Catarsis, siete mexicanos que sobrevivieron a la tensi¨®n
Una marchista de talla mundial, un doctor con nervios de acero, un migrante deportado despu¨¦s de 27 a?os en el norte... Sus perfiles son una analog¨ªa del momento pol¨ªtico, la tensi¨®n acumulada y despu¨¦s, la liberaci¨®n
1. Sandy P¨¦rez, bailarina, 29 a?os*.
Sandy supo que algo no estaba bien cuando apenas contaba cinco a?os. "Empec¨¦ a no cerrar los pu?os. Una vez, jugando con mi hermano, ten¨ªa que cerrarlo y no pude. ?l agarr¨® y me cerr¨® y me doli¨®. Luego empec¨¦ a adelgazar mucho, mi piel empez¨® a cambiar", cuenta. En vez de ayudarla, los dem¨¢s le recordaban su condici¨®n cada minuto. Las otras mam¨¢s no quer¨ªan que sus hijas jugaran con ella, por si se contagiaban. La relaci¨®n con su familia no era demasiado buena: casi parec¨ªa que si enfermedad era su culpa. La vida en su pueblo, un peque?o municipio en la sierra de Puebla, era dif¨ªcil. Bonito, dice Sandy, verde, monta?oso. Pero ya se sabe: "Pueblo chico, infierno grande".
Sandy sufre de esclerodermia sist¨¦mica, una enfermedad rara. Se le acumula el col¨¢geno en la piel, que se endurece, quedando r¨ªgida como si toda ella fuera un cart¨ªlago. Cuando era m¨¢s joven le crec¨ªan bolas de calcio por todas partes, como peque?os huesos que nacen donde les place: en el pecho, en las manos, en la pompis. "Yo me las quitaba", dice Sandy. "Me rascaba la piel y terminaba sacando los trocitos de calcio. Son como trocitos de hueso que me arrancaba". Con el tiempo aprendi¨® a dosificar la medicaci¨®n y as¨ª evitar los peores s¨ªntomas. Los m¨¢s dolorosos. A simple vista, su enfermedad se nota por su extrema delgadez.
En cuanto pudo, Sandy sali¨® de su pueblo. A los 19 a?os convenci¨® a su madre de que los mejores m¨¦dicos estaban en Ciudad de M¨¦xico. Primero se iba unos d¨ªas y volv¨ªa, luego unas semanas. Hasta que al final se qued¨® definitivamente a vivir en casa de sus hermanas. Atr¨¢s quedaba la humillaci¨®n, la agobiante soledad del apestado, el machismo asfixiante de su hogar, la sinraz¨®n de sus padres, que durante a?os la llevaron con brujos y curanderos, d¨¢ndole a probar remedios de todo tipo, entre los que recuerda la v¨ªbora, el zorrillo y el armadillo hervidos.
No sin dificultad, Sandy encontr¨® la salvaci¨®n en la capital. Lo hizo de la forma m¨¢s insospechada. Empez¨® a acudir a clases de danza en un centro cultural del norte. All¨ª, una compa?era que acabar¨ªa convirti¨¦ndose en buena amiga le invit¨® a participar en un retiro de butoh, la danza del subconsciente. El butoh es un baile de origen japon¨¦s en que la mente manda sobre el cuerpo; en que el objetivo es llegar al fondo de uno; en que el espasmo, la mueca, son los pasos principales. Sandy no quer¨ªa ir al principio, le daba miedo. Pensaba que podr¨ªa hacerse da?o. Pensaba tambi¨¦n que mejor no. A?os de rechazo le hab¨ªan ense?ado a quedarse al margen. Pero al final se anim¨®.
Sandy fue con su amiga a un retiro de cinco d¨ªas con otros bailarines. Dieta estricta, pr¨¢ctica, pr¨¢ctica. Poco a poco se fue soltando, practicando los movimientos. "De repente empezaron a llegar muchos recuerdos, cosas que me ense?aron a callar: no deb¨ªa de enojarme, deb¨ªa ser una ni?a bien portada, callada. Y con la danza era mi momento de libertad, de gritar, hacer berrinche, llorar, decir todo lo que quisiera con gestos, las manos, los pies".
