As¨ª se sobrevive en la ciudad m¨¢s peligrosa del mundo
Los venezolanos viven en permanente estado de alerta en un pa¨ªs en el que la violencia urbana es una epidemia fuera de control

Hay escenas cotidianas en Caracas que nunca dejan de sorprender. Est¨¢s frente al volante, atrapado en el tr¨¢fico del mediod¨ªa, y de pronto sientes un golpe en la ventana. Un motociclista golpea el vidrio con el ca?¨®n de una pistola mientras exige: ¡°El tel¨¦fono o disparo¡±. Una amenaza similar se repite, con un pu?al pr¨®ximo a las costillas de alguien, en medio del barullo a la salida del metro.
Un tranquilo d¨ªa feriado, sales por una hamburguesa. Est¨¢s a dos cuadras de una comisar¨ªa policial en una zona bien. Un coche de cristales negros te pasa y frena ante un sem¨¢foro en rojo. Otro auto te bloquea por detr¨¢s. Dos tipos armados se bajan y te apuntan. En segundos, eres v¨ªctima de un secuestro express, uno de los delitos m¨¢s comunes y traum¨¢ticos del amplio repertorio venezolano.
Vas a visitar a un amigo. La calle donde vive est¨¢ bloqueada por una barrera. Una c¨¢mara graba la placa de tu coche. Otra, tu rostro mientras exhibes tu documento de identidad. Por un momento, eres un presunto delincuente. El guardia privado llama para recibir autorizaci¨®n y te deja pasar. La primera vez, resulta indignante. Luego, intentas comprender: ?cu¨¢ntas cosas habr¨¢n pasado en esta calle?
Pocos pa¨ªses te pueden hacer sentir, tan a menudo, como un animal. Pocos, tan primitivo, indefenso y acechado. En Venezuela vivir con temor es imprescindible. No puedes descuidarte un segundo. Nos desplazamos en esta jungla como ciervos acosados por depredadores implacables. Aqu¨ª, el canal Animal Planet podr¨ªa documentar, abundantemente, la coreograf¨ªa del miedo en nuestra especie.
Cuando el venezolano sale de su refugio, autom¨¢ticamente, entra en estado de alerta. Su lenguaje corporal refleja el nerviosismo de los seres vulnerables, de quienes saben que cada d¨ªa corren el riesgo de convertirse en la pr¨®xima v¨ªctima.
No hace falta saber que nos disputamos el r¨¦cord mundial de homicidios con Honduras para sentir una profunda zozobra. No importa cu¨¢nto se feliciten los militares por sus operativos de seguridad mientras, parad¨®jicamente, declaran protegidos con chalecos antibalas; ni cu¨¢nto nos muestren los medios oficiales un pa¨ªs tan apacible como Finlandia.
Podemos seguir el rastro de la sangre, dibujar las huellas de miles de v¨ªctimas sobre el asfalto, plantar kil¨®metros de cruces, contar ¡ªcuadra por cuadra¡ª los cr¨ªmenes cometidos en nuestros vecindarios. La violencia es un tatuaje imborrable.
Esta cacer¨ªa inclemente ¡ªm¨¢s de 250.000 muertes violentas en los primeros 15 a?os del siglo, seg¨²n el Observatorio Venezolano de la Violencia (OVV)¡ª nos ha convertido en crimin¨®logos espont¨¢neos. Expertos en los m¨²ltiples modus operandi del hampa, tenemos el m¨¢s indeseable e in¨²til bagaje.
Los venezolanos radiografiamos al pr¨®jimo con desconfianza, evitamos usar el tel¨¦fono m¨®vil en la calle y no solemos acercarnos a orientar a conductores supuestamente extraviados. La aprensi¨®n permanente es casi un amuleto. La paranoia, parte de nuestra identidad. ?C¨®mo no temer en un pa¨ªs donde los delincuentes han atacado cuarteles policiales con granadas, donde asesinan polic¨ªas y militares para robarles las armas?
En unos segundos eres v¨ªctima de un secuestro expr¨¦s, uno de los delitos m¨¢s comunes del amplio repertorio venezolano
Sabemos que una vida vale tanto como un tel¨¦fono, cualquier reloj, una motocicleta, una cartera, un coche, unos zapatos deportivos. O el pu?ado de dinero que puedan reunir familiares y amigos, en unas horas fren¨¦ticas, para pagar un rescate. Y que hay que doblegar el instinto de resistirse para no acabar en una morgue abarrotada de cad¨¢veres.
La violencia es tan corriente que si salimos ilesos de un robo o un secuestro nos dir¨¢n que demos gracias a Dios porque no nos pas¨® nada. Nada. Hemos sido afortunados.
Sobrevivimos en una huida constante en uno de los h¨¢bitats m¨¢s salvajes del planeta. Venezuela es un campo minado, un foso de impunidad, donde no hay detenidos en 92 de cada 100 asesinatos. Aqu¨ª las empresas de seguridad ofrecen servicios inu?sitados: guardaespaldas por horas, taxis blindados, cursos de ¡°defensa inmediata y supervivencia urbana¡±.
El riesgo, tan real que los padres de clase media hacen cualquier sacrificio para sacar a sus hijos del pa¨ªs y ponerlos a salvo. El miedo es una epidemia que ha desplazado a cientos de miles de venezolanos.
Habitar un paisaje tan sangriento es conocer el insomnio y los somn¨ªferos, despertar sobresaltado, so?ar que nos persiguen, saber distinguir el ruido seco de un disparo del sonido de los fuegos artificiales. Es la vigilia cuando los hijos van a una fiesta y pijamadas que se improvisan por la inseguridad y no por diversi¨®n.
Son las renuncias que se van haciendo costumbre: dejar de salir de noche o contemplar el atardecer en una playa tan deslumbrante como insegura. Las despedidas abruptas, salir de una reuni¨®n social en manada para acompa?arse, viajar en autob¨²s rezando a cualquier dios para que no suban asaltantes, conducir como si uno se estuviera fugando, exhalar de alivio al entrar a casa. Venezuela es el desasosiego perenne y un duelo colectivo que no cesa.
Cristina Marcano es periodista venezolana, autora junto a Alberto Barrera del libro Hugo Ch¨¢vez sin uniforme: una historia personal.
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