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Columna
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De una blanca a otra

El turbante y el concepto de existir violentamente

Eliane Brum

Thauane:

El 4 de febrero publicaste el siguiente texto en tu p¨¢gina de Facebook:

¡°Voy a contar lo que pas¨® ayer, para que entend¨¢is por qu¨¦ estoy enfadada con esta historia de la apropiaci¨®n cultural: estaba en la estaci¨®n con el turbante, tan guapa, me sent¨ªa una diva. Y empec¨¦ a fijarme en que hab¨ªa bastantes mujeres negras, muy guapas, por cierto, que me lanzaban miradas atravesadas, como diciendo ¡®mira ah¨ª, la blanquita, apropi¨¢ndose de nuestra cultura¡¯, y por fin vino una a hablar conmigo y a decirme que yo no deber¨ªa llevar turbante por ser blanca. Me quit¨¦ el turbante y dije ¡®est¨¢s viendo esta calva, esto se llama c¨¢ncer, ?as¨ª que me pongo lo que quiero! Adi¨®s¡¯.Me fui y la dej¨¦ con cara de planchada. Y, sinceramente, no veo cu¨¢l es el PROBLEMA de esta sociedad nuestra, Dios m¨ªo¡±.

M¨¢s de la autora

Al final, creaste el hashtag: #VaiTerTodosDeTurbanteSim (#S¨ªQueVanALlevarTurbanteTodos).

Desde entonces, Thauane, has dado entrevistas, has sido insultada y has sido elogiada en las redes sociales. Desde entonces, se han producido una gran cantidad de textos de opini¨®n, piezas y publicaciones sobre lo que te pas¨®. Una parte significativa de ese material producido conten¨ªa acusaciones al movimiento negro, de que estar¨ªa haciendo algo llamado ¡°racismo reverso¡±.?

El episodio relatado por ti y la repercusi¨®n de tu relato son de todo, menos una banalidad. Ambos cuentan de un momento muy particular de Brasil en lo que se refiere a la denuncia del racismo. Un momento que, por su riqueza, no puede ser vedado por muros. Por eso, decid¨ª escribir mi columna p¨²blica como una carta dirigida a ti. Porque no podr¨ªa hablar de ti tan solo como ¡°la blanca del turbante¡±. S¨ª, eres blanca. Y te pusiste un turbante. Pero tambi¨¦n eres Thauane, una mujer y sus circunstancias. As¨ª que la carta es el g¨¦nero con el que mejor puedo expresar mi afecto.

Escribo una carta con la esperanza de que la palabra atraviese los muros

Creo mucho en las cartas, Thauane, porque suponen un remitente y un destinatario. Y expresan algo a¨²n m¨¢s fabuloso, que es el deseo de llegar al otro. Pocas cosas son m¨¢s tristes que cartas perdidas, extraviadas. Cartas que no llegan a su destino. Y, cuando hablamos con un muro en medio, las cartas no llegan. El muro impide el movimiento de la palabra.

As¨ª, Thauane, empiezo dici¨¦ndote que no s¨¦ c¨®mo es recibir un diagn¨®stico de leucemia. No s¨¦ c¨®mo es perder el cabello a los 19 a?os. No s¨¦ c¨®mo es creer que has encontrado una salida est¨¦tica para cubrir la desnudez de la cabeza y escuchar que esta salida no es ¨¦tica. No lo s¨¦. Pero intento saberlo. Creo profundamente en vestir la piel del otro. Pero tambi¨¦n conozco el l¨ªmite de este gesto. Buscamos vestirla pero no conseguimos vestirla por completo. La belleza de este movimiento es precisamente la b¨²squeda.