Hace unos meses, Sandy lleg¨® al estudio de fotograf¨ªa con su mochila. Dentro llevaba un vestido, pinturas blancas, b¨¢sicas para el butoh. Hubo un momento en que cerr¨® los ojos y empez¨® a hacer muecas, a cerrar los pu?os con todas sus fuerzas. De repente, todo el mundo se call¨®. Nadie dijo nada hasta pasado un buen rato.
2. David Arellano, cirujano cardiaco, 57 a?os.
Cuando lleg¨® a la casa, ya de noche, el cirujano David Arellano se ech¨® a llorar. Se sent¨® en el sill¨®n de la sala, las pantuflas en los pies y dej¨® que las l¨¢grimas hablasen por ¨¦l. Que le hablasen a nadie, al vac¨ªo, a la nada. Era la primera vez en todo el d¨ªa que estaba solo, un d¨ªa especialmente duro que hab¨ªa empezado con una operaci¨®n a coraz¨®n abierto, continuo con el mayor terremoto que hab¨ªa sufrido la capital en 30 a?os y acab¨® con cientos de gentes corriendo de ac¨¢ para all¨¢, todo hecho un enorme caos. Las l¨¢grimas eran, en fin, una forma de gritar, de sacar la tensi¨®n acumulada las horas anteriores.
La paciente era una ni?a que hab¨ªa nacido 20 d¨ªas atr¨¢s. Su coraz¨®n presentaba defectos cong¨¦nitos y el doctor Arellano, experto en la materia, hab¨ªa preparado la operaci¨®n para el mediod¨ªa. Era el 19 de septiembre de 2017, aniversario del gran terremoto que hab¨ªa devastado la ciudad 32 a?os atr¨¢s, en 1985. En el quir¨®fano, ubicado en el s¨¦ptimo piso del hospital La Raza, en el norte de Ciudad de M¨¦xico, Arellano, otro cirujano, tres anestesi¨®logas, el encargado de la m¨¢quina de circulaci¨®n extracorp¨®rea, un camar¨®grafo de un canal de noticias y casi una decena de m¨¢quinas rodeaban el cuerpo menudo de la ni?a.
A las 13.14 empez¨® a temblar. El doctor Arellano recuerda que justo en ese momento estaban reparando "una lesi¨®n en la aorta tor¨¢cica, una estrechez que no deber¨ªa existir". Es decir, que Arellano y el otro cirujano, bistur¨ª el¨¦ctrico en mano, andaban afinando el grosor de un tubo de tejido de unos 12 mil¨ªmetros de grosor. "Aunque bueno", matiza el doctor, "la estrechez en s¨ª ten¨ªa uno o dos mil¨ªmetros".
Los protocolos de desalojo en caso de sismo no aplican a los cirujanos que operan a coraz¨®n abierto. Mientras el personal del hospital evacuaba, Arellano y su equipo frenaron las ruedas de los muebles en que reposaban las m¨¢quinas y esperaron. Hab¨ªa m¨¢s vida en esas m¨¢quinas que en el cuerpo de la ni?a. Con el coraz¨®n parado por la operaci¨®n, los pulmones colapsados, la m¨¢quina de circulaci¨®n extracorp¨®rea se ocupaba de ella, como un ¨¢ngel de la guarda electr¨®nico, pas¨¢ndole sangre al cerebro, a lo ri?ones, infl¨¢ndola de ox¨ªgeno. Adem¨¢s de esa, las anestesi¨®logas controlaban que cuatro bombas siguieran surtiendo medicamento a la ni?a. Y luego adem¨¢s estaba el intercambiador de temperatura, el bistur¨ª... En total, nueve m¨¢quinas conectadas a la beb¨¦. Cualquier movimiento pod¨ªa ser fatal.
