Pistolas, fuego y sangre en la tierra de la deforestaci¨®n silenciosa
Durante d¨¦cadas y mientras nadie miraba se ha deforestado la mitad de la sabana m¨¢s rica del mundo. EL PA?S viaja a sus esquinas m¨¢s profundas
Esta es una guerra nueva. Durante siglos y hasta hace relativamente poco, el consenso mundial era que el Cerrado no val¨ªa nada. Que de aquel suelo ¨¢cido y sin nutrientes no podr¨ªa nacer nada de valor. Pero en 1973, durante la dictadura militar brasile?a, los generales que dirig¨ªan el pa¨ªs fundaron Embrapa, la Empresa Brasileira de Pesquisa Agropecu¨¢ria (Empresa Brasile?a de Investigaciones Agropecuarias) y le pusieron como prioridad lograr lo imposible: convertir ese terreno yermo en algo f¨¦rtil.
Lo imposible se logr¨® en cuatro pasos. Primero, regar el suelo con cantidades ingentes de caliza para reducir la acidez. Segundo, traer de ?frica una hierba llamada brachiaria y cruzarla hasta obtener brachquiarinha y despu¨¦s braquiar?o, variedades perfecta para este nuevo suelo: crec¨ªa m¨¢s r¨¢pido que la original. De repente, esta tierra de nadie pod¨ªa pasar a ser pasto de todos. Tercero, cruzar tipos de soja, una planta de latitudes templadas, hasta obtener una versi¨®n milagrosa que creciese bajo el sol abrasador, en los suelos ¨¢cidos, y en dos cosechas anuales. Y cuarto, popularizar la idea de que la soja se recoge cort¨¢ndola del tallo, no arando la tierra; si el tallo se pudre en el suelo, este absorbe los nutrientes. El resultado fue impresionante. Donde no ten¨ªa nada, Brasil pose¨ªa ahora cientos de miles de kil¨®metros cuadrados de suelo agropecuario. De la sabana africana hab¨ªa salido un medio oeste americano, un para¨ªso para alimentar un mundo superpoblado y enriquecer a quien se diese prisa. Aun hoy se llama a esto El Milagro del Cerrado.
La industria se dispar¨®. De importar comida, Brasil pas¨® a ser uno de los principales exportadores. En 1996 la producci¨®n agr¨ªcola alcanz¨® los 23.000 millones de d¨®lares. En 2006 fueron 108.000. Aquel a?o se entreg¨® el World Food Prize a los ingenieros que hab¨ªan trabajado en Embrapa: la organizaci¨®n describi¨® el Milagro del Cerrado como ¡°uno de los mayores logros del siglo XX en ciencia agricultural¡±. El a?o siguiente, el entonces secretario de Estado de EE UU, Colin Powell, admiti¨® que Brasil se hab¨ªa convertido en una ¡°superpotencia agr¨ªcola¡± que pod¨ªa plantarle cara a su pa¨ªs. En 2017, Brasil fue el segundo exportador de soja del mundo, con una cosecha r¨¦cord de 242 millones de toneladas. Tras cuatro a?os metido en la peor recesi¨®n econ¨®mica en d¨¦cadas, el pa¨ªs ha visto c¨®mo la agricultura industrial ocupa el 23% del PIB, su puesto m¨¢s alto en 13 a?os: en parte por los 51 millones de toneladas de soja que le vendi¨® a China, muchos de los cuales se han cultivado aqu¨ª. Brasil es un pa¨ªs enganchado a sus propias cosechas y el Cerrado es una pieza fundamental de la maquinaria.
Pero el milagro se dise?¨® pensando a lo grande en una tierra llena de habitantes peque?os. ¡°Embrapa no ha adaptado estas pr¨¢cticas a los granjeros, que est¨¢n m¨¢s preocupados en mantener sus tierras que en aumentar su eficacia¡±, alert¨® en 2010 Joerg Priess, del alem¨¢n Centro de Investigaciones Ambientales Helmhotz. El Ministerio de Agricultura se niega a dar datos exactos, si es que los tiene, pero se calcula que el ¨¦xodo de agricultores familiares ha sido dram¨¢tico. El ¨²ltimo censo es de 2006 pero en ¨¦l ya se ve que el 90% de las granjas ocupa el 25% de la tierra. Eso mientras las granjas menores de 10 hect¨¢reas est¨¢n desapareciendo inexorablemente desde 1985 (el resto de granjas no para de multiplicarse). Todo esto seg¨²n el Instituto Brasile?o de Geograf¨ªa y Estad¨ªstica. ¡°Hay bastante discusi¨®n sobre la fiabilidad de esos datos¡±, alerta David M. Lapola, de la Universidad de Campinas ¨C UNICAMP.
