidos. Entre 1992 y 2006, los peores atributos de una pol¨ªtica voluntarista y ofuscada, que se hab¨ªan manifestado de manera intermitente en los sesenta y los ochenta (Cord¨®n de La Habana, Ofensiva Revolucionaria, Zafra de los Diez Millones, Mariel...), se volvieron permanentes con el Periodo Especial y la Batalla de Ideas.
La llegada de Hugo Ch¨¢vez al poder de Venezuela a fines de los noventa y la posterior creaci¨®n del bloque del ALBA marc¨® el momento de mayor protagonismo de Fidel Castro luego de la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn. Pero ese momento, por coincidir con la decadencia f¨ªsica del l¨ªder cubano, limit¨® las posibilidades de su capitalizaci¨®n pol¨ªtica por parte de La Habana. Lo poco que alcanz¨® a hacer Fidel Castro en ese entorno reiter¨®, sin embargo, la l¨ªnea maestra de su estrategia mundial desde los a?os sesenta: la hostilizaci¨®n permanente de la hegemon¨ªa de Estados Unidos en Am¨¦rica Latina, aunque, esta vez, reconstituyendo un circuito autoritario internacional, por medio de la diplomacia petrolera de Ch¨¢vez.
Lo mucho que esa manera conspirativa de entender la pol¨ªtica y el rol de Cuba en el mundo deb¨ªa, estrictamente, a la persona de Fidel Castro pudo comprobarse en los a?os que siguieron a su retiro del poder. De 2006 para ac¨¢, el Gobierno cubano, en manos de Ra¨²l Castro, ha descontinuado algunas de las premisas que m¨¢s claramente identifican el legado de su hermano. Hoy, por ejemplo, la econom¨ªa y la sociedad cubanas ya no est¨¢n r¨ªgidamente controladas por el Estado, ni la pol¨ªtica exterior de la isla est¨¢ obsesivamente dirigida a hostilizar la hegemon¨ªa de Estados Unidos, ni la relaci¨®n entre los cubanos de la isla y la di¨¢spora est¨¢ tan estatalmente intervenida como antes.
La muerte biol¨®gica de Fidel se ha producido varios a?os despu¨¦s de su muerte pol¨ªtica, en medio de un proceso de cambio, y este hecho abre un signo de interrogaci¨®n sobre su legado. El Gobierno de Ra¨²l Castro se ha esforzado en diferenciarse de su antecesor en la pol¨ªtica econ¨®mica, internacional y cultural ¡ªno en la m¨¦dula represiva y totalitaria del r¨¦gimen¡ª porque advierte que la contradicci¨®n t¨ªpicamente maquiav¨¦lica entre medios y fines, que acusaba el proyecto fidelista, es inviable en el siglo XXI. Dotar de derechos sociales b¨¢sicos a la poblaci¨®n a costa del abandono del mercado y subordinar las relaciones internacionales de la isla al conflicto con Estados Unidos eran m¨¦todos de la Guerra Fr¨ªa, irrentables en una era global.
Si el que hoy desaparece es la sombra o el espectro de quien rigi¨® los destinos de Cuba por casi medio siglo, la muerte de Fidel no deber¨ªa tener mayor impacto en la realidad de la isla. La ceremonia del duelo ser¨¢ prolija en discursos melanc¨®licos y restauradores, pero cuando se disipe la bruma funeraria, las reformas iniciadas por Ra¨²l Castro continuar¨¢n y, tal vez, se profundizar¨¢n. A medida que esa transici¨®n a un capitalismo de Estado ¡ªo a una democracia soberana¡ª se acelere y la nueva Cuba del siglo XXI se perfile socialmente, el legado de Fidel Castro tendr¨¢ mayores posibilidades de rearticulaci¨®n.
El pa¨ªs que saldr¨¢ de este periodo confuso de la historia de Cuba ser¨¢ ¡ªya es¡ª muy diferente al que intent¨® construir la revoluci¨®n hace medio siglo. A pesar de que el actual desmontaje del orden revolucionario se hace en nombre de Fidel, parece inevitable que viejos y nuevos actores pol¨ªticos reconozcan en el fidelismo una tradici¨®n abandonada en la pr¨¢ctica por el actual Gobierno. Podr¨ªa, incluso, contemplarse el ir¨®nico escenario de que un fidelismo cubano del siglo XXI, en nombre de la reivindicaci¨®n de valores revolucionarios abandonados por la nueva ¨¦lite militar y empresarial, contribuya, junto a otras fuerzas pol¨ªticas opositoras existentes, a la in¨²tilmente postergada democratizaci¨®n de la isla.
Rafael Rojas es historiador cubano, exiliado en M¨¦xico, premio Anagrama de Ensayo por su libro Tumbas sin sosiego.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.