El hombre que fue Chesterton
Un amplio cat¨¢logo de libros traza la veta polemista de un autor que siempre busc¨® que el lector pensara dos veces y se alejara de todo lugar com¨²n
"Creo que es una verdad abstracta que cualquier literatura que represente nuestra vida como peligrosa y sorprendente es m¨¢s verdadera que cualquier literatura que la represente como vaga y l¨¢nguida. Pues la vida es una lucha, y no una conversaci¨®n¡± (G.?K.?Chesterton).
Uno de los empe?os m¨¢s evidentes de Chesterton (Londres, 1874-Beaconsfield, 1936) en casi todas las p¨¢ginas que escribi¨® es refutar la perspectiva moderna, pero de ra¨ªces cl¨¢sicas, que describe el mundo con tintes l¨²gubres y pesimistas, un lugar donde incluso los goces sensuales y rebeldes est¨¢n tocados por el ala negra de la desesperaci¨®n. Para Chesterton la verdadera herej¨ªa moderna no es haber rechazado o ignorar a Dios sino rechazar o ignorar en qu¨¦ consiste la alegr¨ªa. No oculta su intenci¨®n apolog¨¦tica, m¨¢s bien blasona de ella hasta el punto que a veces su particular cruzada llega a hartar un poco incluso a quienes sentimos mayor simpat¨ªa por ¨¦l. No es que predique con demasiado entusiasmo sino que su enorme entusiasmo s¨®lo alcanza su c¨¦nit en el arrebato predicador. Pero no hay que confundir su actitud con una postura conformista que conjura los abismos de la existencia irreligiosa con abluciones de agua bendita. Al contrario, apuesta por la ortodoxia descartada en la era moderna pero desde una orilla tr¨¦mula e incierta que tras un velo de humor resulta tan inquietante como el peor paganismo. No promete un futuro feliz para tranquilizarnos sino que precisamente nos inquieta por medio de ¨¦l. Por decirlo con las mismas palabras con que describe la funci¨®n de la buena poes¨ªa, ¡°clama contra todos los mojigatos y progresistas desde las mism¨ªsimas profundidades y abismos del coraz¨®n destrozado del hombre, que la felicidad no es s¨®lo una esperanza, sino en cierto extra?o sentido un recuerdo y que somos reyes en el exilio¡±.
Cada l¨ªnea, el escritor plantea una controversia. Leerle es participar en un torneo interminable
Es evidente que Chesterton es un escritor lleno de humor, a veces francamente c¨®mico, que incluso dir¨ªamos que se pierde ¡ªo pierde el hilo de lo que est¨¢ contando¡ª por un buen chiste o una carambola verbal. Hasta cuando est¨¢ hablando del tomismo medieval o del militarismo alem¨¢n puede ser sumamente divertido. Pero aun reconociendo esa infrecuente virtud, aunque lo leemos con una sonrisa perpetua en los labios y a veces con una abierta carcajada, tambi¨¦n es cierto que al cabo de un rato de leerle nos sentimos m¨¢s fatigados que si hubi¨¦ramos tenido entre manos el libro de un autor m¨¢s aburrido. No trato de plantear una paradoja de apariencia chestertoniana y decir que los autores divertidos cansan antes que los aburridos: esta paradoja no es propia de G.?K.?Chesterton por la sencilla raz¨®n de que es falsa. Luego hablaremos de ello¡ Lo cierto es que hay una buena raz¨®n para que esa paradoja en general falsa sea en su caso verdadera. Y es que cada p¨¢gina, no cada p¨¢gina sino cada p¨¢rrafo, no cada p¨¢rrafo sino cada l¨ªnea o l¨ªnea y media de Chesterton plantea una pol¨¦mica. Leerle es participar en un torneo interminable, en una batalla de esas que comienzan al alba y a¨²n sigue entre mandobles y lanzadas cuando llega el crep¨²sculo. Al