Frente al dolor de la guerra contra el narco en M¨¦xico
EL PA?S visita en Monterrey un grupo de terapia pionero con ni?os que tienen familiares desaparecidos. El conflicto ha dejado decenas de miles de ausentes
?¡°Bueno¡±, dice Laura, ¡°como ya saben, todos los mi¨¦rcoles venimos aqu¨ª. Y tambi¨¦n saben que tienen algo en com¨²n. Ya s¨¦ que siempre lo pregunto pero, ?me pueden decir por qu¨¦ vienen aqu¨ª?¡±
¡°?Por los desaparecidos?¡±, dice una de las ni?as.
¡°Exacto¡±, contesta Laura, ¡°por los desaparecidos¡±.
Los chicos, las chicas, asienten, murmullan, hacen ruido. El menor tiene dos a?os, la mayor 13. Todos miran el pizarr¨®n blanco, colgado de una pared blanca, bajo una luz blanca, el mismo color del suelo, de las cuartillas de papel que van a usar para sus dibujos dentro de un rato.
Son cinco, luego llegar¨¢n dos m¨¢s. Se sientan en el piso y escuchan a Laura, su terapeuta. Laura es joven, delgada, due?a de una paciencia infinita. Esta semana la sesi¨®n transcurre a merced de los gritos, los mordiscos y las caranto?as que se dedican una pareja de hermanos. Sus nombres, igual que los del resto, no aparecer¨¢n en estas l¨ªneas para proteger sus identidades. Laura les mira y sonr¨ªe y trata de explicar la actividad de hoy. Parece muy dif¨ªcil sonre¨ªr en vez de gritar, pero la psic¨®loga lo consigue una y otra vez. Los dem¨¢s observan esta escena de amor fraternal con una mezcla de timidez y expectativa en los ojos.
La ausencia los une. La desaparici¨®n de un t¨ªo, un pap¨¢, una mam¨¢, un hermano. Ignorar qu¨¦ fue de ellos, la duda, la ambig¨¹edad: ?est¨¢n vivos o muertos? ?Por qu¨¦ se los llevaron? ?Por qu¨¦ no aparecen?
La guerra que sacude a M¨¦xico desde hace una d¨¦cada ha engendrado una aberraci¨®n a¨²n mayor que el cat¨¢logo de barbaridades ensayado por los grupos criminales. M¨¢s all¨¢ de decapitados y desmembrados, en todo el pa¨ªs hay casi 30.000 familias que ignoran qu¨¦ fue de los suyos. Decenas de miles de personas que no pueden descansar, vivir un duelo normal, cerrarlo: volver a la vida. Criminales o funcionarios p¨²blicos metidos a criminales levantaron, como dicen en M¨¦xico, a decenas de miles de personas en estos a?os. Y no aparecen.
En un pa¨ªs ensimismado con la violencia del d¨ªa a d¨ªa, el grupo de terapia infantil que dirige Laura es un acto de rebeld¨ªa. Cada mi¨¦rcoles, los ni?os se juntan con la psic¨®loga en las instalaciones de Cadhac, una organizaci¨®n que lleva a?os denunciado casos de personas desaparecidas en Nuevo Le¨®n, en el norte de M¨¦xico. La psic¨®loga trata de entender, de captar qu¨¦ saben esos ni?os y ni?as sobre su pap¨¢ ausente, su t¨ªo, su abuelo...
Las cifras
Cadhac present¨® este jueves un informe sobre los casos de desaparecidos de Nuevo Le¨®n. Arrimado a la frontera, colindante con Tamaulipas, el estado norte?o sufri¨® una ola de violencia entre 2010 y 2011, fruto de la pelea entre Los Zetas y el Cartel del Golfo. La mayor¨ªa de casos, explica el informe, son de esos a?os.
El punto principal del informe, el cap¨ªtulo uno, se titula ¡°La desaparici¨®n de personas, el problema del subregistro¡±. L¨ªnea tras l¨ªnea, critica el m¨¦todo de registro de personas desaparecidas. Primero porque el Gobierno no distingue entre v¨ªctimas de desaparici¨®n y de desaparici¨®n forzada, esto es, llevadas a cabo por autoridades. Luego porque tampoco distingue a las personas extraviadas de las desaparecidas. Despu¨¦s porque no hay registro de cuantas fueron localizadas¡
No se sabe con exactitud cu¨¢ntos desaparecidos hay en Nuevo Le¨®n. Se ignora igualmente la cifra a nivel nacional. Se sabe que la mayor¨ªa de desapariciones ni siquiera se denuncia. Por miedo.
