El sendero de la muerte que llega a Europa
Ventimiglia, frontera de Italia y Francia, vuelve a ser el cuello de botella del ¨¦xodo de miles de migrantes atrapados durante semanas que arriesgan la vida cruzando por la monta?a
En el camino de tierra hay ropa, restos de comida y documentos que ya no servir¨¢n al otro lado. El sendero serpentea monta?a arriba y atraviesa un puente de la autopista donde un cartel con la bandera de la Uni¨®n Europea da la bienvenida a Francia. Algunos saltan desde ah¨ª y corren por el arc¨¦n en plena noche. Pero desde hace dos a?os, Francia controla todos los accesos desde Ventimiglia?(Italia) y solo en 2016 devolvi¨® en caliente a 18.000 personas: lo llaman el ping pong. Por eso, muchos deciden seguir este estrecho camino de tierra hasta lo alto de una roca rojiza donde una valla oxidada separa los dos pa¨ªses. Una vez ah¨ª, es importante no equivocarse. Abderazake Jahyea, un guineano de 17 a?os, vio como las luces de Montecarlo bailaban a lo lejos y quiso seguirlas, pero cay¨® por un barranco a principios de marzo. Por eso, alguien lo bautiz¨® como Sendero de la muerte.
Francia devolvi¨® en 2016 pasado a unos 18.000 migrantes que cruzaron por la frontera de Ventimiglia
Ventimiglia, un pueblo de 20.000 habitantes en Liguria, justo a los pies de los Alpes Mar¨ªtimos, es hoy el cuello de botella de uno de los mayores fen¨®menos migratorios que ha vivido Italia en las ¨²ltimas d¨¦cadas. La mayor¨ªa de los 180.000 inmigrantes que desembarcaron procedentes de Libia en 2016 ¡ªeste a?o el Gobierno espera que lo hagan 250.000¡ª quiere seguir su camino hasta el norte y muchos intentan cruzar desesperadamente por esta frontera ¡ª10 han muerto en los ¨²ltimos meses¡ª o por la suiza desde Como. El goteo es diario, pero desde junio de 2015 la polic¨ªa francesa controla el paso y ha cerrado la frontera a los migrantes: les pide la documentaci¨®n y los devuelve una y otra vez, en el mismo tren o andando. A veces, incluso falseando la fecha de nacimiento de los menores, denuncian las ONG de la zona.
La puesta en escena empieza a recordar a la de Pas de Calais?(Francia), donde termin¨® form¨¢ndose un campamento de 5.000 personas conocido como La Jungla. En Ventimiglia ya hay gente durmiendo debajo de los puentes, familias africanas lavando la ropa en el r¨ªo, chicos esperando en la v¨ªa del tren o decenas de hombres pasando el d¨ªa en los barracones de un gran campamento de la Cruz Roja al que solo pueden entrar hombres adultos con el registro de la huella dactilar. Ahora mismo hay unas 300 personas varadas en el pueblo. Pero con la llegada del buen tiempo, comenzar¨¢n los desembarcos masivos y organizaciones como M¨¦dicos sin Fronteras, crucial en su apoyo m¨¦dico y psicol¨®gico, temen que este a?o la situaci¨®n todav¨ªa pueda ser peor que el anterior.
Desde el a?o pasado, han muerto 10 migrantes intentando cruzar por la autopista, la monta?a o las v¨ªas del tren
Don Rito, sacerdote colombiano y titular de la peque?a parroquia de San Antonio, lo recuerda perfectamente. La iglesia aloj¨® a 1.000 personas durante semanas. Dorm¨ªan y com¨ªan como pod¨ªan, pero a nadie le falt¨® lo m¨ªnimo. ¡°Todo este patio estaba lleno¡±, dice se?alando la cancha de f¨²tbol donde ahora juega un grupo de menores. Desde entonces, este lugar se ha convertido en un refugio para j¨®venes, familias y mujeres en tr¨¢nsito. Pueden dormir, comer y recibir asistencia m¨¦dica. Un milagro con m¨¢s gastos que recursos. Pero a muchos feligreses locales no les gusta nada y han cambiado de iglesia. ¡°Les parec¨ªa una herej¨ªa tener a centenares de musulmanes correteando por ah¨ª. Pero sabe, no es un problema de la inmigraci¨®n. El problema es que ellos no son verdaderos cristianos¡±, concluye Don Rito mientras los voluntarios preparan la comida del d¨ªa.
Los chicos aparecen solos en mitad de la noche con el ¨²ltimo tren procedente de Mil¨¢n. A veces duermen en la estaci¨®n esperando al primero de la ma?ana hacia Niza. Otras caminan hasta la Iglesia con los pies ensangrentados o llenos de ampollas. El a?o pasado llegaron 28.500 menores no acompa?ados a Italia. En Ventimiglia, cada vez hay m¨¢s y los passeurs, normalmente hombres magreb¨ªes que intentan hacer negocio con ellos, les cobran hasta 300 euros por llevarlos al otro lado de la frontera.
