Borodianka, el rastro psicol¨®gico de una masacre
Los cerca de 200 muertos y 20 desaparecidos marcan el duelo de esta localidad ucrania, que hace cinco meses se convirti¨® en uno de los s¨ªmbolos de la barbarie rusa
El horror surrealista de la guerra tiene cosas dif¨ªciles de digerir. Recuerda Tetiana Sologub, de 65 a?os, natural de Borodianka, al noroeste de Kiev, que cuando llegaron los tanques rusos a finales de febrero y la artiller¨ªa empez¨® a destrozar los muros de las viviendas, aun as¨ª, ella, que es enfermera, fue al hospital. ¡°Me llamaron mis compa?eros y me dijeron que por qu¨¦ no estaba trabajando¡±, cuenta. No todo el mundo ten¨ªa la misma informaci¨®n; fallaban las comunicaciones. Cuando se presenta, Sologub parece recia, aunque muy sol¨ªcita para conversar. Al rememorar los d¨ªas en los que Rusia ma...
El horror surrealista de la guerra tiene cosas dif¨ªciles de digerir. Recuerda Tetiana Sologub, de 65 a?os, natural de Borodianka, al noroeste de Kiev, que cuando llegaron los tanques rusos a finales de febrero y la artiller¨ªa empez¨® a destrozar los muros de las viviendas, aun as¨ª, ella, que es enfermera, fue al hospital. ¡°Me llamaron mis compa?eros y me dijeron que por qu¨¦ no estaba trabajando¡±, cuenta. No todo el mundo ten¨ªa la misma informaci¨®n; fallaban las comunicaciones. Cuando se presenta, Sologub parece recia, aunque muy sol¨ªcita para conversar. Al rememorar los d¨ªas en los que Rusia masacr¨® su localidad, sus manos comienzan a temblar, no puede sujetarlas. Acudi¨® al hospital finalmente. ¡°All¨ª hab¨ªa un soldado ruso herido con un vidrio incrustado en el brazo¡±, prosigue, ¡°le atendimos y por la tarde vinieron a llev¨¢rselo¡±. El ej¨¦rcito que estaba arrasando con Borodianka ped¨ªa auxilio para curar a sus heridos. ?C¨®mo lo recuerda? Le cambia la cara. Encoge los hombros porque no encuentra respuesta; era un hospital a fin de cuentas. El asedio a la ciudad, uno de los s¨ªmbolos de la barbarie rusa en torno a Kiev, junto a Bucha e Irpin, caus¨® la muerte de m¨¢s de 200 personas. Alrededor de 20 vecinos, seg¨²n cifras publicadas por la prensa local, permanecen a¨²n desaparecidos.
¨D?Le sirve de algo contar esto ahora?
¨DNo, ya ve que me tiemblan las manos.
Pero la mujer recuerda al detalle lo que ocurri¨®: soldados rusos acud¨ªan a los centros hospitalarios a que les asistieran, y esos mismos militares no dejaban atender a los vecinos heridos entre amasijos de destrucci¨®n. Tras los tanques lleg¨® la aviaci¨®n, el 1 de marzo. Los cazas bombardearon Borodianka, uno de los pocos objetivos atacados por la fuerza a¨¦rea rusa ¨Dsolo Mosc¨² sabe el porqu¨¦¨D. ¡°Recuerdo una madre con dos ni?os entre los escombros pidiendo ayuda¡±, narra esta enfermera, ¡°pero no pudimos hacer nada, no nos dejaban acercarnos¡±. Esta mujer ¡ªque perdi¨® a su marido hace 15 a?os, pero conserva a sus dos hijos, uno destacado en el frente de Donetsk, y cuatro nietos¡ª pas¨® horas y horas en el hospital hasta que una vecina la llam¨® por tel¨¦fono y le dijo que su casa estaba en llamas. ¡°Fui e intent¨¦ entrar¡±, dice tras coger aire, ¡°pero me dio mucho miedo y me baj¨¦ al refugio porque estaban disparando¡±. No pudo coger nada.
