Las dos traves¨ªas de la familia Ponce
En los ¨²ltimos 15 a?os, m¨¢s de 300.000 mexicanos ha tenido que huir de sus casas por el avance del crimen organizado. La historia de los Ponce, que escaparon del pueblo que hab¨ªan fundado para salvar sus vidas, es tambi¨¦n la historia de la transformaci¨®n de un pa¨ªs, donde la violencia se volvi¨® una herramienta para solucionar problemas y conquistar el territorio.
Horas despu¨¦s del entierro de Sigifredo Ponce, m¨¢s de 70 familiares del difunto hu¨ªan del pueblo en el que viv¨ªan en una caravana de camionetas. A la salida del funeral, los militares los hab¨ªan parado para aconsejarles que se fueran. Hac¨ªa semanas que algunos vecinos les advert¨ªan que Sigifredo no ser¨ªa el ¨²ltimo Ponce asesinado. Hasta el cura del pueblo les rog¨® que se marcharan de all¨ª. Cada vez que la familia hab¨ªa denunciado a los narcotraficantes, la consecuencia hab¨ªa sido un homicidio o un secuestro.
Para salvar la vida, los Ponce la empacaron a toda velocidad. Lo primero que hizo Alejandra, una de las hijas de Sigifredo, fue una maleta con la ropa de su padre. Una de sus t¨ªas llen¨® el equipaje de bikinis porque quer¨ªa creer que el destierro no ser¨ªa m¨¢s que unas vacaciones forzadas. Los jefes de familia agarraron las actas de nacimiento, los papeles de sus propiedades y malvendieron las mercanc¨ªas de sus tiendas. A Gretel, la nieta de Sigifredo, la bautizaron de urgencia. ¡°Yo no quiero que este angelito se muera sin los sacramentos, por el amor de Dios¡±, le rog¨® su madre al sacerdote.
Aquel 13 de marzo de 2013, el crimen organizado termin¨® de destruir el legado que la familia hab¨ªa construido durante d¨¦cadas en el desierto.
La huida puso fin a la primera traves¨ªa de la familia Ponce, la que cuatro generaciones atr¨¢s los hab¨ªa llevado a fundar, junto con otros colonos, Estaci¨®n Conchos, un peque?o pueblo en el estado de Chihuahua, en el norte de M¨¦xico, que lleg¨® a tener m¨¢s de 1.600 habitantes. Aquellos ¡®vencedores del desierto¡¯, como los llama la m¨ªtica regional, quienes se establecieron en esa regi¨®n a comienzos de la d¨¦cada de 1930, se convertir¨ªan en pr¨®speros rancheros y comerciantes.
Cuando la riqueza era apenas promesa de futuro, el padre del difunto miraba todos los d¨ªas un almanaque de un rancho estadounidense que ten¨ªa algunas de las cabezas de ganado m¨¢s cotizadas. El rancho se llamaba ¡¯El Sue?o¡¯ y, con el paso del tiempo, ¨¦l poseer¨ªa su propio ¡®El Sue?o¡¯. A la cr¨ªa y exportaci¨®n de ganado hacia Estados Unidos le siguieron otros negocios: abrieron hasta nueve tiendas en la zona y algunos miembros de la familia hab¨ªan plantado enormes extensiones de nogales, su seguro de jubilaci¨®n. Pero hac¨ªa tiempo que en Estaci¨®n Conchos las familias de colonos, forjadas en el trabajo del campo, estaban siendo fagocitadas por las nuevas familias, que hab¨ªan encontrado en la violencia y el tr¨¢fico de drogas una manera de prosperar.
