Anatom¨ªa del horror de la invasi¨®n rusa en Bucha y Borodianka
La retirada de las tropas de Putin saca a la luz el sufrimiento de los civiles en los alrededores de Kiev. ¡°Nac¨ª durante la guerra y ahora busco a mi hijo por la guerra¡±, lamenta un padre ante un edificio bombardeado
El inmueble, bombardeado hace cinco semanas, es solo una c¨¢scara vac¨ªa y calcinada, pero Vadim Zagrebelnyi se acerca con la esperanza de ver a¨²n salir de all¨ª con vida a su madre, su hermano, su cu?ada, el hijo de ambos, y su suegra. ¡°Como pasaban todo el tiempo en el refugio del s¨®tano, estoy casi seguro de que estar¨¢n all¨ª¡±, asegura mientras recibe apretones de mano y abrazos que lindan entre el ¨¢nimo y el p¨¦same. Es uno de los edificios de la avenida principal de Borodianka, la localidad a unos 50 kil¨®metros al noroeste de Kiev que parece un cat¨¢logo de la destrucci¨®n tras poco m¨¢s de un mes ocupada por las tropas rusas y cuyo estado es, tal como lo ha descrito el presidente ucranio, Volod¨ªmir Zelenski, ¡°mucho m¨¢s horrible¡± que el de Bucha, icono del horror por las im¨¢genes de cad¨¢veres de civiles en las calles o fosas comunes. Los grandes bloques residenciales derruidos, los esqueletos de coches y blindados y las se?ales de metralla dominan el paisaje de esta localidad en la que antes de la guerra viv¨ªan 13.000 personas y hoy son contados los vecinos que recorren las calles.
Borodianka y Bucha tienen en com¨²n su ubicaci¨®n, al noroeste de Kiev, y principalmente haberse convertido en sin¨®nimos de cr¨ªmenes de guerra una vez que la retirada de las tropas rusas la pasada semana ha permitido el acceso. El tipo de violencia, en cambio, es diferente. La destrucci¨®n en Borodianka es bastante mayor, con m¨¢s se?ales de bombardeos a¨¦reos y edificios da?ados, mientras que el horror en Bucha tiene forma de fosas comunes y aparentes ejecuciones que han dejado cientos de muertos. En la primera, yacen bajo los escombros; en la segunda, quedaron tirados en calles como Yablunska, rebautizada entre los locales como la Avenida de los Muertos.
En Borodianka, Zagrebelnyi salv¨® la vida por unas horas. En el cuarto d¨ªa de la guerra solo hab¨ªa tropas rusas. Uno m¨¢s tarde, sinti¨® un impacto en su edificio que interpret¨® como un peque?o misil que no explot¨®. El susto hizo que se decidiera a instalarse con su mujer, Oksana Zagrebelna, y su hijo de 11 a?os, Danil, en el refugio del edificio de su madre, a tres bloques del suyo. Otro bombardeo a¨¦reo sobre un inmueble cercano lo llev¨® a pensar que tampoco all¨ª estaban seguros e intent¨® convencer a todos de mudarse a la ma?ana siguiente al refugio del colegio. ¡°Mi cu?ada no quer¨ªa moverse porque se encontraba mal. Llevaba tres d¨ªas sin comer. Como no quer¨ªan dejarla sola, pens¨¦: ¡®pongo a salvo a mi mujer y mi hijo y luego vuelvo para convencer al resto¡±, afirma. Al salir del refugio, vio una llamada perdida de su madre. La devolvi¨®, pero ya estaba ca¨ªda la se?al. ¡°En ese momento, vi con mis propios ojos c¨®mo se acercaba el avi¨®n y ca¨ªa una bomba sobre el edificio. Fui corriendo all¨¢, pero, ?para qu¨¦? ?Qu¨¦ pod¨ªa hacer yo? Todo estaba ardiendo, no me pod¨ªa acercar. Recog¨ª a mi mujer y mi hijo y nos fuimos andando hasta Zahaltsi¡±, un pueblo a ocho kil¨®metros, recuerda.
