¡®El suelo que pisamos¡¯
Se presenta en M¨¦xico el libro 'Tiembla', en el que 35 autores reflexionan sobre los sismos de septiembre. Con la autorizaci¨®n de la editorial Almad¨ªa, EL PA?S publica el cap¨ªtulo 'El suelo que pisamos', de Jacobo Garc¨ªa, uno de los textos de la antolog¨ªa cuyos ingresos ser¨¢n donados a la organizaci¨®n Tejamos Oaxaca
I. TODO COMENZ? CUATRO D?AS ANTES
No, no es cierto que los terremotos sean provocados por un choque de placas tect¨®nicas. Si el aleteo de una mariposa puede provocar un tsunami en la otra punta del planeta, ?por qu¨¦ no puede hacerlo el ambiente social, el ¨¢nimo colectivo, la putrefacci¨®n pol¨ªtica, o la suma de todo lo anterior?
El terremoto hab¨ªa comenzado antes: concretamente, el 14 de septiembre, cuando apareci¨® el cuerpo de una joven violada y asesinada en Puebla. Podr¨¢ temblar la Tierra, pero la violencia que retiembla en los centros de la tierra son los secuestros y desapariciones de mujeres. El chillido ag¨®nico de un patr¨®n que se repite: mujer, menor de veinte, extrarradio, noche, Ecatepec, Cholula¡ Un feminicidio m¨¢s en uno de los meses m¨¢s violentos de las ¨²ltimas d¨¦cadas.
Al d¨ªa siguiente, el 15 de septiembre, el presidente Enrique Pe?a Nieto, desde el balc¨®n presidencial, dio el Grito de la Independencia m¨¢s triste del mundo. Para ellas, el grito es de dolor y la Independencia, una colonia gris de la capital. Es probable que esta sea la contextualizaci¨®n menos period¨ªstica que haya escrito en mi vida, pero no importa: ochenta y seis horas y veinte minutos despu¨¦s de que fueran invocados Allende y Morelos, a M¨¦xico le tembl¨® la tierra.
Un terremoto tiene esa capacidad; agita dentro y fuera, lo f¨ªsico y lo metaf¨ªsico.
II. EL VIEJO DE LA RADIO EN LA OREJA
La ciudad apocal¨ªptica que describ¨ªa Carlos Monsiv¨¢is despierta una vez al a?o durante la temporada de lluvia. Lo hace tambi¨¦n peri¨®dicamente cuando tiembla, llega la gripe A o brama el Popo. Es ah¨ª, en la desgracia, donde parece realizarse la mexicanidad. El mexicano se une, organiza y responde como un tit¨¢n bien entrenado donde otros se paralizan.
El martes 19 de septiembre a las 13:14, durante setenta segundos que duraron setenta horas, el mundo que conoc¨ªa comenz¨® a desplomarse. S¨®lo en la colonia Roma vi como ca¨ªan como espadas sobre la banqueta los cristales de la iglesia de F¨¢tima mientras la gente se refugiaba bajo edificios de los que se desprend¨ªan cascotes.
En la calle Oaxaca, una mole de concreto de cinco pisos que ocupaba media cuadra, se dobl¨® sobre s¨ª misma como un acorde¨®n. En la calle Jalapa, una construcci¨®n de cinco alturas se bamboleaba como un junco mientras los vecinos sal¨ªan con el p¨¢nico en la cara. En Coahuila, una de tres parec¨ªa una gigantesca v, y en Chihuahua, la torre de una escuela infantil se vino abajo con una multitud de madres y ni?os dentro. Algo m¨¢s adelante, en la esquina de Monterrey y San Luis Potos¨ª, una enorme construcci¨®n se convirti¨® en un club s¨¢ndwich con Erick dentro. Su hermana comenz¨® entonces a hablarle a los escombros con un meg¨¢fono: ¡°?Resiste, aguanta! ?T¨² puedes!¡± Y ya no par¨®.
Frente a cada edificio derruido dos mundos se daban la mano. Estaban los viejos de siempre con la oreja pegada al transistor y los j¨®venes de ahora moviendo fren¨¦ticamente el dedo sobre el celular, desesperados ante la falta de cobertura. ¡°De 7.1, epicentro entre Puebla y Morelos, noventa muertos¡¡± Los primeros lograban los datos antes que nadie y los cantaban frente a todos.