Quiz¨¢ este es uno de los grandes traumas de los que lograron sobrevivir a la ofensiva lanzada por Mosc¨². Perder el hogar con todo dentro. Ni una foto ni nada, Sologub no conserva nada. La ropa que lleva, dice entre sollozos, es prestada, de segunda mano. Y con todo lo que vivi¨® y cuenta, aqu¨ª es cuando estalla y deja caer las l¨¢grimas. ¡°Vivo siempre al borde del llanto¡±, contin¨²a, ¡°pero es que no me gusta que me dejen la ropa¡±. Esta enfermera, que sigue ejerciendo su oficio, cuenta que donde vive ahora, unos m¨®dulos habitacionales levantados gracias a la colaboraci¨®n del Gobierno de Polonia, hay ayuda psicol¨®gica, pero que ella se tranquiliza a su ¡°manera¡±. ¡°Lo que hago¡±, resuelve, ¡°es llorar¡±.
Con camiseta de color caqui y pantalones de camuflaje pasea entre estos m¨®dulos, dispuestos en 5.000 metros cuadrados, Konstantin Moroz, vicealcalde de Borodianka. Su historia, hasta llegar al Ayuntamiento de esta localidad, que antes de la guerra contaba con unos 13.000 habitantes, es original. Viene de muy lejos, de Izmail, en el suroeste del pa¨ªs, junto a la frontera rumana. Fue militar, pero un problema de salud le oblig¨® a retirarse. Cuando se inici¨® la guerra, empez¨® a trabajar como voluntario en la regi¨®n de Kiev y de ah¨ª, por su desempe?o y experiencia, lleg¨® a Borodianka, donde le ofrecieron ser vicealcalde. Gestiona todo lo que tiene que ver con los desplazados de sus hogares ¨Dcalcula que por las peticiones de alojamiento hay unos 4.000¨D. En los m¨®dulos viven por el momento, con lo que tienen, 258 personas. En estos d¨ªas est¨¢n instalando una bater¨ªa de lavadoras en uno de los cuartos.
¡°S¨ªmbolos de la resurrecci¨®n¡±
Al principio, cuenta el vicealcalde, cuando llegaron a estas viviendas prefabricadas, los desplazados no se comunicaban. ¡°Ahora la gente empieza a hablar¡±, dice Moroz, ¡°se ha relajado, se organizan entre ellos, se van conociendo¡±. En efecto, como contaba Tetiana Sologub, las 77 familias que viven aqu¨ª tienen asistencia psicol¨®gica y un m¨¦dico las 24 horas. Pero el horror desgasta a todos. ¡°Cuando era voluntario¡±, recuerda este cargo municipal, ¡°llegaba a casa, me sent¨ªa agotado, y era por la desolaci¨®n¡±. ¡°Quiero que esta gente¡±, contin¨²a, ¡°sea el s¨ªmbolo de la resurrecci¨®n¡±.
No todos tienen palabras tan motivadoras. Igor Pavlishenco, que acaba de terminar de comer, tiene 39 a?os. Es un hombre fuerte; lo demuestra al estrechar la mano, no cabe duda. No es f¨¢cil escuchar en los tiempos que corren en Ucrania cr¨ªticas hacia el Ejecutivo de Volod¨ªmir Zelenski. ¡°Me da much¨ªsima pena la gente que hemos perdido por errores del Gobierno¡±, se?ala, ¡°no hizo nada para evacuar, no dio la oportunidad de escapar¡±. Pavlishenco trabajaba en labores de mantenimiento en el municipio. Tiene un hijo de 11 a?os que merodea con una pelota como si quisiera desafiar a su padre para que deje de contar esas historias y juegue de una vez. Cuando entraron los tanques rusos, este hombre puso a salvo a su familia y ayud¨® a trasladar a vecinos al bosque para que huyeran. ¡°Me llamaban¡±, explica, ¡°y yo los sacaba con mi coche¡±.
