La torre morada
All¨ª donde antes fue hogar para dos caballos, dos vacas con sus becerros, media docena de cerdos y una docena de gallinas, est¨¢ la entra?able biblioteca de la torre morada en espera de que se establezca una Fundaci¨®n Luis Gonz¨¢lez y Gonz¨¢lez
Hubo un junio y muchos en que la larga y serpentina carretera solitaria me llevaba al nido en San Jos¨¦ de Gracia, Michoac¨¢n. All¨ª me recib¨ªan Don Luis y Do?a Armida cada tarde de ese junio y casi todos los meses de muchos a?os, a veces con seis o solo dos de sus hijos, una fila de gatos y Evelia revoloteando en una cocina de tan antigua que parec¨ªa lugar de cocci¨®n de platos pret¨¦ritos. Mi Maestro con may¨²scula saludaba siempre con ¡°?Qu¨¦ novedades nuevas?¡±, y se quedaba serio cuando empezaba por depositar en la peluquer¨ªa de palabras de su esposa Do?a Armida los cuentos y antojos de novelas qu...
Hubo un junio y muchos en que la larga y serpentina carretera solitaria me llevaba al nido en San Jos¨¦ de Gracia, Michoac¨¢n. All¨ª me recib¨ªan Don Luis y Do?a Armida cada tarde de ese junio y casi todos los meses de muchos a?os, a veces con seis o solo dos de sus hijos, una fila de gatos y Evelia revoloteando en una cocina de tan antigua que parec¨ªa lugar de cocci¨®n de platos pret¨¦ritos. Mi Maestro con may¨²scula saludaba siempre con ¡°?Qu¨¦ novedades nuevas?¡±, y se quedaba serio cuando empezaba por depositar en la peluquer¨ªa de palabras de su esposa Do?a Armida los cuentos y antojos de novelas que amablemente me editaba la mujer del Inmenso Historiador que procuraba alejarme de toda ficci¨®n¡ ¡°a menos de que sus novelas pudieran hacerle buen honor al Quijote y sus cuentos corran en parejas con los de Chesterton o Borges, por ejemplo¡±.
Para Don Luis Gonz¨¢lez y Gonz¨¢lez, padre de la microhistoria, ap¨®stol de todo lo universal contenido en lo min¨²sculo, fuera del oficio de historiar y todos sus gajes uno solo cosechaba mentiras y mentiritas jug¨¢ndole a la ficci¨®n. De all¨ª que cuando publiqu¨¦ mi primer libro de cuentos se qued¨® en manos de Do?a Armida y mi primera novela pas¨® directamente a un estante en la infinita biblioteca que se hab¨ªan mandado construir en el antiguo huerto de una vieja casona decimon¨®nica, rodeada de no m¨¢s de unos pocos miles de habitantes rancheros en una discreta y entra?able villa de casas blancas con tejados color ladrillo. En medio de un pueblo que parec¨ªa pintado al ¨®leo y a lo lejos, mi Maestro Don Luis levant¨® una utop¨ªa de setenta mil vol¨²menes coronada con qui¨¦n sabe cu¨¢ntos metros de limpios estantes de madera clara, corredores de pilares de madera oscura abrazados por bases de cantera equil¨¢tera¡ y la fila de gatos que empez¨® a formar la C¨²cara y la M¨¢cara, hasta completar el verso felino: C¨²cara-M¨¢cara-T¨ªtere y Fue (un minino chiquito que recuerdo gris); luego vinieron Yo No y Fui, otro Fue (gris con blanco), Tet¨¦ de tres colores y los gatitos gemelos P¨¦gale-P¨¦gale hasta completar la dinast¨ªa al paso de los a?os con Ella Merita y el ¨²ltimo Fue (negro con pintas blancas).
La biblioteca de la torre morada queda en espera de que se establezca una Fundaci¨®n Luis Gonz¨¢lez y Gonz¨¢lez que le promet¨ª a mi hermana mayor ¡ªArmida Gonz¨¢lez de la Vara¡ª cada vez que la abrazaba a?o con a?o en la Feria Internacional de Guadalajara o en cuanto una loter¨ªa me conceda comprar la casona entera y viajar a ese pasado para fincarme un futuro porque en ninguna otra biblioteca he le¨ªdo m¨¢s libros y libelos que en ese para¨ªso, donde finqu¨¦ ya para siempre el necio af¨¢n de mis horarios que escriben, dibujan y leen hasta m¨¢s o menos las cinco de la ma?ana de todos los d¨ªas, sabiendo que mi Maestro Don Luis empezaba su jornada a las 4 de la ma?ana, hora de la orde?a¡ y desayunamos juntos hacia las 10.00 una vez que mi Maestro hab¨ªa cultivado ¡°la crema del d¨ªa¡± con su estilogr¨¢fica (a la manera de Alfonso Reyes) y yo despertaba resucitado luego de cinco o seis buenas horas de sue?o reparador.