Una y otra vez, entre una y otra construcci¨®n destrozada s¨®lo el caos, el polvo, gente corriendo, olor a gas y un viejo con la radio en la oreja entonando la letan¨ªa: ¡°Van veinte edificios ca¨ªdos, doscientos muertos, casi cien en la Ciudad de M¨¦xico, cincuenta en Puebla, sesenta en Morelos¡¡±
III. EL PU?O DE LA RABIA
Hay algo que une al mexicano m¨¢s que sus alegr¨ªas: sus desgracias. Ning¨²n ¨¦xito deportivo, mucho menos cinematogr¨¢fico o literario, moviliza tanta gente. Nada m¨¢s terminar de temblar la Tierra, una legi¨®n de voluntarios y espont¨¢neos tomaron las calles para ayudar con lo que fuera.
Uno atraves¨® el coche para cortar el acceso, otro logr¨® una cuerda, otro m¨¢s acordon¨® el lugar. Los que pod¨ªan mov¨ªan piedras, cargaban cubetas o trepaban sobre la masa de concreto buscando una voz, un grito. Hab¨ªa gente removiendo escombros con la lengua entre los dientes. Un coraje amorfo y ac¨¦falo, una bestia social al rescate buscando sacar de las fauces de la Tierra el mayor n¨²mero de vivos posibles. En pocas horas llegaron muchas galletas saladas y ning¨²n rotomartillo, pero en el aire sobrevolaba una sensaci¨®n: de aqu¨ª s¨®lo saldremos nosotros. Se invent¨® un verbo: rescatear.
A siete meses de las elecciones presidenciales hab¨ªa casi ochenta candidatos independientes reuniendo firmas para lograr su inscripci¨®n. Pero el candidato con que nadie contaba irrumpi¨® el 19 de septiembre. Una mezcla de entusiasmo, medios y desprecio institucional emergi¨® en las colonias que influyen.
El silencio bajo los escombros es espeso y largo, dicen quienes ah¨ª estuvieron, pero fuera es vital y viral. La matanza de Tlatelolco en el 68, el sismo del 85, el de 2017: la capital demuestra con cada desgracia que le queda estrecha la camisa.
La madrugada postemblor cientos de familias durmieron a la intemperie. Fue una noche negra y silenciosa, seca, donde se sab¨ªa la muerte y se intu¨ªan las que vendr¨ªan, pero fue tambi¨¦n la noche m¨¢s humana. La desgracia teji¨® una red fraternal que suaviz¨® la espera frente a los escombros y dio la vuelta a la ecuaci¨®n de la derrota. Sin embargo, la tierna y onanista solidaridad con la que se dibuj¨® a los chilangos es un invento medi¨¢tico.
Vi levantar el pu?o con rabia y remover los escombros con la lengua entre los dientes.
IV. PEQUE?AS MISERIAS
He cubierto muchos desastres naturales. La devastaci¨®n absoluta de Hait¨ª, donde un terremoto de 7.1 dej¨® casi trecientos mil muertos, mil veces m¨¢s que el del 19 de septiembre y cien m¨¢s que el de 1985. O el de Ecuador que dej¨® cientos de fallecidos. Estuve en los huracanes Wilma y Katrina que golpearon Guatemala y Estados Unidos, y en Canc¨²n, tras el paso de Stan en 2011. El glamour se esfum¨® en apenas cuarenta y ocho horas en El Dorado del turismo latinoamericano. La poblaci¨®n peleaba por una botella de agua y un boleto de autob¨²s que los sacara del desastre y los centros comerciales fueron saqueados.
Pero a todos los desastres llegu¨¦ un d¨ªa despu¨¦s, una vez que todo hab¨ªa pasado y comenzaba el recuento de da?os. Nunca lo hab¨ªa vivido en el momento y en el epicentro de la destrucci¨®n: mi propia colonia, mi casa, mi gente.
Por eso, el 19 de septiembre, vi dos milagros.
