Huida por carretera de un int¨¦rprete de las tropas espa?olas: de Kabul a Islamabad pasando por Kandahar
Mohammad Zarin, que trabaj¨® cuatro a?os en la base de Qala-i-Naw y se jug¨® la vida en un ataque, escap¨® de Afganist¨¢n con su familia ante el avance talib¨¢n
Fue una ma?ana de agosto de 2007 cuando Mohammad Zarin, hoy con 45 a?os, demostr¨® que eso de ser int¨¦rprete de las tropas espa?olas en Afganist¨¢n requiere a veces un compromiso a prueba de bala. Una emboscada con varios muertos cerca de Bala Murghab, en la provincia de Badghis, es el recuerdo m¨¢s amargo que guarda de aquellos cuatro a?os (2004-2008) de servicio a Espa?a. Lo cuenta en Islamabad mientras muestra numerosos documentos que certifican su trabajo y con los que esp...
Fue una ma?ana de agosto de 2007 cuando Mohammad Zarin, hoy con 45 a?os, demostr¨® que eso de ser int¨¦rprete de las tropas espa?olas en Afganist¨¢n requiere a veces un compromiso a prueba de bala. Una emboscada con varios muertos cerca de Bala Murghab, en la provincia de Badghis, es el recuerdo m¨¢s amargo que guarda de aquellos cuatro a?os (2004-2008) de servicio a Espa?a. Lo cuenta en Islamabad mientras muestra numerosos documentos que certifican su trabajo y con los que espera poder dar el salto de la capital de Pakist¨¢n a Espa?a junto a su mujer y sus tres hijos.
Zarin, graduado en Espa?ol por la Universidad de Kabul, escap¨® junto a su familia de Afganist¨¢n por carretera cuando vio que el avance talib¨¢n hacia la capital ya no ten¨ªa freno. Las propias autoridades de su pa¨ªs, con las que ten¨ªa contacto por su trabajo de periodista, le ayudaron a tomar la decisi¨®n. Ni siquiera ellos eran optimistas, aunque pensaban que, al menos, la capital iba a resistir algo y ser escenario de una ¡°gran guerra¡± que nunca se produjo, cuenta el int¨¦rprete.
A comienzos de agosto deciden irse casi con lo puesto. La primera etapa fue hasta Ghazni, 150 kil¨®metros al sur de Kabul. All¨ª hicieron noche en casa de su suegro. Fue ¨¦l quien les facilit¨® el contacto de un conductor past¨²n de confianza que les llev¨®, pasando por Kandahar, hasta la frontera de Spin Boldak, ¨²ltima localidad antes de Pakist¨¢n. Iban con ropa humilde para no llamar la atenci¨®n y algo de comida para aguantar los m¨¢s de 400 kil¨®metros, detalla el int¨¦rprete sentado sobre una alfombra mientras da un trago a la taza de t¨¦.
Hab¨ªa otro asunto que les inquietaba y que les oblig¨® a pensar bien pero sin demora el viaje. Zarin y su familia son de etnia hazara, grupo chi¨ª perseguido a menudo por los talibanes y otros grupos radicales sun¨ªes. Mientras habla, el int¨¦rprete se se?ala la cara, en un gesto para explicar que no pod¨ªan ocultar su origen mongol al avanzar camino de Pakist¨¢n por un territorio de mayor¨ªa past¨²n. Los hazaras representan aproximadamente un 10% de los afganos mientras que los pastunes, etnia mayoritaria entre los talibanes, son casi la mitad de la poblaci¨®n. ¡°Los talibanes dicen que somos idiotas y que tienen que matarnos¡±, cuenta sin perder la sonrisa. ¡°Muchos son sun¨ªes wahab¨ªes¡±, a?ade en referencia a una de las versiones m¨¢s rigoristas y extremas del Islam.
Ante el riesgo de que hubiera controles exhaustivos, decidi¨® dejar atr¨¢s el tel¨¦fono m¨®vil con todos sus contactos, fotos e informaci¨®n. ¡°Es lo primero que te piden muchas veces¡±, explica refiri¨¦ndose al chivato aparato que tanto sabe de su due?o. Tampoco llev¨® consigo todos los papeles -muy comprometedores si se los encuentran- con los que ahora demuestra que trabaj¨® para las tropas espa?olas. La documentaci¨®n, se?ala, lleg¨® por otra v¨ªa a Pakist¨¢n junto a un conocido.
Zarin descart¨® la huida por la frontera iran¨ª, basti¨®n del chi¨ªsmo, por las dificultades que entra?a esa ruta, a menudo empleada para la emigraci¨®n clandestina y sus mafias. Adem¨¢s, su hermano peque?o hace ocho meses que se instal¨® en Islamabad y es el que les acoge en su casa de alquiler. Es tambi¨¦n periodista y hace nueve meses que decidi¨® salir de Kabul ante el negro panorama imperante para la profesi¨®n. Ahora trabaja en un restaurante de la capital paquistan¨ª.
La familia viaj¨® a bordo de un Toyota Corolla blanco, en lo que popularmente se denomina saracha (veh¨ªculo adaptado para una mayor capacidad en el transporte p¨²blico). Para minimizar riesgos, el conductor no opt¨® siempre por la v¨ªa principal. ¡°Nos pararon en algunos controles talibanes, pero fueron amables. Ni nos registraron ni nos hicieron salir del coche¡±, relata Mohammad Zarin ante la mirada curiosa de sus dos hijas. El precio del trayecto, que les llev¨® desde la madrugada hasta que anocheci¨®, fue de 20.000 afganis (unos 200 euros).
