Los faraones malditos
El mismo impulso que nos empuja a erigir y adorar ¨ªdolos acaba por desbocarse y nos arrastra a derribarlos. El m¨¢s reciente ejemplo, las desaforadas reacciones ante la muerte de Maradona

¡°No soy monedita de oro, pa¡¯ caerle bien a todos¡±, dice la canci¨®n del compositor vern¨¢culo Cuco S¨¢nchez. En las simpat¨ªas humanas, queda claro, no existen unanimidades. Si se tienen ganas de buscarle las vueltas a la biograf¨ªa, las ideas, las acciones o la mera existencia de alguien, quiz¨¢ resulte que no hay una sola persona incuestionable en la Historia de la especie.
Y, aunque la hubiera, son multitud quienes est¨¢n dispuestos a celebrar que a un santo le encuentren un expediente de deslices (o a una santa, una retah¨ªla de fraudes inmobiliarios) con tal de no hacerle ninguna clase de reconocimiento o, peor a¨²n, darse el gustazo de verlo humillado. Parece estar grabado en el tu¨¦tano de la naturaleza humana: el mismo impulso que nos empuja a erigir y adorar ¨ªdolos acaba por desbocarse y nos arrastra a derribarlos.
El m¨¢s reciente ejemplo de esto ha sido las desaforadas reacciones ante la muerte de Diego Armando Maradona, que acaeci¨® el pasado 25 de noviembre. La importancia de Maradona consiste en haber sido el mejor futbolista de todos los tiempos, o serlo, al menos, a los ojos de buena parte de los expertos y la afici¨®n mundiales. Por su zurda inclemente fue reconocido en todo el planeta y se convirti¨® en un s¨ªmbolo para los argentinos y millones de personas m¨¢s. No es exagerado decir que fue una estrella a la altura de contempor¨¢neos suyos como Michael Jackson o la Princesa Diana de Gales, y hasta es probable que los haya rebasado y su culto acabe por ser m¨¢s perdurable.
Pero muchos piensan que todo eso resulta secundario porque Maradona cargaba sobre s¨ª varios estigmas: el de haber consumido drogas (no de las que mejoran el rendimiento deportivo, sino de las que lo destrozan, pero lo mismo les da a sus detractores), el de estar acusado de violencia y abusos, y el de dar bandazos pol¨ªticos al por mayor (milit¨® fervientemente en las causas de diversos dictadores tropicales). Todo ello, aderezado por el hecho de que Maradona era un boc¨®n, convirti¨® su muerte no solo en un predecible el festival de eleg¨ªas y lisonjas, sino en uno, paralelo, de minimizaciones, diatribas y reproches.
¡°Lo ¨²nico que hizo fue drogarse y meter un gol con la mano¡±, declaraba en Twitter un iluminado. Se refer¨ªa al que Maradona le marc¨® a Inglaterra con ¡°la mano de Dios¡± en los cuartos de final del Mundial de M¨¦xico 86. Se le olvid¨®, claro, que despu¨¦s de esa trampa, hizo el mejor gol de todos los mundiales, conduciendo la pelota al arco rival y llev¨¢ndose por el camino a cinco ingleses, portero incluido. ?Pero para qu¨¦ detenerse en detalles como ese si uno arde en deseos de mandar al infierno a un pecador?
¡°Habr¨ªa que olvidarse de ¨¦l para siempre¡±, declaraba otro tuitero. Curioso debate ¨¦tico: hay millones interminables de tipos que han cometido los mismos yerros de Maradona, pero solo ¨¦l alcanz¨® sus aciertos y por eso se le recuerda. ?O puede sostenerse que Maradona deber¨ªa ser recordado solamente por sus desv¨ªos, como si se tratara de un criminal de guerra, un genocida o un desequilibrado de esa magnitud? Pero me parece que nadie (o solo los ir¨®nicos y los tontos) lo celebra por violento, abusivo o tramposo, sino por lo que hac¨ªa mejor, que era jugar al futbol.
Si nos esforzamos en reducir a los que destacan a una colecci¨®n de sus tics, ma?as y desaciertos, ?No perderemos algo que ser¨ªa mejor conservar? Si nos empe?amos en borrar a los genios hasta de la piedra eterna, como faraones malditos, con el motivo que sea, ?Con qu¨¦ nos quedamos? ?Con tuiteros autoinvestidos de harta calidad moral?
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