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La odisea de los venezolanos que se convirtieron en ciudadanos brasile?os

M¨¢s de 262.000 refugiados y migrantes de Venezuela viven en 630 ciudades de Brasil. Ya son la mayor comunidad extranjera en el pa¨ªs. Muchos de ellos se enfrentan a la idea de estar lejos de su pa¨ªs hasta morir

La refugiada venezolana Dorianny en el aeropuerto de Boa Vista.V¨ªdeo: Victor Moriyama
Carla Jim¨¦nez
Boa Vista / Pacaraima / S?o Paulo -

Dorianny Torres acaba de amamantar a su hijo peque?o Luis Joel y le entran ganas de comer algo dulce. ¡°Un caramelo, una galleta¡±, comenta, sentada en la hamaca de la casa de PVC en la que se encuentra. ¡°Es la ansiedad¡±, concluye. Dentro de algunas horas, esta venezolana de 30 a?os embarcar¨¢ rumbo al estado de Minas Gerais, sureste de Brasil, saliendo de Boa Vista, al norte del pa¨ªs, acompa?ada de sus seis hijos. La mayor, Estrella, de 10 a?os, lleva un vestido de flores fruncido. Su pelo est¨¢ adornado con una hilera de clips de colores, al igual que sus hermanas: Kereane, de 5; Luciane, de 7; y Victoria, de 6. Abraham, de 8, era el ¨²nico var¨®n, hasta la llegada de Joel. Es la primera vez que se subir¨¢n a un avi¨®n, rumbo a una ciudad desconocida. Pero no hay alternativas. Necesitan sobrevivir y en Brasil encontraron un camino.

Todos sus hijos nacieron en Ciudad Bol¨ªvar, menos Joel, a quien Dorianny dio a luz cuando viv¨ªa en un campamento de refugiados en Boa Vista, capital del estado de Roraima. El 8 de septiembre, tuvo contracciones y la trasladaron al hospital p¨²blico de la capital, en plena pandemia. Joel, mofletudo y due?o de unos ojos negros despiertos, naci¨® de parto normal. Su vida, desde entonces, no se diferencia solamente por haber venido al mundo desde un lugar distinto al de sus hermanos. Joel es la s¨ªntesis de un nuevo ciclo de inmigraci¨®n que acoge Brasil, desde que Venezuela se hundi¨® con el Gobierno de Nicol¨¢s Maduro. Si hasta la primera mitad del siglo XX, eran portugueses, italianos, japoneses y alemanes quienes llegaban a Brasil en busca de una vida mejor y huyendo de los horrores de las guerras mundiales, en este siglo, los venezolanos huyen de un pa¨ªs que se empobrece cada d¨ªa m¨¢s desde que Maduro asumi¨® el poder y recrudeci¨® la persecuci¨®n a los opositores. Las continuas crisis y las detenciones injustificadas de quienes no est¨¢n de acuerdo con Maduro llev¨® a Estados Unidos a determinar, en 2015, un bloqueo econ¨®mico a Venezuela, pa¨ªs sumamente dependiente de la exportaci¨®n de petr¨®leo. El impacto fue inmediato, y la poblaci¨®n pas¨® a convivir con la escasez, la inflaci¨®n y un mercado paralelo de d¨®lares. La represi¨®n aument¨® y el pa¨ªs entr¨® en lo que los analistas llaman cubanizaci¨®n.

La refugiada venezolana Dorianny con su beb¨¦ Luis Joel, nacido en Brasil. Viaja con sus seis hijos, su hermana y su cu?ado.
La refugiada venezolana Dorianny con su beb¨¦ Luis Joel, nacido en Brasil. Viaja con sus seis hijos, su hermana y su cu?ado.Victor Moriyama

Desde 2015, la cifra de venezolanos que cruzaron la frontera para llegar a Brasil ha subido. Sin embargo, desde 2018 hubo un salto vertiginoso en la entrada de venezolanos que los ha convertido en la comunidad extranjera m¨¢s numerosa en el pa¨ªs. La ciudad de Pacaraima, frontera con la ciudad venezolana de Santa Elena de Uair¨¦n, en el norte de Brasil, estaba recibiendo una media de 500 personas al d¨ªa, flujo interrumpido por la pandemia que cerr¨® las fronteras en marzo de este a?o.