El doctor Arellano recuerda bastante de aquello: "Lo primero que pens¨¦ fue en el 85. El quir¨®fano tiene una ventana muy grande, ves el noreste de la ciudad, donde est¨¢ la Bas¨ªlica de Guadalupe. Por ah¨ª hay una colonia muy grande, Lindavista. Desde mi lugar ve¨ªa a trav¨¦s de la ventana y me toca ver el colapso de un edificio, este que se cay¨® en esa colonia. Veo c¨®mo se levanta una nube de polvo.... Yo ah¨ª no dije nada para no espantar a la gente".
Todo esto qued¨® grabado porque un equipo de un canal de noticias acudi¨® a ver el trabajo del doctor Arellano. Cosas de la vida, el cirujano hab¨ªa vivido en el quir¨®fano el anterior sismo, el del 7 de septiembre. Esa vez estaba operando a una ni?a de nueve a?os. Los periodistas hab¨ªan pedido permiso para grabar a Arellano, loado en toda la ciudad por la tranquilidad con que hab¨ªa encarado el primer exabrupto tel¨²rico. Con la mala suerte de que les toc¨® el segundo terremoto en el quir¨®fano. Con la buena suerte de atestiguar a pocos cent¨ªmetros la sangre fr¨ªa del m¨¦dico, que acab¨® la operaci¨®n sin mayores contratiempos.
Arellano aguant¨® el tipo el tiempo que duraron los sismos, las operaciones, las horas que a¨²n pas¨® en el hospital y las que transcurrieron antes de llegar a la casa. Ya en el sof¨¢, sinti¨® que no pod¨ªa m¨¢s.
3. Lupita Gonz¨¢lez, marchista, 29 a?os.
Una tarde poco antes de navidad, Lupita Gonz¨¢lez apareci¨® por la puerta de uno de los edificios del Comit¨¦ Ol¨ªmpico Mexicano. Su entrenador la acompa?aba. Lupita llevaba el cabello recogido como acostumbra en las carreras, peinado hacia atr¨¢s, estirado al l¨ªmite: dol¨ªa de solo mirar.
La atleta, una de las mejores que ha dado M¨¦xico en las ¨²ltimas d¨¦cadas, vest¨ªa pants. En las manos -finas, los dedos flacos- portaba un reguero de anillos. Lupita re¨ªa nerviosamente cada pocas frases. Sus palabras retumbaban en la enorme oscuridad del pabell¨®n de gimnasia del Comit¨¦, en el norte de Ciudad de M¨¦xico. Retumbaban de a poco, casi en silencio, como si las risas, cada s¨ªlaba, fueran enormes copos de nieve. M¨¢s all¨¢ de las paredes del pabell¨®n hac¨ªa sol y el aire apestaba a humo de carro viejo.
- ?Qu¨¦ carrera te ha dado m¨¢s rabia no ganar?
- Creo que esta ¨²ltima, porque se repiti¨®. En las olimpiadas perd¨ª por dos segundos, luego fue uno. Se repiti¨® lo de R¨ªo. Voy a trabajar m¨¢s, concentrarme m¨¢s, implementar algo diferente porque ya me estudiaron, saben c¨®mo compito.
El no, la negaci¨®n, ha sido condici¨®n para el ¨¦xito de Lupita. A los 16 a?os dej¨® una prometedora carrera en el boxeo, despu¨¦s de que le prohibieran disputar el combate final de un importante torneo. No alcanz¨® el peso necesario. Un a?o m¨¢s tarde empez¨® a correr. Quer¨ªa ser como Ana Gabriela Guevara, la gran atleta mexicana de principios de siglo.
Sus rodillas no tardaron en fallarle, en negarle la gloria. Lupita se lesionaba continuamente y entre par¨®n y par¨®n, caminaba. Un d¨ªa un entrenador la vio caminar y le dijo: '?yeme bien, vas a ser marchista. Vas a ser de las mejores del mundo'. Ella dijo que no: "Yo voy a volver a correr".