Su casa, en el bloque n¨²mero 359, tambi¨¦n fue alcanzada por el fuego ruso. En cuanto estos abandonaron la zona, este hombre regres¨® con su familia y logr¨® recuperar de la casa, seg¨²n su c¨¢lculo, un 30% de las pertenencias. El bloque ser¨¢ derribado y tratar¨¢n de vivir de alquiler. Ahora trabaja en la construcci¨®n, pero queda el trauma por lo vivido. Reconoce que su hijo sufri¨® ¡°estr¨¦s¡± porque ¡°vio a gente muerta, disparos contra su casa, finalmente destruida¡±. El ni?o asiente cuando le preguntan si recuerda aquello. Pavlishenco aclara, por si su tono directo confunde, que lo que siente no es cabreo sino rabia.
¨D?Se dio la oportunidad de llorar?
¨D?Llorar? ?Para qui¨¦n? Hay que llevarlo dentro, no quiero que salga. Tengo una motivaci¨®n (mira a su hijo) y no puedo llorar.
El peritaje hecho por el Ayuntamiento de Borodianka cifra en 2.001 las viviendas afectadas por la artiller¨ªa y aviaci¨®n rusa entre finales de febrero y marzo, incluidos 11 bloques de casas. Algunos inmuebles podr¨¢n ser restaurados, mientras que otros ser¨¢n demolidos. De momento, las reformas son t¨ªmidas a simple vista en la calle central de la localidad. La huella de la destrucci¨®n sigue tan visible como hace cinco meses, a la luz del d¨ªa para todos los vecinos. Como tambi¨¦n lo es en la peque?a localidad de Zagaltsi, una decena de kil¨®metros al noroeste de Borodianka. All¨ª tambi¨¦n bombardearon los cazas rusos. La imagen del horror en ese pueblo se encuentra en la calle Nezalezhnosti (Independencia). No conserva intacta pr¨¢cticamente ninguna casa, todas construidas de una planta y con tejados a dos aguas, junto al verde que cubre la tierra.
Un grupo de artistas voluntarias restaura y decora lo que hace unos a?os fue un ambulatorio para que sirva, con una cara m¨¢s amable, al Consistorio. Entre ellas est¨¢ Irina Pasternak, de 54 a?os. Es de Borodianka y tuvo la suerte de que su casa no registrara da?o alguno, aunque s¨ª haya sufrido p¨¦rdidas personales. Olga Vilnichenco es una de esas personas que a¨²n no han aparecido. Era amiga de Pasternak. ¡°Ten¨ªa tres hijos y recuerdo que cuando llegaba a clase de yoga se quedaba dormida del cansancio, apoyada en la pared¡±, rememora con cierta sonrisa. El marido de Vilnichenco era miliciano y fue de las primeras v¨ªctimas de la ofensiva. No saben qu¨¦ pudo pasar con ella y sus tres hijos, pero all¨ª donde viv¨ªan solo queda un agujero.
Hablan entre estas voluntarias de que la gente mayor no quiere ir al psic¨®logo, algo no muy habitual en un pa¨ªs como Ucrania; que los j¨®venes, quiz¨¢, s¨ª ir¨ªan. Recuerdan que hubo torturas y violaciones, pero los vecinos, que al principio contaban algo, ahora ya no lo hacen. Es un pueblo, hay que cuidar el qu¨¦ dir¨¢n.
Seg¨²n los datos del alcalde de Zagaltsi, Serguii Nedashkivskii, de 49 a?os, de las 868 viviendas que hab¨ªa antes de la guerra, 126 han quedado arrasadas, 210 tienen da?os leves y 80, un 30% de destrozos. Entre todas esas est¨¢nla escuela y la guarder¨ªa. En Zagaltsi tambi¨¦n apostaron por levantar m¨®dulos, esta vez con la ayuda de la Iglesia cat¨®lica polaca, cada uno cerca de la vivienda destrozada. Se acerca el invierno y en muchas de las casas de la calle Nezalezhnosti, los vecinos se afanan por reparar, sobre todo, techos y ventanas. Otros no tienen por d¨®nde empezar. ¡°Psicol¨®gicamente, est¨¢ mal casi todo el mundo¡±, se?ala el primer edil de la localidad, ¡°sobre todo los que han perdido la vivienda. Les puedes ayudar ahora, pero si en dos d¨ªas ven de nuevo que no tienen su casa, vuelven a caer. Se sienten abandonados¡±.
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