levantar con un suspiro la vista de la p¨¢gina que estamos leyendo, tenemos la imaginaci¨®n llena de t¨®picos muertos, de evidencias destripadas, de creencias indiscutibles que han sido discutidas hasta que hemos dejado de creer en ellas y yacen yertas. Cada observaci¨®n aparentemente inocente ha dado lugar a una refriega, cada certeza se ha disuelto en un pulso, cada perspectiva hist¨®rica vulgar ha sido arrastrada por las mulillas despu¨¦s de varias estocadas y el correspondiente descabello. El rato que leemos a G.?K.?Chesterton no estamos disfrutando del sill¨®n en nuestro gabinete sino que hemos galopado en nuestro corcel de guerra por el campo de liza, que no en vano se llam¨® en tiempos ¡°campo de la verdad¡±. No es extra?o que de vez en cuando tengamos que descansar¡
Antes dije que una paradoja falsa o artificiosa no pertenece al g¨¦nero que cultiv¨® Chesterton, cuya maestr¨ªa en ese campo le envidian incluso quienes le detestan y sobre todo los que pretenden sin ¨¦xito imitarle. Borges se?al¨® perspicazmente que una caracter¨ªstica de Oscar Wilde que suelen menospreciar hasta los que m¨¢s festejan sus boutades y trallazos de ingenio es que por lo com¨²n adem¨¢s tiene raz¨®n. Algo semejante puede decirse del estilo pugnaz de G.?K.?Chesterton: no busca sobre todo sorprender o desconcertar (aunque es evidente que no le disgusta conseguirlo) sino hacernos pensar dos veces y desde un ¨¢ngulo menos trillado lo que suponemos obvio¡ porque vemos a otros aceptarlo como tal. Cuando polemiza con escritores de talento a los que sin duda admira (Chesterton ten¨ªa buen ojo literario y nunca desprecia a un autor por no compartir sus ideas) se nota especialmente este tipo de chocante esgrima. Elijo un ejemplo entre mil. Como tantos otros antes o despu¨¦s que ¨¦l, critica en el gran Rudyard Kipling su adoraci¨®n del militarismo. Pero se distancia crucialmente de los dem¨¢s en su argumentaci¨®n, de acuerdo con su l¨ªnea parad¨®jica: ¡°El mal del militarismo no es que ense?e a ciertas personas a ser feroces y altaneras y excesivamente belicosas. El mal del militarismo es que ense?a a la mayor¨ªa de los hombres a ser mansos y t¨ªmidos y excesivamente pac¨ªficos. El soldado profesional gana m¨¢s y m¨¢s poder a medida que decae el coraje de una comunidad. (¡) Los militares ganan el poder civil en la misma proporci¨®n en la que los civiles pierden las virtudes militares¡±. M¨¢s adelante se?ala que nuestra ¨¦poca ha logrado a la vez ¡°el deterioro del hombre y la m¨¢s incre¨ªble perfecci¨®n de las armas¡±, lo que ya era cierto en aquellos d¨ªas y lo es mucho m¨¢s en los nuestros. El complemento ideal de la beata admiraci¨®n de los uniformes y la fanfarroner¨ªa es el repliegue pacifista. Incluso quienes m¨¢s veneramos a Kipling tenemos que asumir que este sesgo inusual del reproche usual que se le suele hacer es diab¨®licamente certero¡
Fue un convencido de que mejoramos nuestra humanidad al reflejarnos en lo divino