Hoy viven 262.475 venezolanos en Brasil, m¨¢s del doble que hace dos a?os. La mayor¨ªa, en condici¨®n de migrante, solicitando vivir aqu¨ª con un visado de al menos dos a?os. Otros 46.647 aceptaron la condici¨®n de refugiados, argumentando la falta de condiciones de derechos humanos en su pa¨ªs de origen. Hay, adem¨¢s, 102.504 venezolanos con solicitudes de refugio pendientes, en lista de espera para conseguir la documentaci¨®n que los aceptar¨¢ como residentes. Configuran la cifra m¨¢s alta de peticiones de refugio por nacionalidad, seg¨²n el Comit¨¦ Brasile?o de Refugiados (CONARE). Por los registros de migraci¨®n del Ministerio de Justicia de Brasil, los venezolanos superaban en cantidad a portugueses, haitianos y bolivianos, que hasta hace poco representaban los principales grupos extranjeros residentes en Brasil.

La gran masa de venezolanos que ha entrado en Brasil a partir de 2018 lo hizo por Pacaraima, y buena parte se ha quedado all¨ª o en la capital de Roraima, Boa Vista, a tres horas de la frontera. Con el flujo concentrado en el norte, el resto de Brasil no se dio cuenta de la evoluci¨®n silenciosa de la migraci¨®n de los venezolanos. Nadie conoce tan bien ese nuevo ciclo migratorio como los habitantes de Roraima. No es una convivencia muy tranquila que se diga. Los venezolanos ya ocupan el 40% de las camas de hospital del Estado, alert¨® el gobernador Antonio Denarium en febrero de este a?o, cuando una protesta en Pacaraima trataba de impedir la entrada de nuevos venezolanos. La mitad de los alumnos en las escuelas de Pacaraima tambi¨¦n son ni?os de Venezuela. El Gobierno brasile?o no se prepar¨® para una respuesta a la altura de la migraci¨®n, y Roraima no estaba capacitada para el nuevo desaf¨ªo. Ha sido un camino accidentado para los que llegan por el norte del pa¨ªs.

 Un ni?o venezolano duerme en refugio RONDON II en Boa Vista, Roraima, Brasil, en octubre de 2020.
Un ni?o venezolano duerme en refugio RONDON II en Boa Vista, Roraima, Brasil, en octubre de 2020.Victor Moriyama

Un escenario que se repite a lo largo de la historia de Brasil, un pa¨ªs forjado por centenas de nacionalidades que aqu¨ª arriban. Los primeros japoneses que llegaron, a comienzos del siglo XX, por ejemplo, tambi¨¦n vivieron resistencias. En 1914, S?o Paulo contaba con 10.000 inmigrantes japoneses que hu¨ªan de las dificultades del Jap¨®n feudal. Brasil ten¨ªa, por aquel entonces, 25,5 millones de habitantes. Ven¨ªan a trabajar en la agricultura cuando Brasil se vio obligado a renunciar a la mano de obra esclava tras la abolici¨®n de la esclavitud en 1888. Llev¨® un tiempo hasta que se ganaran el respeto de los due?os de las tierras que los contrataban. Hubo episodios de racismo y prejuicio en su momento, iguales a los que los venezolanos se enfrentan en las ciudades de Roraima.

Adaptaci¨®n y acogida

El total de venezolanos en Brasil es un peque?o porcentaje si se compara con la masa de 5,5 millones que ya se ha ido a otros pa¨ªses, especialmente a Colombia y Per¨² ¡ªcada uno ha recibido a m¨¢s de un mill¨®n de ellos¡ªy Chile (casi medio mill¨®n). El territorio brasile?o ya es el quinto receptor de venezolanos, seg¨²n la Organizaci¨®n de los Estados Americanos (OEA). Por tener un idioma diferente, Brasil ha sido la ¨²ltima opci¨®n para emigrar. Pero, ante la reticencia de esos pa¨ªses menos poblados, que acogieron a muchos m¨¢s venezolanos antes, era mejor encarar las diferencias.