La terapia infantil que dirige Laura es un acto de rebeld¨ªa porque es un intento extraordinario de curar una herida gangrenada.
El cuento de las verduras
Tanya apura su hamburguesa. ¡°Te digo¡±, dice, ¡°que ahora ya no me cuesta¡±. Aunque a ratos parece que s¨ª, que le cuesta. Su marido desapareci¨® en marzo de 2013 y al principio, cuenta, les dec¨ªa a sus hijos que estaba trabajando. Porque le costaba decirles otra cosa: la verdad. Cuando ocurri¨® aquello, el mayor ten¨ªa poco m¨¢s de dos a?os y el peque?o, meses. Un a?o despu¨¦s de la desaparici¨®n, el mayor empez¨® a preguntar.
¡°Cuando ¨¦l entr¨® al k¨ªnder, empiezan los eventos a los que citan a pap¨¢. El d¨ªa del padre, as¨ª. Entonces me preguntaba, ?y mi pap¨¢?, ?Por qu¨¦ no viene? Entonces yo le dec¨ªa, ¡®est¨¢ trabajando, tiene mucho trabajo, no puede hablar. Pero ¨¦l te quiere, donde quiera que ¨¦l est¨¦, ¨¦l te quiere¡¯. Pero, ?por qu¨¦ no viene?, dec¨ªa. Si los dem¨¢s ni?os vienen sus papas, ?por qu¨¦ el m¨ªo no? Eso me dec¨ªa. Yo no tengo papa, dec¨ªa. Y yo le contestaba, ¡®no, todos los ni?os del mundo tienen mam¨¢ y pap¨¢, pero a veces, por alguna circunstancia, no viven juntos. Tu si lo tienes y ¨¦l est¨¢ trabajando y al rato vuelve¡±.
Y as¨ª.
Tanya empez¨® a ir a la psic¨®loga de Cadhac. Y ella le explic¨® que era mejor no enga?arlo. Porque as¨ª, le dijo, estaba alimentado su ilusi¨®n de que volviera.
Otro a?o y medio despu¨¦s de la desaparici¨®n, Tanya le dijo al mayor, por primera vez, que no sab¨ªa d¨®nde estaba su padre. ?Y mi pap¨¢? Le pregunt¨® un d¨ªa. Ella le dijo, ¡°no s¨¦¡±. D¨ªas m¨¢s tarde, cuestionada de nuevo, ampli¨® su respuesta: ¡°no s¨¦ qu¨¦ pas¨® con ¨¦l, lo estamos buscando¡±. El mayor, que entonces tendr¨ªa cuatro a?os, le dijo, ¡°pero, ?por qu¨¦? ?Se perdi¨®?¡±.
Poco a poco, el mayor ha entendido que no es que su padre se haya perdido. Ni que evite volver. Solo desapareci¨®. Un d¨ªa, un amiguito de la escuela le pregunt¨® si en su familia ten¨ªan carro. ¡°?l dijo que s¨ª¡±, cuenta Tanya, ¡°que es el carro de mi pap¨¢, pero mi mam¨¢ lo maneja porque mi pap¨¢ desapareci¨®¡±.
Con el peque?o es m¨¢s dif¨ªcil. Es, en cierto sentido, volver a empezar. Las mismas preguntas que se hac¨ªa el mayor. Para ayudar, Laura le prest¨® un cuento en el que desaparecen las verduras. ¡°Se lo he contado. Le dec¨ªa, ¡®mira, est¨¢n desapareciendo las verduras¡¯, pero ¨¦l dijo que era aburrido¡±.
La p¨¦rdida ambigua
En la d¨¦cada de 1980, la acad¨¦mica estadunidense Pauline Boss entrevist¨® a familiares de soldados desaparecidos durante la guerra de Vietnam. M¨¢s de 2.000 familias en Estados Unidos ignoraban qu¨¦ hab¨ªa pasado con los suyos. Boss se dio cuenta de que su experiencia era distinta a la de cualquier persona que perd¨ªa un ser querido. Aquellas familias viv¨ªan un duelo anormal, ambiguo: un duelo sin muerto, sin entierro, sin cenizas.
