Las vidas destrozadas por la ofensiva israel¨ª en Gaza
Despu¨¦s de tres meses y medio de ataques sobre la Franja, han muerto m¨¢s de 25.000 palestinos. Cuatro personas narran a este diario su desolaci¨®n y describen el d¨ªa a d¨ªa de un territorio arrasado
Kayed Hammad ha cambiado 14 veces de casa junto con su familia desde el inicio de la guerra de Gaza. El anciano matrimonio Redwan muri¨® con uno de sus hijos y un cuidador en una casa de un barrio acomodado de la capital que jam¨¢s imaginaron bombardeado. Abed Mustafa libra una batalla diaria en Rafah para obtener comida y agua, y poder cargar el m¨®vil. S. A. (prefiere permanecer en el anonimato) comparte apartamento con otras 13 personas tras huir a toda prisa con su madre para salvar la vida y perder su casa con todos los recuerdos. Estas cuatro personas narran a este peri¨®dico su desolaci¨®n y describen el d¨ªa a d¨ªa de un territorio arrasado despu¨¦s de tres meses y medio de guerra en los que han muerto m¨¢s de 25.000 palestinos.
La maldici¨®n de cambiar 14 veces de casa
Yabalia
En una maldici¨®n que no cesa, Kayed Hammad ha cambiado 14 veces de casa junto con su familia desde el inicio de la guerra de Gaza. Ahora vaga sin apenas ropa de invierno en busca de algo de comida entre las ruinas del campo de refugiados de Yabalia, en el norte de la Franja palestina, donde naci¨® hace 60 a?os, despu¨¦s de escapar de los bombardeos de Israel que arrasaron su vivienda en Ciudad de Gaza, la capital del enclave costero. ¡°La pasada Nochebuena fue la peor noche de mi vida porque sufr¨ª un ataque de coraz¨®n¡±, relata en un arduo intercambio de mensajes. ¡°Cuando llegu¨¦ al hospital solo pudieron ofrecerme anestesia para aliviar el dolor¡ Ahora deber¨ªa tener una revisi¨®n con un cardi¨®logo, pero no hay ninguno¡±, lamenta.
Sonriente y vital en agosto de 2022 ¡ªla ¨²ltima vez que habl¨® con EL PA?S antes de la invasi¨®n israel¨ª de la Franja¡ª, las im¨¢genes que ahora hace llegar este gazat¨ª ¡ªque ha trabajado como int¨¦rprete para ONG y periodistas extranjeros¡ª son las de un hombre derrotado. ¡°No veo nada bueno en el futuro. Dicen que necesitaremos 10 a?os para reconstruir Gaza¡±, se entristece desde el paisaje de devastaci¨®n del norte de Gaza que muestran sus fotograf¨ªas. De all¨ª ha huido la gran mayor¨ªa de sus 1,1 millones de habitantes. ¡°Los que se fueron al sur est¨¢n sufriendo en tiendas de pl¨¢stico y cart¨®n al aire libre. Muchos se est¨¢n arrepintiendo y ahora nos dicen: ¡®Ojal¨¢ hubi¨¦ramos muerto antes de irnos¡±, relata. ¡°Les dijeron que era un lugar seguro, pero casi todos los d¨ªas los bombardean en Rafah o en Jan Yunis¡±.
A Hammad le gustar¨ªa estar en Espa?a con su hermano, con quien convivi¨® hace tres d¨¦cadas, y volver a practicar con sus amigos el castellano que aprendi¨® entonces. ¡°Cualquier ser humano merece vivir en paz, tener una vida normal¡±, confiesa con un sentimiento de pesar por el destino del resto de los 2,3 millones de gazat¨ªes.
Como la mayor¨ªa de los habitantes de la Franja, la noche del 7 de octubre, durante el cruento ataque de Ham¨¢s en Israel, dorm¨ªa cuando le despertaron las explosiones ¡°Desde la ventana vi muchos ataques con cohetes y detonaciones de la C¨²pula [de Hierro, sistema defensivo israel¨ª]. Cuando se produjo la invasi¨®n, no notamos gran diferencia. Hasta que los disparos de los tanques se fueron acercando¡±, rememora.
