El tabaco y el az¨²car de Leonardo Padura
EL PA?S sigue los pasos del escritor cubano durante una de sus jornadas en la Feria Internacional de Guadalajara
Sentados en un sof¨¢ amarillo, los escritores Leonardo Padura y Sergio Ram¨ªrez charlan sobre la Cuba reci¨¦n independizada.
¡ªEn 1913, solo en la Habana hab¨ªa m¨¢s coches que en Madrid y Barcelona juntas.
¡ªCuba ten¨ªa en aquella ¨¦poca como cinco veces m¨¢s PIB que Espa?a.
Para entender aquel ¡°milagro¡± citan varios libros, pero sobre todo uno titulado Contrapunteo cubano del tabaco y el az¨²car, un ensayo sobre el impacto cultural y econ¨®mico de los dos tesoros de la isla. Luego, los escritores entrar¨¢n ...
Sentados en un sof¨¢ amarillo, los escritores Leonardo Padura y Sergio Ram¨ªrez charlan sobre la Cuba reci¨¦n independizada.
¡ªEn 1913, solo en la Habana hab¨ªa m¨¢s coches que en Madrid y Barcelona juntas.
¡ªCuba ten¨ªa en aquella ¨¦poca como cinco veces m¨¢s PIB que Espa?a.
Para entender aquel ¡°milagro¡± citan varios libros, pero sobre todo uno titulado Contrapunteo cubano del tabaco y el az¨²car, un ensayo sobre el impacto cultural y econ¨®mico de los dos tesoros de la isla. Luego, los escritores entrar¨¢n al sal¨®n principal de la FIL para que a Padura, de 66 a?os, le entreguen la medalla Carlos Fuentes. El novelista cubano hablar¨¢ del cansancio hist¨®rico de su generaci¨®n, del gran drama del exilio y de que para ¨¦l vivir fuera de Cuba ser¨ªa un destierro. Aunque tiene m¨¢s primos en Miami que en La Habana, el autor de El hombre que amaba los perros nunca ha abandonado la isla.
Padura fuma tabaco negro cubano y no soporta la sacarina. Lo dej¨® claro por la ma?ana durante las entrevistas con la prensa, cuando le trajeron unos sobrecitos del pu?etero edulcorante: ¡°?Esto es un atentado! Az¨²car moreno, eso es lo que quiero yo¡±. Por un segundo parece a punto de romperse la serenidad casi tibetana con que afrontar¨¢ el resto de la jornada de promoci¨®n. El sustituto del az¨²car, seg¨²n Padura, es fatal y arruina el sabor del caf¨¦. En su casa del barrio de Mantilla, la misma que construy¨® su padre hace sesenta a?os, tiene una antigua maquina italiana marca Mocka. Es un modelo peque?o. Solo salen dos tazas. Una para ¨¦l y otra para su esposa Luc¨ªa, que tambi¨¦n ha venido a la feria.
La pareja lleva en M¨¦xico un mes. Lleg¨® a Guadalajara este s¨¢bado desde Isla Mujeres, una joya diminuta, apenas cuatro kil¨®metros cuadrados, en la costa de Canc¨²n. A Padura le invitaron a dar unas clases magistrales para un doctorado de la UNAM y como son por videoconferencia, ha decidido darlas desde la playa. ¡°El Caribe mexicano es de lo mejor de este pa¨ªs¡±, contaba al cruzar el paso de cebra que conecta el hotel Hilton, donde se hospeda, con una de las entradas de la feria.
Al llegar a la puerta, en el control de seguridad le preguntan a todo el mundo si llevan mecheros encima. Como el escritor responde que s¨ª, la orden es tirarlo a la basura. Han subido los controles postpandemia. El mechero o la FIL. El dilema lo resuelve la agente de prensa meti¨¦ndonos por otra puerta con vigilantes menos atentos al gran peligro de los lectores pir¨®manos.
En una ri?onera de cuero negro, Padura guarda un encendedor de cocina. Es lo ¨²nico que encontr¨® al llegar a la mini-isla del Caribe mexicano despu¨¦s de que le confiscaran su primer mechero en el aeropuerto de La Habana. Esta vez, no ha querido que sucediera lo mismo por segunda ocasi¨®n. Adem¨¢s est¨¢ encantado con el aparatoso artilugio, con forma de una pistola del tama?o de su mano: ¡°Es buen¨ªsimo, funciona aunque haya viento en la calle. Tambi¨¦n va muy bien para los puros¡±. Padura fuma m¨¢s cigarrillos que puros. Siempre cubanos. Su marca favorita es Popular. Pero por el desabastecimiento en la isla, para este viaje un amigo le ha conseguido unas cuantas cajetillas de H. Hupman.
Antes del almuerzo, el autor de Herejes se ha fumado apenas cuatro cigarrillos. Procura hacer ejercicio todos los d¨ªas. Durante la pandemia perdi¨® seis kilos pero ahora, dice, est¨¢ ¡°m¨¢s gordo de lo que deber¨ªa¡±. Por muchos a?os jug¨® al b¨¦isbol, su primera pasi¨®n por encima de la literatura. Hace poco se compr¨® una maquina para andar como la de los gimnasios y tiene comprobada la f¨®rmula que mejor le funciona para no aburrirse encima de la cinta. ¡°Me pongo en la tablet series buenas pero que ya he visto, como Breaking Bad o The Wire, porque como ya conozco los giros de la trama no me distraen¡±.
Cuando termina la grabaci¨®n de una de las entrevistas para un programa de la televisi¨®n, le cuenta al entrevistador un detalle de su pr¨®xima novela, la continuaci¨®n de su saga policiaca protagonizada por Mario Conde, ese polic¨ªa taciturno, desencantado pero honesto. Es la historia de Alberto Yanin Ponce de Le¨®n, muerto en una pelea a navajazos entre proxenetas de La Habana de 1910. Hijo de un ondot¨®logo miembro de la alta burgues¨ªa cubana, Yanin era la oveja negra de la familia.
Padura ha recuperado esta historia de un viejo reportaje sobre la prostituci¨®n que public¨® en una revista oficialista en 1988, poco despu¨¦s de haber publicado ya su primera novela. ¡°Tengo que decir que en aquella revista yo publicaba lo que quer¨ªa, cuando quer¨ªa y de la extensi¨®n que quer¨ªa. Fue un gran aprendizaje para asentar el oficio de novelista¡±.
Para el ¨²ltimo acto del d¨ªa, ya con la medalla Carlos Fuentes puesta sobre una americana azul y una camisa de lino cuello Mao, el escritor est¨¢ sentado en un atril firmando libros de sus lectores. Con muchos charla amablemente sobre sobre los personajes de sus novelas. Una joven le piropea el estilo de su letra escrita a mano. Cuando otro chico le dice su nombre para la dedicatoria, levanta las cejas al escuchar que se llama Hugo Ch¨¢vez. A todos les ha escrito en las primeras p¨¢ginas ¡°para mi querido amigo... ¡°. A todos menos al lector Hugo Ch¨¢vez.
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