Cuando se trata de vestir tu piel, consciente de los l¨ªmites de este gesto, puedo sentir cu¨¢n duro debe de haber sido escuchar lo que dices haber escuchado: ¡°No puedes llevar turbante porque eres blanca¡±. Tener c¨¢ncer es estar desnudo de tantas maneras diferentes, y tu desnudez estaba expuesta en tu cabeza. Y hab¨ªas encontrado un abrigo que ten¨ªa sentido para ti, que era un turbante bonito. Para ti tampoco era solo un accesorio, tal vez fuese casi una casa. Y la extra?a que te aborda, que corta esa escena con un ¡°no¡± puede haberte dolido en partes del cuerpo que no sab¨ªas ni que exist¨ªan.

Es m¨¢s f¨¢cil vestir la piel blanca que vestir la piel negra, por eso tengo que esforzarse m¨¢s

Esto es lo que palpo cuando intento alcanzarte tras apenas haberte le¨ªdo en Facebook. T¨² doliendo. Y, al sentirte atacada, te apropias de lo que consideras tu derecho a vestir lo que quieras, a expresarte como quieras por lo que te pongas en el cuerpo, y dices que s¨ª, TODOS pueden llevar turbante, aunque las negras te digan que no, porque, despu¨¦s de todo, ?cu¨¢l es el problema de ser blanca y llevar turbante? A final de cuentas, ?no ser¨ªa hasta un reconocimiento y un homenaje, ya que consideras algo identificado con la cultura negra tan bonito que eliges pon¨¦rtelo en la cabeza? Y esto te parece bastante obvio. Y parece bastante obvio para muchas personas que te apoyan.

Te escucho. Y entiendo el camino de tu pensamiento. Y me doy cuenta de que, para m¨ª, no es dif¨ªcil vestir tu piel, aunque no pueda, jam¨¢s podr¨¦, vestirla por completo. En este punto me atraviesa la primera interrogaci¨®n. Es m¨¢s f¨¢cil para m¨ª vestir tu piel blanca que vestir la piel negra de la mujer que te abord¨® con un ¡°no¡±. Tengo m¨¢s elementos para vestir tu piel blanca y muchos menos elementos para vestir su piel negra. Por una raz¨®n bastante obvia: llevo una vida de mujer blanca en un pa¨ªs como Brasil.

Este hallazgo hace que me d¨¦ cuenta de que, precisamente porque es m¨¢s dif¨ªcil, tengo que esforzarme m¨¢s. Mucho m¨¢s. Sabes, Thauane, nac¨ª y crec¨ª en una ciudad donde la mayor¨ªa son descendientes de inmigrantes europeos, sobre todo alemanes. Yo misma soy descendiente de italianos. Crec¨ª observando c¨®mo el racismo era una condici¨®n tan natural como comer y dormir. No el racismo disfrazado de tantos, sino el racismo que ni siquiera se extra?a a s¨ª mismo. As¨ª que, cuando comenzaron los debates sobre las cuotas sociales vs. las cuotas raciales, y esto porque no estoy contando el porcentaje de la poblaci¨®n que cree que no hace falta ninguna cuota, no me fue dif¨ªcil llegar a la conclusi¨®n de que las cuotas deber¨ªan ser raciales.

En la ciudad de mi infancia, a las negras ni siquiera se las aceptaba como empleadas dom¨¦sticas. Como los patrones eran descendientes de inmigrantes europeos, no tra¨ªan la experiencia de la Casa Grande, en que los negros esclavizados hac¨ªan todo el trabajo duro, dentro y fuera de las casas. Al contrario. Los abuelos y bisabuelos de la mayor¨ªa, como era el caso de los m¨ªos, lograron escapar del hambre de sus pa¨ªses de origen gracias a la idea de blanqueo de Brasil, que constituy¨® el cierne de las pol¨ªticas de inmigraci¨®n del siglo XIX. Para evitar el riesgo de que Brasil se quedase m¨¢s negro, se import¨® carne blanca. En la regi¨®n donde yo viv¨ªa, hab¨ªa dos parias: los ind¨ªgenas y los negros.

