Comidos vivos
Pareciera que a los mexicanos nos resulta impensable que algo, cualquier cosa, salga bien. Y cuando a alguno le sale es como si al resto del hormiguero nos echaran encima un cubo de agua hirviendo

Lo hemos visto suceder una y otra vez, como maldici¨®n recurrente: un mexicano destaca en cualquier ocupaci¨®n llamativa (es decir, una relacionada con el espect¨¢culo, el deporte o el arte, porque a cient¨ªficos o acad¨¦micos muy rara vez les sucede) y le cae encima, como yunque, la atenci¨®n de sus compatriotas. Por un lado, iracunda y salivosa, la de aquellos que malquieren instant¨¢neamente al destacado en cuesti¨®n y aseguran que lo que sea que haga no es para tanto, que otro (cualquier otro, incluso un figur¨®n execrado en ocasiones anteriores) merec¨ªa m¨¢s esos premios, aplausos o reflectores, que todo se trata de una tomadura de pelo, una imposici¨®n, un efecto artificial e indeseable, una moda que durar¨¢ poco y si lo hace es por conspiraci¨®n, cochupo o, de plano, por idiotez del resto del planeta. Por el otro lado, y no menos escandalosamente, la atenci¨®n de aquellos repentinos fieles que proclaman al destacado de marras como el elegido, es decir, la encarnaci¨®n de los valores de la mexicanidad, el ejemplo que tantos ni?os y personas humildes aguardaban, la llamita de esperanza que ilumina el sendero de la naci¨®n. Por periodos de celebridad as¨ª de truculentos han transitado personajes tan variopintos como Ana Guevara, Mar¨ªa F¨¦lix, Octavio Paz, Elena Poniatowska, Luis Miguel, Cuar¨®n, Del Toro, I?¨¢rritu, Gael, Diego Luna, Dolores del R¨ªo, Salma Hayek, Hugo S¨¢nchez, el Chicharito, o, ahora mismo, Yalitza Aparicio. Ya sea para quemarles incienso alrededor o para quemarlos en le?a verde, a nuestros h¨¦roes nos gusta ahumarlos hasta dejarlos irreconocibles.
Pareciera que a los mexicanos nos resulta impensable que algo, cualquier cosa, salga bien. Y cuando a alguno le sale, especialmente cuando le sale extraordinariamente bien, es como si al resto del hormiguero, o sea, a nosotros, nos echaran encima un cubo de agua hirviente. Y sentimos un ahogo que solo podemos superar escupiendo babas, de ira o de admiraci¨®n, pero babas al fin. Y sin medida. Ac¨¢ no hay medias tintas.
Todo debe ser excesivo y abrumador. Vamos a hablar sin parar de fulano, ya sea muy bien o muy mal, sin matices y sin reposo, hasta que surja alguien m¨¢s a quien acribillar.
No celebramos o criticamos natural y cabalmente a nuestras figuras: las desnaturalizamos. Las usamos como pretexto para enzarzarnos en debates que rebasan a cualquiera, como si la existencia presente y futura de la naci¨®n dependiera de ellos. Y les hacemos acusaciones indignas, delirantes y rar¨ªsima vez probadas (pero millones de veces repetidas) o, del otro lado, las cargamos de adoraci¨®n pero tambi¨¦n de responsabilidad y les echamos encima aspiraciones y cargas rid¨ªculas. Porque esperamos que, sin dejar de hacer lo que hacen, nuestros famosos combatan la corrupci¨®n, eduquen al pueblo, se muestren como una cruza de Mahatma Gandhi y Toni Morrison, nos descolonicen y nos muestren el camino al progreso. Y que, entretanto, se comporten santamente, como eremitas o monjas de clausura, porque el hecho de que sepan actuar, dirigir, cantar, correr o patear el bal¨®n con criterio significa que tienen la obligaci¨®n de salvar el alma de todos los dem¨¢s. Y nunca, jam¨¢s, ya sea para declararlos genios o idiotas, los miramos como individuos que, gracias a su talento, disciplina y astucia alcanzaron alg¨²n logro morrocotudo. Nada de eso: los tratamos como meros ejemplares afortunados de la especie, expresiones azarosas del colectivo. Como si fueran, tal cual, nosotros mismos o nuestros vecinos, solo que con mejores contactos y un bonito peinado. Y, con la confianza que se les depara a los viejos conocidos, los tonteamos, los alabamos, nos metemos con ellos como si fueran nuestra propiedad.
Son juguetitos: si quiero me divierto contigo y si quiero te rompo. No me extra?an nada las quejas de Yalitza Aparicio y la petici¨®n que los productores de Roma les hicieron a los medios de dejarla a ella y su familia en paz. Yalitza ha sido acosada, insultada y sobreexpuesta, y a la vez ha sido elevada a los altares laicos por toda clase de personas que quieren exorcizar con ella sus propios demonios. El desmedido precio a pagar por destacarse en un pa¨ªs ansioso de engullir, por amor o por odio, a sus hijos m¨¢s esclarecidos.
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