Brasil tambi¨¦n facilit¨® el camino. Redujo la burocracia para recibirlos al declarar que Venezuela era un pa¨ªs en el que se comet¨ªan graves y generalizadas violaciones de derechos humanos. El Comit¨¦ Nacional de Refugiados adopt¨® el procedimiento prima facie, que elimina las entrevistas detalladas ¡ªy demoradas¡ª en las que se decide si se le concede o no al extranjero el visado de residencia temporal o de refugiado. Este mecanismo garantiz¨® una facilidad in¨¦dita para acoger a los venezolanos en el continente. Hoy, de los poco m¨¢s de 49.000 refugiados en Brasil de distintas nacionalidades, el 95% son venezolanos.

El Gobierno de Jair Bolsonaro asumi¨® y ampli¨® la llamada Operaci¨®n Acogida, creada en 2018 durante el Gobierno de Michel Temer, con el trabajo conjunto de 12 ministerios, que facilitaron el acceso de los inmigrantes venezolanos. ¡°Hay una sensaci¨®n en Venezuela de que Brasil trata bien a los suyos¡±, dice David Smolansky, exalcalde de El Hatillo, uno de los distritos de Caracas, capital de Venezuela. Smolansky act¨²a hoy en la Organizaci¨®n de los Estados Americanos (OEA), en Washington, el el grupo que monitorea a los venezolanos que emigraron.

?l mismo vino huyendo de la furia de Maduro, que empez¨® a perseguirlo en su condici¨®n de opositor. Cuando recibi¨® una orden de detenci¨®n, se vio obligado a permanecer en la clandestinidad. Durante tres o cuatro d¨ªas recorri¨® m¨¢s de 1.000 kil¨®metros rumbo a la frontera disfrazado de seminarista para no ser reconocido. Con gafas, sotana y sin barba, Smolansky logr¨® llegar a Brasil en 2017, con la ayuda del entonces ministro de Relaciones Exteriores, Aloysio Nunes. De all¨ª, continu¨® hacia Estados Unidos, donde empez¨® a trabajar por una coalici¨®n para restablecer la democracia plena en Venezuela.

Seguridad social, Bolsa Familia y renta de emergencia

El Gobierno brasile?o ha garantizado a los que llegan de otro pa¨ªs, como los venezolanos, a que puedan vivir como ciudadanos brasile?os (con excepci¨®n de votar). Tienen su propio Documento de identificaci¨®n fiscal, frecuentan la sanidad p¨²blica, sus hijos van al colegio y pueden circular libremente por el pa¨ªs. Y muchos reciben las ayudas del programa gubernamental para familias con pocos recursos, conocido por Bolsa Familia. Durante la pandemia, tuvieron acceso incluso a la renta b¨¢sica de emergencia para superar la crisis sanitaria. Al menos 42.519 recibieron este subsidio de la Caixa Econ?mica Federal, instituci¨®n financiera estatal de Brasil. El presidente del banco, Pedro Guimar?es, lleg¨® a decir en una entrevista que en la ciudad de Pacaraima hay m¨¢s venezolanos que brasile?os cobrando la ayuda. El dinero alimenta, pero parte de ¨¦l se va a Venezuela, para ayudar a los parientes necesitados. ¡°Lo que ac¨¢ es poco, all¨¢ es mucho¡±, dice Dorianny, que tuvo la ayuda del Bolsa Familia y acceso a la renta emergencial durante la pandemia. Parte de lo que le llega se lo env¨ªa a sus padres.

El ¨¦xodo venezolano, el m¨¢s grande de Am¨¦rica Latina de la historia reciente, correspond¨ªa al 15% de su poblaci¨®n de 2017. En proporci¨®n, ser¨ªa como si 33 millones de brasile?os se fueran del pa¨ªs a lo largo de tres a?os debido a persecuciones pol¨ªticas, huyendo del hambre o para rescatar la dignidad y garantizarles a sus hijos unas m¨ªnimas condiciones de vida. Hoy, el 96% de los venezolanos que se quedaron en su pa¨ªs son considerados pobres. ¡°Hoy, todos en Venezuela tienen dos sue?os: comer o irse del pa¨ªs¡±, dice Ra¨²l Escalona, director de teatro, de 74 a?os, que lleg¨® a Brasil en 2018.