Pero no. Lupita se dio cuenta de que caminar y andar son actividades opuestas, requieren del ejercicio de m¨²sculos contrarios. Convencida ahora s¨ª, entren¨® para ganar. En las Olimpiadas de R¨ªo, en 2016, marchista ya de primer nivel, perdi¨® por dos segundos. Es decir, que gan¨® la medalla de plata. Un a?o despu¨¦s, en los mundiales de Londres, volvi¨® a perder. Por un segundo. Esa fue la que m¨¢s rabia le dio perder.
Aquel d¨ªa, en el pabell¨®n del Comit¨¦, Lupita explic¨® que estaba preparando su pr¨®xima carrera, los 20 kil¨®metros marcha del campeonato del mundo de Taicang, China, que se celebrar¨ªa meses m¨¢s tarde, en mayo de este a?o. Ignoraba entonces que ganar¨ªa, ignoraba qu¨¦ ocurrir¨ªa a partir del kil¨®metro 16, punto clave de su estrategia. O en qu¨¦ pensar¨ªa en los ¨²ltimos metros, qu¨¦ beber¨ªa, ?agua, algo m¨¢s dulces para el ¨²ltimo jal¨®n? No sab¨ªa qu¨¦ le dir¨ªan sus pap¨¢s, despu¨¦s, cuando hablaran, y ella les dijera -les constatara- que hab¨ªa ganado. ?Qu¨¦ le regalar¨ªan cuando le vieran de vuelta en M¨¦xico? Quiz¨¢ otro oso de peluche, su favorito, como la vez que volvi¨® de Londres con su medalla de plata, con una derrota de dos segundos colgando del cuello.
En mayo, en la foto de la victoria, Lupita aparece con los brazos alzados, la furia, el cansancio, el alivio explot¨¢ndole en la cara, todo a la vez, un gesto biso?o, la mueca de una mujer que no sabe qu¨¦ hacer, qu¨¦ gritar, porque nunca antes se ha encontrado en una situaci¨®n as¨ª. Nunca antes ha ganado la carrera, el mundial. Le hab¨ªan dado el oro a posteriori, descalificada la ganadora, elev¨¢ndose ella del segundo al primer escal¨®n del podio. Pero esto es nuevo. Es mejor.
4. Efr¨¦n Gonz¨¢lez, alba?il, 43 a?os.
Despu¨¦s de vivir 27 a?os en Estados Unidos, Efr¨¦n Gonz¨¢lez se vio de vuelta en M¨¦xico, deportado, expulsado de su vida, de las vidas de su hija y de su novia. Lo descubri¨® en el mismo avi¨®n. Llevaba detenido varios meses, lo hab¨ªan trasladado de un centro de detenci¨®n a otro mientras peleaba su caso. ?l pensaba que aquel viaje en avi¨®n era solo otro cambio de centro. Pero no. Cuando el capit¨¢n de la nave anunci¨® que estaban por aterrizar en el aeropuerto de Ciudad de M¨¦xico, dice, empez¨® a sentir un cosquilleo. Un oficial del ICE, la agencia que custodia las fronteras, vio sus papeles, le mir¨® y le dijo, "?Y ahora qu¨¦ vas a hacer?".
Eso se preguntaba ¨¦l. Y ahora ?qu¨¦?
Era noviembre de 2017. Efr¨¦n hab¨ªa salido de M¨¦xico a finales de 1991, junto a su t¨ªo. Ten¨ªa 16 a?os. Agarraron la camioneta desde R¨ªo Verde, su pueblo, en el Estado de San Lu¨ªs Potos¨ª y tomaron el camino a la frontera, del lado de Matamoros, en Tamaulipas. Efr¨¦n recuerda que su t¨ªo le dec¨ªa "usted v¨¢yase para atr¨¢s y h¨¢gase el dormido". Antes, cuenta, las revisiones no eran demasiado exhaustivas. Efr¨¦n se recuerda pensando, "mi madre se qued¨® all¨¢, mis padres se quedaron all¨¢, pero igual vengo con mi t¨ªo. Les hablo por tel¨¦fono, todo va a estar bien".