En el Brasil de mi infancia, ser empleada dom¨¦stica era casi ser esclava. Como todos sabemos, a¨²n hoy, en tantos lugares, sigue as¨ª. Pero el racismo era tan profundo que ni para cocinar, lavar y limpiar sin l¨ªmite de horas para terminar la jornada y ganar un sueldo de miseria al final serv¨ªan las negras. ?Sabes por qu¨¦? Porque una buena parte de las familias blancas no quer¨ªan que la piel negra ensuciase su comida, su ropa de cama, su mundo. Por eso, incluso para los servicios con la peor remuneraci¨®n y con las peores condiciones de trabajo se les daba preferencia a los blancos pobres. El racismo, una vez m¨¢s, condenaba a las negras a ver a sus hijos pasar hambre.

Necesitamos menos exclamaciones y m¨¢s interrogaciones para llegar al otro

Me di cuenta de que yo, como mujer blanca, descendiente de inmigrantes europeos, ya hab¨ªa nacido en este pa¨ªs con muchos privilegios. Me di cuenta por primera vez por intuici¨®n, al observar mi entorno, y luego fui a estudiar para entenderlo tambi¨¦n por medio de los hechos, de las reflexiones y del proceso hist¨®rico. He nacido en este pa¨ªs con privilegios. Pero no solo eso. Me doy cuenta de que ya me he insertado en este mundo por la experiencia de existir violentamente. Profundizar¨¦ en este concepto m¨¢s adelante.?

Cuando o¨ªmos un ¡°no¡±, Thauane, nuestra primera reacci¨®n es responder con un ¡°s¨ª¡±. S¨ª, voy a hacerlo. S¨ª que voy. S¨ª, puedo. Sobre todo, en una ¨¦poca en que se vende la idea de que podemos todo. Y de que poder todo es una especie de derecho. Pero no, no podemos todo. Y nos encontramos frente a esta realidad todos los d¨ªas. Entiendo tambi¨¦n, Thauane, que sabes de esto tal vez mejor que la mayor¨ªa, porque no hay nada m¨¢s revelador de nuestros l¨ªmites que una enfermedad que nos pone frente a la tragedia mayor de la condici¨®n humana, que es el morir. Y una enfermedad como el c¨¢ncer, incluso cuando hay muchas posibilidades de curaci¨®n, nos lanza a este abismo. Porque solo la posibilidad ya es devastadora.

Pero he aprendido, Thauane, y eso me ha venido con el envejecimiento, que, muchas veces, incluso cuando podemos, no podemos. O, dicho de otro modo: el hecho de poder no quiere decir que debamos. As¨ª, es verdad. Puedes usar un turbante, aunque una parte significativa de las mujeres negras digan que no puedes. Pero, ?debes? ?Debo?

Como para m¨ª es m¨¢s dif¨ªcil vestir la piel de una mujer negra, porque al ser blanca tengo menos elementos que me permitan llegar a ella, tengo que hacer un esfuerzo mayor. No porque yo sea fant¨¢stica, sino por imperativo ¨¦tico. Y la mejor forma que conozco de llegar a otro, sobre todo cuando por cualquier circunstancia ese otro es diferente de m¨ª, es escuch¨¢ndolo. As¨ª que, cuando o¨ª que no deber¨ªa llevar turbante, entre otros s¨ªmbolos culturales de las mujeres negras, fui a escucharlas. Creo que esto es algo que tenemos que rescatar con urgencia. No responder a una interdicci¨®n con una exclamaci¨®n: ¡°?S¨ª que puedo!¡±. Sino con una pregunta: ¡°?Por qu¨¦ no deber¨ªa?¡± Las respuestas categ¨®ricas, as¨ª como las certezas, nos mantienen en el mismo lugar. Las preguntas nos llevan m¨¢s lejos, porque nos llevan al otro.