En las miradas se notan las tragedias compartidas. Llueve, pero tampoco Lidia y Volod¨ªmir Avramenko, un matrimonio de 74 y 77 a?os, se ponen a cubierto. Mojarse parece una preocupaci¨®n de tiempos de paz. Tambi¨¦n ellos esperan a que las decenas de voluntarios y trabajadores que desescombran el mismo edificio liberen el refugio en el que conf¨ªan que est¨¦ su hijo Sergiy. ¡°De verdad, esperamos que est¨¦ vivo, no estamos preparados para encontrar su cad¨¢ver¡±, se?ala Lidia. Es el tercer d¨ªa seguido que vienen a apostarse frente a la estructura de hormig¨®n que alberga los contenedores de basuras del edificio. ¡°Venimos aqu¨ª, miramos, preguntamos¡¡±, se encoge de hombros Volod¨ªmir. Los dos primeros d¨ªas estuvieron poco tiempo, al ver que a¨²n quedaba un buen rato para que la maquinaria pesada alcanzase el refugio. Han venido en un coche alquilado desde Klavdijevo-Tarasove, el pueblo ¨Dtambi¨¦n a las afueras de la capital ucrania¨D al que se marcharon el d¨ªa que comenz¨® la guerra, el 24 de febrero. Su hijo no les sigui¨® los pasos porque hab¨ªa combatido en 2015 en la guerra de Donb¨¢s y contaba con que lo alistar¨ªan en cualquier momento al tener experiencia militar.
Sus padres lo llamaban todos los d¨ªas. Unas veces fallaba la conexi¨®n, otras lograban hablar y le insist¨ªan en que iban a regresar a Borodianka, pese a seguir ocupada por las tropas rusas y bajo bombardeos constantes. ¡°Solo quer¨ªa ver c¨®mo estaba mi hijo, llevarle comida. Y ¨¦l siempre me respond¨ªa: ¡®No lo hagas, mam¨¢, estoy bien¡±, dice Lidia entre l¨¢grimas. El 1 de marzo, Lidia llam¨® ¨D¡±solo quer¨ªa saber c¨®mo estaba¡±, insiste¨D y alcanz¨® a escuchar un ¡°hola¡± de respuesta antes de que se cortase la conexi¨®n. ¡°Hoy es 9 de abril, lo sigo buscando y nadie sabe lo que pas¨®¡±, a?ade. ¡°Nac¨ª en marzo de 1945, a¨²n durante la guerra, y ahora estoy buscando a mi hijo por la guerra¡±, lamenta su marido. ¡°No es justo¡±.
Bajo las ruinas de dos edificios de Borodianka han sido hallados 26 cad¨¢veres, seg¨²n inform¨® este viernes la fiscal general de Ucrania, Irina Venediktova. ¡°Nosotros hemos encontrado hoy uno en este¡±, asegura un d¨ªa m¨¢s tarde ante una pila de escombros Gorban Vladislav, jefe del servicio de emergencias de Kiev.
Cuesta andar por la avenida principal de la localidad sin pisar cascotes, vidrios o cables de la luz arrancados de los postes. Cada pocas manzanas se abre un solar de destrucci¨®n o se ve el mensaje en ruso ¡°Detente o abrimos fuego¡±. Tambi¨¦n pintadas con las letras V y Z, convertidas en s¨ªmbolo visual de la ofensiva rusa.
El centro municipal de desempleados se ha quedado detenido en el tiempo seis semanas como ¨²ltimo reducto de la resistencia ucrania. Tiene cavada una trinchera y una barricada todav¨ªa protege la puerta con todo lo que hab¨ªa a mano: bloques de cemento, un par de verjas y dos grandes ruedas de cami¨®n. En el lateral, una pintada advierte en ruso: ¡°Deber¨ªais estar asustados, hijos de puta¡±.