¡°Ten en cuenta que estas comunidades peque?as no son centros urbanos: est¨¢n en ¨¢reas remotas y eso complica el unirlos y movilizarlos. Las integran personas pobres, negras, ind¨ªgenas. Gente excluida, hist¨®ricamente¡±, alerta Gerardo Cerdas, representante de la ONG ActionAid en el comit¨¦ directivo de la Campa?a de Defensa del Cerrado. ¡°Hay gente que para poner una denuncia tiene que viajar mil kil¨®metros de ida y otros tantos de vuelta¡±.
Al transformar el suelo se cambi¨® el lugar entero. El Cerrado es un lugar donde solo crecen los grandes.
Sussuarana (en el Estado de Tocantins)
En esta isla, al este del Estado de Piau¨ª, hubo durante d¨¦cadas una sola una regla: se hac¨ªa lo que dec¨ªa Renato Miranda Carvalho. ?l era el due?o de la tierra, que se encuentra en el cruce de dos r¨ªos. Las 19 familias que viven en ella desde hace d¨¦cadas pod¨ªan quedarse all¨ª, en sus casas desvencijadas, sin pagar, pero ten¨ªan que trabajar para ¨¦l. ?l ten¨ªa 3.000 hect¨¢reas, ellos 500. ?l era respetado; ellos, pac¨ªficos. Entonces lleg¨® un hombre de fuera, cuestion¨® la regla, y Renato sac¨® las pistolas.
Esta es una historia de violencia en el Cerrado, donde los conflictos territoriales se resuelven antes con una pistola que con una sentencia judicial. Forquilha resisti¨® cuando salieron las armas: no todos pueden decir lo mismo. A¨²n hoy, en la victoria, tienen que convivir con el trauma. ¡°?Ves ella? A¨²n sufre ansiedad cuando ve por aqu¨ª una furgoneta que no conoce, pero eso no ocurre con mucha frecuencia. Hemos tenido que llevarla a urgencias ya un par de veces¡±, explica Marcone Ramalho, 29 a?os, cuya familia lleva dos generaciones en esta isla: es el contador de historias no oficial de la comunidad. Se?ala a una mujer negra reunida con otras en el porche de una vivienda.
Forquilha parece hoy una zona de guerra en reconstrucci¨®n. Todas las casas est¨¢n cerca la una de la otra, lo que da una sensaci¨®n de pueblo; son de adobo y barro las viejas y de ladrillo las nuevas. Hay construcciones a medio hacer; algunas porque son ruinas ¡°del conflicto¡±, como lo llaman aqu¨ª, otras porque son proyectos de la nueva era. Entre todas pasan cabras, perros y gallinas tan sueltos que cuesta saber de qui¨¦nes son.
De hecho hay unas cabras escondi¨¦ndose de Marcone en una casa de las casas derruidas mientras este pasea por sus escombros. ¡°Un d¨ªa de 2010 Renato empez¨® a plantar eucalipto¡±, recuerda. ¡±Nunca hab¨ªa visto ese ¨¢rbol antes y no entend¨ªa nada. ¡®?Qu¨¦ ser¨¢ eso, qu¨¦ frutos dar¨¢?¡¯. Porque siempre hemos comido de lo que sale de la tierra. Luego entend¨ª que esos ¨¢rboles eran una plaga, que los hab¨ªa plantado para que chuparan nuestro agua. El r¨ªo se sec¨®. Que era por el desarrollo de Brasil, dec¨ªan. Al poco empezaron a llegar los pistoleros. Empleados suyos que se plantaban en nuestras casas con armas, pidiendo de comer. Nosotros les d¨¢bamos gallina y no se la cobr¨¢bamos. Dec¨ªan: ¡®El patr¨®n ha comprado la tierra, se os ha acabado el vivir aqu¨ª por la gorra¡¯. Derribaron esta casa, del t¨ªo de mi mujer. ?Ves c¨®mo iban escalando el conflicto?¡±.