Quedaba el ¨²ltimo empuj¨®n. Una mordida de 10.000 rupias (unos 50 euros) para que los agentes les dieran la bienvenida a Cham¨¢n, el lado paquistan¨ª de la frontera. Despu¨¦s, en transporte p¨²blico hasta la vecina ciudad de Quetta, donde el due?o de un restaurante les dej¨® pasar la noche en una habitaci¨®n.
Pasadas estas semanas y ya en Islamabad, Zarin hace balance sin ocultar su optimismo ante un posible traslado a Espa?a. Recuerda con mucho cari?o la final de la Eurocopa que Espa?a gan¨® a Alemania en 2008 y que vivieron desde la base de Qala-i-Naw int¨¦rpretes afganos y militares.
Pero nunca olvidar¨¢ sin embargo el ataque sufrido el a?o anterior cuando viajaban hacia el norte. ¡°Aquello fue una guerra desde las nueve de la ma?ana hasta las tres de la tarde¡±, afirma. Abr¨ªan el convoy los veh¨ªculos de los militares afganos. A continuaci¨®n, los espa?oles. Con ellos iba Zarin, que, a trav¨¦s de sistema de comunicaciones, era el enlace con sus compatriotas que iban delante. Cuando se desat¨® la tormenta de disparos, qued¨® tirado en el suelo y tratando de protegerse con el Vantac (veh¨ªculo de alta movilidad t¨¢ctico). En medio del caos, iba cantando a gritos a los militares espa?oles c¨®mo iban cayendo muertos o heridos sus compatriotas seg¨²n le iban informando por el walkie talkie. Ese d¨ªa no hubo bajas entre las tropas extranjeras. ¡°Pasaban las balas a mi alrededor, pish-pish¡±, explica mientras dibuja en el aire la trayectoria en torno a su cuerpo. De repente, como si alguien quisiera frenar de forma inconsciente el relato en pleno apogeo con las evacuaciones en helic¨®ptero, suena el tel¨¦fono.
¡°Espera un momento. Es de la Embajada¡±. Le informan de que las gestiones para su traslado a Espa?a avanzan y que a las dos de la tarde le viene a buscar un ch¨®fer. En una segunda llamada el interlocutor es el propio conductor, que pregunta a Zarin en ingl¨¦s. ?l no entiende. Es su hija Helen, de 10 a?os, la que hace en este caso de int¨¦rprete de su padre el int¨¦rprete, que habla dari, past¨²n y espa?ol, pero no ingl¨¦s. Presencian la escena el hermano mayor, Komail, de 13 a?os, y la peque?a Zahra, de ocho.
Helen, de caligraf¨ªa perfecta, iba a una escuela p¨²blica en Kabul y a una academia de ingl¨¦s. Muestra orgullosa todo lo que sabe haciendo incluso de puente entre su madre, Adela, y el reportero. Durante un paseo por el cercano mercado de Peshawar Murr, Helen curiosea los comercios de la mano de su padre. Tiene cierta inquietud por ir a Espa?a. Es un pa¨ªs del que apenas sabe nada pero est¨¢ segura de que all¨ª ¡°no hay guerra y podr¨¢ ir a la escuela¡±.
Encuentro con el ministro espa?ol
Mohammad Zarin es el ¨²nico afgano que trabaj¨® para las tropas espa?olas que ha encontrado refugio en Pakist¨¢n y del que Madrid tiene constancia. Estos d¨ªas est¨¢ a la espera de que la burocracia avance para poder viajar a Espa?a con su mujer y sus hijas, confirman fuentes de la Embajada en Islamabad.
El ministro de Exteriores, Jos¨¦ Manuel Albares, visit¨® el viernes Pakist¨¢n y mantuvo encuentros con el primer ministro, con el ministro de Exteriores y con el jefe del Estado Mayor. En una entrevista con EL PA?S al regresar a Madrid, el jefe de la diplomacia espa?ola destac¨® el compromiso de Islamabad para ayudar a evacuar a los colaboradores afganos.
El propio Albares pudo conocer a Mohammad Zarin y su familia. El int¨¦rprete agradece las gestiones y reconoce que las autoridades espa?olas no se olvidan de ¨¦l.
No se ha hecho p¨²blica la lista con las cifras de los que quedan, pero entre ellos est¨¢ Farhat Sarwari, de 40 a?os, que estos d¨ªas espera escondido con su familia en casa de un amigo de Kabul a la espera de que las autoridades espa?olas contacten con ¨¦l. Junto a ¨¦l se encuentran su mujer, su hija y su hijo y su hermano peque?o con su esposa. Sarwari trabaj¨® de int¨¦rprete en la base espa?ola de Qala-i-Naw entre 2004 y 2013.
Sumido en guerras desde hace cuatro d¨¦cadas, Afganist¨¢n es un permanente generador de refugiados. De los 2,6 millones que reconoce Acnur, la agencia de la ONU, el 90% se hallan acogidos en Pakist¨¢n e Ir¨¢n.
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