Vira Polischuk rompe a llorar espont¨¢neamente en medio de la plaza central, en la que el patriarca de la Iglesia Ortodoxa Ucrania-Patriarcado de Kiev, Filaret, lidera una oraci¨®n por los muertos junto a unas carpas en las que los vecinos pueden comer caliente, cargar el m¨®vil o recoger alimentos donados, como botes enormes de encurtidos t¨ªpicos de esta parte de Europa. Tiene 65 a?os y llega tan triste al surtidor de agua caliente, alimentado con un precario generador, que se le caen las l¨¢grimas al descubrir que el vaso de pl¨¢stico fino que ha conseguido no servir¨¢ para hacerse un t¨¦.
Cuenta que su marido muri¨® de causa natural hace apenas 19 d¨ªas, con Borodianka ocupada. A su nieto, de seis a?os, le han contado que no puede ver al abuelo porque est¨¢ ¡°defendiendo la patria ucrania¡±; y ella tuvo que llevar el cad¨¢ver al cementerio en una carretilla. ¡°Me ayud¨® a cargarlo un hombre grande y fuerte al que no conoc¨ªa y una vecina. Iba por una acera hacia el cementerio, con mi marido muerto en la carretilla, y ve¨ªa a los soldados rusos en la otra, tan tranquilos, con pollos y patos muertos. Y pens¨¦: ¡®?No me podr¨ªan ayudar? ?O no deber¨ªan estar peleando por conquistar otro sitio?¡±. Polischuk tuvo una sensaci¨®n parecida cuando un soldado le pidi¨® sus pollos. ¡°Apoy¨® el kal¨¢shnikov y se puso a perseguirlos dando vueltas. Era rid¨ªculo. Pens¨¦: ¡®?De verdad este es el ej¨¦rcito que est¨¢ atacando nuestra tierra?¡±.
La mujer asegura que los soldados rusos no les hicieron da?o ni a ella ni a su marido. Solo les robaron la instalaci¨®n el¨¦ctrica de la vivienda y se presentaban cada tanto a por bebidas alcoh¨®licas sin recordar que ya se hab¨ªan llevado todas. Era, cuenta, uno de los motivos por los que sol¨ªan entrar a otras casas del bloque.
Borodianka sigue sin electricidad, gas ni agua corriente. Por eso, Volod¨ªmir Diachkov, de 50 a?os, es de los pocos drusos que sigue viviendo en el refugio que alquilaba para uso religioso y que abri¨® durante la guerra a un centenar de personas. ¡°Hace menos fr¨ªo que en mi apartamento¡±, resume en una carpa de la plaza central, en la que la estatua del poeta nacional ucranio Taras Shevchenko tiene un agujero en la sien que no parece fortuito. ¡°Cuando estaban aqu¨ª los rusos, mucha gente dec¨ªa que sab¨ªa c¨®mo salir de Borodianka, pero acababan volviendo al refugio el mismo d¨ªa¡±, rememora.
Oleksandr Tkachuk, de 39 a?os, y su mujer Svitlana, de 42, conservan la vida, pero no la vivienda que abandonaron al comenzar la guerra. La vista de la cama matrimonial desde el sal¨®n ¨Dal venirse abajo entero el tabique que las separaba¨D genera una sensaci¨®n de intimidad vulnerada. ¡°No sab¨ªamos c¨®mo estar¨ªa, pero nos lo imagin¨¢bamos, por lo que ve¨ªamos en Internet y nos contaban los vecinos¡±, dice Tkachuk mientras ambos barren cascotes y cristales. Se casaron hace 20 a?os y compraron el apartamento en 2008. ¡°Quer¨ªamos poner nuestra vida en orden... y mira ahora¡±, lamenta.
A pocos kil¨®metros de Borodianka, en Bucha ¡ªuno de los principales s¨ªmbolos de las atrocidades de la invasi¨®n rusa¡ª, el McDonalds cerrado a la entrada adelanta que se trata de una localidad m¨¢s grande, de 35.000 habitantes. Poco despu¨¦s se llega a la calle que qued¨® repleta de los hoy retirados chasis calcinados de tanques rusos. Es la herencia de una exitosa contraofensiva ucrania con drones en los primeros d¨ªas de la guerra que ¨Dmuchos creen aqu¨ª¨D gener¨® unas ganas de venganza en los soldados rusos que acabaron pagando los civiles. El 3 de marzo, tras empujar el frente de guerra hacia la cercana Irpin, las fuerzas rusas tomaron la localidad y empez¨® lo que tres amigos que charlan sentados en un banco ¨DPetro Karpenko, de 58 a?os, e Ihor Shcherbak y Oleg Soludenko, ambos de 59¨D coinciden en llamar la ¡°primera fase¡±.
