?Hay vida fuera de las redes?
Hay quien se quita la vida por falta de ¡®likes¡¯ o sobra de comentarios hirientes. El d¨ªa que las redes se ¡°caen¡±, el planeta entero rebulle como un hormiguero en d¨ªa de tormenta
Establecer que las redes son un problema vigente que afecta aspectos centrales del mundo contempor¨¢neo puede ser considerado un comentario tecn¨®fobo, sin duda, pero hay que ser muy c¨¢ndido (o tener un trabajo muy bien remunerado que dependa de los clicks) para negarlo.
Cada d¨ªa nos topamos, en las propias redes, con sesudos estudios sobre los efectos nocivos que provoca en millones de personas la adicci¨®n al enchufe permanente que los conocedores llaman hiperconexi¨®n. Pero hay que hacer aclaraciones antes de condenarlo todo. Es imposible pasar por alto los beneficios que internet nos proporciona. Tenemos acceso potencial a una cantidad de informaci¨®n mayor a la que pudieron manejar la totalidad sumada de los humanos que nos precedieron. Basta teclear en cualquier navegador un nombre, palabra o incluso una descripci¨®n vaga de lo que se nos ocurra para recibir a cambio millones de resultados.
Las ventajas que esto ofrece en temas como salud, educaci¨®n, justicia, administraci¨®n, cultura, esparcimiento, etc¨¦tera, est¨¢n a la vista. Seamos claros con un ejemplo muy actual: sin las posibilidades que ofrece la red, los da?os de por s¨ª gigantescos de la desastrosa pandemia en la que estamos sumergidos habr¨ªan sido infinitamente mayores. ?Cu¨¢nta gente conserv¨® la salud por tener la posibilidad de trabajar o estudiar desde casa? ?Cu¨¢nta gente pudo tomar buenas decisiones gracias a los servicios informativos oficiales y particulares? ?Cu¨¢nta gente salv¨® la vida mediante el uso de aplicaciones especializadas?
A la vez, las redes muestran facetas siniestras. Toda revoluci¨®n tecnol¨®gica de estas dimensiones las tiene. La industrializaci¨®n form¨® al mundo moderno, pero arras¨® el medio ambiente y conden¨® a millones a existencias de pr¨¢ctica esclavitud. La explosi¨®n de los medios masivos de comunicaci¨®n y transporte, tan convenientes en muchos sentidos, hizo otro tanto. Ya en 1934, en su poema ¡°Choruses from The Rock¡±, T.S. Eliot escribi¨®: ¡°?D¨®nde est¨¢ la sabidur¨ªa que hemos perdido en conocimiento? ?D¨®nde el conocimiento que hemos perdido en informaci¨®n?¡±. Y eso que Eliot, muerto en 1965, lleg¨® a ver hecatombes como la proliferaci¨®n de armas nucleares, pero ni siquiera intuy¨® el mundo digitalizado en el que vivimos.
La cantidad de basura que las redes difunden a cada momento es inconmensurable. Y, del mismo modo que la informaci¨®n adecuada nutre y salva vidas, la mentira las sofoca y aplasta. Las redes no son solamente la versi¨®n hipertrofiada de la Biblioteca de Hipatia: tambi¨¦n son las principales difusoras de odio, mentiras, falsedades y bulos. Son capaces de ense?ar c¨®mo funciona el universo, el planeta y cuerpo humano, hasta donde somos capaces de entenderlos, pero tambi¨¦n dan materiales de sobra a los que piensan que la Tierra es plana, las vacunas son nocivas y que una cala?a de reptiles siderales nos domina bajo los inocentes disfraces de estrellas de la far¨¢ndula.
As¨ª mismo, las redes repercuten incluso en los espacios de la intimidad. Han reunido familias, amigos y hasta amores a pu?os, claro, y permiten la comunicaci¨®n, la charla y el contacto cotidiano y hacen florecer la amistad y la admiraci¨®n. Pero tambi¨¦n dividen, enfrentan, tambi¨¦n se apoderan de la atenci¨®n y la mente y enganchan de un modo m¨¢s que preocupante a legiones enteras de infortunados. Hay gente cuya vida se limita a interactuar por redes con desconocidos. Y no hablo de un caso o dos. La hiperconexi¨®n parece convencernos de que estar fuera de la red equivale a abandonar el mundo. A esconderse. A perderse de todo lo crucial. Porque la gente comparte su vida con los otros gracias a la red, claro, pero tambi¨¦n se compara (y se deprime), se tensiona (y se pelea y se distancia). Hay quien se quita la vida por falta de likes o sobra de comentarios hirientes. El d¨ªa que las redes se ¡°caen¡±, el planeta entero rebulle como un hormiguero en d¨ªa de tormenta. Y se desata el s¨¢lvese quien pueda. Parece que no sabemos respirar fuera de la hiperconexi¨®n.
Y los beneficios (e intereses) aparejados al mundo digital son tales que aceptamos todo esto como si fuera natural (o fatal) y no hubiera sentido en escaparse. Por eso, puede que no haya una pregunta tan pertinente hoy d¨ªa como esta: ?Hay vida fuera de las redes? Me parece que para responder habr¨¢ que experimentarlo en cabeza propia.
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