Las vidas perdidas en Mariupol, la ciudad ucrania sitiada desde hace un mes y medio por Putin
En la huida de decenas de miles de personas de la localidad costera arrasada por la invasi¨®n rusa, Zaporiyia es la primera parada segura
El espacio privado de las familias Smirnov y Makarov son dos literas cubiertas con s¨¢banas que alguien les ha donado. Son 10 metros cuadrados en los que caben sus equipajes, productos de higiene personal, los juguetes de los ni?os y un gato. Las dos familias se conocieron hace un mes en un s¨®tano de Mariupol. Afirman que su amistad es para siempre: juntos perdieron sus hogares y la vida tal y como la conoc¨ªan antes de la invasi¨®n rusa. Ahora su refugio se encuentra...
El espacio privado de las familias Smirnov y Makarov son dos literas cubiertas con s¨¢banas que alguien les ha donado. Son 10 metros cuadrados en los que caben sus equipajes, productos de higiene personal, los juguetes de los ni?os y un gato. Las dos familias se conocieron hace un mes en un s¨®tano de Mariupol. Afirman que su amistad es para siempre: juntos perdieron sus hogares y la vida tal y como la conoc¨ªan antes de la invasi¨®n rusa. Ahora su refugio se encuentra en las instalaciones de una f¨¢brica de la localidad de Zaporiyia, y est¨¢n rodeados por otros 100 evacuados del frente de guerra en el este de Ucrania.
Yulia Smirnova acaricia a su hijo Yan de forma casi obsesiva. Cuando no lo tiene cerca, llora en silencio; si est¨¢ a su lado y puede achucharlo, deja de llorar. Yan tiene nueve a?os y es un torbellino: juega a la pelota y dispara con pistolas de juguete a las hijas de Vera, una madre de 10, que huy¨® hace pocos d¨ªas de su pueblo, ocupado por los rusos, en la misma provincia de Zaporiyia. Decidi¨® irse de inmediato cuando una patrulla de soldados se present¨® en su casa pregunt¨¢ndole si pod¨ªa dejarles a sus hijas durante unas horas.
Yan es el ni?o m¨¢s hiperactivo entre la veintena de los que viven temporalmente en las instalaciones de esta f¨¢brica en la periferia de Zaporiyia. Las autoridades piden no identificar el lugar, porque temen que sea objetivo de un ataque ruso. Las ya de por s¨ª elevadas precauciones ucranias para no difundir im¨¢genes o informaci¨®n sobre sus infraestructuras se incrementaron con el bombardeo el 8 de abril de la estaci¨®n de ferrocarriles de Kramatorsk, en Donetsk. All¨ª 56 personas perdieron la vida mientras esperaban un tren que las alejara del frente. Los ucranios est¨¢n convencidos de que las tropas del presidente ruso, Vlad¨ªmir Putin, quieren sembrar el terror para vaciar de gente los territorios que quieren ocupar.
Unos pocos centenares de personas pueden salir diariamente de Mariupol, la ciudad asediada por los rusos desde hace semanas que vive una cat¨¢strofe humanitaria, donde hay a¨²n al menos 100.000 civiles atrapados. La mayor¨ªa de los civiles que han usado los corredores humanitarios acordados con el enemigo, explica Vladislav Moroko, director de Informaci¨®n y Cultura del Gobierno regional de Zaporiyia, llegan ahora desde Berdiansk, la segunda ciudad portuaria del mar de Azov. En Berdiansk se cobijaron miles de personas procedentes de Mariupol, a 50 kil¨®metros de distancia, que se resist¨ªan a desplazarse hacia el Oeste, con la esperanza de volver en cuanto fuera posible a su ciudad.
Katarina Chernova, coordinadora del centro de acogida en el que residen desde hace cinco d¨ªas los Smirnov y Makarov, detalla que el ocupante ruso est¨¢ imponiendo nuevas condiciones que empujan a muchos a huir desde Berdiansk hacia Zaporiyia, es decir, hacia el territorio m¨¢s cercano bajo soberan¨ªa ucrania: ¡°Se est¨¢ imponiendo el uso del rublo y de empresas rusas en servicios fundamentales, pero lo que preocupa m¨¢s es que los soldados rusos cada vez irrumpen con m¨¢s frecuencia en tu casa para interrogar a los habitantes y llevarse lo que quieran¡±.
Ofensiva salvaje para completar la conquista
Smirnova y su amiga Olga Marakova llegaron a Zaporiyia el 11 de abril desde Berdiansk. Unos allegados que hu¨ªan de las zonas controladas por los rusos se avinieron a llevarlas a esta otra ciudad a orillas del r¨ªo Dni¨¦per, a tan solo 20 kil¨®metros de las posiciones rusas. Los autocares no pueden circular por el territorio invadido, afirman ellas y otros ucranios consultados por EL PA?S. Est¨¢n sopesando a qu¨¦ pa¨ªs de la Uni¨®n Europea se desplazar¨¢n, lo que tienen claro es que no volver¨¢n a la provincia de Donetsk, donde se ubica Mariupol y donde Rusia prepara una ofensiva salvaje para conquistarla por completo.