Marcone sale de las ruinas y se encamina a otra construcci¨®n: ¡°Un t¨ªo se plant¨® en mi casa una noche, con el rev¨®lver en la cintura. La culata asomaba por el cintur¨®n. ¡®Vamos a resolver esto ya, os ten¨¦is que ir hoy¡¯. Y no nos fuimos. Al d¨ªa siguiente vimos que se hab¨ªan llevado el ganado. Lo secuestraron y no le dieron de comer durante 16 d¨ªas. Cuando nos los devolvieron, estaban muertos de hambre. Otro d¨ªa a las siete de la ma?ana ya estaban ah¨ª, peg¨¢ndoles una paliza a los animales. A una chica que estaba cortando coco en el campo le preguntaron si no le daban miedo las balas. La polic¨ªa no ven¨ªa cuando la llam¨¢bamos. Solo respond¨ªa a las llamadas del cacique. As¨ª, un susto tras otro, durante a?os. Y peor era el tiempo entre los sustos, la tensi¨®n. Somos personas de campo, no sabemos c¨®mo lidiar con eso¡±.
Ya ha llegado a otra casa desierta. ¡°Aqu¨ª viv¨ªa Luis de Ner¨¢n, uno de nuestros mayores. Se muri¨® su t¨ªa, qui¨¦n sabe si del estr¨¦s del conflicto. Fuimos todos al velatorio, menos Luis, que se qued¨® y vio c¨®mo ven¨ªa alguien y prend¨ªa fuego a los eucaliptos. Muri¨® de un infarto. Le enterramos junto a su t¨ªa. Los mayores son importantes. Saben cosas de plant¨ªos que nosotros no sabemos. Eso tambi¨¦n lo perdimos¡±.
El camino de vuelta le lleva por una casa grande de ladrillo. Es la del forastero que se considera el detonante de todo esto.
Maciel Bento dos Santos, un hombre de 39 a?os, seco como el suelo en Piau¨ª, nunca tuvo tierra, por eso sabe lo que implica trabajar la de otros. Sus padres, del interior del Estado, iban arrastrando a sus ocho hijos de terreno en terreno, seg¨²n consiguiesen trabajo. ?l era el menor: a los siete a?os ya daba muestras de inteligencia y le mandaron a vivir con su t¨ªo a Uru?u¨ª, una ciudad al este. Pas¨® primaria, pidi¨® ir al instituto y luego insisti¨® en formarse en agronom¨ªa. ¡°Yo quer¨ªa saber cosas, no quer¨ªa quedarme quieto¡±, recuerda hoy. Lo que hizo tambi¨¦n fue dejar embarazada a una chica de Forquilha. Al poco, estaban viviendo juntos.
El culto a Renato que se viv¨ªa all¨ª no le sedujo. ¡°?l no era tan bueno. Ven¨ªa con documentos sobre la propiedad de la tierra que no ten¨ªa validez alguna y obligaba a todo el mundo a votar al Partido del Movimiento Democr¨¢tico Brasile?o, donde ten¨ªa amigos en el ayuntamiento. Si no ganaba, y una vez no gan¨® por 14 votos, abr¨ªa el arroz para que se lo comiesen los bichos¡±. Aquella comunidad necesitaba un gu¨ªa. Maciel comenz¨® hablar con todas las familias por separado. Les dijo que las cosas no ten¨ªan que ser as¨ª. En unas elecciones les hizo votar a otro partido. Ah¨ª, explica, comenzaron las tensiones. Primero, Raimundo, el patriarca, le dej¨® de hablar, por agitador. Luego llegaron los pistoleros a la isla. Por ¨²ltimo, llegaron a su a su vida.
