Asesinatos a pleno d¨ªa, una rutina en la regi¨®n m¨¢s violenta de Brasil
Las bandas de traficantes campan a sus anchas por Natal, que el a?o pasado registr¨® 107 asesinatos por cada 100.000 habitantes
F¨¢bio cay¨® a las 18h40 del s¨¢bado. A aquella hora, la plaza del barrio de Bom Pastor, en la periferia de Natal, en el noreste de Brasil, estaba abarrotada. Su cuerpo presenta 12 agujeros de bala, cinco de ellos en la cabeza. Los asesinos actuaron r¨¢pido, en cuanto ¨¦l descendi¨® de la moto. En el suelo, ya sin vida, su cuerpo est¨¢ tendido en la calzada a¨²n con el casco puesto, al lado de los aparatos de gimnasia donde juegan los ni?os del barrio. Los tiros interrumpieron su diversi¨®n y ahora los peque?os rodean el cad¨¢ver. "Fue p¨¢-p¨¢. P¨¢p¨¢p¨¢p¨¢p¨¢¡±, reproduce uno de los vecinos mientras mira el cuerpo en el suelo. En este espect¨¢culo macabro, todos conocen los sonidos diferentes de las armas y los imitan para explicar que los criminales usaron dos tipos.
Al margen de los focos que apuntan a otros lugares del pa¨ªs, como R¨ªo de Janeiro, la regi¨®n metropolitana de Natal, en el Estado de Rio Grande do Norte, ha escalado hasta el primer puesto de la sombr¨ªa estad¨ªstica de asesinatos en Brasil. El a?o pasado alcanz¨® una tasa de 107 homicidios por cada 100.000 habitantes,? lo que la convierte en la cuarta zona m¨¢s violenta del mundo, despu¨¦s de Los Cabos, en M¨¦xico, Caracas y Acapulco, seg¨²n un estudio de la ONG mexicana Consejo Ciudadano para la Seguridad P¨²blica y la Justicia. En 2017, se registraron cuatro asesinatos por d¨ªa en un ¨¢rea con 1,3 millones de habitantes.
Todo es precario en Natal. "Para comenzar, faltan pol¨ªticas sociales para atacar el absentismo escolar y? las bolsas de pobreza. Falta un sistema penitenciario menos vulnerable, de donde no huyan m¨¢s de 500 presos, como ocurri¨® en 2016. Y faltan efectivos policiales", afirma Ivenio Hermes, investigador del Observatorio de la Violencia en Rio Grande do Norte. La falta de agentes es tal que Nilton Arruda, presidente del Sindicato de la Polic¨ªa Civil afirma:? ¡°Es como si estuvi¨¦ramos en permanente estado de huelga¡±. En medio de la escalada de violencia, los agentes cobran sus salarios con retrasos de hasta dos meses, lo que motiv¨® que paralizasen sus actividades casi un mes entre diciembre y enero del a?o pasado, cuando el Gobierno decidi¨® mandar all¨ª al Ej¨¦rcito. ¡°No hicimos huelga. Paramos porque no ten¨ªamos dinero ni para comer y pagar el transporte", afirma Arruda.
Este s¨¢bado, adem¨¢s de F¨¢bio, han muerto Jos¨¦, L¨²cio, Anderson, Beto y?Jo?o, nombres ficticios para proteger a las familias que viven en las ¨¢reas de los cr¨ªmenes. Los 63 agujeros de bala que sus cuerpos recibieron en conjunto dejan claro que todas fueron ejecuciones a sangre fr¨ªa. Algunas veces, como demostraci¨®n de poder, los verdugos tambi¨¦n descuartizan o deg¨¹ellan los cuerpos, como ocurri¨® en enero del a?o pasado en un presidio del Estado,? cuando 26 reclusos fueron decapitados en una guerra entre bandas criminales.
Las muertes pueden llegar en cualquier lugar y a cualquier hora. Los asesinos ni se reprimen de actuar en p¨²blico, ante la certeza de que el miedo de la poblaci¨®n impedir¨¢ que nadie colabore en el esclarecimiento del crimen. La polic¨ªa dice que encuentra al autor en el 45% de los casos, y que seis de cada diez homicidios est¨¢n relacionados con las drogas: sea por disputas entre bandas, por deudas o porque alguien vio o habl¨® lo que no deber¨ªa.
Este s¨¢bado son las nueve de la ma?ana cuando la radio de la polic¨ªa recibe el primer aviso. Un hombre ha ca¨ªdo en la calle de Nossa Senhora da Apresenta??o, en el barrio m¨¢s violento de la ciudad. El cuerpo es de Jos¨¦, de 32 a?os. Est¨¢ tendido boca arriba, cubierto con una s¨¢bana. Pas¨® dos horas as¨ª, entre las entradas a un peque?o supermercado y a una papeler¨ªa, hasta que llega la polic¨ªa. Decenas de hombres, mujeres y ni?os rodean el cad¨¢ver. Jos¨¦ se dedicaba a recoger materiales reciclables e iba en bicicleta para casa de su madre cuando fue sorprendido por dos hombres en una moto, que sin aviso comenzaron a disparar. Su cuerpo fue perforado seis veces. Es el tercero, de entre 12 hermanos, en morir asesinado.
A primera hora de la tarde, la radio de la comisar¨ªa suena de nuevo. L¨²cio fue alcanzado por los asesinos casi en la puerta de casa. Eran las 14.15 horas, entraba en el taller de un vecino cuando un coche fren¨® y dos hombres descendieron disparando. Su hijo, de 10 a?os, se escondi¨®. Pero pudo ver c¨®mo el padre era abatido. ¡°?Dipararon a mi padre! ?Mataron mi padre!¡±, grit¨® el ni?o, seg¨²n cuenta Wellington Freire J¨²nior, due?o del taller. L¨²cio era guardia de seguridad y ya lleg¨® muerto al hospital con 14 agujeros de bala.
Anderson, 26 a?os, la tercera v¨ªctima del d¨ªa, cay¨® a las 18 horas. Dos hombres llegaron al bar donde estaba bebiendo cacha?a y anunciaron un atraco. Pero no se llevaron nada. Solo dispararon seis veces contra ¨¦l. ¡°Creo que fue un error. ?l no estaba metido en nada. Solo estaba bebiendo en fin de semana, no deb¨ªa nada a nadie¡±, se lamenta su esposa entre llantos. El d¨ªa se cierra a las 23 horas. El pescador Beto, de 29 a?os, muri¨® en el patio de su propia casa, en la tur¨ªstica playa de Pitangu. Fueron siete tiros en la cara y 12 en la espalda. Y el domingo comienza a la una de la madrugada cuando cae Jo?o, vigilante callejero. Hac¨ªa una ronda en su moto cuando fue alcanzado: diez perforaciones en total. Iba a ser padre este mes.
La mayor parte de estas muertes sucedi¨® en p¨²blico. Pero nadie, en ninguno de esos lugares, dice haber visto nada. El miedo y el silencio imperan. ¡°Si alguien aqu¨ª dice qui¨¦n fue el que mat¨®, muere tambi¨¦n. Aqu¨ª ya estamos acostumbrados: o¨ªmos tiros y nos escondemos dentro de casa para no correr ni el riesgo de ver¡±, resume un familiar de una de las v¨ªctimas.