En 1999, la Universidad de Harvard public¨® Ambiguous Loss: Learning to live with unresolved grief. Era el resultado de las investigaciones de Boss. Cuando lo tradujeron al espa?ol, lo titularon P¨¦rdida Ambigua. Boss diferencia dos tipos de p¨¦rdidas ambiguas. La primera implica la ausencia psicol¨®gica y presencia f¨ªsica del ser querido. Es la situaci¨®n que experimentan familiares de enfermos de alzheimer o demencia. De los que est¨¢n, pero no est¨¢n.
La segunda supone la ausencia f¨ªsica y presencia psicol¨®gica de la persona. La familia no lo ve, pero lo siente. Es el caso de los chicos de este texto. De los chicos y sus familias. Su situaci¨®n de hecho es peor. Mientras el Gobierno de Estados Unidos glorificaba a los ca¨ªdos en Vietnam, muertos o no, en M¨¦xico, el desaparecido es poco menos que un paria. Si se los llevaron es porque en algo andar¨ªan. ¡°Se vuelven delincuentes¡±, opina Laura, ¡°y las v¨ªctimas no son tan v¨ªctimas, porque son familiares de un delincuente. Y en realidad no es as¨ª. E incluso en los casos que s¨ª, siguen siendo v¨ªctimas. No porque haya delinquido quiere decir que no es una v¨ªctima¡±.
En M¨¦xico, los ¨²nicos estudios relacionados con la p¨¦rdida ambigua son obra de tres profesores de la Facultad de Estudios Superiores de Iztacala, adscrita a la Universidad Nacional Aut¨®noma de M¨¦xico. Se trata de Rosa Isabel Garc¨ªa, Adri¨¢n Mellado y Mar¨ªa Su¨¢rez. Sus trabajos datan de hace varios a?os, antes de que el presidente Felipe Calder¨®n encomendara la seguridad p¨²blica a las Fuerzas Armadas y los ¨ªndices delictivos escalaran a niveles nunca antes vistos.
En entrevista con EL PA?S, la maestra Garc¨ªa trata de ponerse en el lugar de los padres que ignoran el paradero de sus hijos. ¡°No me quiero imaginar la tortura psicol¨®gica que debe suponer. La madre se preguntar¨¢ ?estar¨ªa en algo y yo no lo sab¨ªa? Y el Estado calla. Est¨¢n culpando al hijo y a la madre. Le est¨¢n diciendo que no fue una buena madre¡±.
La National Child Traumatic Stress Network, una organizaci¨®n fundada en el a?o 2000 por el Congreso de EE UU, indica que ¡°la falta de certeza ante la muerte impide que los ni?os completen el proceso de duelo¡±. Los menores desarrollan s¨ªntomas asociados al s¨ªndrome de estr¨¦s postraum¨¢tico, PTSD. Como si fueran veteranos de guerra: pesadillas sobre la muerte de su familiar, fantasear con su rescate, evitar lugares, cosas, sentimientos que les recuerde a ¨¦l, enojo, inquietud, enfado, irritabilidad¡
Boss dice que la diferencia es que los familiares de desaparecidos, a diferencia de los veteranos de guerra, no escapan de la experiencia traum¨¢tica. De vuelta de la guerra, de lo que pas¨® all¨ª, el soldado puede curarse en un entorno seguro. Los otros no. Porque la experiencia traum¨¢tica ¨Cel no saber, el ignorar qu¨¦ paso, si va a volver¨C permanece.
El fantasma que me hace feliz
Los ni?os empiezan a llegar a las 15.30. Acuden al cuarto de juegos y esperan. Uno agarra unos coches de pl¨¢stico y simula una carrera. Otra, la mayor, le hace una trenza a una nena flaquita. Fuera, el calor es infernal. Las calles de la colonia lucen desiertas. El cerro de la Silla se intuye a lo lejos, envuelto en neblina. La mayor¨ªa de familias que traen a los ni?os a terapia vienen de lejos, una hora de camino m¨¢s o menos.
A las 16.00, Laura inicia la sesi¨®n: ¡°Ya saben que tienen algo en com¨²n¡±¡ Les reparte una cuartilla a cada uno, dividida en tres rect¨¢ngulos. En el primero, les dice, deben dibujar algo que les haga enojar. En el segundo, algo que les haga llorar. En el tercero, lo que les ponga felices.