Y lo estuvo, durante 27 a?os lo estuvo. Efr¨¦n y su t¨ªo llegaron a Houston. Enseguida empez¨® a trabajar de ayudante de plomero. Ganaba poco m¨¢s de tres d¨®lares la hora. Era poco dinero, pero la vida, dice, tambi¨¦n resultaba m¨¢s barata. Al poco tiempo se mud¨® a Virginia, a trabajar en la cosecha del pepino. Luego se fue a Atlanta y all¨ª se qued¨®.
Efr¨¦n tuvo una vida normal: se cas¨®, se separ¨®, se volvi¨® a juntar, tuvo una hija. Le iba bien trabajando de alba?il. Dice que cuando estuvo casado, trat¨® de sacarse los papeles. Incluso fue a ver a un abogado, que le dijo, cuenta, que para obtener la residencia deb¨ªa salir del pa¨ªs y esperar tres a?os para empezar a tramitarla. Eso o esperar a que cambiaran la ley. Efr¨¦n lo dej¨® pasar. Ya llevaba mucho a?os all¨¢. Pensaba que a ¨¦l no lo buscar¨ªan.
Por eso en noviembre del a?o pasado, cuando lo detuvieron, nunca imagin¨® que acabar¨ªan mand¨¢ndolo de vuelta a M¨¦xico. Efr¨¦n dice que estaba en su casa; que llamaron a la puerta. Dice que eran agentes del ICE. "Pas¨® lo mismo de siempre. Ellos dijeron 'buscamos a esta persona' y yo dije, 'no est¨¢ aqu¨ª'. Entonces ya me preguntaron que si yo era ciudadano americano y yo les dije que no. Ah¨ª ya me subieron a la patrulla y fue cuando yo empec¨¦ a pelear por mi caso".
Dice Efr¨¦n, "pas¨® lo de siempre". Desde la llegada de Donald Trump a la presidencia de EE UU, el ICE dej¨® de enfocarse en la frontera y empez¨® a buscar a inmigrantes sin papeles en zonas del interior del pa¨ªs. Iban a obras, tiendas de conveniencia, lugares donde suele trabajar la poblaci¨®n migrante. A veces, como en el caso de Efr¨¦n, les iban a buscar a su casa.
Efr¨¦n dice que lo peor de su nueva situaci¨®n es estar separado de su novia y su hija. Desde que le detuvieron solo las ha visto a trav¨¦s de un cristal, en el centro de detenci¨®n. El vestido de naranja. " Te parte el coraz¨®n, el est¨®mago se te revuelve, no sabes ni qu¨¦ hacer...?Yo qu¨¦ hice? No soy un criminal, mi ¨²nico delito fue cruzar la frontera".
Estados Unidos le ha prohibido volver al pa¨ªs en cinco a?os, pero ¨¦l quiere dar pelea. Por su hija. Porque empezar otra vez aqu¨ª en M¨¦xico... "?Empezar qu¨¦?", zanja.
5. Maribel, vecina de Tamaulipas, 51 a?os.
A finales de mayo, Maribel mand¨® por whatsapp un pu?ado de videos y fotos del desove de cientos de tortugas lora en una playa del sur de Tamaulipas. En las im¨¢genes, la arena parece un enorme tapiz beige moteado de lunares oscuros. Es un ritual que se repite cada a?o, siempre a finales de mayo, siempre en playas desiertas. Siempre en Tamaulipas.
Maribel se reporta cada mes o mes y medio por mensaje. Saluda, dice, 'hola, ?c¨®mo est¨¢s?', manda fotos, informa de sus planes para las semanas siguientes. En mayo fue lo de las tortugas. En junio mand¨® varias notas de diarios locales, muy cr¨ªticas contra Raymundo Ramos, un veterano y reconocido activista por los derechos humanos de Nuevo Laredo, una ciudad del norte de Tamaulipas, justo en la frontera con Estados Unidos.