A principios de los ochenta, las fronteras entre narcotraficantes y autoridades comenzaron a borrarse en el pueblo: unas familias emparentaron con otras, los compa?eros de escuela saludaban a?os despu¨¦s como capos o sicarios y el dinero ilegal surt¨ªa el comercio legal. Estaci¨®n Conchos forma parte de una de las rutas para que la droga producida en M¨¦xico llegue a Estados Unidos y en la sierra vecina siempre hubo plantaciones de marihuana. Pero no fue hasta principios de esta d¨¦cada que las consecuencias de aquel negocio que se repart¨ªan varias familias se convirti¨® en el d¨ªa a d¨ªa del pueblo. Aquella comunidad en la que los ni?os romp¨ªan el tedio en un peque?o arroyo o esperando la llegada de La Bestia ¡ªel tren de mercanc¨ªas al que se suben los migrantes para cruzar el R¨ªo Bravo¡ª, y los adultos apostaban en las peleas de gallos y las carreras de caballos, ya no exist¨ªa: empezaron a aparecer colgadas narcomantas, se impuso el toque de queda y los asesinatos, secuestros y extorsiones se convirtieron en la norma. Los cuatreros y las pistolas hab¨ªan dado paso a hombres armados con fusiles AK-47.
La historia de los Ponce es la historia de la transformaci¨®n de un pa¨ªs. Los relatos de los desplazados por la violencia siempre empiezan con un hombre armado, pero detr¨¢s de las balas y las amenazas no est¨¢ solo el tr¨¢fico de drogas. En Chiapas, en los ¨²ltimos 25 a?os, comunidades enteras se han desplazado por el paramilitarismo que naci¨® para combatir al zapatismo y desde entonces ha oprimido a la poblaci¨®n ind¨ªgena; en Guerrero, por la miner¨ªa de oro; en Oaxaca, por la disputa de tierras entre pueblos vecinos de escasos recursos o por conflictos pol¨ªticos de caciques locales. Mientras la violencia en M¨¦xico se convert¨ªa en una herramienta para resolver problemas y conquistar territorio y riquezas, para cientos de miles de mexicanos como los Ponce, sus hogares se volvieron el lugar del que ten¨ªan que huir.
El asesinato de Sigifredo Ponce era el tercero que la familia sufr¨ªa en tres a?os. Antes hab¨ªan muerto dos de sus sobrinos, los hermanos Gerardo y Jonathan. Ana Luisa, la viuda de Sigifredo, nunca ha podido ver hasta el final el v¨ªdeo de las c¨¢maras de seguridad de uno de los minisupermercados de la familia que muestra c¨®mo, dos d¨ªas antes del sepelio de su esposo, un cliente habitual llega al establecimiento acompa?ado de dos sicarios.
Aquella madrugada de marzo de 2013, la caravana de camionetas de los Ponce emprendi¨® la hu¨ªda por caminos secundarios. Cuando hizo su primera parada, los m¨¢s j¨®venes de la familia googlearon ¡°lugares m¨¢s seguros para vivir en M¨¦xico¡±, una b¨²squeda que hoy arroja m¨¢s de 76 millones de resultados en un pa¨ªs donde, en menos de quince a?os, 300.000 personas han muerto asesinadas y m¨¢s de 60.000 est¨¢n desaparecidas. Los Ponce se dirigieron a cualquier lugar lejos de casa. Los descendientes de aquellos ¡®vencedores del desierto¡¯ se convirtieron en desplazados por la violencia. La familia comenzaba su segunda traves¨ªa.
¡®Olv¨ªdate de los dem¨¢s¡¯
¡®El Sue?o¡¯ es hoy un rancho con un port¨®n oxidado. Sobre el pasto, en lugar de vacas, est¨¢n los restos de dos coches calcinados. En la cocina de Dora Ponce, la mujer que se encargaba de las facturas del tel¨¦fono y la luz en Estaci¨®n Conchos, cuelgan, ra¨ªdos, los almanaques de las tiendas hasta 2012. La fachada blanca del supermercado de V¨ªctor Ponce todav¨ªa est¨¢ manchada por el holl¨ªn de un incendio y agujereada de balas de alto calibre. El rancho de V¨ªctor, como el de su padre, est¨¢ abandonado. El d¨ªa que mataron a su hermano Sigifredo, los sicarios llegaron hasta all¨¢ y asesinaron a cuatro trabajadores. Mientras en su pueblo natal el apellido Ponce se convert¨ªa en ruina, cada uno de los 75 familiares exiliados empez¨® a vivir en un limbo legal y emocional. El duelo por la muerte de Sigifredo qued¨® eclipsado por la supervivencia y la impunidad.
