Bombardeos a¨¦reos y r¨¦cord de muertes: la guerra de Gaza se contagia a Cisjordania
El territorio palestino registra 82 v¨ªctimas mortales fruto de enfrentamientos con soldados israel¨ªes y colonos ultranacionalistas desde el ataque de Ham¨¢s del 7 de octubre. Es un ritmo in¨¦dito desde el final de la Segunda Intifada en 2005
Cada vez que las tropas israel¨ªes penetraban en su campamento de refugiados, Alaa tomaba su fusil de asalto y se coordinaba con otros shabab ¡ªj¨®venes, como en Cisjordania todos llaman eufem¨ªsticamente a los milicianos¡ª de Nur Shams para intentar tender una t¨ªpica emboscada de guerrilla urbana a los soldados, que se marchaban pronto tras superar una mezcla de disparos, c¨®cteles molotov y explosivos construidos con bombonas de butano. ¡°Normalmente, entraban a arrestar a alguien, hab¨ªa algunos enfrentamientos y se iban. Como mucho usaban un dron, pero para vigilancia¡±, explica Alaa, con un M-16 al hombro decorado con una pegatina de los compa?eros que ya no le acompa?an. La semana pasada, mientras se suced¨ªan los entierros de los 1.400 muertos en el ataque masivo y por sorpresa de Ham¨¢s, ¡°entraron de forma brutal¡± en este campamento con 12.000 habitantes cerca de la ciudad de Tulkarem, en Cisjordania.
Las tropas dejaron la zona a oscuras y cortaron las comunicaciones. Los j¨®venes comenzaron a coordinarse con walkie-talkies, mientras los bulldozers se abr¨ªan paso por las estrechas callejuelas del campamento, entre disparos de drones y bombardeos con helic¨®pteros Apache, como si el reloj hubiese retrocedido dos d¨¦cadas. ¡°No es normal el n¨²mero de casas en las que entraron, ni las que demolieron, ni la agresividad. Pusieron tiradores casi en cada esquina¡±, cuenta. El resultado: 13 palestinos (cinco de ellos ni?os) y un polic¨ªa de fronteras israel¨ª muertos en 27 horas de operaci¨®n.
Alaa no recuerda nada igual porque es la incursi¨®n m¨¢s sangrienta en Cisjordania desde la Segunda Intifada (2000-2005), cuando solo era un beb¨¦ que acabar¨ªa creciendo sin horizonte de mejora hasta ingresar en las Brigadas Al Quds ¨Del brazo armado de la Yihad Isl¨¢mica que aqu¨ª monopoliza p¨®steres, pintadas y bandas sobre la frente¨D y, ahora, con 21 a?os, ilusionarse con la fragilidad que mostr¨® Israel el pasado 7 de octubre, en la que ya es la jornada m¨¢s sangrienta de su historia. ¡°Gaza nos ha dado fuerza extra para defender a nuestra gente y nosotros le mandamos un mensaje: no est¨¢is solos¡±, sentencia.
Carteles que claman venganza
Oscurecido por los miles de cad¨¢veres en Israel y Gaza, el ciclo de la violencia se intensifica y agrava en Cisjordania. Al menos 82 palestinos han muerto en Cisjordania desde el pasado d¨ªa 7, en un ritmo in¨¦dito en dos d¨¦cadas. Sobre todo, en enfrentamientos con soldados israel¨ªes, aunque tambi¨¦n se ha incrementado el n¨²mero de civiles asesinados por colonos ultranacionalistas, que han colocado carteles en hebreo con lemas como ¡°Venganza¡± o ¡°Arrasar [Gaza] + Anexionar = Victoria¡±.
En Nur Shams, no hace falta ir rastreando se?ales de la redada. Agujeros de bala m¨¢s anchos de lo habitual (aparentemente de un tipo de munici¨®n israel¨ª que se expande tras el impacto), coches quemados o da?ados por el paso de los bulldozers, edificios en ruinas, asfalto levantado en la ¨²nica calle por la que caben blindados, sacos terreros, barreras antitanques de acero, se?ales de metralla en el exterior de las casas, un peque?o cr¨¢ter del misil que mat¨® a siete palestinos¡
El ej¨¦rcito israel¨ª asegura en un comunicado que descubri¨® en el campamento decenas de artefactos explosivos caseros y ¡°neutraliz¨® al menos a 12 terroristas¡±, parte de ellos en un bombardeo a¨¦reo, un recurso habitual en Gaza, pero pr¨¢cticamente in¨¦dito en Cisjordania en las ¨²ltimas dos d¨¦cadas. Un v¨ªdeo grabado con el m¨®vil muestra al menos seis cad¨¢veres en el suelo, ninguno con un arma de fuego cerca. Otro, a cuatro j¨®venes juntos en el momento del impacto.