¡°?Que c¨®mo son nuestros d¨ªas aqu¨ª? Muchas noches no conseguimos dormir ni dos o tres horas, sobre todo cuando la operaci¨®n [militar israel¨ª] se concentraba en el norte. Con tantas bombas, como mucho duermes una hora, cuando ya est¨¢s tan agotado que no puedes resistir¡±, describe sus noches en vela. ¡°Pero luego te despiertas por una explosi¨®n¡±.
Por las ma?anas tiene que arriesgarse y salir a conseguir cualquier cosa para comer. Antes de la guerra entraban cada d¨ªa 500 o 600 camiones con mercanc¨ªas en Gaza. ¡°Poder llegar ahora hasta donde se vende algo ¡ªsi alguien tiene a¨²n una tienda en un callej¨®n escondido¡ª, supone un riesgo muy grande¡±, reconoce.
¡°El agua potable¡ ya hemos olvidado lo que era hace mucho tiempo¡±, resume la narraci¨®n de su vida cotidiana en Gaza. ¡°Siempre hay que volver a casa cuanto antes. Y esperar al d¨ªa siguiente. Y es lo mismo. M¨¢s de lo mismo. Y uno ya se siente incapacitado. Muchas cosas dejan sabor amargo. Quisieras dar de comer a tus hijos y no puedes¡±, se apena Hammad.
La primera semana de la guerra su casa fue destruida por los bombardeos israel¨ªes. No ha sido la primera vez. En 2003 (Segunda Intifada) y en 2008 (Operaci¨®n Plomo Fundido) ya perdi¨® su hogar. ¡°No s¨¦ cu¨¢ndo volver¨¦ a tener una casa. Espero poder tener al menos una tumba normal. Ahora entierran en plazas p¨²blicas, en cualquier lugar, porque no se puede llegar al cementerio¡±, se despide con un mensaje pesimista desde Gaza.
Testigo desde Cisjordania de la desaparici¨®n de su familia
Ramala / Ciudad de Gaza
En los primeros d¨ªas de guerra en Gaza, los ancianos Amer y Nama Redwan no tem¨ªan por su vida, convencidos de que el ej¨¦rcito israel¨ª jam¨¢s bombardear¨ªa su casa de dos plantas con jard¨ªn en Tel al Hawa, uno de los mejores barrios de la capital del enclave. ¡°No va a pasar nada, no te preocupes. Estamos en una zona muy segura, al lado de la Media Luna Roja, de organismos internacionales¡ Aqu¨ª nunca han bombardeado¡±, tranquilizaba Amer por tel¨¦fono a su hija Im¨¢n, que segu¨ªa con agobio desde la ciudad cisjordana de Ramala ¡ªa la que se mud¨® desde Gaza al casarse¡ª las noticias sobre ataques a¨¦reos que mataban cientos de personas a diario.
El 9 de octubre, la esposa de Ramad¨¢n Abu Aljar ¡ªuna mezcla de amigo y cuidador que insist¨ªa en acompa?ar a los Redwan en los momentos m¨¢s dif¨ªciles¡ª telefone¨® llorando a Im¨¢n para decirle que su hijo no hab¨ªa visto nada en pie all¨ª donde estaba la casa. Un bombardeo a¨¦reo la hab¨ªa destrozado horas antes. Dentro estaban Amer, de 83 a?os; Nama, de 77; uno de sus hijos, Husein, de 38, y Ramad¨¢n, de 52.
Un vecino les cont¨® que media hora antes hab¨ªa exhortado a Amer a escapar. El ej¨¦rcito israel¨ª no avis¨® de la inminencia de los bombardeos, como sol¨ªa hacer en anteriores ofensivas, pero la gente hu¨ªa al ver c¨®mo sonaban cada vez m¨¢s cerca. ¡°Le dijo: ¡®V¨¦ngase, jay¡¯ [una expresi¨®n de respeto a quienes han peregrinado a La Meca] y ¨¦l respondi¨®: ¡®?Por qu¨¦?¡¯ Los israel¨ªes saben qui¨¦n vive en cada casa y que mi mujer est¨¢ en silla de ruedas con bombona de ox¨ªgeno. Este no es un bloque alto y no hay nadie de Ham¨¢s o de la Yihad [Isl¨¢mica]¡±, cuenta.