"Quieren encarcelar a Raymundo", escrib¨ªa, "lo quieren eliminar". Maribel conoce a Raymundo porque es uno de los pocos personajes de este lado de la frontera que levanta la voz por sus vecinos. En los ¨²ltimos a?os ha documentado cantidad de casos de personas desaparecidas en la regi¨®n, que cuenta miles. Maribel, que tiene a su hijo desaparecido desde hace tres a?os y medio, estaba preocupada por ¨¦l.
A mediados de abril, Maribel escribi¨® para avisar de que pronto empezar¨ªa la exhumaci¨®n de cad¨¢veres no identificados en el cementerio de Ciudad Alem¨¢n, no muy lejos de Nuevo Laredo. La mujer, que sali¨® del estado hace a?os por seguridad, estaba por comprar una boleto de avi¨®n para participar en las exhumaciones. Ten¨ªa la esperanza de que igual all¨ª, en la fosa com¨²n del cementerio, encontrar¨ªa el cad¨¢ver de su hijo.
La prensa nacional apenas recogi¨® los trabajos de Ciudad Alem¨¢n. Peritos de la fiscal¨ªa de Tamaulipas y entidades independientes sacaron cientos de cuerpos de la fosa, arrojados hace a?os de mala manera, sin los estudios pertinentes de ADN, imposibilitando as¨ª que miles de madres y padres y hermanos de desaparecidos de todo el pa¨ªs pudieran saber si ellos -los de la fosa- eran los suyos o no. Hasta este mes de junio, ellos -los de la fosa- y sus familias hab¨ªan sido negados. Podr¨ªa haberse dicho que jam¨¢s hab¨ªan existido. La exhumaci¨®n de cientos de cad¨¢veres se convert¨ªa as¨ª en un acto de justicia.
Maribel no encontr¨® all¨ª a Oliver, su hijo. En estos a?os ha buscado en todas partes. Hace unos meses record¨® de nuevo las circunstancias de la desaparici¨®n de Oliver. Lo sacaron del trabajo un s¨¢bado por la ma?ana. Era casi navidad. Tres hombres armados se lo llevaron. ?Qui¨¦n, por qu¨¦? A Maribel le dijeron que un amigo de su hijo estaba implicado. Pregunt¨®, le respondieron con evasivas. Y luego ocurri¨® lo que ha ocurrido cientos, miles de veces estos a?os, en un pa¨ªs con decenas de miles de desaparecidos y una impunidad cercana al 100%: los hilos se convirtieron en ovillo y no hubo autoridad con la capacidad o las ganas de empezar a deshacerlo.
"Te pones a pensar qu¨¦ es lo que les pudo haber hecho a los que hicieron eso", dec¨ªa Maribel. "Ayer mis hijos estaban viendo una serie de eso del narco. Yo siempre les digo que no me gusta. El m¨¢s grande se molesta conmigo, 'no quieres que miremos nada, todo te molesta'. Yo le digo, '?sabes por qu¨¦?', yo ya llorando. '?Te gusta ver lo que les hacen a esas personas, c¨®mo les torturan, acaso no ves que eso igual es lo que le hicieron a tu hermano?..."
6. Omar Arreola, Cristo de Iztapalapa, 27 a?os.
A mediados de enero de 2017, el Cristo de Iztapalapa fue a la fiscal¨ªa a presentar una denuncia por agresi¨®n. Ya hac¨ªa semanas que le criticaban. Hab¨ªa corrido el rumor de que el cristo en realidad estaba casado, quebrantando as¨ª una de las normas fundamentales del Comit¨¦ Organizador de La Semana Santa de Iztapalapa. Y result¨® que el rumor era cierto, que el cristo y su mujer estaban juntos desde hac¨ªa siete a?os. De poco valieron los ruegos de la esposa ante el comit¨¦, asegurando que el matrimonio no hab¨ªa sido consumado en todo ese tiempo.