En el primero, una mujer sali¨® viva de los escombros de la calle Medell¨ªn y la multitud comenz¨® a aplaudir y llorar emocionada. En el segundo, una anciana entr¨® ¨Cmientras temblaba¨C en una vecindad de la calle Jalapa y, al ver que el edificio contiguo podr¨ªa derrumbarse en cualquier momento, grit¨®: ¡°?Todos fuera, ya!¡± Cuando los vecinos salieron los vidrios y los cascotes ca¨ªan sobre la banqueta, mientras ella se perd¨ªa en la confusi¨®n y el olor a gas.
A cinco cuadras de ah¨ª, la hermana de Erick esperaba tambi¨¦n su milagro y empez¨® a hablarle a los cascotes con el meg¨¢fono en la mano: ¡°Te amo, aqu¨ª est¨¢ tu familia, no nos vamos a mover, resiste¡±, le gritaba a su hermano. Cincuenta horas despu¨¦s seguir¨ªa en el mismo sitio.
Un terremoto tiene la capacidad de mover m¨¢s all¨¢ de lo f¨ªsico y agitar el interior. Los terremotos son distintos a los huracanes, los volcanes o los incendios. Unos avisan, el terremoto no. Todo se vuelve ef¨ªmero y se instala una inseguridad que viene de abajo, de las ra¨ªces, y corrompe lo ¨²nico que parece cierto en nuestra vida: el suelo que pisamos.
Durante un terremoto no s¨®lo te mueres t¨² sino tambi¨¦n tu patrimonio. No s¨®lo queda un hijo hu¨¦rfano o una viuda, sino que se queda en la ruina. Los d¨ªas posteriores los centros de yoga y las iglesias se abarrotan y los amigos hablan y hablan del tema en una catarsis colectiva a la que nadie escapa muchas semanas despu¨¦s. A Mart¨ªn Castro el sismo le agarr¨® en un motel enga?ando a su mujer y lo pasa fatal desde entonces. No hay nadie que no le pregunte una y otra vez d¨®nde estaba ese d¨ªa a las 13:14.
V. RECUERDOS DEL 85
La imagen del Hotel Regis derrumbado, el caos en las calles, las portadas de los quioscos con las palabras Horror y muerte, las torres de Tlatelolco o el estadio de b¨¦isbol. La historia sonora del terremoto de 1985 la narr¨® por radio Jacobo Zabludovsky gracias a que ten¨ªa el ¨²nico tel¨¦fono celular del pa¨ªs. Pero la historia visual se relat¨® en blanco y negro a trav¨¦s de lentes como la de Marco Antonio Cruz, fot¨®grafo de La Jornada. ?Ser¨¢ que los millennials y los h¨ªpsters y los condechis y los romanos lo contamos y transmitimos m¨¢s y, por tanto, sufrimos m¨¢s, en 4G?
¡°Aquello fue una tragedia en el amplio sentido: no hab¨ªa presidente, ni comunicaciones y hab¨ªa morgues en distintas partes de la ciudad. Se tard¨® dos a?os en recuperar la capital y nunca se supo la cifra real de muertos. En esta ocasi¨®n, no hab¨ªa pasado ni un mes y la ciudad estaba plenamente recuperada¡±, nos ubica el autor de la hist¨®rica foto de la torre Nuevo Le¨®n derrumbada. ¡°Es en Oaxaca o Morelos donde est¨¢ el abandono.¡±
Tras el terremoto de 1985, tambi¨¦n en la colonia Roma, el estadio de b¨¦isbol se convirti¨® en s¨ªmbolo de la devastaci¨®n. Cientos de cuerpos fueron alineados sobre el pasto en bolsas y en ata¨²des de cart¨®n. Treinta y dos a?os despu¨¦s, el edificio de ?lvaro Obreg¨®n 286 es el perfecto resumen del terremoto del 19 de septiembre: la solidaridad vital y viral, la corrupci¨®n urban¨ªstica y el desprecio institucional.
El edificio ten¨ªa seis pisos, tres m¨¢s de lo permitido y, seg¨²n las autoridades de Ciudad de M¨¦xico, en la ampliaci¨®n hab¨ªan utilizado placas cinco veces m¨¢s pesadas de lo habitual.