Cultura del martirio
Uno de ellos es Muyahed Qazli. Ten¨ªa 15 a?os y su imagen domina hoy el t¨ªpico sal¨®n ¨¢rabe en el que los sof¨¢s ocupan tres paredes y en los que los vecinos se sientan para dar el p¨¦same a la familia. Um Muyahed (el matron¨ªmico con el que prefiere ser nombrada) se muestra entera, en parte porque dolor y orgullo se mezclan cuando un hijo pierde la vida en el marco del conflicto con Israel, sea activamente (inmol¨¢ndose en un atentado suicida) o como v¨ªctima inocente, como un civil en el bombardeo de una vivienda. Es la denominada ¡°cultura del martirio¡±.
La madre cuenta que Muyahed no sol¨ªa rezar, pero en los ¨²ltimos d¨ªas empez¨® a pedir a Dios que, si llegaba su hora de morir, fuese como un m¨¢rtir: ¡°igual que los ni?os de Gaza¡±. ¡°Claro que veo c¨®mo act¨²an los israel¨ªes y tengo miedo a perder m¨¢s hijos, pero en el barrio no hay familia que no haya perdido alguno. Y es m¨¢s f¨¢cil para nosotros, que tenemos varios hijos, que para otras familias. Tenemos cinco ni?os y cuatro ni?as. Bueno, ahora cuatro y cuatro¡±, asegura.
Lleva en el cuello un colgante con la foto de Muyahed y sostiene con la mano un rosario musulm¨¢n. Para posar, se pone la kufiya, el pa?uelo tradicional convertido en s¨ªmbolo de la identidad palestina. Explica que, cuando empezaron los bombardeos sobre Gaza ¨Dque han aumentado de intensidad hasta cobrarse m¨¢s de 5.000 vidas¨D ¡°los j¨®venes del campo empezaron a ir a tirar piedras a los soldados¡±. ¡°Luego otros no se pudieron aguantar y fueron a disparar a los puestos de control militares, de la rabia de lo que estaban viendo en televisi¨®n y en los tel¨¦fonos¡±, cuenta. Un adolescente entra con el rostro tapado y una cinta en la frente de la milicia de la Yihad Isl¨¢mica. ¡°As¨ª son los j¨®venes del campo¡±, justifica, sobre ese laberinto de calles habitado por refugiados de la Nakba, la huida o expulsi¨®n de unos 700.000 del mill¨®n de palestinos que viv¨ªan en el actual Israel entre 1947 y 1949.
Otro adolescente, Anas Turabi, de 17 a?os, asegura que los militares lo utilizaron como escudo humano. Pero le quita importancia porque lo que de verdad le molest¨® es que le pegasen ¡°como a un saco de trigo¡±. ¡°Cada vez que entr¨¢bamos a una casa, el soldado abr¨ªa la nevera y si no ve¨ªa comida me pegaba¡±, afirma mientras muestra moratones en el costado.
Turabi relata que lo esposaron con las manos por detr¨¢s y un uniformado lo sac¨® a la calle e hizo caminar justo por delante, con el fusil apoyado en su hombro. Fueron 10 horas en las que de vez en cuando adosaba un explosivo a una puerta. Se alejaban y, cuando explotaba, le ordenaba entrar primero en el edificio por si hab¨ªa dentro milicianos esperando para disparar.
El ej¨¦rcito israel¨ª asegura que interrog¨® a ¡°decenas de sospechosos¡± y arrest¨® a 20 durante la incursi¨®n, de los cerca de 600 que lleva en Cisjordania desde el ataque de Ham¨¢s. Los relatos de los habitantes del campo sobre la redada siguen el patr¨®n de anteriores incursiones en otras ciudades de Cisjordania: una decena de soldados entra, en ocasiones por la fuerza, separa a los hombres de las mujeres y los ni?os, e interroga a los primeros. Farhan, de 17 a?os, estaba en casa de sus t¨ªos cuando entraron los militares: ¡°Primero pidieron todos los DNI y m¨®viles. Y a m¨ª la contrase?a. Me negu¨¦, pero me amenazaron y me dio miedo. Se la acab¨¦ dando. Investig¨® y enseguida encontr¨® una foto con m¨¢rtires de Gaza. Me la ense?¨® y pregunt¨®: ?Qu¨¦? ?T¨² tambi¨¦n eres un terrorista de Ham¨¢s?¡±.
Pese a la incursi¨®n, no se ven caras muy tristes. Alaa admite que las im¨¢genes de las muertes en Gaza lo afligen, pero conf¨ªa en el papel de ¡°la resistencia cuando [los soldados israel¨ªes] entren por tierra¡±. ¡°Yo no soy de Ham¨¢s, pero aqu¨ª todos luchamos juntos. Y lo que hizo me da fuerza para seguir luchando, al ver lo falso y d¨¦bil que es ese ej¨¦rcito. No es un ej¨¦rcito, es una golosina¡±.
Sigue toda la informaci¨®n internacional en Facebook y X, o en nuestra newsletter semanal.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.