Ra¨²l sigui¨® los pasos de su hijo, Carlos Escalona, un periodista que se march¨® a Brasil tras ser amenazado por no querer participar, en 2016, en una trama de corrupci¨®n en la televisi¨®n estatal en Maracay, capital del estado de Aragua. El hecho ocurri¨® cuando era gerente de producci¨®n de un programa cultural. A Carlos le retuvieron su sueldo ocho meses como forma de presionarlo. ¡°Me dec¨ªan que la soluci¨®n estaba en mis manos¡±, recuerda. Pusieron a prueba su l¨ªmite con un secuestro expr¨¦s en el que le amenazaron con perjudicar a sus padres y a su novia, Marifer, por no querer firmar unos presupuestos inflados en TeleAragua. ¡°Me pegaban mientras dec¨ªan cosas puntuales del trabajo¡±, cuenta. Despu¨¦s dispararon, al aire, para asustarlo. Carlos no aguant¨® y decidi¨® emigrar.

Su padre se dio cuenta en ese momento de que quedarse en Venezuela pasaba a representar un riesgo de muerte. ?l ya hab¨ªa sido vicepresidente de TeleAragua en los tiempos de Hugo Ch¨¢vez, y en aquel momento ya sent¨ªa que hab¨ªa interferencias en la labor period¨ªstica del canal. Pero el atentado a su hijo fue un golpe de realidad. ¡°Fue un llamado de atenci¨®n, de algo muy serio que estaba pasando que va a superarte¡±, recuerda Ra¨²l. Mientras su hijo eleg¨ªa Brasil como destino, ¨¦l y su esposa, Elvira, decidieron vivir un a?o en Ecuador, en 2017. Los acuerdos entre los dos pa¨ªses facilitaban que pudiera cobrar all¨ª la jubilaci¨®n a la que ten¨ªa derecho en Venezuela. Pero la nostalgia les pudo y decidieron regresar al cabo de un a?o. Fueron a Isla de Margarita, donde ten¨ªan una casa que guardaba recuerdos de tiempos felices. Quedarse all¨ª parec¨ªa una buena idea, lejos de los centros m¨¢s agitados pol¨ªticamente, hasta que se calmaran las aguas. Pero todo estaba diferente. ¡°En un a?o, el pa¨ªs hab¨ªa sido arrasado¡±, recuerda Ra¨²l, junto a Elvira, en la cocina del apartamento de su hijo, Carlos, en S?o Paulo. La flamante isla estaba abandonada, y encontrar alimentos b¨¢sicos era una tarea cada vez m¨¢s dif¨ªcil. ¡°Un d¨ªa, nos levantamos y decidimos marcharnos¡±, dice Ra¨²l.

En la maleta, tan solo dos altavoces y la certeza de que la vida nunca m¨¢s ser¨ªa igual. ¡°A los setenta y tantos a?os me vi teniendo que salir de mi zona de confort¡±, asegura Ra¨²l. Tomaron un barco, un autocar, un coche y siguieron hacia la frontera de Venezuela con Brasil. De all¨ª, siguieron hacia Boa Vista y, luego, a S?o Paulo, donde ya estaba viviendo Carlos. Ahora, padres e hijo viven cerca, en la zona este de S?o Paulo. El otro hijo, Miguel, emigr¨® a Estados Unidos. Ra¨²l ya se ha adaptado a la capital paulista y no mira hacia atr¨¢s. ¡°Mi hoy es Brasil.¡±

Brasile?os herederos de Venezuela

Afrontar la vida en un nuevo pa¨ªs es tambi¨¦n abrirse a la posibilidad de tener descendencia lejos de su tierra. En el campamento Janokoida, en Pacaraima, ya hay varios brasile?itos hijos de venezolanos. En ese campamento, destinado exclusivamente a los ind¨ªgenas de la familia Warao ¡ªde los primeros venezolanos que migraron a Brasil¡ª, viven cerca de 450 integrantes de dicho pueblo. Seis nacieron en Paracaima. ¡°Hablan espa?ol, portugu¨¦s y warao¡±, explica con orgullo Teolinda Moralera Warao, una de las seis l¨ªderes de su pueblo. Los l¨ªderes dividieron el espacio para garantizar la organizaci¨®n. Teolinda es la responsable de 23 familias. Dos de los ni?os brasile?os son nietos suyos. Williaimis y Lucas, hijos de sus hijos, Eliaimis y Cruz Antonio.