¡°Un d¨ªa, paseando, mi cu?ado me dijo que una moto nos segu¨ªa. Fue cuando supe que me segu¨ªan los pistoleros. Estaban en todas partes, en la ciudad, en las tiendas, en la finca¡±. No le import¨® especialmente: era el precio de la lucha. Hasta que un d¨ªa de 2015 recibi¨® una llamada en la gasolinera en la que trabajaba. ¡°Hab¨ªan entrado unos cuantos en mi casa y no sal¨ªan. Estaban con mis hijos y mi mujer. No les dejaban salir. No se iban¡¡±. Aqu¨ª no hay sequedad que valga: Maciel empieza a sollozar de agobio. ¡°Ten¨ªa 14 personas con escopetas de gran calibre en el sal¨®n de mi casa, con mis ni?os. El pueblo hab¨ªa llamado a la polic¨ªa pero no ven¨ªan. Llam¨¦ a un agente de la polic¨ªa de Uru?u¨ª y fuimos corriendo en moto¡±. Esa tarde comprendi¨® hasta qu¨¦ punto estaba metido en el conflicto de Forquilha. Dej¨® el trabajo y se dedic¨® a luchar contra Renato. Todo el d¨ªa, todos los d¨ªas.
Su estrategia fue pedir ayuda fuera, a quien le respondiese, lo m¨¢s lejos de Forquilha posible. Renato controlaba el municipio pero a diferencia de los dem¨¢s, Maciel conoc¨ªa el mundo fuera de ¨¦l. Pidi¨® ayuda a Asociaciones religiosas, como la Comiss?o Pastoral da Terra, a ONGs como Action Aid, a sindicatos, a la polic¨ªa de Uru?u¨ª.. Acab¨® teniendo un todo lo suficientemente fuerte para hacer frente a Renato. Hoy, ¨¦l est¨¢ desaparecido de la tierra. Y Forquilha se est¨¢ reconstruyendo. Hay nuevos proyectos y Maciel ayuda con la construcci¨®n
Uno de ellos es una casa de farinha, algo que tienen casi todas las granjas para trabajar la yuca, fundamental en la alimentaci¨®n por aqu¨ª. Tambi¨¦n hay una escuela, para que las siguientes generaciones puedan estudiar, como hizo Maciel, y no vuelvan a caer en manos de un cacique. Luego vendr¨¢ un puesto de salud. El futuro pinta bien. Si alguien no lo arruina.
¡°Veo que mi hijo va a sufrir por mantener su pedazo de esta tierra¡±, reflexiona Marcone en otro de sus paseos. ¡°Ganamos, pero no me siento como un ganador¡±.
Sussuarana (en el Estado de Tocantins)
Con las historias del Cerrado pasa como con las familias felices: casi todas se parecen. Son historias de opresi¨®n y a veces solo cambia el nombre de qui¨¦n hace de David y qui¨¦n de Goliat. Se habla obsesivamente de la lucha contra la industria, como en Catalu?a se habla de independencia y en Estados Unidos de Donald Trump. Es una regi¨®n del tama?o de un pa¨ªs y, cada vez m¨¢s, esta es su cultura. Y como toda cultura, tiene sus artistas. Como Pedro, de 47 a?os: ¨¦l sobre el papel no hace nada, fuera de alg¨²n trabajillo puntual para que alguien le pague la gasolina de la moto de su hijo mayor, que ¨¦l usa. Con ella se desplaza envuelto en una nube de polvo por Sussuarana, al este del Estado m¨¢s central de Brasil, Tocantins. ?l mismo admite que aunque vive en una parcela de esta comunidad rural desde finales de los a?os noventa, no trabaja mucho la tierra (su mujer, sentada detr¨¢s de ¨¦l, asiente con gesto severo al o¨ªrle decir esto).
Pero en Sussuarana, a Pedro se le considera fundamental: conoce a todo el mundo y todo el mundo que le conoce habla de la lucha. ¡°No es que quiera hacerme el h¨¦roe, es que si no lo hago yo, no lo hace nadie¡±, aduce ¨¦l. ¡°Digamos que hago esto por mi gran coraz¨®n¡±, dice. Y sonr¨ªe, como si la idea le hubiese gustado.
Esta comunidad naci¨® cuando se entregaron las tierras a 36 familias de la regi¨®n, en un programa de protecci¨®n oficial. Desde entonces, las condiciones se han endurecido, los fazendeiros han hecho sus sesiones de persuasi¨®n acompa?ados de pistoleros y las expropiaciones se han ido convirtiendo en alternativas cada vez m¨¢s apetecibles. Hoy quedan seis familias. Todas tocan al comp¨¢s de Pedro.