Los hijos de Tanya parecen inquietos. Se tiran al suelo, se levantan. Hacen equipo con otro chico. Dibujan juntos. El peque?o traza un Goku con la cara triste en el cuadro de las cosas que le hacen llorar. Laura le pregunta y ¨¦l dice que est¨¢ triste porque ha peleado con Vegeta.
El hijo peque?o de Tanya guarda una sorpresa para el ¨²ltimo cuadro. Dibuja un fantasma con trazos gruesos. Un fantasma en el rect¨¢ngulo de las cosas que le hacen feliz. Laura le pregunta y ¨¦l contesta: ¡°es que mi pap¨¢ se muri¨®¡±.
La mayor¨ªa esboza rostros sonrientes, enfadados y tristones. Cada uno donde toca. Algunos se copian entre ellos, otros, en vez de dibujar, escriben. Uno de los mayores, que cuenta unos 11 a?os, se enoja cuando sus hermanos le molestan. Se tranquiliza, a?ade, cuando est¨¢ en un lugar callado.
La din¨¢mica dura una hora y las hojas acaban en una carpeta que Laura guarda en un archivador de metal en una esquina de la sala. La psic¨®loga propone una actividad distinta cada sesi¨®n. El mi¨¦rcoles siguiente, por ejemplo, dividir¨¢ de nuevo el folio en tres partes y pedir¨¢ que en la primera dibujen c¨®mo se ven; en la segunda, qu¨¦ querr¨ªan cambiar de ellos mismos. En la tercera, qu¨¦ les gustar¨ªa ser de grandes. En esa sesi¨®n, un ni?o que ha faltado en esta, dibujar¨¢ un ata¨²d y una cruz en el pizarr¨®n. ¡°Estoy en mi tumba¡±, gritar¨¢.
La segunda hora de las sesiones es para jugar. Laura recoge las cuartillas y los ni?os pasan a la sala de juegos. A veces son seis, siete, ocho. Otras, uno: todos viven lejos y los carros se estropean, las mam¨¢s trabajan o las abuelas no pueden. Laura dice que ¡°la gran mayor¨ªa son de nivel socioecon¨®mico medio bajo, que empeor¨® a ra¨ªz de la desaparici¨®n. Se la ven muy complicada con los gastos de la casa, las escuelas, la misma atenci¨®n del ni?o, ropa juguetes¡±.
El mi¨¦rcoles 5 de abril solo acude un ni?o. Laura quer¨ªa que todos vieran Intensamente ¨CInside out¨C, la pel¨ªcula de dibujos animados en que los protagonistas son los sentimientos de una ni?a. Quer¨ªa que luego, cada uno eligiera un personaje y se inventara una historia: Yo elijo Alegr¨ªa. Y la historia es que un d¨ªa¡
Pero solo llega uno. Ven la pel¨ªcula y cuando acaba, el ni?o le dice a Laura que el personaje que menos le gusta es tristeza. El que m¨¢s, furia. Susurra que tristeza arruina todo.
Ventanas
En 1988, la terapeuta brit¨¢nica Violet Oaklander public¨® una de las obras de cabecera de terapia infantil. La titul¨® Windows to our children, Ventanas a nuestros hijos. Oaklander escribe que ¡°los ni?os dibujan lugares que est¨¢n en oposici¨®n directa a sus sentimientos del presente. La fantas¨ªa¡±, a?ade, ¡°se convierte en un medio para expresar lo que a ¨¦l le cuesta admitir como realidad. La forma en que un ni?o enfoca el dibujo es con frecuencia similar a su proceso de enfocar la vida (¡) Los ni?os son resistentes y defensivos por buenas razones: hacen lo que tienen que hacer para sobrevivir, para protegerse¡±.
El mi¨¦rcoles pasado, Laura rescat¨® el dibujo del hijo peque?o de Tanya, el del fantasma. ¡°Los trazos eran muy agresivos, fuertes. Parece un fantasma enojado. Podr¨ªa ser que dibujar a su pap¨¢ le pusiera feliz. Ya representarlo como un fantasma le da un poco de certeza¡±.
- Es como ambiguo, ?no? Un fantasma, ni vivo ni muerto. Quiz¨¢ sea su forma de explic¨¢rselo, de solucionarlo.
- S¨ª, habr¨ªa que ver qu¨¦ m¨¢s hay, pero s¨ª, podr¨ªamos decir que va por ah¨ª.