El espacio es una enorme nave adaptada a la cultura warao con el apoyo del ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados) y de las Fuerzas Armadas brasile?as. Duermen en hamacas extendidas a lo largo del espacio, divididos por familias. Plantan parte de sus alimentos y tienen materia prima para elaborar sus artesan¨ªas y utensilios dom¨¦sticos, como bandejas y bolsos, al igual que hac¨ªan en su tierra, en el municipio de Antonio D¨ªaz. Teolinda hac¨ªa su trabajo e iba a la ciudad a vender las artesan¨ªas de su comunidad, lo que ayudaba al sustento de la familia. Tambi¨¦n cantaba y hac¨ªa presentaciones de danzas t¨ªpicas de su cultura para los turistas. La casa en la que viv¨ªa con su familia era suya.

Teolinda Moralera Warao en el refugio Janokoida, donde viven ind¨ªgenas venezolanos de la etnia Warao en Pacaraima, Roraima, Brasil.
Teolinda Moralera Warao en el refugio Janokoida, donde viven ind¨ªgenas venezolanos de la etnia Warao en Pacaraima, Roraima, Brasil. Victor Moriyama

Pero los d¨ªas se fueron haciendo m¨¢s duros, el dinero escaseaba y ten¨ªan pocos recursos para sobrevivir. Un d¨ªa, la casa se vino abajo, como si se tratara de un presagio de lo que vendr¨ªa despu¨¦s. Lo m¨¢s tr¨¢gico de esa realidad se ceb¨® con la familia de su hija, Celenia. Un brote de c¨®lera lleg¨® a su regi¨®n y provoc¨® la muerte de ni?os y ancianos. El c¨®lera se llev¨® a su nieta, Celiaini. Su hija estuvo gravemente enferma, sus pulmones se vieron afectados. ¡°Vine aqu¨ª desesperada hace tres a?os¡±, recuerda. Junto a su esposo y sus otros dos hijos, se subieron a un auto que iba de camino y salieron de la ciudad. Llegaron a San F¨¦lix y, desde all¨ª, partieron hacia Santa Elena, frontera con Pacaraima. Contaron con el apoyo de la parroquia de la ciudad y del ACNUR para salvar a Celenia, que afortunadamente se recuper¨®. Llegaron con lo puesto y vivieron de donaciones de comida hasta que se integraron en el campamento. ¡°He venido para que tengan un futuro. Aqu¨ª hay sanidad y educaci¨®n.¡±

Vivir en Brasil: corazones rotos

No todos viven la mudanza a Brasil con tanto desprendimiento. La morri?a duele, la soledad lastima y la sensaci¨®n de desplazamiento ante una cultura diferente a menudo golpea fuerte. El comienzo en otro pa¨ªs en busca de oportunidades para mantenerse tambi¨¦n deja huellas. Edward, trabaja como vendedor en un centro comercial en Boa Vista, sabe que ya vivi¨® momentos mucho m¨¢s duros que los actuales. Lleg¨® hace dos a?os, sin ninguna perspectiva, pero con el firme prop¨®sito de establecerse. Viv¨ªa con un primo suyo y hac¨ªa pan para venderlo. Muchas veces no lo lograba, y lo repart¨ªa en las plazas donde sus conterr¨¢neos, que tambi¨¦n hab¨ªan ido a probar suerte, dorm¨ªan a la intemperie. Hoy, con un contrato de trabajo, sabe que ha superado las dificultades. ¡°Pero es dif¨ªcil, hay d¨ªas que es muy dif¨ªcil¡±, dice ¨¦l, cuya familia est¨¢ en Venezuela. Al mismo tiempo que quiere quedarse para construir su nueva vida, quiere regresar a su pa¨ªs.