Los cuerpos de madre, hijo y Ramad¨¢n fueron sacados pronto sin vida de entre los escombros. El resto de los hijos contrataron a toda prisa por tel¨¦fono una excavadora privada para buscar a su padre. Tres d¨ªas m¨¢s tarde, el operario llam¨® a Im¨¢n al oler descomposici¨®n cerca del lugar del que extrajeron a su madre, pero ella se aferr¨® a que ser¨ªa el cad¨¢ver del gato, Loco. ¡°No, lo siento, justo estoy viendo al gato sobre la pila de escombros¡±, le respondi¨®.
¡°Si piensas en la situaci¨®n general, sientes que lo que te ha pasado es solo una gota en el oc¨¦ano. Y hay cosas sobre las que elijo no pensar porque me volver¨ªa loca. Como que mi sobrina ha perdido a su padre. O si los perros se est¨¢n comiendo a mi padre, madre o hermano¡±, se?ala. Lo dice porque est¨¢n enterrados en el cementerio Al Faluya, en el hoy devastado campo de refugiados de Yabalia, y las tropas israel¨ªes han causado da?os en tumbas de ese y de otros cinco cementerios en Gaza, en ocasiones con bulldozers, seg¨²n muestran im¨¢genes verificadas sobre el terreno y por sat¨¦lite. Es el ¨²nico cementerio en el que, en medio de los bombardeos m¨¢s intensos en d¨¦cadas, un conocido les consigui¨® dos sitios para los tres cuerpos.
Como el 80% de gazat¨ªes, eran refugiados de La Nakba (cat¨¢strofe, en ¨¢rabe), en 1948, que se sald¨® con la expulsi¨®n de 800.000 palestinos. Cuando dos d¨¦cadas m¨¢s tarde, Israel conquist¨® Gaza a las tropas egipcias en la guerra de los Seis D¨ªas de 1967, la familia huy¨® de nuevo y acab¨® en Arabia Saud¨ª. Nama, la madre, era profesora de ¨¢rabe; Amer, administrativo y m¨¢s tarde empresario. Tuvieron siete hijos y regresaron en 1988 a Gaza, donde Im¨¢n curs¨® secundaria y la carrera de Periodismo, en la Universidad Isl¨¢mica.
Im¨¢n a¨²n usa el presente al hablar de sus padres: ¡°Mi padre es¡¡±, ¡°a mi madre le gusta¡¡±. Los vio por ¨²ltima vez en agosto. El cerco israel¨ª les imped¨ªa salir de la Franja (como a casi todos los gazat¨ªes), as¨ª que la ¨²nica opci¨®n de encontrarse con su hija de 52 a?os y ver a sus nietos era que entrase ella, lo que requer¨ªa un permiso de las autoridades militares. Ante la dificultad de conseguirlo, Im¨¢n dedicaba tres d¨ªas, cruzaba otros tantos pa¨ªses y gastaba mucho dinero en hacer un trayecto que, sin limitaciones y por tierra, ser¨ªan 75 kil¨®metros: ir por carretera de Ramala a Jordania, atravesando un lento paso fronterizo; tomar en Am¨¢n un vuelo en sentido contrario, hacia Egipto, y llegar por carretera a Rafah, el cruce con Gaza.
La odisea de cargar un m¨®vil para mantener el contacto
Rafah
La conversaci¨®n con Abed Mustafa depende del sol. Ha habido suerte y el d¨ªa est¨¢ claro en Rafah, en el sur de la franja de Gaza. Como cada ma?ana, Mustafa ha caminado unos siete kil¨®metros para cargar el m¨®vil en casa de unos amigos que tienen paneles solares y le hacen ese enorme favor gratis. Pero si hubiera llovido, habr¨ªa tenido que pagar a personas que poseen peque?os generadores para recargar un poco la bater¨ªa y no habr¨ªa podido responder a la llamada de EL PA?S.
