Una historia de amor y desaparici¨®n en la Siria de la represi¨®n
Como la siria Noura Ghazi hay miles de mujeres que perdieron el rastro de sus maridos en alg¨²n penal del pa¨ªs donde el r¨¦gimen tortura y ejecuta de forma sumar¨ªsima
La ¨²ltima noche que durmieron juntos, antes de caer en el sue?o, Bassel Khartabil le dijo a su novia, Noura Ghazi, que ten¨ªa miedo de ser detenido. Acert¨®. Al d¨ªa siguiente, el 15 de marzo de 2012, Khartabil, desarrollador inform¨¢tico, fue arrestado por agentes de la inteligencia militar siria. La ¨²ltima vez que los dos j¨®venes hablaron, ¨¦l ya desde la prisi¨®n de Adra, en el centro de Damasco, Khartabil le cont¨® a Ghazi que volv¨ªa a tener miedo, esta vez ante un posible traslado a un penal desconocido. Tambi¨¦n acert¨®. Era el 3 de octubre de 2015. La joven damascena, abogada, trat¨® de informarse y averigu¨® que le hab¨ªan hecho comparecer ante un tribunal militar. Lo que all¨ª pas¨® y adonde fue a parar el preso es un misterio. A la letrada le contaron fuentes locales que fue sentenciado a pena de muerte. No hay m¨¢s rastro.
Tampoco de las decenas de miles de reos que el r¨¦gimen de Bachar el Asad ha metido en agujeros negros de la guerra desde que estall¨® la revoluci¨®n en marzo de 2011, pero tambi¨¦n antes. Son c¨¢rceles sin nombre en las que se practica la tortura y ejecuci¨®n sumaria. Ghazi calcula que como su marido, de 35 a?os, un s¨ªmbolo en la lucha por la libertad de expresi¨®n a trav¨¦s de Internet, hay alrededor de otros 100.000 prisioneros desaparecidos.
No hay rastro de los reos ni informaci¨®n de cu¨¢ntos han muerto en los ¨²ltimos seis a?os de revuelta y conflicto. La organizaci¨®n pro derechos humanos Amnist¨ªa Internacional, que invit¨® esta semana a Madrid a la abogada Noura Ghazi (Damasco, 1981), inform¨® recientemente de que al menos 17.000 presos han muerto en penales del r¨¦gimen por los efectos de la tortura y las malas condiciones de las c¨¢rceles. Adem¨¢s, y seg¨²n lo documentado por Amnist¨ªa, solo en la prisi¨®n de Sednaya, cerca de Damasco, habr¨ªan sido ejecutadas de forma sumaria alrededor de 13.000 personas en los primeros cuatro a?os de guerra.
"Ayud¨¦ a muchos a salir de prisi¨®n", dice Ghazi, "pero no a mi marido". Menuda, sonriente y muy sol¨ªcita, Ghazi, del barrio capitalino de Bab Tuma, sorprende con cada peque?o detalle que recuerda de su historia. No suele hablar del caso de Khartabil porque, seg¨²n ella, son miles las mujeres que sufren lo mismo y a las que tiene que defender. Es su terapia. Algunas de las cosas que recupera de la memoria: a Khartabil le detuvieron dos semanas antes de que se casaran. Contra ella hab¨ªa tambi¨¦n una orden de arresto, pero fue ¨¦l el apresado. Al principio no pudieron hablar porque permanec¨ªa incomunicado. Pero cuando fue trasladado a la c¨¢rcel de Adra, decidieron casarse en presencia de los padres de ambos. Reunieron testigos, firmaron un documento que un familiar abogado present¨® en un tribunal de primera instancia, y lo celebraron. Cada uno por su lado.
No era un cuento de hadas. "?l se re¨ªa cuando hablaba de la tortura", recuerda la joven damascena. Cuando contaba, en pocas ocasiones, lo que le hac¨ªan sobre la piel con cigarrillos o electricidad. "Estar sin comer, sin dormir, sin ropa y con fr¨ªo lo llevaba bien", recuerda Ghazi, "Bassel dec¨ªa: 'es mi opci¨®n y tengo que aguantar". La abogada siria, asistente hoy de familias de presos en situaci¨®n similar a la de su marido, ten¨ªa un buen compa?ero en su particular batalla: su padre. "?l fue el que me dijo c¨®mo tratar con Bassel en prisi¨®n". Sab¨ªa bien lo que era la c¨¢rcel de Adra, donde el profesor universitario, hoy de 64 a?os, estuvo recluido de 1992 a 1995. Eran tiempos de Hafez el Asad, padre del actual presidente sirio. La ni?a que entonces tuvo que entrar en una c¨¢rcel para ver a su padre con dos muros de separaci¨®n, deb¨ªa ahora volver para visitar a su marido.
Ghazi ha movido Roma con Santiago. Ha usado a sus colegas con buenos contactos para ver si europeos, rusos o estadounidenses pudieran averiguar algo sobre su marido. Nada. "Me volv¨ª algo loca, estuve en terapia con una psic¨®loga libanesa y tom¨¦ medicamentos", admite la abogada con pesadumbre. Ya no duerme bien y tiene unas pesadillas terribles porque le pasa lo que a todas esas familias a las que quiere ayudar: no sabe qu¨¦ ha sido de su ser querido. "No acabo de creerme los rumores sobre su sentencia a muerte", dice sin atisbo de consuelo, "pero no puedo ignorarlos".
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