La pandemia y la frontera cerrada desde marzo acent¨²an la angustia. Aunque Boa Vista est¨¦ cerca de la frontera con Venezuela, la perspectiva de no poder moverse deja m¨¢s evidentes la distancia y la a?oranza, sin la posibilidad de circular libremente. A muchas familias se les divide el coraz¨®n cuando cruzan la frontera. Por una parte, hay una gratitud por superar las necesidades b¨¢sicas y rescatar la dignidad en Brasil. Por otra, una renuncia dolorosa. ¡°Nunca en la vida pens¨¦ que saldr¨ªa de Venezuela, menos a¨²n en esas condiciones¡±, dice Samired Velandria, de 34 a?os, que viv¨ªa en Caracas hasta 2018. El 24 de octubre de ese a?o sac¨® fuerzas para venir a Brasil para cuidar de su salud. Samired tuvo un c¨¢ncer de tiroides y ten¨ªa que tomar una hormona diariamente para el afrontar el postoperatorio. Pero en su ciudad no la ten¨ªan. Y, cuando hab¨ªa, el precio era prohibitivo. ¡°Me encontraba muy mal¡±, recuerda Samired, que ahora est¨¢ instalada en un apartamento en S?o Paulo, donde vive con su hijo y su novio, que lleg¨® este a?o.

Con una Venezuela de mal en peor, decidi¨® seguir el consejo de su hermana, Saray, que ya hab¨ªa recalado en Brasil un a?o antes con su marido y su hija. ¡°Me dec¨ªa que ese medicamento era barato aqu¨ª y que se pod¨ªa conseguir gratis en los servicios p¨²blicos¡±, recuerda. Salvar su salud ser¨ªa la raz¨®n m¨¢s l¨®gica para emprender el viaje. Tambi¨¦n hab¨ªa una expectativa de rescatar un poco de la seguridad que se qued¨® en su pasado. ¡°Vivir m¨¢s o menos dignamente... a veces no hab¨ªa gas, o no hab¨ªa luz¡±, afirma.

Vino sola en un autocar con su hijo, Samir, que por entonces ten¨ªa 10 a?os, siguiendo la ruta que un a?o antes hizo su hermana. Lleg¨® a Pacaraima, donde pas¨® los primeros 15 d¨ªas. Estuvo un tiempo en un campamento de refugiados en Boa Vista, hasta llegar a S?o Paulo, para instalarse en un albergue religioso de Miss?o Paz, en el centro de la ciudad. Conoci¨® a multitud de extranjeros como ella y, a los cuatro meses, consigui¨® un trabajo, en el que est¨¢ hasta hoy. Es redactora de una agencia de publicidad extranjera. Alquil¨® un piso, en el que vive con Samir y, desde hace pocos meses, con su novio.

Su hijo Samir, de 12 a?os, est¨¢ a gusto en su nuevo pa¨ªs. ¡°A veces echa de menos a la familia, pero no es algo que le afecte tanto¡±, dice su madre. Samired, por otro lado, se frustra por haberse visto desgarrada de su pa¨ªs. ¡°Hoy no tengo la esperanza de volver. Pero pienso volver un d¨ªa¡±, afirma.

¡ª?Aunque sea dentro cinco o diez a?os?

¨DSea cuando sea.

Su familia est¨¢ partida por la mitad en la geograf¨ªa del continente. En Monagas, donde naci¨®, est¨¢n su padre, su hermana y dos hermanos. Ahora, en Brasil, est¨¢n Samired, su hermana Saray y otros tres hermanos. Todos trabajan. El sue?o de Samired es que toda su familia est¨¦ cerca de nuevo. Lo que no sabe es si ser¨¢ all¨ª o aqu¨ª.