¡°Cada acto de la vida cotidiana, el m¨¢s simple, requiere un esfuerzo enorme y estoy cansado¡±, asegura este palestino de 24 a?os, que ha preferido que su nombre verdadero no aparezca en esta entrevista. ¡°Pero tener bater¨ªa en el m¨®vil es lo m¨¢s importante para m¨ª. Llamar, tener noticias de la gente querida y saber qu¨¦ est¨¢ pasando¡¡±.
Antes del 7 de octubre, Mustafa viv¨ªa en un peque?o apartamento en el este de Rafah que ¨¦l mismo rehabilit¨®. Era una especie de refugio, en el que presum¨ªa de su independencia y recib¨ªa a sus amigos. El 9 de octubre, sali¨® huyendo de su hogar, hoy convertido en una monta?a de escombros.
¡°Pas¨¦ por escuelas de la ONU, por casas de familiares y ahora estoy en casa de mis abuelos en Rafah. Somos 27 en tres peque?as habitaciones¡±, explica. Con ¨¦l est¨¢n sus padres y sus seis hermanos y hermanas, todos menores que ¨¦l. El m¨¢s peque?o, Mohammad, tiene solo dos a?os. ¡°Todos los d¨ªas se parecen: cargo el tel¨¦fono, vuelvo a casa y empieza la siguiente batalla: c¨®mo hacer para comer y encontrar agua. Todo es dur¨ªsimo. Por ejemplo, buscar agua significa caminar kil¨®metros hasta encontrar a alguien que la venda o distribuya. Rezo mucho antes de salir de casa. Pido a Dios que me ayude a encontrar lo que necesitamos¡±, explica.
La necesidad y el tiempo muerto han hecho que Mustafa y su padre ideen maneras de sobrevivir dignamente y han fabricado un horno casero donde cocer el pan que ellos mismos hacen y un precario calentador de pl¨¢stico y metal para que los ni?os puedan lavarse con agua de mar caliente ¡°cuando es posible¡±.
La conexi¨®n viene y va. Mustafa tiene cobertura gracias a sus vecinos, que captan una red egipcia. Las preguntas y las respuestas se entrecruzan y es necesario repetirlas varias veces y el tiempo apremia porque la bater¨ªa se agota. ¡°El otro d¨ªa sal¨ª a buscar aceite a un mercado. Una bomba cay¨® en la zona media hora despu¨¦s de que yo saliera. Murieron 30 personas, que tal vez estaban buscando aceite como yo¡±, recuerda, lac¨®nicamente.
Mustafa es licenciado en Lengua y Literatura Inglesas por la Universidad de Al Azhar en Gaza y ha trabajado como consultor, formador y coordinador de programas en organizaciones internacionales y palestinas. Pero est¨¢ en el paro desde marzo del a?o pasado. Tampoco ha podido salir nunca de la franja de Gaza. ¡°No tuve esa suerte, solicit¨¦ becas para hacer un m¨¢ster, pero no me seleccionaron. Me daba igual ad¨®nde ir. Los palestinos vamos donde surja la oportunidad¡±, afirma.
La vida de este joven representa la de decenas de miles de habitantes de la Franja, donde el 60% de la poblaci¨®n tiene menos de 25 a?os, muchos han estudiado una carrera y hablan ingl¨¦s con soltura, pese a no haber salido nunca de ese peque?o territorio de 365 kil¨®metros cuadrados, pero est¨¢n desempleados. Seg¨²n cifras oficiales, un 70% de los j¨®venes de Gaza no tienen trabajo.
Ahora m¨¢s que nunca, Mustafa se siente atrapado. ¡°Odio esto, lo odio. Todo est¨¢ lleno de gente, la casa est¨¢ llena, la calle est¨¢ llena. No se puede ni caminar, cada d¨ªa hay m¨¢s desplazados, m¨¢s tiendas de campa?a¡¡±
Su hartazgo se mezcla con una inmensa tristeza al recordar a los familiares y amigos que ha perdido desde octubre. ¡°La muerte que m¨¢s me ha dolido ha sido la de mi t¨ªo. Odiaba a Ham¨¢s y todo lo que representa, pero Israel lo mat¨® en su casa con ocho personas m¨¢s¡±, recuerda. ¡°El otro d¨ªa bombardearon la casa de un amigo de la universidad, aqu¨ª en Rafah. Falleci¨® toda la familia, menos ¨¦l, que qued¨® malherido. Ahora es un muerto en vida¡±, agrega.