¡°Colocaron blindados a uno y otro lado y empezaron a inspeccionar los apartamentos. Tiraban abajo una de cada tres puertas¡±, apunta Soludenko, el ¨²nico de ellos que pudo penetrar en la psique de los soldados que los vigilaban tras decirles a la cara que no eran bienvenidos. ¡°Habl¨¦ solo con el grupo de la primera fase porque el de la segunda, que lleg¨® como el 17 o el 20 de marzo y parec¨ªa una fuerza policial especial, era muy agresivo. S¨ª, quer¨ªa hablar con ellos de pol¨ªtica. Les dije: ¡®?Volved a casa, ?a qu¨¦ hab¨¦is venido? No necesitamos vuestra protecci¨®n!¡¯. Me respondieron que ven¨ªan a liberarnos de los nazis. Uno, que me dijo que ven¨ªa de Siberia, ten¨ªa supermetida en la cabeza la propaganda, era como un zombi¡±, dice d¨¢ndose unos leves golpes con los nudillos en la cabeza para subrayarlo. ¡°Trat¨¦ de explicarles que los ucranios no somos nazis, que el oeste y el este [del pa¨ªs] pueden ser distintos, pero somos un pa¨ªs unido. Vi que el soldado era educado y le fui abriendo los apartamentos que estaban vac¨ªos y de los que ten¨ªa llaves. Y antes de irme me dijo: ¡®Vamos a quitar a vuestro presidente [Volod¨ªmir] Zelenski y poner uno nuevo¡±.
Cinco soldados entraron a casa de Soludenko. ¡°Uno se sent¨® frente a m¨ª y me empez¨® a hablar como un jefe mientras los otros inspeccionaban las habitaciones. Me preguntaron si ten¨ªa armas y me ped¨ªan nombres de personas que no eran leales al Gobierno ruso. Me pidieron que me levantase el jersey. Me dio la impresi¨®n de que buscaban tatuajes militares o la se?al que se queda en el hombro por disparar [un rifle]. Mi hijo ten¨ªa insignias de f¨²tbol y las inspeccionaron mucho. Pensaban, por lo que se dec¨ªan entre ellos, que era algo nazi¡±, explica.
Karpenko, exmilitar, ten¨ªa el uniforme de camuflaje en casa y prefiere no hablar de lo que pas¨®. ¡°Me preguntaron y... no quiero seguir. Yo ya supon¨ªa esto y ten¨ªa el arma cargada por si acaso... Ya est¨¢, he sobrevivido y eso est¨¢ bien¡±. Shcherbak, a su lado, cuenta que vio por la ventana c¨®mo un soldado ruso disparaba a las piernas a un hombre que cargaba dos botellas de agua para llenarlas en un pozo comunitario.
Puertas forzadas
La destrucci¨®n en Bucha no es enorme, pero se ven muchas se?ales del paso de las tropas rusas, como vallas de metal de las viviendas dobladas por el paso de blindados o puertas abiertas a la fuerza, como las de sucursales bancarias.
Los soldados se instalaron en una residencia de ancianos, una casa verde de cuatro plantas en la que el cuerpo sin vida de un anciano sigue en una de las camas. Muri¨® por falta de atenci¨®n. En el patio exterior y en el invernadero que alberga hay otros seis cad¨¢veres, uno de ellos maniatado. El documento policial muestra que ya han sido identificados y la posible causa de la muerte, a la espera de que sean trasladados al tanatario para enterrarlos. Una furgoneta con el n¨²mero 200 (el c¨®digo militar que significa muertos) lleva los cad¨¢veres. Los que tienen una franja roja en la bolsa que los recubre eran voluntarios del Ej¨¦rcito.