Podr¨ªamos aducir otros muchos casos en que Chesterton, cuando aparta la vista de los elfos y los gerifaltes de anta?o, se?ala con penetraci¨®n las grietas de la modernidad. A la fascinaci¨®n del cine le opone que propicia errores irrefutables, sobre todo en materia hist¨®rica: cuando alguien escribe disparates en un libro siempre salen otros diez o doce escritores que se?alan sus fallos, pero nadie hace otra pel¨ªcula para enmendar las equivocaciones filmadas. Es m¨¢s, los que ven pel¨ªculas no suelen leer adem¨¢s libros para conocer las mentiras de la pantalla, hasta tal punto ¡ªse?ala G.?K.?Chesterton¡ª que la palabra ¡°pantalla¡± cobra el extra?o sentido de lo que encubre y disimu?la. ?Qu¨¦ hubiera dicho ante el actual imperio de la pantalla digital y sus embelecos? Tambi¨¦n la creciente idolatr¨ªa de la naturaleza, que ya apuntaba en su tiempo en la aplicaci¨®n del darwinismo a la moral y en el nuestro en la psicolog¨ªa evolutiva o la ecolog¨ªa, le mueve a reflexiones oportunas: ¡°Basarse en la teor¨ªa evolutiva permite ser inhumano o absurdamente humano, pero no humano. Que t¨² y el tigre se¨¢is lo mismo puede ser un motivo para ser amable con el tigre. O para ser tan cruel como ¨¦l¡±. En cuanto a sus ideas pol¨ªticas, la fundamental para ¨¦l era la democracia y la entend¨ªa del mejor modo posible: ¡°He ah¨ª el primer principio de la democracia: que lo esencial en los hombres es lo que tienen en com¨²n y no lo que los separa¡±. A¨²n no se hab¨ªa puesto de moda lo de que la mayor riqueza humana es la diversidad y quincalla intelectual semejante¡
Chesterton fue un decidido humanista pero convencido de que mejoramos nuestra humanidad al reflejarnos en lo divino. En una vida no excesivamente larga pero muy fecunda escribi¨® narraciones, poemas, piezas teatrales, ensayos y art¨ªculos. Tambi¨¦n unas estupendas biograf¨ªas, que nada tienen que ver con el puntillismo acad¨¦mico que levanta sesudo inventario de la frecuencia de los alivios intestinales de los personajes estudiados y miserias parecidas. En las suyas, de escritores, santos o artistas, Chesterton realiza a mano alzada un retrato del alma de su biografiado, es decir de aquello que le hizo ¨²nico y que justifica nuestro inter¨¦s por su vida. Tambi¨¦n su memorable autobiograf¨ªa sigue el mismo criterio. En Espa?a tenemos la suerte de contar desde hace d¨¦cadas con m¨²ltiples ediciones de la mayor parte de la obra de G.?K.?Chesterton. Acantilado ha editado varias, entre ellas ¨²ltimamente un volumen de Ensayos escogidos seleccionados por W. H. Auden que recomiendo a quienes quieran conocer esta faceta del autor, distinta a su habilidad como articulista. Y Renacimiento se lleva la palma, con un amplio cat¨¢logo que incluye todos los g¨¦neros: su publicaci¨®n m¨¢s reciente re¨²ne lo mejor que escribi¨® G.?K.?Chesterton para celebrar la Navidad, una fiesta religiosa y popular, con abundante tradici¨®n gastron¨®mica y llena de ilusiones m¨¢gicas, que se celebra en familia y disfrutan (?o disfrutaban!) sobre todos los ni?os¡En una palabra, hecha para gustar al gigante feliz.
¡®Ensayos escogidos¡¯. G. K. Chesterton. Seleccionados por W. H. Auden. Traducci¨®n de Miguel Temprano Garc¨ªa. Acantilado, 2017. 318 p¨¢ginas. 22 euros.
¡®San Francisco de As¨ªs¡¯. G. K. Chesterton. Pr¨®logo de ?ngel Manuel Rodr¨ªguez Castillo. Traducci¨®n de Aurora Rice. Espuela de Plata, 2017. 187 p¨¢ginas. 15,90 euros.
¡®Temperamentos. Ensayos sobre escritores, artistas y m¨ªsticos¡¯. G. K. Chesterton. Traducci¨®n de Juan Antonio Montiel y Natalia Babarovic. Jus Ediciones, 2017. 164 p¨¢ginas. 16 euros.
¡®La taberna errante¡¯. G. K. Chesterton. Pr¨®logo de Santiago Alba Rico. Traducci¨®n de Tom¨¢s Gonz¨¢lez Cobos y Jos¨¦ El¨ªas Rodr¨ªguez Ca?as. Antonio Machado, 2017. 285 p¨¢ginas. 16 euros.
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