Epidemia de terror urbano
La tasa de criminalidad crece en las ciudades de Am¨¦rica Latina, pese al dinamismo que ha experimentado la regi¨®n. Drogas, armas y falta de expectativas forman parte de la ecuaci¨®n
El culatazo dio en la ventanilla del Jeep Cherokee gris. ¡°?Abre o mueres!¡±. Dos ojos rojos le miraban. El conductor ten¨ªa que decidir. Estaba en el coraz¨®n burgu¨¦s de la Ciudad de M¨¦xico. Hab¨ªa peatones a menos de dos metros, coches por delante y por detr¨¢s, y un atracador de 26 a?os a pocos cent¨ªmetros de su cara empu?ando una pistola. La duda dur¨® menos que el miedo. El conductor baj¨® la ventanilla e inmediatamente pas¨® a formar parte de un variopinto grupo al que ese d¨ªa tambi¨¦n pertenec¨ªan un padre desvalijado cuando paseaba con sus hijos, una extranjera de pelo dorado raptada y violada, cuatro estudiantes torturados y una decena de campesinos baleados. Un d¨ªa como tantos otros en M¨¦xico en que se denunciaron 45.000 delitos y quedaron en la sombra otros 400.000. Un d¨ªa en que, una vez m¨¢s, creci¨® esa masa informe y terrible que igual roba, viola o mata y a la que se define como inseguridad.
El concepto es d¨¦bil y difuso. Se sabe que la inseguridad prolifera en las ciudades y que se dispara con el tr¨¢fico de drogas. A partir de ah¨ª, es imprevisible. Muta r¨¢pidamente y se adapta a casi cualquier ambiente. Hubo un tiempo en que se vincul¨® a la pobreza. Hace mucho que esta teor¨ªa qued¨® alicorta. Demasiado lineal. La miseria no es causa suficiente. Y a veces ni siquiera necesaria. Am¨¦rica Latina es un buen ejemplo para entenderlo.
El ¨¢rea registra una de las mayores tasas delictivas del mundo. M¨¢s de un mill¨®n de asesinatos entre 2000 y 2010. En 11 de sus 18 pa¨ªses, los homicidios tienen estatus de epidemia, es decir, superan los 10 casos por cada 100.000 habitantes. Hay ciudades como Caracas, Acapulco, San Pedro Sula o San Salvador donde este ¨ªndice es 10 veces mayor. Ah¨ª no se trata de una epidemia, sino de puro terror.
Pero en este territorio no todo ha ido mal. Por el contrario, Latinoam¨¦rica experiment¨® en la d¨¦cada pasada uno de los mayores desarrollos econ¨®micos de su historia. El desempleo descendi¨® de forma sostenida, 70 millones de ciudadanos salieron de la pobreza y el crecimiento agregado fue del 4,2% anual. Un sue?o para cualquier economista. No para un polic¨ªa. Con la bonanza, la criminalidad tambi¨¦n aument¨®. Homicidios y robos alcanzaron tasas delirantes. La bienintencionada correlaci¨®n (menos pobreza-menos delito) encall¨®. La inseguridad demostr¨® tener una gen¨¦tica m¨¢s compleja. Detr¨¢s del delito lat¨ªan fuerzas poco estudiadas.
La paradoja, devastadora para las charlas de caf¨¦ centroeuropeas, ha sido analizada con detenimiento por el Programa para el Desarrollo de las Naciones Unidas (PNUD). En un informe referencial, publicado en 2014, se constat¨® que la singularidad se mueve en aguas profundas. Ni siquiera hay una relaci¨®n estrecha entre ingreso y crimen. Honduras y El Salvador presentan las tasas de homicidio m¨¢s altas, pero sufren la misma pobreza que Bolivia y Paraguay, con los menores ¨ªndices de homicidios de la regi¨®n.
Otro tanto sucede con la desigualdad y el desempleo. Su reducci¨®n en la d¨¦cada prodigiosa no trajo consigo, seg¨²n los expertos de la ONU, un descenso de las muertes y los robos. ¡°Tomadas por separado, la pobreza, la desigualdad de ingresos y el desempleo no parecen explicar satisfactoriamente los niveles de inseguridad en la regi¨®n. Por el contrario, el crimen ha aumentado en un contexto regional de crecimiento din¨¢mico y de mejoras notables en indicadores sociales. Entender esta particularidad requiere aceptar que la violencia y el crimen no tienen explicaciones simples¡±, se?ala el informe del PNUD.
Derribados los t¨®picos, emerge como posible factor causal algo profundamente enraizado en Am¨¦rica: las grandes organizaciones criminales, especialmente las dedicadas al narcotr¨¢fico. Su capacidad de corrupci¨®n, su penetraci¨®n en los aparatos estatales y su letalidad las convierten en un candidato explicativo de primer orden. Pero nuevamente la inseguridad se escapa a reduccionismos. ¡°El narcotr¨¢fico dinamiza el delito, pero no es el origen, su desaparici¨®n no cambiar¨ªa radicalmente el panorama, siempre habr¨ªa mercados il¨ªcitos, negocios sucios, diversificaci¨®n criminal. Legalizar la droga no es la varita m¨¢gica¡±, afirma Gema Santamar¨ªa Balmaceda, profesora del Instituto Tecnol¨®gico Aut¨®nomo de M¨¦xico y asesora principal del informe del PNUD.
Visto as¨ª, el narco es m¨¢s una consecuencia que una causa. Hay un caldo de cultivo previo, cuyo origen es multifactorial y, por tanto, difuso. Como cualquier concepto d¨¦bil, la inseguridad vive en continua transformaci¨®n y es poroso al cambio social. Influyen factores como las expectativas sociales, la calidad del empleo, los entornos urbanos masificados y, desde luego, las drogas y las armas.