El dinero de la familia de Mustafa se ha acabado hace d¨ªas y sobreviven gracias a la ayuda humanitaria que entra por Rafah a cuentagotas. Comen conservas y lo que van encontrando y priorizan alimentar a los ni?os. ¡°No s¨¦ desde cu¨¢ndo no como carne. Cuando se encuentra, es demasiado cara. Se me est¨¢ empezando a caer el pelo, creo que es por comer tan mal¡±, explica.
Pero ese mediod¨ªa ha habido suerte y la familia ha almorzado falafel gracias a un amigo de Mustafa. ¡°Todo el mundo est¨¢ flaco. La gente se est¨¢ muriendo de hambre y ataca los camiones de ayuda humanitaria. Esta noche me siento tranquilo porque s¨¦ que ma?ana tenemos qu¨¦ comer¡±, dice.
¡°?Qu¨¦ viene ahora? No lo s¨¦. La gente est¨¢ preocupada por vivir hoy. Mi familia y yo somos totalmente apol¨ªticos, pero va a ser dif¨ªcil que Israel termine con Ham¨¢s, que es una realidad innegable en Gaza, con una estructura fuerte y no solo militar¡±, piensa en voz alta.
La bater¨ªa del m¨®vil se est¨¢ acabando y Mustafa avisa que tiene que colgar. ¡°?Sabes lo que me da miedo?¡±, dice antes de despedirse. ¡°Que nos acostumbremos a esto: a las bombas, la falta de comida, las escuelas convertidas en refugios, la muerte¡¡±.
Ense?ar a los ni?os a afrontar el dolor
Rafah
La entrevista se pospone varias veces por los bombardeos en la zona. Para tener conexi¨®n y poder atender esta llamada, esta psic¨®loga debe desplazarse a un lugar donde opera la UNRWA, la agencia de la ONU para los refugiados palestinos, en Rafah, en el sur de la franja de Gaza. S. A. no quiere que su nombre aparezca publicado. ¡°Prefiero ser an¨®nima por mi seguridad. Y, adem¨¢s, mi historia es la de muchos otros, no necesita un nombre¡±, explica.
Tiene 39 a?os y trabaja para M¨¦dicos del Mundo. Huy¨® de su casa en Ciudad de Gaza y se refugi¨® primero en el centro, en Nuseirat, y finalmente alquil¨® un peque?o apartamento en Rafah donde viven 14 personas. ¡°Mi peor momento fue huir de casa para salvar la vida, conducir como una loca para salir de esa zona y mirar mientras tanto la cara de mi madre, anciana, que ven¨ªa conmigo. Perd¨ª mi hogar y todos mis recuerdos. Duele mucho¡±, explica.
Verse desplazada dos veces no le ha impedido seguir ejerciendo, sobre todo con ni?os. En escuelas convertidas en refugios o en campamentos improvisados, S. A. y otras decenas de psic¨®logos comienzan ya a adentrarse en las heridas invisibles de m¨¢s de 100 d¨ªas de bombas, p¨¦rdida y miedos. ¡°Eleg¨ª ser psic¨®loga para ayudar a la gente, lo llevo en el alma, quiero ayudar a esos ni?os y no me planteo quedarme en casa¡±, explica.
La ayuda que prestan es una especie de ¡°primeros auxilios psicol¨®gicos¡±, una terapia de emergencia. ¡°Los ayudamos a afrontar el dolor, comenzamos a brindarles apoyo emocional para identificar, expresar emociones dif¨ªciles y trucos pr¨¢cticos para afrontar el estr¨¦s y el miedo, como ejercicios de respiraci¨®n y otras t¨¢cticas¡±, explica.
