El pueblo marroqu¨ª de Mulai Brahim remueve sus escombros en busca de Amina
El terremoto reduce a ruinas esta localidad del Atlas, con un balance de 28 muertos y 45 heridos. Bomberos y militares buscan v¨ªctimas entre los cascotes, mientras que cientos de mujeres y ni?os pasan la noche al raso y los hombres se organizan para suministrarles comida y agua
Alumbrado por las luces de una peque?a retroexcavadora, un bombero sale de la cueva que han dejado los escombros de la casa. Decenas de vecinos, todos hombres, presencian la escena, ajenos al peligro de los muros inclinados de los inmuebles de alrededor. Nada m¨¢s ponerse en pie, el rescatador se dirige a uno de sus compa?eros. ¡°Apunta, son las 22.15¡å. Han pasado 23 horas y cuatro minutos desde que el suelo tembl¨® en Mulai Brahim (8.000 habitantes) y los equipos de rescate, acompa?ados de decenas de voluntarios, acaban de encontrar el cuerpo de Amina.
La mujer, de 35 a?os, falleci¨® bajo las paredes de su casa junto a sus cuatro hijos, pero los ¨²nicos cuerpos que quedaban por encontrar la noche del s¨¢bado bajo este amasijo de piedras, ladrillos y ferralla eran el suyo y el de su hijo menor, de tres a?os. Cien metros ladera arriba, la madre de Amina espera junto a otras mujeres noticias de su hija y su nieto.
¡°Fueron solo cinco minutos. La tierra tembl¨® y de repente todo se hab¨ªa derrumbado¡±, cuenta Husein Aitzagut en la puerta de su domicilio, donde, vive con su mujer, Rachida, su hijo de tres a?os, Mohamed, su padre y dos de sus cu?adas. Esos cinco minutos de los que habla Husein hundieron decenas de viviendas y dejaron enormes grietas y graves da?os estructurales en otras muchas que, con toda probabilidad, obligar¨¢n a derruirlas si no se caen antes solas. Entre los restos, a lo largo del s¨¢bado, se encontraron un total de 28 cad¨¢veres que, a medida que aparec¨ªan, se almacenaban en el centro de salud municipal, mientras que los 45 heridos registrados, fueron trasladados a Marraquech, seg¨²n los soldados que coordinan los trabajos.
Tras la pandemia, el turismo religioso hab¨ªa vuelto a Mulai Brahim. Este pueblo colgado de una colina a las faldas del Atlas, a 1.300 metros de altura y a solo 50 kil¨®metros de Marraquech, es un famoso lugar de peregrinaje. En ¨¦l est¨¢ enterrado el santo musulm¨¢n del mismo nombre y miles de personas de todo Marruecos visitan su mausoleo cada a?o para hacer rituales en su honor y agradecerle el favor de sus promesas: conseguir un trabajo, casarse, tener hijos, recuperarse tras una enfermedad... Toda la parafernalia en torno al santo, los recuerdos y objetos para venerarlo, los alojamientos de alquiler por habitaciones son, junto con la agricultura, lo que da de comer a la poblaci¨®n. Los vecinos creen que ahora, con todo en ruinas, la gente tardar¨¢ en volver.
Caminar por sus estrechas callejuelas es una yincana peligrosa que obliga a sortear enormes bloques de ladrillo y cemento, vigas, piedras, tuber¨ªas rotas y cables descolgados de sus postes. Todo ello bajo muros y balcones en voladizos imposibles a punto de desplomarse. En las pocas plazas y lugares abiertos que tiene el pueblo se han construido enormes jaimas tapizadas con alfombras en las que se agolpan cientos de mujeres y ni?os mientras los hombres, que recorren el lugar de un sitio a otro, se afanan en prestarles ayuda y proporcionarles v¨ªveres y agua.
Militares, bomberos y sanitarios trabajan en el rescate y en el tratamiento de los heridos. Pero el reparto de comida y bebida corre a cargo de asociaciones locales, como El Encuentro, que en otras circunstancias se dedica a organizar actividades deportivas, culturales y sociales para los vecinos. Su presidente, Abdul¨¢ Ait-Malik, explica c¨®mo se organizan en una suerte de autogesti¨®n en la que participan los hombres del pueblo. ¡°Primero levantamos las jaimas para las mujeres y los ni?os. En cada una de ellas hay un responsable que se encarga de trasladarnos lo que necesitan y nosotros se lo suministramos. Luego, las mujeres se encargan de cocinar para todos¡±.
Botellas de agua, harina, pasta, leche y galletas
Lo cuenta en un local repleto de botellas de agua mineral, harina, pasta, leche y galletas donadas por otros colectivos y personas que quieren ayudar. ¡°Acaban de llegar las verduras y ma?ana esperamos que llegue el pan, la carne y el pollo¡±, a?ade Abdul¨¢ desde la puerta del almac¨¦n de la organizaci¨®n, cuya fachada tambi¨¦n se ha venido abajo. Por ahora, el aprovisionamiento con grandes camiones del pueblo es complicado debido a las enormes piedras de hasta dos metros que han ca¨ªdo sobre la sinuosa carretera que lo une con Marraquech, 50 kil¨®metros abajo.
El fr¨ªo llega con la noche y, en las jaimas, los ni?os, apelotonados, se pegan a sus madres tapados con mantas, mientras las mujeres m¨¢s mayores revuelven enormes pucheros sobre fuegos de le?a repletos de pasta para cenar. ¡°Las autoridades han obligado a mucha gente a no volver a sus casas e instalarse aqu¨ª por el riesgo de nuevos derrumbes, pero otras muchas personas han querido instalarse en la calle porque tienen miedo a que el terremoto se repita¡±, explica Husein que, por si acaso, ha sacado todos sus enseres a la calle. Las familias que no caben en las tiendas se han instalado con sus colchones en los campos que rodean la localidad.
Entre los restos de la casa de Amina, los vecinos se afanan en ayudar a los bomberos a sacar su cuerpo y seguir buscando el de su hijo. Algunos no dudan en ponerse en peligro para adentrarse entre los cascotes con las luces de sus m¨®viles que les permitan ver mejor. Su marido, el ¨²nico superviviente de la familia al estar al mando de su comercio durante el temblor, contempla la escena callado, en cuclillas. ¡°Est¨¢ en estado de choque; los bomberos lo han tenido que sujetar varias veces a lo largo del d¨ªa para que no se pusiera a cavar con sus propias manos¡±, explica Yusef Ait, uno de sus familiares, que se ha desplazado desde Marraquech para echar una mano. Ahora solo podr¨¢ consolarlo.
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