¡°Lo que se perdi¨® ya no se puede recuperar, pero lo material es lo de menos. Ya no hay paz mental. Y no te pueden hacer una transfusi¨®n de paz¡±, dice Jacob Ponce, que perdi¨® a dos hijos.
Siete a?os despu¨¦s de que se refugiara en un hotel de carretera, la familia que huy¨® unida se ha desperdigado por el centro y el norte del pa¨ªs. Hay quien cruz¨® por un tiempo a Estados Unidos para limpiar casas, otros vendieron chorizos de puerta en puerta, alguno intent¨® restablecerse en la ciudad y volvi¨® al campo para trabajar en una tierra ajena. Los que ten¨ªan ahorros para un futuro tranquilo los gastaron en las urgencias del presente: abrir una peque?a tienda de ropa o de abarrotes, alquilar un techo bajo el que sobrevivir.
La violencia arranc¨® a los Ponce de su lugar en el mundo como lo ha hecho con decenas de miles de mexicanos, pero ni siquiera son una estad¨ªstica. Aunque el Gobierno ha reconocido el desplazamiento interno forzado en M¨¦xico en abril del a?o pasado, todav¨ªa no existe una cifra oficial. La Comisi¨®n Mexicana de Defensa y Promoci¨®n de los Derechos Humanos (CMDPDH), organizaci¨®n no gubernamental que acompa?a jur¨ªdicamente el caso de la familia Ponce, calcula, a trav¨¦s de un recuento de desplazamientos masivos, que desde 2006 se han desplazado al menos 338,405 personas. Los datos de la Encuesta Nacional de Victimizaci¨®n y Percepci¨®n sobre Seguridad P¨²blica son muchos peores: entre 2011 y 2018, en promedio, m¨¢s de un mill¨®n 300 mil personas al a?o han cambiado de lugar de residencia para protegerse de la delincuencia.
Las autoridades federales les ofrecieron a los Ponce cambiar de identidad y, aunque se negaron a borrar su apellido, inventaron una vida. En un pa¨ªs marcado por el relato del narcotr¨¢fico, unos rancheros del norte que se mueven en camionetas son sospechosos: Ana Luisa les aconsej¨® a sus tres hijos que, si les preguntaban por su padre, dijeran que era divorciada. Porque si sab¨ªan que su padre hab¨ªa sido asesinado, las habladur¨ªas de que eran familia del Chapo Guzm¨¢n no parar¨ªan. Jacob Ponce solicit¨® una audiencia con Javier Corral, entonces senador por el Estado de Chihuahua, pero nunca fue recibido. A?os despu¨¦s, cuando Corral se convirti¨® en Gobernador de Chihuahua, los Ponce le preguntaron: ¡°?Por qu¨¦ no nos atendiste?¡±. Jacob recuerda que les respondi¨®: ¡°Porque pensaba que s¨ª estaban involucrados¡±. A los Ponce los investigaron minuciosamente. Despu¨¦s de sufrir tres asesinatos, un secuestro, amenazas y el exilio forzado, s¨®lo una persona que cometi¨® delitos en contra de la familia cumple condena.
Con el paso de los a?os, el miedo se convirti¨® en trauma. La familia no solo se alej¨® geogr¨¢ficamente. Aunque exigen justicia unidos, aquellas carnes asadas que reun¨ªan a m¨¢s de cien personas en el pueblo se convirtieron en llamadas de tel¨¦fono espor¨¢dicas. ¡°Tu familia ahora son tus padres y tus hermanos. Olv¨ªdate de los dem¨¢s¡±, le dijo una prima a la hija de V¨ªctor Ponce, el hermano que vive m¨¢s aislado. Una noche en su exilio en un peque?o pueblo fronterizo entre dos estados, V¨ªctor culpaba a los narcotraficantes y al Estado. Pero en un momento de la conversaci¨®n se levant¨® de la mesa llorando, pregunt¨¢ndose si quiz¨¢, si ¨¦l hubiera hecho algo diferente, los Ponce todav¨ªa vivir¨ªan en su pueblo.