La franja rescatada de la pobreza no ha entrado en la clase media. Tiene un pie dentro y otro fuera. Al menor vendaval puede volver al pozo
¡°No hay una evidencia fuerte de correlaci¨®n entre la pobreza y la desigualdad con el delito, pero s¨ª que hemos advertido la importancia cardinal que tiene el crecimiento de la sociedad de consumo. Se forman enormes mercados ilegales de coches, tel¨¦fonos, comida, animales¡ sostenidos por alt¨ªsimas demandas que parad¨®jicamente responden a una mejora de los ingresos de las clases medias bajas¡±, explica Marcelo Bergman, director del Centro de Estudios Latinoamericanos sobre Inseguridad y Violencia de la Universidad Tres de Febrero, en Argentina.
Estas nuevas tipolog¨ªas, agrupadas en el denominado ¡°delito aspiracional¡±, representan uno de los fen¨®menos m¨¢s disruptivos. Y su explicaci¨®n no es sencilla. Los estudios muestran que la franja social rescatada de la pobreza durante la d¨¦cada ¨¢urea no ha entrado directamente en la clase media, sino que tiene un pie dentro y otro fuera. Al menor vendaval puede volver al pozo. Forma el llamado ¡°grupo vulnerable¡± y es la clase m¨¢s numerosa de Latinoam¨¦rica: un 38% de poblaci¨®n. Sus empleos son de escasa calidad, viven expuestos a la informalidad econ¨®mica y su movilidad social es m¨ªnima. El desarrollo econ¨®mico, por tanto, no ha creado una barrera fuerte frente al delito. Justo al rev¨¦s. Las ansias de consumo se han disparado, pero no los medios para satisfacerlas. El problema no es la pobreza, sino la falta de expectativas. ¡°Las personas en situaci¨®n de pobreza no son necesariamente las que delinquen, sino que lo hacen quienes muestran aspiraciones para alcanzar las metas prescritas por la sociedad (ropa de marca o celulares de ¨²ltima generaci¨®n), pero que tienen desventajas para materializarlas con malos empleos y sueldos bajos¡±, se?ala el informe del PNUD.
Junto a la insatisfacci¨®n social, otro detonante silencioso es el entorno. No hay zona m¨¢s urbanizada del mundo que Latinoam¨¦rica. El 80% de la poblaci¨®n vive en ciudades. Y no son para¨ªsos. Un paseo por la periferia de la capital de M¨¦xico, una megaurbe de 23 millones habitantes, lo explica. En colonias como Desarrollo Urbano Quetzalc¨®atl (68.000 habitantes) no hay una sola biblioteca, pero s¨ª 450 establecimientos de venta de alcohol. El barrio, con el 70% de desempleo juvenil, ostenta el dudoso honor de ser el que m¨¢s presos aporta a las c¨¢rceles del Distrito Federal.
Es en espacios as¨ª donde bulle la sopa prebi¨®tica de la violencia. Mundos sin memoria de mejoras, con empleos de ¨ªnfima calidad y derrotas por doquier. Todo listo para el ¨²ltimo ingrediente: el tr¨¢fico de drogas. ¡°El narcotr¨¢fico exacerba hasta la caricatura los ideales consumistas de la sociedad en que vivimos: coches, mujeres y armas¡±, explica Andreas Schedler, profesor del Centro de Investigaci¨®n y Docencia Econ¨®micas (CIDE) y autor de En la niebla de la guerra: Los ciudadanos ante la violencia criminal organizada.
En los arrabales, el narco act¨²a como ascensor social. Ofrece lo que el sistema niega. Pero exige el uso de armas. Y a nadie se le escapa el impacto que tiene un balazo. Un solo asalto con rev¨®lver causa miedo; decenas de miles, terror social. En Am¨¦rica Latina, entre un tercio y la mitad de los robos son perpetrados con armas de fuego. Una media que sube al 78% en el caso de los homicidios. En Brasil, Chile o Argentina m¨¢s del 60% de los presos reconocen que tuvieron su primera arma de fuego antes de los 18 a?os. Eso es la inseguridad.
Frente a esta marea, las barreras de contenci¨®n son pocas. A veces, esto no se entiende en Europa y EE UU. La polic¨ªa, las fiscal¨ªas, el Estado son en grandes zonas de Am¨¦rica Latina entes ineficaces, inexistentes o est¨¢n penetrados por el narco. No totalmente, pero s¨ª lo suficiente como para que no tengan efectos disuasorios.
La soluci¨®n requerir¨¢ tiempo. A su alrededor se acumulan grandes palabras: educaci¨®n, redistribuci¨®n, enfoques integrales. ¡°No hay bala de plata y depende de si los pa¨ªses tienen una tasa alta o baja de criminalidad, pero desde luego la inversi¨®n social y reducir la impunidad ayudan¡±, indica el profesor Marcelo Bergman. ¡°Hay que cuidarse del populismo penal, la mano dura y la tolerancia cero. Quien promete remedios a corto plazo no es cre¨ªble. Pero tampoco hay que resignarse: el esfuerzo social colectivo puede lograr resultados dr¨¢sticos en 5 o 10 a?os¡±, explica Schedler.
Y mientras se avanza, el crimen sigue ah¨ª. Lo saben bien los m¨¢s ricos. En Latinoam¨¦rica ya hay un 50% m¨¢s de vigilantes privados que agentes de polic¨ªa. La vida tranquila s¨®lo existe dentro de la burbuja. El lobo anda por las calles. Cualquiera puede ser la pr¨®xima v¨ªctima. Da igual ir en un buen coche o por una calle respetable. La violencia puede llamar a su ventana. Un culatazo, dos ojos enrojecidos y usted tendr¨¢ que decidir. Bajar o no bajar el cristal.
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