En Iztapalapa, uno de los distritos m¨¢s poblados de Ciudad de M¨¦xico, la semana santa es cosa seria. Nada que envidiar a las procesiones sevillanas o a la de legionarios en M¨¢laga. M¨¢s que una representaci¨®n es una reencarnaci¨®n de los evangelios. Ser elegido cristo, el papel principal, es un honor y un privilegio que conlleva m¨¢s deberes que derechos. Manchar el nombre del salvador y m¨¢s, de la semana santa, es una deshonra. Esta vez las cr¨ªticas llegaron incluso a los golpes, aunque no pasaron de ah¨ª. A mediados de febrero, el comit¨¦ relev¨® al cristo y se puso manos a la obra para encontrar un sucesor, casi a contrarreloj.
"Y entonces fue que me eligieron a m¨ª", dec¨ªa hace unos meses Omar Arreola, el sustituto, el cristo de emergencia.
De nariz corvina y om¨®platos grandes como orejas de elefante, Arreola consigui¨® el papel de su vida casi de regalo. El d¨ªa de la sesi¨®n de fotos, a finales de 2017, explic¨® que los del comit¨¦ llegaron a su casa el 25 de febrero anterior y le invitaron a una terna final, que gan¨®. Normalmente los cristos son m¨¢s j¨®venes, 24 a?os, 25. Por aquello del esfuerzo f¨ªsico que exige el papel: los latigazos son de verdad, la cruz pesa como mil demonios, etc¨¦tera. Pero no hab¨ªa tiempo y Omar fue el elegido.
"Desde los cuatro a?os", dec¨ªa el d¨ªa de las fotos, "sal¨ªa con mi padre a grabar las procesiones en video". Desde los 15 hab¨ªa participado en la procesi¨®n, haciendo indistintamente el papel de nazareno y de hebreo. En 2012, dice, se present¨® por primera vez para hacer el papel de Jes¨²s. Le cost¨® cinco a?os conseguirlo.
- ?Qu¨¦ sentiste cuando te eligieron?
Incapaz de encontrar las palabras, al cristo se le aguaron los ojos. Mir¨® el techo del estudio de fotograf¨ªa como solo ¨¦l podr¨ªa haberlo hecho, una mirada misericordiosa, agradecida, de agua bendita. La encargada de prensa del comit¨¦ cruz¨® los brazos, quiz¨¢ aprobando las l¨¢grimas de su protegido, conmovida; o quiz¨¢ solo inc¨®moda. Qui¨¦n sabe.
Omar record¨® los pormenores de los d¨ªas que siguieron a su nombramiento, las visitas al pod¨®logo, la elecci¨®n de sandalias, las carreras, las subidas y bajadas al cerro de La Estrella cargando una cruz de 90 kilos... Y luego las t¨²nicas, las pelucas.
El punto ¨¢lgido de su mandato ser¨ªa en abril, los d¨ªas santos. Pero a¨²n en diciembre, recordando aquella catarsis, los latigazos, toda la gente -cientos de miles- mirando, grab¨¢ndole con sus celulares, la emoci¨®n le embargaba. Preguntado por su fugaz predecesor, evit¨® posicionarse. Omar era la prueba viviente de que el cristo de Iztapalapa es tan diplom¨¢tico como piadoso.
7. Leah Mu?oz, bi¨®loga, 24 a?os.
El 21 de junio, Leah cumpli¨® un a?o y tres meses con su nuevo tratamiento de hormonas. Lo public¨® en Facebook. Dos fotos, una de antes y una de ahora. En la de antes, Leah aparece antes de ser Leah, antes de iniciar su transformaci¨®n, la cara m¨¢s ovalada, una sombra de pelusa en la barbilla, las cejas pobladas, boscosas. En la de ahora es otra persona, el rostro afilado, liso, los p¨®mulos algo m¨¢s pronunciados. "No hay que subestimar lo que puede tu cuerpo", escribi¨®.