¡¯Ellos todo lo saben¡¯
Cuando era ni?o, V¨ªctor Ponce dorm¨ªa con Sigifredo en la misma cama. ¡°?ramos como gemelos¡±, recuerda. Pero no pudo acudir al funeral de su hermano. El d¨ªa que la familia huy¨® en caravana, ¨¦l ya se encontraba lejos.
La historia de violencia de los Ponce comenz¨® en 2010 con el secuestro de su hijo, que lleva el mismo nombre que ¨¦l, pero al que todos llaman ¡°el Gordo¡±. Un domingo, sus padres le pidieron que tirara la basura de la tienda porque hab¨ªan observado que algunos empleados pon¨ªan mercanc¨ªa en las bolsas para robarlas camino al basurero. Antes de que pudiera cumplir con el encargo, unos hombres lo subieron a una camioneta. Horas despu¨¦s, V¨ªctor Ponce recibi¨® una llamada en la que le ped¨ªan un rescate de 10 millones de pesos (casi medio mill¨®n de d¨®lares).
Los d¨ªas siguientes, cuando V¨ªctor Ponce estaba en casa, se encerraba en un cuarto con una negociadora de la polic¨ªa. Cuando sal¨ªa, iba a preguntar a sus conocidos en el narcotr¨¢fico. ¡°Ellos todo lo saben¡±, dice. En aquel a?o de secuestros y balaceras, si alguien necesitaba informaci¨®n, la mejor fuente era el propio crimen. Aunque V¨ªctor Ponce estaba convencido de que alguno a los que les ped¨ªa ayuda ten¨ªa a su hijo. En las llamadas, los secuestradores daban detalles de la zona que solo un lugare?o conocer¨ªa. V¨ªctor y la negociadora consiguieron negociar un rescate menor y al Gordo lo liberaron al tercer d¨ªa, descalzo, a seis kil¨®metros de la casa familiar.
No ser¨ªa la ¨²ltima vez que una camioneta de hombres armados se cruzar¨ªa en su camino. El pueblo criminal ya hab¨ªa colonizado al pueblo ranchero. En 2010 se cumpl¨ªa el cuarto a?o de la guerra contra el narcotr¨¢fico de Felipe Calder¨®n. Mientras el entonces presidente militarizaba el pa¨ªs y hablaba de carteles, la violencia en Estaci¨®n Conchos ten¨ªa apellidos: Pichones, Arreola, Gandarilla. El pueblo, como muchas partes de M¨¦xico, viv¨ªa a merced de las disputas y pactos entre criminales y autoridades, bajo unos c¨®digos muy alejados del discurso de buenos y malos de Calder¨®n.
V¨ªctor Ponce es uno de los muchos mexicanos provenientes de zonas violentas que, en comparaci¨®n con la situaci¨®n actual, tiene cierta nostalgia de los ¡®viejos narcos¡¯. ?l fue compa?ero de escuela de los Arreola y admite que su relaci¨®n era ¡°fuerte, fuerte¡± antes de que se convirtieran en los ¡°meros meros¡±. Recuerda que fue en una celebraci¨®n de un 12 de diciembre, d¨ªa de la Virgen de Guadalupe, auspiciada por los Arreola, cuando empez¨® a sentir miedo. En medio de la fiesta se enter¨® de que hab¨ªan matado a un hombre del pueblo por tener la misma camioneta que un enemigo. Los sicarios, que disparan antes de preguntar, confundieron el objetivo.