Makarova recuerda sobre todo dos d¨ªas del asedio en Mariupol: el 8 de marzo, cuando un tanque dispar¨® contra la vivienda de su madre, causando su muerte; y el 21 de marzo, cuando salieron del refugio antia¨¦reo en el que viv¨ªan hacinadas con otros vecinos desde hac¨ªa una semana. No ten¨ªan ni agua, electricidad ni calefacci¨®n, y para preparar sus alimentos ten¨ªan que encender hogueras en la superficie, en la calle. Una brigada blindada rusa irrumpi¨® y los soldados les exigieron que volvieran bajo tierra. Los hombres replicaron que dentro del refugio no pod¨ªan cocinar porque llenaban el espacio de humo. Fue entonces cuando los rusos abrieron fuego: muri¨® un civil y cuatro quedaron heridos de bala.
Las seis familias procedentes de Mariupol que este diario entrevist¨® el jueves en Zaporiyia hab¨ªan perdido sus casas. Anastasia Ocheretina muestra un v¨ªdeo que grab¨® con su m¨®vil de su apartamento destrozado por el impacto de un misil. Su hijo Vladik, de ocho a?os, la interrumpe con un mu?eco de peluche y unos zapatitos que le han dado para su hermano peque?o, un beb¨¦ de un a?o. Vladik sonr¨ªe porque tambi¨¦n le han regalado unos l¨¢pices y un ¨¢lbum para colorear. Madre e hijo se encuentran en el punto de recepci¨®n de refugiados que el Ayuntamiento de Zaporiyia ha habilitado.
Ocheretina viaja con sus dos hijos, su marido, y la abuela de ¨¦l. Han recorrido 200 kil¨®metros por zonas de guerra en un convoy de tres coches. Cada control de carretera ruso era un calvario, aseguran, por el miedo a que a los hombres les pudiera pasar algo. La bisabuela de los ni?os, Galina Federivna, toma un t¨¦ sentada en una tienda de campa?a por la que desfilan voluntarios y personal de las Naciones Unidas. Frente a ella hay unos paneles con decenas de cuartillas escritas a mano o en ordenador donde se pide informaci¨®n sobre personas, adultos y ni?os, de las que se desconoce su paradero. El ¨²ltimo clasificado lo colg¨® un tal Alexander: dej¨® las fotograf¨ªas de sus padres, Dimitri y Svetlana Suslova, residentes en Mariupol, con su n¨²mero de tel¨¦fono anotado.
Desde este centro de acogida salen autobuses municipales hacia la estaci¨®n de ferrocarriles, donde hay trenes que parten hacia Lviv, cerca de la frontera con Polonia, en un viaje de 20 horas. Moroko detalla que los refugiados de la provincia de Zaporiyia se quedan en esta capital de la provincia; los que han huido de Mariupol, en cambio, quieren alejarse del frente lo m¨¢ximo posible: ¡°La gente de Mariupol no conf¨ªa en que la guerra se quede al otro lado del r¨ªo Dni¨¦per, hay una diferencia grande, est¨¢n m¨¢s afectados psicol¨®gicamente¡±.
Tatiana Zviagentseva, de 57 a?os, espera dentro de un autob¨²s sujetando su mochila con las dos manos como si le fuera la vida. A sus pies tiene una bolsa de tela con las pertenencias que le quedan. Sali¨® de Mariupol el 16 de marzo hacia Berdiansk. Aquel d¨ªa, su casa qued¨® arrasada. Quiere llegar al oeste, a la ciudad de Ivano-Frankivsk, donde vive su hijo. No sabe si fueron tropas rusas o ucranias las que destruyeron su hogar, tampoco sabe si sus padres est¨¢n vivos. Zviagentseva lleva tres semanas sin saber nada de ellos. Los tel¨¦fonos e internet no funcionan. Dice que lo primero que har¨¢ es volver a Mariupol, est¨¦n los rusos o no, para recoger a sus padres y sacarlos de all¨ª. Tambi¨¦n quiere encontrar un nuevo empleo, necesita ingresos. Ha trabajado toda su vida en el departamento de recursos humanos de la mayor empresa sider¨²rgica de Mariupol, la Illich, bautizada en honor a Lenin. Tres de sus compa?eros de departamento han muerto durante el asedio: uno en casa, otro mientras conduc¨ªa su coche y el tercero, en la calle. Semanas despu¨¦s, dice, contin¨²a haci¨¦ndose la misma pregunta: ?Pudieron ser enterrados?
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