La respuesta m¨¢s completa que encontr¨¦ a mi b¨²squeda fue un texto de Ana Maria Gon?alves. Escritora de gran talento, mujer, negra. Autora de Um defeito de cor (un defecto de color), una novela extraordinaria. Sugiero la lectura del texto completo, publicado en Intercept. Pero reproduzco aqu¨ª los fragmentos que me parecen fundamentales para poder seguir escribiendo mi carta de blanca. Ana Maria Gon?alves dice:

¡°Gran parte de la poblaci¨®n blanca brasile?a sabe de sus or¨ªgenes europeos y cultiva, con amor y orgullo, el apellido italiano, el libro de recetas de la bisabuela portuguesa, la menor¨¢ que est¨¢ desde hace varias generaciones en la familia. Quien puede permit¨ªrselo va, al menos una vez en la vida, a visitar el lugar de donde salieron sus ancestrales y a conocer a los parientes que se quedaron por all¨¢. ?Y los descendientes de los africanos de la di¨¢spora? Cuando llegaron aqu¨ª, los traficantes de personas ya hab¨ªan borrado los registros del lugar de donde hab¨ªan salido y hab¨ªan redefinido etnias con nombres gen¨¦ricos, como Mina (todos los que hab¨ªan embarcado en la costa de Mina), les hab¨ªan hecho dar vueltas y vueltas alrededor del ?rbol del Olvido (ritual que cre¨ªan que borraba todas las memorias y la historia) o pasar por la Puerta de No Retorno, para que nunca m¨¢s sintiesen ganas de volver, separ¨¢ndolos en lotes que eran m¨¢s valiosos cuanto m¨¢s diversificados, para que no se entendiesen.

A¨²n en tierras africanas hab¨ªan sido sometidos al bautismo cat¨®lico para que dejasen de ser paganos y adquiriesen un alma por medio de una religi¨®n 'civilizadora', y se les hab¨ªa puesto un nombre 'cristiano', que se un¨ªa, en tierras brasile?as, al apellido de la familia que los hab¨ªa adquirido. En Brasil, no pod¨ªan hablar sus propias lenguas, manifestar sus creencias, ser due?os de sus propios cuerpos y destinos. Para que algo fuese preservado, fueron siglos de luchas, de vidas perdidas, de palizas, torturas, 'jeitinhos', humillaciones y enfrentamientos en nombre de los miles que aqu¨ª llegaron y de los que quedaron por el camino. Como resultado de esto, somos lo que somos: seres sin una pertenencia definida, sin ra¨ªces f¨¢ciles de rastrear, que ya no son de all¨¢ y que nunca han conseguido establecerse por completo aqu¨ª.?

El vivir en un turbante es una forma de pertenencia. Es juntarse a otro ser diasp¨®rico, que tambi¨¦n vive en un turbante y, sin que haga falta decir nada, saber que ¨¦l sabe que t¨² sabes que aquel turbante sobre nuestras cabezas cost¨® y sigue costando nuestras vidas. Saber que nuestra precaria vivienda ya ha sido considerada ilegal, inmoral, abyecta. Para cargar este turbante sobre nuestras cabezas, tuvimos que esconderlo, escamotearlo, disfrazarlo, renegar de ¨¦l. Era abrigo, pero tambi¨¦n s¨ªmbolo de fe, de resistencia, de uni¨®n. El turbante colectivo que habitamos fue constantemente racializado, no respetado, invadido, desacralizado, criminalizado. ?D¨®nde estabais cuando todo esto estaba pasando? Vosotros que, ahora, cuando casi hemos conseguido restaurar la dignidad de nuestros turbantes, quer¨¦is meter los pies por la puerta y ocupar el sof¨¢ de la sala. ?D¨®nde est¨¢is cuando necesitamos ayuda y humanidad para preservar estos s¨ªmbolos??

El turbante que habitamos no es el mismo. Lo que para ti puede ser tan solo ganas de mostrar que vas a tu aire, de proyectarte como un ser libre y sin prejuicios, para nosotros es un lugar de conexi¨®n¡±.