¡°Los dem¨¢s est¨¢n trabajando y no tienen tiempo para la lucha y yo quiero dejarle a mis hijos lo que se merecen¡±, a?ade. ¡°Leer me cuesta y la ley no la conozco, pero s¨¦ lo que me digo en un tribunal¡±. Aqu¨ª se r¨ªe: ¡°Por ejemplo, voy con un mapa y un boli y digo: ¡®Alto, se?or¨ªa, esto no est¨¢ bien¡¯. Nunca imagin¨¦ que fuera a tener tanto arrojo¡±. Su mujer niega con la cabeza.
Pedro re¨²ne a sus vecinos en algunas de las casas, donde supuestamente se discuten estrategias para el futuro. Ese tema se agota r¨¢pido y la conversaci¨®n vuelve a c¨®mo se ha llegado hasta aqu¨ª. En casa de Jo?o Jos¨¦, que hered¨® esta finca de su padre, algo m¨¢s grande y amueblada que la de Pedro, hay un c¨ªrculo hecho de sillas de jard¨ªn. Lo ocupan Pedro, Jo?o Jos¨¦, su hermano, Alexandre, y otro vecino. Tambi¨¦n est¨¢n sus mujeres, que miran en silencio y sirven limonada.
Comienzan a intercambiar historias. Siempre hay un papel que falta para zanjar un tr¨¢mite, un fazendeiro que se salt¨® parte de la legislaci¨®n, un ayuntamiento en connivencia con alg¨²n empresario. Siempre hay un detalle tan peque?o que ning¨²n tribunal lo admitir¨ªa como prueba pero que aplasta a toda la comunidad. Pedro est¨¢ reclinado en su silla, tripa hacia afuera, los brazos tras la nuca.
Alexandre concluyendo la suya: ¡°En 2002 me quitaron la tierra de mis padres. Nos dejaron 80 hect¨¢reas para cada uno¡±.
Pedro interviene para matizar: ¡°Cien! Y sin lucha habr¨ªa menos¡±.
Jo?o Jos¨¦ recuerda: ¡°Y nos las quitaron diciendo que no hab¨ªa nadie ah¨ª¡¡±.
Alexandre: ¡°Y la madre de mi padre hab¨ªa muerto aqu¨ª. Era el a?o 1968¡±.
Jo?o Jos¨¦: ¡°1963¡±.
Alexandre: ¡°No, 1965. Y nos las quer¨ªan quitar igual¡±.
Una comunidad pr¨®spera puede forjar su propia cultura. Una pobre y amenazada est¨¢ obligada a mantener una mentalidad espec¨ªfica, la que le permite sobrevivir. En el caso de Sussuarana, como en casi todo el Cerrado, esa cultura es la de la lucha. Est¨¢n obligados a que invada su tiempo libre, sus conversaciones, y hasta su modo de ver la vida. En ese sentido, Pedro es el artista que esta comunidad necesita. Es quien alarga la sombra del enemigo y une a todo el mundo.
Jo?o Jos¨¦: ¡°Yo sal¨ª por aquella puerta sin un centavo. Sin arma. No ten¨ªa nada que hacer. Y les dije, ?D¨®nde quieren que me quede?¡±.
Alexandre: ¡°El problema, est¨¢ bien claro, es que te hubieran matado para sacarte¡±.
Jo?o Jose: ¡°Mi sobrina tiene diez a?os. Ahora nos siguen amenazando porque no tenemos dinero y solo vale quien tiene dinero. A m¨ª hace tres a?os me arruinaron el arroz y no sabemos qu¨¦ hacer¡±.
Alexandre: ¡°El problema, est¨¢ bien claro, es que viv¨ªamos en un sitio codiciado¡±.
Jo?o Jos¨¦: ¡°Un sitio codiciado¡±.
La historia sigue, de una boca a otra, rumbo a ninguna parte. Fuera todo est¨¢ inm¨®vil. No hay brisa. El sol abrasa la tierra. El ronquido de un cerdo desde su charco es lo ¨²nico que delata el paso del tiempo. Son las tres de una tarde m¨¢s en el Cerrado.