La relaci¨®n de los Ponce con los Gandarilla, en cambio, era poco amistosa. Unos representaban los viejos valores de los colonos del desierto; los otros, el ascenso r¨¢pido de los nuevos tiempos. Los Gandarilla llegaron a la regi¨®n en los a?os 70 y desde entonces empezaron las tensiones. Los problemas arrancaron con peque?as peleas de bar y acabaron con los Ponce expulsados del pueblo. De lo que m¨¢s se arrepiente V¨ªctor Ponce es de haber hecho un negocio con F¨¦lix Gandarilla. Un d¨ªa, cuenta, un sicario se le acerc¨® para decirle que F¨¦lix Gandarilla lo esperaba en su rancho. All¨ª, este le ofreci¨® un negocio: le pidi¨® que le prestara unos 50,000 d¨®lares y le dijo que se los pagar¨ªa con unas 200 cabezas de ganado. Pero pasado el tiempo, lo ¨²nico que recibi¨® a cambio V¨ªctor Ponce fue una jaula de ganado robado. Cuando protest¨®, un sicario le amenaz¨® con una pistola para que se callara. El siguiente a?o y medio, los Ponce hicieron su vida siempre mirando por los espejos retrovisores de su camionetas. Hasta que lleg¨® el 2013.
El 8 de febrero de ese a?o, el Gordo consigui¨® escapar de un segundo intento de secuestro cuando viajaba en su camioneta. Su primo Jonathan, que estaba en el asiento del copiloto, muri¨® en ese incidente. V¨ªctor Ponce todav¨ªa conserva la camioneta de su hijo con los impactos de bala. Jonathan acab¨® tan desfigurado que lo enterraron en un ata¨²d cerrado. V¨ªctor comenz¨® a hablar con las autoridades: se?al¨® los puntos que, como todo el mundo sab¨ªa en el pueblo, eran de almacenamiento y venta de droga. Pero un s¨¢bado, el 16 de febrero, recibi¨® una llamada de un amigo: ¡°Los Gandarilla van por ti, te van a matar¡±. Su familia hizo las maletas inmediatamente. Antes de marcharse, V¨ªctor Ponce llam¨® a Sigifredo: ¡°?Sabes qu¨¦? Pienso que este pedo es conmigo. A lo mejor retir¨¢ndome yo se va a calmar toda esta cosa¡±.
Tres semanas despu¨¦s mataron a Sigifredo.
¡®?Por qu¨¦ todo me quitan, mam¨¢?¡¯
Un mediod¨ªa de noviembre de 2018, Jaime Ponce apuraba una lata de cerveza en el cementerio de Estaci¨®n Conchos. Su rostro fibroso parec¨ªa inexpresivo: se qued¨® un momento en silencio, pensativo, mirando la tumba de su hermano Sigifredo. ¡°Nos falt¨® malicia¡±, murmur¨® unos segundos despu¨¦s, en su primera visita en cinco a?os al lugar, ¡°nos falt¨® malicia¡±. Al lado est¨¢ enterrado su padre. Uno de los pocos consuelos de los Ponce en los ¨²ltimos tiempos es que el patriarca de la familia muri¨® antes de que tuvieran que huir del pueblo. La matriarca s¨ª se desplaz¨® y, antes de morir, pidi¨® que la sepultaran lejos porque no quer¨ªa descansar en una tierra que ya no sent¨ªa suya. ¡°Lo peor es que despu¨¦s de toda una vida de trabajo, de que la gente sepa qui¨¦n eres, de ayudar, la palabra de un malandro (delincuente) vale m¨¢s que la tuya¡±, se lamentaba Jaime.
Unas horas antes, sentado en la cocina de su casa entre fotos familiares, dec¨ªa que desde el asesinato de su hermano ha vivido con el piloto autom¨¢tico. Primero fue a El Paso, Texas, para pedir asilo pol¨ªtico. Despu¨¦s fue al centro del pa¨ªs y de ah¨ª al sureste para acompa?ar a uno de sus hijos, pero se volvi¨® a mudar cuando se enter¨® de que ah¨ª, en el centro neur¨¢lgico del turismo de masas, muchos negocios tambi¨¦n estaban extorsionados. Hace un tiempo regres¨® a Chihuahua, donde pasa los d¨ªas sentado delante de la tienda de su hija haciendo guardia. ¡°Yo no me recupero, ya perdimos. Pero ellos (los hijos) tienen que aprender a vivir en la derrota¡±.
A los Ponce, como a muchos de los desplazados por la violencia en M¨¦xico, les traumatiza la comparaci¨®n entre el pasado y el presente, entre lo que pudo ser y lo que es. Pero esto no les afecta a todos de la misma manera.