Leah es una mujer trans. Hace algo m¨¢s de dos a?os inici¨® una aventura que le ha llevado a explorar los m¨¢rgenes de su propia identidad, qui¨¦n era, qui¨¦n quer¨ªa ser, qui¨¦n pod¨ªa ser. En junio de 2016 eligi¨® su nuevo nombre. "No hab¨ªa experimentado una catarsis as¨ª nunca antes", escribi¨® en la red social.
En una de sus visitas al m¨¦dico pocas semanas despu¨¦s de empezar su tratamiento, Leah explicaba c¨®mo hab¨ªa sido su camino. Fue en marzo del a?o pasado, en la Cl¨ªnica Condesa, un centro p¨²blico especializado en este tipo de tratamientos. En octubre tuvo su primera cita. Y en marzo empez¨®. Le ayud¨® hablar con uno de sus profesores, dec¨ªa, que adem¨¢s acabar¨ªa acompa?¨¢ndola en el camino, las dos abandonando sus identidades masculinas por otras femeninas, identidades amplias, nada definitivo. Se trataba de probar, explorar.
Juntas fueron a un show de vogue en Ciudad de M¨¦xico, un baile en que los bailarines imitan los pasos de las modelos en las pasarelas. Les encant¨® y se apuntaron a clases. Leah dice que encontraron un espacio donde travestirse, probarse, experimentar lo que pensaban y hablaban y todav¨ªa no se atrev¨ªan a hacer en p¨²blico. Fue una liberaci¨®n.
"Fantaseamos mucho", contaba. "Primero fue, 'podemos tener una vida trans sin hormonas, podemos tener pechos operados y ya'. Y despu¨¦s ya empezamos a plantearnos lo de las hormonas y venir aqu¨ª a la cl¨ªnica".
Antes de todo esto, Leah hab¨ªa sido una importante activista social. Formaba parte del colectivo trotskista feminista Pan y Rosas y estudiaba biolog¨ªa en la Universidad Nacional Aut¨®noma de M¨¦xico. Desde ese entonces denunciaba cada acto violento contra la poblaci¨®n trans. Durante un tiempo escribi¨® notas sobre el asesinato de mujeres trans en La Izquierda Diario. Hace solo unos d¨ªas, comparti¨® en su muro de Facebook el asesinato de una nueva compa?era en Chiapas. No dijo nada, solo la comparti¨®.
A los 17 Leah le dijo a su mam¨¢ que le gustaban los hombres. As¨ª vivi¨® cuatro a?os. "Pero no fue una etapa tan vivida", dice, "en mi familia se enteraron de que era gay por dos segundos. Mi mam¨¢ fue la ¨²nica que supo todo, para el resto lo mantuve oculto. Pero fue literal. Mi mama les dijo que era gay y a la semana que era trans".
- ?Lo entend¨ªa tu mam¨¢?
- No... O sea ella ten¨ªa una imagen, pero no.
En mayo de 2016 su mam¨¢ le vio con las u?as pintadas. Empezaron a hablar. Su mam¨¢ le dijo "me dan l¨¢stima las personas que no les gusta su cuerpo". Y Leah le contest¨®: "?Por qu¨¦ te da l¨¢stima eso y no la sociedad que lo ve mal?".
Han habido momentos en que Leah se enfadaba con ella, dejaban de hablarse, aunque siempre trat¨® de que la la situaci¨®n no se enfriara. "Aunque ahora a¨²n no lo entienda perfectamente, lo va asimilando", dice Leah.
* La protagonista de esta historia pidi¨® que se omitiera una serie de datos de personales una vez publicado el reportaje. En consideraci¨®n a su petici¨®n, EL PA?S retir¨® dichos datos. En esencia, la historia es pr¨¢cticamente la misma.
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