Son ni?os que sufren serios des¨®rdenes mentales como trastorno de estr¨¦s postraum¨¢tico, ansiedad o depresi¨®n. Los juegos y las actividades art¨ªsticas y pl¨¢sticas ayudan a los ni?os a comenzar a expresar sus emociones frente a los psic¨®logos y a sentirse acompa?ados por otros ni?os. ¡°Jugamos, pintamos con ellos, hablamos con sus familias si es que tienen familias¡ No podemos hacer gran cosa, no podemos aspirar ahora a lanzar programas m¨¢s ambiciosos para proteger su salud mental, pero al menos intentamos hacerles sentir un poco de alivio y de seguridad¡±, explica esta psic¨®loga.
Seg¨²n la UNRWA, m¨¢s de uno de cada cuatro pacientes examinados en sus centros en Gaza antes de que estallara esta ofensiva militar, necesitaban apoyo psicosocial y de salud mental.
En el caso de los ni?os, la mayor¨ªa ya estaban traumatizados antes del 7 de octubre. Un informe publicado por la ONG Save The Children en 2022, concluy¨® que desde que se impuso el bloqueo terrestre, a¨¦reo y mar¨ªtimo en 2007, la vida de los ni?os de Gaza ha estado sumida en graves privaciones, ciclos de violencia y restricciones a su libertad, y su salud mental estaba ya en un punto cr¨ªtico. Alrededor de un 80% de los ni?os declararon sentirse en un estado permanente de miedo, preocupaci¨®n, tristeza y dolor.
¡°Recuerdo por ejemplo un ni?o de siete a?os, que hab¨ªa perdido a sus padres y a cuatro hermanos en un bombardeo. Solo se salvaron ¨¦l y su hermana, de unos 15 a?os. Ahora est¨¢ en un refugio con unos parientes y est¨¢ muy mal. Duerme mal y tiene pesadillas, est¨¢ enfadado permanentemente, es muy agresivo, llora, grita y no quiere hablar con nadie¡±, explica la psic¨®loga de M¨¦dicos del Mundo.
S. A. explica que el ni?o no quer¨ªa participar en ninguna actividad propuesta por los psic¨®logos y reviv¨ªa permanentemente el momento de la muerte de sus padres y su huida para salvar la vida. ¡°Se sent¨ªa culpable por lo que pas¨® y cuando empez¨® a hablar dec¨ªa que se quer¨ªa morir. Era un caso muy dif¨ªcil. Pas¨¦ mucho tiempo con ¨¦l, habl¨¢ndole, invit¨¢ndolo a participar en alguna actividad y poco a poco fue entrando en los juegos y comenz¨® a abrirse. Es un ni?o que necesitar¨¢ muchas sesiones individuales y muchos a?os para revivir m¨ªnimamente. Como psic¨®loga, lo s¨¦¡±, agrega.
S. A. carraspea y se toma unos segundos para recuperar el aplomo. Est¨¢ soltera y explica que utiliza con su madre, sus sobrinas e incluso con ella misma las t¨¦cnicas que ense?a a los ni?os. Las respiraciones, los pensamientos positivos, los gestos para tranquilizar¡ La mujer forma parte de un equipo de una veintena de personas, cuatro de ellas psic¨®logas. Sus responsables las acompa?an para detectar si desfallecen y ayudarlas a tomarse un respiro cuando se sienten desbordadas emocionalmente. Por ejemplo, cuando un compa?ero o amigo fallece o resulta herido en los bombardeos, como ha sido el caso.
¡°La situaci¨®n empeora cada d¨ªa. Es muy duro. Soy psic¨®loga, pero tambi¨¦n soy un ser humano y sufro. Intento desde lo m¨¢s profundo de mi coraz¨®n ser fuerte, con los ni?os, con mi familia y hacer algo por ellos, aunque sea poco¡±, insiste.
M¨¦dicos del Mundo ha advertido de que la violencia extrema en la Franja y las atrocidades presenciadas por los ni?os ¡°pueden causar da?os irreversibles en su desarrollo mental y emocional¡±, que ¡°no van a desaparecer en el momento que cese la violencia¡±, ya que un porcentaje peque?o va a desarrollar un trastorno mental m¨¢s grave que requiera atenci¨®n especializada. ¡°Pero por ahora no podemos pensar en el futuro, no sabemos qu¨¦ m¨¢s nos puede pasar. Vivimos d¨ªa a d¨ªa¡±, se despide S. A.
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