Fue horrible el derrumbe, el desesperado rescate y las familias llorando. Pero tambi¨¦n lo fue la espera. Frente a los escombros, entre el 19 y el 5 de octubre se instalaron los familiares de setenta y siete personas a las que se hab¨ªa tragado la tierra. La t¨ªa de Noem¨ª, una humilde familia del Estado de M¨¦xico que pas¨® muchos d¨ªas bajo el sol y la lluvia esperando un ladrido o un pitido del ultrasonido israel¨ª, cuando en realidad su hermana llevaba dos d¨ªas en el dep¨®sito de cad¨¢veres.
Pero nadie les avis¨® que las autoridades hab¨ªan enviado los cuerpos recuperados a la morgue. Ning¨²n funcionario tuvo la piedad suficiente, el decoro m¨ªnimo, para ayudarles a dar un cierre: los ningunearon. Y ellos segu¨ªan all¨ª. Una extra?a atm¨®sfera de pante¨®n se instal¨® durante d¨ªas en el lugar.
A pocos metros de ah¨ª, el estadio de b¨¦isbol de 1985 es ahora un enorme centro comercial. Los vecinos esperan algo mejor para el nuevo s¨ªmbolo que dej¨® la Tierra en ?lvaro Obreg¨®n 286.
Justo cuando se cierra este cap¨ªtulo las autoridades anuncian que se expropi¨® el edificio y en el lugar se construir¨¢ un memorial en recuerdo a las v¨ªctimas. ?Otro a la infamia?
?VI. EL MEG?FONO DE ERICK
La tarde del martes m¨¢s negro, el edificio de cuatro pisos de la calle Medell¨ªn 176 se vino abajo cuarenta minutos despu¨¦s del terremoto. Fue cruel.
El destino fue un hijueputa y actu¨® como si hubiera estado esperando, agazapado, para dar el zarpazo final. Este edificio feo de oficinas fue la trampa que atrap¨® a Erick. ¡°Sali¨® y volvi¨® a entrar. Le dijimos que no lo hiciera porque se ve¨ªa mal, pero entr¨® a recoger sus cosas¡±, cont¨® el vendedor de peri¨®dicos y golosinas que atend¨ªa frente al edificio de oficinas. Se acordaba de ¨¦l perfectamente: robusto, grande, con barba, cuarenta a?os.
A la 1:50 de la tarde, casi media hora despu¨¦s del temblor, la sensaci¨®n en la calle San Luis Potos¨ª era que la pesadilla hab¨ªa terminado. Muchos vecinos aprovecharon para entrar y revisar los da?os, y salieron. Pero el edificio de Erick se venci¨® completamente de un lado con ¨¦l dentro.
Desde aquel momento su hermana se instal¨® frente a la mole derruida con un meg¨¢fono en la mano con el que le gritaba: ¡°?No nos vamos a mover hasta que salgas¡±, gritaba pensando que lo escuchaba. Cuarenta y ocho horas despu¨¦s all¨ª segu¨ªa en solitario junto a: ¡°?Tu hija est¨¢ bien, tus padres est¨¢n bien!¡±, pero cada vez con menos fuerza. ¡°?Ten fe!¡±
Cerca del mediod¨ªa del jueves 21, Chichi, un Pastor Belga de aspecto fam¨¦lico, husme¨® por en¨¦sima vez entre las piedras hasta que se detuvo en un lugar y comenz¨® a ara?ar el cemento de forma fren¨¦tica. Era la segunda vez que marcaba el mismo punto..
Entonces el equipo israel¨ª y los Topos se hundieron en el amasijo de hierro y concreto y salieron con Erick. Ven¨ªa envuelto en una s¨¢bana. Su hermana se detuvo entonces ante las decenas de voluntarios que llevaban dos d¨ªas dej¨¢ndose la piel sobre los cascotes y tom¨® el meg¨¢fono para dirigirse a ellos: ¡°Gracias a todos, gracias a quienes han ayudado en el rescate y han tra¨ªdo comida y v¨ªveres. Pido un aplauso para ellos¡±, y se esfum¨® entre la gente, con el meg¨¢fono derrotado colgando de la mano. El milagro hab¨ªa pasado de largo.