Dmitro Varenko, investigador policial senior en el Directorado General de la Polic¨ªa Nacional en la regi¨®n de Kiev, inspecciona de lejos un cad¨¢ver encontrado media hora antes junto a una tienda-almac¨¦n mientras los artificieros comprueban que el cuerpo no est¨¦ minado como trampa. El documento de identidad que llevaba el muerto muestra que era un var¨®n nacido en 1980.
Varenko se?ala el agujero de salida en el torso de los tres disparos que recibi¨®. ¡°El 65% de los cuerpos que encontramos tienen heridas de bala en la cabeza, en la frente o entre los ojos, hechas a corta distancia. Otros, heridas de metralla cuando estaban fuera de casa o desplaz¨¢ndose en bicicleta. Algunos cuerpos los encontramos quemados, pero tienen agujeros de bala, como si se hubiese hecho para intentar ocultarlos¡±, detalla. ¡°Ayer [por el mi¨¦rcoles] trajeron 14 cuerpos. Varios de ellos ten¨ªan signos de tortura y a uno le faltaba la cabeza¡±, a?ade.
El due?o del comercio, Shavkat (no quiere dar su apellido), se top¨® con el cuerpo sin vida al reabrir. El mismo d¨ªa que comenz¨® la guerra huy¨® al oeste de Ucrania y solo ahora ha regresado. ¡°Alguien lo debi¨® esconder ah¨ª¡±, asegura al otro lado de la acera con cara de circunstancias. En el interior, una mancha de sangre salpica la pared de una estancia, en la que se ven en el suelo casquillos de bala, una botella rota y una toalla empapada de sangre seca. Casi toda la ropa y zapatos del almac¨¦n est¨¢n tirados fuera de las cajas o han desaparecido.
¡°?C¨®mo ha sido este mes? No s¨¦ lo que decirte despu¨¦s de lo que he visto¡±, responde Serhii Kopilov, de 35 a?os, mientras le tiemblan las dos grandes bolsas de pl¨¢stico con panes, huevos y latas que sujeta. Est¨¢ reponiendo su despensa de alimentos tras el par¨¦ntesis de la ocupaci¨®n rusa de Bucha, en el que fue tirando de lo que ten¨ªa en casa. Cuenta que solo en las afueras de su bloque hab¨ªa tres cad¨¢veres tirados, uno de ellos de una profesora. ¡°No se lo pudieron llevar durante no menos de 15 d¨ªas, as¨ª que al final lo enterr¨¦ yo mismo en el patio. Ya lo sacaron de all¨ª despu¨¦s de la liberaci¨®n [de Bucha]¡±.
Fue el ¨²nico momento en el que sali¨® de casa. ¡°El resto estaba escondido en el apartamento, asustado porque en el primer piso hab¨ªa una casa de empe?os y entraban. Para m¨ª, lo m¨¢s dif¨ªcil era ver a los soldados rusos fumar marihuana y re¨ªrse en alto por la noche. A veces disparaban sin ton ni son solo por diversi¨®n¡±, cuenta.
Yuliana Gregoriuna, de 75 a?os, sufre m¨¢s bien una especie de disonancia cognitiva. ¡°Cuando llegaron, no esperaba esto¡±, admite. ¡°Soy rusa, mi padre es ruso y mi madre ucrania. Rusia nunca ha atacado a nadie. Creo en Rusia. Mi marido era militar y fue quien me trajo a [la ciudad ucrania de] Jers¨®n¡±. Gregoriuna relata que los soldados cortaron los cables el¨¦ctricos de la zona nada m¨¢s llegar.
Las hileras enfrentadas de bloques de apartamentos sirven como lugar de encuentro. A media tarde se juntan all¨ª los vecinos para cocinar lo que no pueden en sus casas, a la espera de que regrese el suministro de gas. Han montado parrillas improvisadas con cuatro ladrillos apilados sin cementar y una rejilla. Algunos hombres cortan le?a o arreglan un generador de electricidad. De repente, una mujer aparece con la cara desencajada mostrando a los vecinos la foto de un familiar desaparecido. Corre y desaparece a toda prisa.
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