Crecer en Brasil

Samuel Cazorla tambi¨¦n sue?a con traer a sus padres, que se quedaron en Valencia. Pero, a sus 29 a?os, se siente feliz por haber realizado su principal objetivo en Brasil. Hace tres a?os empez¨® desde cero la barber¨ªa Samuel Barber Shop, en Boa Vista, a la que acuden entre 30 y 50 clientes diariamente. Se march¨® de su ciudad hace tres a?os en busca de un local y un incentivo para montar su barber¨ªa. Pese a su juventud, Samuel posee la obstinaci¨®n de los emprendedores. Con 17 a?os ya aprend¨ªa el oficio en su ciudad natal, y a los 22 mont¨® su peque?o negocio en Valencia, el mismo a?o que se cas¨®. Un d¨ªa, un amigo de infancia al que le estaba cortando el pelo le dijo que se estaba mudando a la capital de Roraima. ¡°Me invit¨® a irme con ¨¦l, y estuve un mes pens¨¢ndomelo¡±, recuerda. La crisis, cuenta, no era tan aguda. Pero sab¨ªa que el tama?o de su ambici¨®n no cab¨ªa ah¨ª.

El venezolano Samuel abri¨® una barber¨ªa en Boa Vista. Decidi¨® jug¨¢rsela y¨¦ndose solo. Se instal¨® con el amigo que le propuso irse a Brasil, en una parcela detr¨¢s del presidio de Boa Vista, durante dos semanas. Se pate¨® la ciudad, a pesar de no hablar portugu¨¦s, hasta conseguir un empleo en una barber¨ªa. ¡°Estuve seis meses en los que solo guardaba dinero¡±, cuenta Samuel, que ahorraba en transporte ¡ªhac¨ªa todo a pie, incluso cuando resid¨ªa en la casa de su amigo, que estaba a 17 km de su trabajo¡ª y en comida: arroz con longaniza diariamente.

Luego, se fue a buscar a su esposa, a su hijo y a sus dos hermanos. Su autoconfianza acab¨® cautivando a un brasile?o, que le propuso abrir una barber¨ªa con ¨¦l y ser socios. Entraron juntos con un peque?o capital, pero all¨ª vivi¨® su primer tropiezo. Confi¨® en ¨¦l y no firm¨® ning¨²n documento. Cuando su socio cambi¨® algunas de las cosas que hab¨ªan pactado, decidi¨® que era hora de seguir otro rumbo. ¡°Al principio fue cruel ver que aqu¨ª la palabra no val¨ªa nada sin unos papeles firmados de por medio¡±, se lamenta Samuel, que tuvo a su segundo hijo en Boa Vista. ¡°Pero fue la herramienta para convertirme en lo que soy¡±, dice Samuel, que emplea a cuatro barberos. Todos ellos son venezolanos casados con venezolanas. Prosper¨®. Primero, se compr¨® una bicicleta para desplazarse. Luego, una moto. Despu¨¦s, un auto. Y ahora se ha comprado una casa. Tambi¨¦n ha aumentado su familia. Hace un a?o y medio naci¨® Said, su hijo brasile?o.

La barber¨ªa tiene estilo. Hace cortes modernos y Samuel ya sue?a en dar cursos de formaci¨®n profesional a otros venezolanos que lleguen a Brasil. O incluso abrir franquicias en otras ciudades. ¡°Ya tengo mi marca registrada en territorio nacional¡±, comenta, feliz, al tener ¡°exactamente lo que so?aba cuando estaba en Venezuela¡±. Pero Samuel no esconde algunos dolores. Sufri¨® el prejuicio de ser venezolano en Boa Vista. Hay muchos venezolanos pidiendo limosna en las calles y, a veces, algunos ciudadanos locales no ocultan un cierto desconfort. Son minor¨ªa, certifica el propio Samuel. ¡°Una vez entr¨® aqu¨ª una persona y, al darse cuenta de que ¨¦ramos venezolanos, dijo gritando que no quer¨ªa que le toc¨¢semos. Le dije que se fuera, y sac¨® una pistola.¡± Despu¨¦s de la amenaza, se march¨®. Fue un susto enorme. ¡°Pero el 90% de mis clientes son brasile?os¡±, cuenta.