Las mujeres negras quieren evitar que el turbante, un s¨ªmbolo tan precioso para ellas, se convierta en mercanc¨ªa en nuestra cabeza

No s¨¦ c¨®mo escuchas esto, Thauane. Pero te puedo contar c¨®mo lo escucho yo. Escuchar la voz de Ana Maria Gon?alves, as¨ª como la de otras mujeres negras, produce movimiento en m¨ª. Las voces de esas mujeres me ensanchan por dentro. Ensanchan mi visi¨®n de mundo. No conseguir¨ªa entender de esta forma, de esta forma que me atraviesa el cuerpo, si no fuese porque ellas tuvieron la paciencia de explic¨¢rmelo con palabras que tambi¨¦n atraviesan sus cuerpos.?

Entiendo que, para ti, el turbante tambi¨¦n significaba abrigo. Y tal vez abrigo del dolor. Pero tienes otras formas de encontrar abrigo para tu cabeza desnuda. As¨ª como yo tengo otras formas de expresarme a trav¨¦s de lo que me pongo en la cabeza. Las mujeres negras nos explican que no. Que para ellas el turbante es memoria, es identidad y es pertenencia. Es, por lo tanto, vital. Lo que las mujeres negras nos dicen, Thauane, es que no quieren que el turbante, que es tan precioso para ellas, se convierta en mera mercanc¨ªa en nuestra cabeza. As¨ª que, Thauane, creo que t¨² y yo tenemos que escucharlas. Y podemos no ponernos un turbante. Por cierto, no ponernos un turbante es precisamente lo m¨ªnimo que podemos hacer.

Y podemos no usarlo por muchos argumentos, pero aqu¨ª me basta este. Porque son ellas quienes me lo dicen. Las mujeres negras, las que en el pasado fueron arrancadas de sus tierras y tra¨ªdas como carga a Brasil para trabajar como esclavas, las mujeres negras que eran violadas por los blancos como desacontecimiento cotidiano. Las mujeres negras, que dejaron de amamantar a sus propios hijos para amamantar a los hijos de las se?oras blancas. Las mujeres negras, que fueron obligadas a criar a los hijos de otras mientras los suyos eran olvidados. Las mujeres negras, que, cuando sus hijos sobreviv¨ªan al hambre, a los malos tratos y a las enfermedades, todo lo que pod¨ªan esperar de un futuro era que tambi¨¦n fueran esclavos. Las mujeres negras, que en el presente siguen teniendo los peores sueldos, la escolaridad m¨¢s baja, menos acceso a todo. Las mujeres negras, que hoy son las que m¨¢s mueren de parto, son las que m¨¢s pierden hijos peque?os debido a enfermedades que ya no deber¨ªan matar, son las que m¨¢s sufren con hijos adolescentes y adultos en c¨¢rceles que son campos de concentraci¨®n no disfrazados. Las mujeres negras, cuyos hijos son ejecutados por la polic¨ªa y por escuadrones de la muerte, v¨ªctimas de un genocidio que causa poca revuelta en la parte blanca de la poblaci¨®n. Las mujeres negras, que son las que m¨¢s violaciones sufren y las que tienen menos acceso a tratamientos cuando enferman de c¨¢ncer.

Si no conseguimos establecer un di¨¢logo que sea m¨¢s que gritos de uno y otro lado, levantaremos nuevos muros

Si las mujeres negras me dicen que no puedo llevar turbante porque para ellas el turbante es un s¨ªmbolo de pertenencia, las escucho. Y entiendo que no debo ponerme un turbante. S¨ª, Thauane, creo que t¨² y yo y todas las blancas de este pa¨ªs donde la abolici¨®n de la esclavitud nunca se ha completado podemos y debemos bajar la cabeza en se?al de respeto y no ponernos un turbante solo porque las negras dicen que no podemos. Tan solo porque las hiere que usemos turbantes. Hay muchos otros argumentos, pero solo este ya me parece suficiente.?