Esa biblioteca m¨¢gica se halla intacta: en donde antes hubo un duraznero, aguacate, n¨ªspero, limonero, pi?¨®n, chabacano, maguey, nopal, higuera, granado y una palma, han construido una biblioteca de ensue?o, coronada por una alta torre de color morado que parece ser minarete del pueblo o vig¨ªa de tantos silencios. All¨ª donde antes fue troje y hogar para dos caballos, dos vacas con sus becerros, media docena de cerdos y una docena de gallinas, est¨¢ la entra?able biblioteca donde he le¨ªdo todas las p¨¢ginas de un libro de arena que escribi¨® un ciego vidente, enormes minucias de un sabio ingl¨¦s y no pocos versos de un caballero que tambi¨¦n habit¨® una torre. Aqu¨ª revisaba los borradores de mis primeros p¨¢rrafos y recib¨ª el pr¨®logo a mi primer libro. Aqu¨ª vio mi Santi por primera vez las estrellas y Basti¨¢n finc¨® sus amores cerdos, y ambos descubrieron su pasi¨®n por los caballos. Aqu¨ª empec¨¦ a hacerme escritor y aprend¨ª a sentirme historiador. Aqu¨ª le¨ª y viv¨ª cada p¨¢gina del Oficio de historiar mediante conversaciones entre estantes alineados con libros de todos los colores y encuadernaciones, caminatas hasta donde alcanzaba el ¨¢nimo y largas sobremesas donde parec¨ªa no transcurrir el tiempo del mundo.
El ritual que m¨¢s intento recrear ahora que mi Maestro se ha ido supuestamente de este mundo es pardear el mediod¨ªa anunci¨¢ndole que traigo o tengo una idea. No sin sorpresa, D. Luis preguntaba si la mentada idea daba para aperitivo o si cre¨ªa yo que se pod¨ªa elongar como para caminarla¡ en cuyo caso, me tomaba del brazo y and¨¢bamos por calles empedradas alineadas con breves arbolitos de laurel (hoy llamados Ficus) y atraves¨¢bamos el noble pueblo de San Jos¨¦ de Gracia hasta las faldas del cerro de Larios (rebautizado Luvina por Juan Rulfo en otro cuento magistral).
De ida al cerro me dejaba hablar y hubo m¨¢s de cuatro o siete ocasiones en que casi coronamos la caminata hasta una nube, pero de vuelta hablaba ¨¦l y me correg¨ªa con dulzura y me guiaba con sabias palabras y silencios y me orientaba hasta en los laberintos m¨¢s personales y por eso fue mi director de tesis y no solo Magister Vital y Faro Peripat¨¦tico y padrino de bodas y abuelo putativo de mis hijos que lo abrazaban como abuelo pirata cuando un c¨¢ncer le quit¨® el ojo izquierdo y por eso volv¨ªamos a la casona llenos de bibliograf¨ªas compartidas y una lista interminable de autores y t¨ªtulos y caminos por andar¡ y todo esto lo intento poner aqu¨ª en tinta porque lo extra?o y no pasa un solo d¨ªa sin que piense en ¨¦l y en otros pocos maestros que me aliviaban el desasosiego y ayudaban a entender tanto enrevesado sinsentido y tanta canija distancia y tanto enigma rodeado de misterios y mentiras y sue?o que voy camino de un cerro para otear desde arriba a un pu?ado efervescente de fantasmas que me ayudaron a escribir habi¨¦ndome ense?ado a leer, y los que me editaron y los que me publicaron y los que reunidos incluso como vapor de nubes siguen siendo s¨®lidos referentes para sobrellevar todo el tumulto ensordecedor y cansino de este mundo tan enredado.
P.S. Al volver de su funeral, a pesar de llevar los ojos anegados en agua salada, fui directamente a la biblioteca de la Torre Morada. En el escritorio un papelito cuadrado y amarillo rezaba en tinta ya eterna ¡°Hablar con Jorge¡± ¡ y en el estante donde se hab¨ªan ido alineando frutos compartidos halle mi primera novela subrayada por mi Don Luis y el primer librito de cuentos con p¨¦talos morados de bugambilia que dej¨® Do?a Armida como marcap¨¢ginas. Les di las gracias en voz alta de llanto¡ y por all¨¢ en un rinc¨®n se espant¨® un gato.
Suscr¨ªbase aqu¨ª a la newsletter de EL PA?S M¨¦xico y reciba todas las claves informativas de la actualidad de este pa¨ªs