Los m¨¢s viejos, como Jaime, conviven con la sensaci¨®n de derrota, de un esfuerzo de toda una vida sin recompensa final. Les queda la fe en la vida eterna, la resignaci¨®n y una vaga esperanza de justicia. (En marzo de 2019, a partir de un amparo presentado en el caso de la familia Ponce, un tribunal se pronunci¨® sobre la facultad que tiene la Comisi¨®n Ejecutiva de Atenci¨®n a V¨ªctimas para reconocer y registrar a la familia como v¨ªctimas de violaciones a derechos humanos debido a su situaci¨®n de desplazamiento).
Los del medio han rebobinado su vida para construirla nuevamente desde donde hab¨ªan empezado siendo j¨®venes. Ana Luisa, por ejemplo, ha abierto una peque?a tienda de abarrotes en una ciudad en el centro del pa¨ªs, donde lo ¨²nico que le recuerda a la de Estaci¨®n Conchos son los frijoles norte?os que vende en el mostrador.
Los veintea?eros han tenido que dejar la despreocupaci¨®n de una vida c¨®moda y la ambici¨®n de crecer el legado de las generaciones anteriores: una de las hijas de Sigifredo ahora es maestra de escuela y su hijo trabaja en la construcci¨®n. Los ni?os preguntan por qu¨¦ y sus padres no saben c¨®mo explicarles por qu¨¦ abandonaron su casa, ni por qu¨¦ mataron a su abuelo y a sus primos. ¡°?Por qu¨¦ todo me quitan, mam¨¢??Por qu¨¦?¡±, recuerda Claudia Ponce que le pregunt¨® su hija un d¨ªa en el que uno de sus hermanos le hab¨ªa quitado un carrito de juguete. ¡°Nunca hab¨ªa hecho un berrinche as¨ª. Yo pensaba ¡®?Qu¨¦ le est¨¢ pasando a mi hija? Esta no es mi hija¡¯¡±.
Lo que s¨ª saben los adultos es que, cuando el crimen organizado se apodera de una comunidad en M¨¦xico, para salvar la vida solo hay tres opciones: huir, unirse a ellos o armarse. La denuncia, muchas veces, acaba en tragedia, como ocurri¨® el 4 de noviembre del a?o pasado cuando nueve miembros de la familia Lebar¨®n, tres mujeres y seis ni?os, fueron asesinados en la frontera entre el estado de Chihuahua y Sonora. ¡°En un principio yo quer¨ªa matarlos a todos con mis manos, pero reflexion¨¦ y dije: ¡®No puedo hacerlo, porque ellos est¨¢n bien protegidos y nosotros no somos as¨ª¡¯. Y entonces dije: ¡®Tengo todav¨ªa tres hijas, nietos y un hijo¡¯¡±, record¨® Jacob Ponce en su exilio.
El d¨ªa que lo entrevistamos, una parte de la familia se hab¨ªa reunido para visitarlo en el peque?o pueblo donde ha conseguido un trabajo de funcionario. Vive solo en una casa modesta, sin apenas decoraci¨®n, donde se refugia cada noche porque, igual que en su pueblo de origen, al atardecer es terreno de sicarios. En la cocina Jacob ayudaba a Noem¨ª, una de sus sobrinas, a preparar la comida. Hab¨ªa ido al mercado y preparado con esmero la reuni¨®n familiar, que no se produc¨ªa hac¨ªa demasiado tiempo. Cuando estaba con su familia Jacob bromeaba y sonre¨ªa, pero en su cuarto, en soledad, languidec¨ªa al hablar del pasado:
¡°Ahorita acaban de escuchar a Noem¨ª decir que podemos celebrar aqu¨ª Navidad y eso le calienta un poquito el coraz¨®n a uno. Pero yo no soy de festejar nada. A Gerardo lo mataron a garrotazos como a un perro, luego a Jonathan. Gerardo naci¨® el 24 de diciembre, Jonathan el 23. ?Y Sigi? Tambi¨¦n el 23. Yo lo que quisiera es borrar diciembre del calendario¡±.