The New Arrivals
Cuatro millones de inmigrantes han llegado a Espa?a en dos d¨¦cadas en avi¨®n, en patera o saltando la valla. M¨¢s de un mill¨®n de personas pidieron asilo en Europa en 2016. EL PA?S cuenta, en un proyecto de 500 d¨ªas con los diarios The Guardian, Der Spiegel y Le Monde, c¨®mo se adaptan estos nuevos europeos y c¨®mo Europa se adapta a ellos. Una mirada a un fen¨®meno que est¨¢ transformando Espa?a y el continente
Ibrahim tiene 16 a?os, la cara de ni?o y los dedos, con los que juega con su tel¨¦fono, de hombre. Sali¨® de Guinea Conarky hace un a?o y pas¨® por Mal¨ª, Burkina Faso, N¨ªger y Libia, donde todos cuentan que han matado, violado o atacado a compa?eros. Ah¨ª subi¨® a una barcaza de goma, muerto de miedo, con otras 150 personas y se encomend¨® a Dios. ¡°Es que s¨¦ nadar¡±, desliza en franc¨¦s. Nadie muri¨® ese d¨ªa. Pero tras alg¨²n centro de internamiento y un viaje a trav¨¦s de Italia, termin¨® atrapado en Ventimiglia, donde ha intentado varias veces pasar a Francia. Lo mismo que su amigo Otmene, un sudan¨¦s de solo 15 a?os que huy¨® de Darfur con 10 y termin¨® sin motivo en una c¨¢rcel libia. ¡°Tuve que pagar 1.500 euros para que me dejaran salir. Me los mand¨® un amigo, pero luego estuve trabajando. Me estafaron y me robaron. Y al final consegu¨ª otros 700 euros m¨¢s para subir a una patera¡±. Le rescat¨® una ONG y le llevaron a Cerde?a, donde termin¨® march¨¢ndose de la casa de acogida.
La parroquia de Don Rito ha llegado a acoger a 1.000 migrantes que no ten¨ªan donde dormir
En el pueblo hay gente de Sud¨¢n, Chad, Guinea, Eritrea, Sierra Leona¡ Por la parroquia han pasado ya 82 nacionalidades distintas. Y entre los vecinos hay un incipiente rechazo, orquestado por la xen¨®foba Liga Norte, que hace pocos d¨ªas mont¨® una protesta encaden¨¢ndose en un paso a nivel. Pero hay otros lugares, como el bar de Delia Buonomo, que se han convertido en centros de reuni¨®n. Un local que ha reformado su negocio y buscado productos a precios justos. Aqu¨ª, las mujeres y los ni?os no pagan. Detr¨¢s del mostrador, se presta el servicio m¨¢s preciado: una enorme plataforma para cargar decenas de m¨®viles a la vez. En la puerta del local, donde a menudo acude la polic¨ªa para pedir la documentaci¨®n, ha pegado varios art¨ªculos de la Constituci¨®n. ¡°Es para recordarle a la gente que en Italia es ilegal ser racista¡±, dice Buonomo.
Pero en Ventimiglia tambi¨¦n es ilegal dar de comer a los inmigrantes. O, al menos, hacerlo en la calle. El joven alcalde del pueblo (32 a?os), Enrico Ioculano (Partido Democr¨¢tico,?PD) quiso poner fin a los campamentos espont¨¢neos de ayuda a los inmigrantes regulando la posibilidad de darles comida por la calle. Generaban suciedad, caos y rechazo vecinal, cuenta. Desmantelados aquellos lugares e instalados ya el campo de la Cruz Roja y el servicio de Don Rito, sin embargo, la ordenanza sigue vigente y acaban de ser multadas varias personas. ?l se defiende, y mantiene que hay que regular el equilibrio entre la inmigraci¨®n y la gente del pueblo.
A las 23.00 se cierran las puertas de la parroquia. Tambi¨¦n las del campamento de la Cruz Roja. Muchos duermen fuera y otros, simplemente, no regresan a su camastro e intentan cruzar a Francia. La mayor¨ªa vuelve por la ma?ana, casi siempre un poco m¨¢s desmoralizada. Alguna vez se les ha escapado pensarlo y se lo han dicho a Alessandra, una de las voluntarias que se ha dejado la vida en los ¨²ltimos dos a?os en la parroquia de Don Rito. De haber sabido que esto era Europa, suspiran, quiz¨¢ se hubieran quedado en casa.
El caso de la ciudad de Como es muy parecido al de Ventimiglia. Se trata de una frontera formalmente cerrada, pero los inmigrantes intentan pasar por ah¨ª para llegar a Suiza y despu¨¦s seguir su camino hasta el norte de Europa.
En Como el sistema de acogida es justo al rev¨¦s. El campo de la Cruz Roja es para mujeres y menores, y la parroquia de Rebbio acoge a hombres adultos. Sin embargo, ellos solo pueden quedarse una noche, lo que complica sobremanera las cosas. Adem¨¢s, las temperaturas de aquella zona son muy bajas y es casi imposible dormir en la calle.
Los menores tambi¨¦n se encuentran en un limbo jur¨ªdico. "Deber¨ªan dejarles pasar o asignarles una tutela de alg¨²n tipo", se?ala Andrea Anselmi, coordinador del programa Migrantes en Movimiento de M¨¦dicos sin Fronteras. "Pero la realidad es otra muy distinta", insiste en relaci¨®n al hecho de que sean devueltos por el mismo camino por donde llegaron.
El proyecto?The New Arrivals?est¨¢ financiado por el European Journalism Centre con el apoyo de la Fundaci¨®n Bill & Melinda Gates.
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