En la balanza de un inmigrante, los pros est¨¢n ganando, seg¨²n los c¨¢lculos de Samuel. ¡°Estoy viviendo un momento muy bonito¡±, afirma el joven empresario. Venezuela, de momento, es su pasado. ¡°Mi presente es Brasil¡±, concluye.

¡ª?Y el futuro? ?Te quedar¨ªas aqu¨ª hasta que te mueras?

En ese momento enmudece. Piensa, y encuentra respaldo en su emprendimiento.

¡ªVuelvo cuando mi marca se haga internacional. Hoy, tengo dos casas. Aqu¨ª y en Venezuela. Cuando no est¨¦ bien aqu¨ª, me vuelvo all¨ª; y, cuando no est¨¦ bien all¨ª, me vuelvo aqu¨ª.

?Morirse lejos de Venezuela?

La idea de un futuro eterno en Brasil asusta a la mayor¨ªa de venezolanos con los que habl¨® EL PA?S. Pero algunos ya han asimilado una ruptura dif¨ªcil de restaurar. ¡°Toda esta situaci¨®n pol¨ªtica y econ¨®mica no solo nos ha hecho perder las cosas materiales, sino tambi¨¦n los afectos¡±, dice Ra¨²l Escalona. Su esposa, Elvira, coincide con ¨¦l. ¡°A los familiares podemos verlos por videollamadas¡±, dice ella.

¡ª?Pero no temen morirse en Brasil?

¡ªNo, responde Elvira, sin pesta?ear.

¡ªLa muerte no es una situaci¨®n geogr¨¢fica ¡ªreflexiona Ra¨²l, sereno. ¡°A esta edad, la muerte no es un susto, es una realidad que est¨¢ ah¨ª¡±, pondera.

La lucha con esa idea tambi¨¦n ronda en la vida de los inmigrantes mucho m¨¢s j¨®venes que Ra¨²l. Stefani, que estuvo un a?o y medio viviendo en los campamentos de la Operaci¨®n Acolhida en Boa Vista, tampoco teme vivir aqu¨ª para siempre. ¡°All¨¢ no hay nada¡±, constata la joven de 26 a?os, casada con Pedro y madre de cinco hijos, que estaba a punto de mudarse a S?o Paulo a finales de octubre.

Dorianny tambi¨¦n apuesta en Brasil por sus hijos. Vino en autocar con su marido, padre de los cinco hijos que nacieron all¨ª. Vivieron en Pacaraima y luego en Boa Vista. Pero se separaron. El padre consigui¨® un trabajo en Manaos y la dej¨® con los hijos en el campamento. A la espera de nuevas oportunidades, se relacion¨® con otro venezolano refugiado. As¨ª fue como naci¨® Joel. ¡°Soy madre soltera¡±, dice Dorianny, usando una expresi¨®n que quiebra su voz y parece pesar tanto como el hecho de haberse visto obligada a abandonar su pa¨ªs y de repente verse sola para cuidar a sus hijos en otro lugar. A Dorianny, verse soltera, como ella dice, le parece una traici¨®n del destino. Pero, a pesar del dolor, no tiene dudas en cuanto a su futuro. Brasil es donde quiere ver crecer a sus hijos. ¡°Si a mis hijos les va bien aqu¨ª, no creo que regrese. Eso no me asusta.¡±

Este art¨ªculo es resultado del laboratorio de producci¨®n y periodismo ¡°Refugiados y Migrantes¡± y forma parte de la serie de publicaciones realizadas con el apoyo de la Fundaci¨®n Gabo y ACNUR

Inicialmente este texto informab¨¢ que habian mas de 1 mill¨®n de venezolanos en Chile pero la informaci¨®n correcta es alrededor de medio mill¨®n.

Sobre la firma

Carla Jim¨¦nez
Directora de EL PA?S en Brasil desde 2018. Trabaj¨® en O Estado de S. Paulo, Ag¨ºncia Estado, revista ?poca e Isto¨¦Dinheiro. Naci¨® en Chile, creci¨® en Brasil. Es formada en Periodismo por la Universidad C¨¢sper L¨ªbero, con especializaci¨®n en Econom¨ªa en la Fipe/USP. Forma parte de EL PA?S desde 2013.

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