Pero entiendo tambi¨¦n, Thauane, que tenemos que hablar de esto. Oigo de algunas mujeres negras que es demasiado pedir que tengan la paciencia de explicarnos despu¨¦s de lo tanto que sufrieron durante todos estos siglos y con un genocidio negro desarroll¨¢ndose ahora mismo sin causar clamor. Y entiendo que es dif¨ªcil. Pero, aun as¨ª, creo que es necesario. Porque si no conseguimos establecer un di¨¢logo que no sea m¨¢s que gritos de uno y otro lado, levantaremos nuevos muros o aumentaremos a¨²n m¨¢s la altura de los ya existentes. Y creo que podemos ponernos de acuerdo en que si hay algo que este pa¨ªs no necesita es m¨¢s muros.

Antes yo cre¨ªa que con no ser racista era suficiente. Al escuchar a los negros he aprendido que es mucho m¨¢s complicado

Me gustar¨ªa creer, Thauane, que si t¨², en vez de o¨ªr un repentino ¡°no puedes llevar turbante porque eres blanca¡±, fueses abordada de otra manera, que si en vez de ¡°no puedes llevarlo¡± y ¡°s¨ª que voy a llevarlo¡± hubiese una conversaci¨®n entre dos personas capaces de escucharse mutuamente, tal vez hubieses llegado a la conclusi¨®n de que no deber¨ªas ponerte un turbante. Y la historia que publicaste en Facebook ser¨ªa entonces otra, m¨¢s inspiradora y con mucha m¨¢s potencia.?

Si este episodio hubiese sucedido hace unos a?os, Thauane, tal vez me hubiera sumado a tu hashtag #VaiTerTodosDeTurbanteSim (#S¨ªQueVanALlevarTurbanteTodos). Porque me parecer¨ªa una convocaci¨®n m¨¢s igualitaria. Hasta hace unos a?os, yo pensaba que bastaba con no ser racista. Me cre¨ªa fant¨¢stica por defender los derechos humanos y denunciar la violencia contra las minor¨ªas. Me sent¨ªa bien por no distinguir razas, sino ver a personas. Tendr¨ªa la convicci¨®n de que, al ponerme un turbante, estar¨ªa haciendo un reconocimiento y un homenaje a la otra cultura. Hasta hace unos a?os cre¨ªa que eso era lo mejor que podr¨ªa hacer como blanca en un pa¨ªs racista.

He aprendido, Thauane, que es m¨¢s complicado. Y he aprendido que es m¨¢s complicado con las mujeres negras que con los hombres negros. Desde que Internet y las redes sociales hicieron posible que sus voces resonasen m¨¢s y m¨¢s lejos, ya que los espacios tradicionales estaban y siguen estando bastante interdichos para los negros, he tenido la oportunidad de aprender con ellos. Esto no significa que exista una voz absoluta que tenga todas las verdades y que tenga raz¨®n a priori. Significa tener la oportunidad de escuchar y de interrogar y hasta de no estar de acuerdo, porque aprender es movimiento, no degluci¨®n.

Como blanca en un pa¨ªs racista, existo violentamente incluso sin ser violenta

Al escuchar a los diversos movimientos negros, Thauane, he aprendido que a veces somos racistas sin saber que lo somos. Es algo tan entra?ado en nuestra aprehensi¨®n del mundo que, incluso cuando creemos no serlo, a veces lo somos. En las palabras, en los gestos, en el camino que algunos pensamientos toman. ?Cu¨¢ntas veces, por ejemplo, amigos blancos no pensaron que eran fant¨¢sticos por tratar bien a los negros? La propia idea de creerse incre¨ªble por tratar bien a alguien de otra raza presupone que habr¨ªa un motivo para no tratar bien a alguien de otra raza. Y este ya es un pensamiento racista. O el famoso ¡°no soy racista, tengo hasta amigos negros¡±.?

Pero lo que para m¨ª se ha vuelto m¨¢s evidente, Thauane, es lo que he llamado existir violentamente. Por m¨¢s ¨¦ticos que nosotros, los blancos, podamos ser, nuestra condici¨®n de blancos en un pa¨ªs racista nos lanza a una experiencia cotidiana en que somos violentos tan solo por existir. Cuando nazco en Brasil, en vez de en Italia, porque las ¨¦lites han decidido blanquear el pa¨ªs, ya soy de cierto modo violenta al nacer. Cuando a mi alrededor los negros tienen los peores empleos y los peores sueldos, la peor salud, los peores estudios, la peor casa, la peor vida y la peor muerte, yo, en la condici¨®n de blanca, existo violentamente incluso sin ser una persona violenta.

Por eso escrib¨ª un texto aqu¨ª en el que afirmaba que, en Brasil, el mejor blanco consigue, como m¨¢ximo, ser un buen se?or de esclavos. Porque, s¨ª, a¨²n somos se?oras y se?ores de esclavos, incluso cuando tratamos de ser igualitarios. Porque la desigualdad racial es nuestra condici¨®n cotidiana. Y esta experiencia de existir violentamente ¡ªo de ser violenta incluso sin ser violenta¡ª es algo que me corroe.

No hay nada como ser blanco y estar limpito en un pa¨ªs donde los negros viven peor y mueren primero

Es duro, Thauane, reconocer y sentir en los huesos, cada d¨ªa, que existo violentamente. No puedo escoger no existir violentamente, porque esta es la condici¨®n que me ha sido dada en este momento hist¨®rico. Pero pienso que hay algo que puedo elegir, que es luchar para que mis nietos puedan vivir en un pa¨ªs donde un blanco no exista violentamente tan solo por ser blanco. Y para eso tengo que escuchar. Y, sobre todo, es necesario que pierda privilegios. Me parece que hoy una de las cuestiones cruciales de este pa¨ªs se refiere a cu¨¢nto estamos dispuestos a perder para estar con el otro. Porque ser¨¢ necesario perder para que Brasil se mueva, para que el mundo se mueva.?

Y a veces los privilegios m¨¢s dif¨ªciles de perder, Thauane, son los m¨¢s sutiles, as¨ª como los m¨¢s subjetivos. Durante siglos los blancos hablaron pr¨¢cticamente solos en Brasil, inclusive sobre lo que es la cultura y lo que es la pertenencia. Los blancos hablaron pr¨¢cticamente solos incluso sobre el lugar del negro en este pa¨ªs. Ahora, menos mal, hemos perdido ese privilegio. Y vamos a tener que hablar. Pero el primer privilegio que perdimos cuando las voces negras comenzaron a resonar m¨¢s lejos es el de la ilusi¨®n de que somos limpitos porque no somos racistas. No somos limpitos. Porque no hay nada como ser blanco y estar limpito en un pa¨ªs donde los negros viven peor y mueren primero. Y a eso es a lo que le llamo existir violentamente.

Te escribo esta carta a ti, a todos y tambi¨¦n a m¨ª, con la esperanza de que atraviese los muros y llegue a su destino. Y me despido diciendo, Thauane, que, con todo tu dolor y toda tu desnudez, creo que t¨², y todas nosotras, las mujeres blancas, debemos elegir perder el privilegio de llevar turbante, con todo lo que eso significa. No solo porque alguien impidi¨® el gesto, sino porque somos capaces de escuchar argumentos y de aprender con ellos. Y porque queremos mucho estar con el otro sin que sea violentamente.

Eliane Brum es escritora, periodista y documentalista. Autora de los libros de no ficci¨®n Coluna Prestes - o avesso da lenda, A vida que ningu¨¦m v¨º, O olho da rua, A menina quebrada, Meus desacontecimentos, y de la novela Uma duas.?Sitio web: desacontecimentos.com Email: elianebrum.coluna@gmail.com Twitter: @brumelianebrum / Facebook: @brumelianebrum

Traducci¨®n de ?scar Curros

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