El hospital y el monumento
Ante las actitudes hostiles del Gobierno mexicano, quiero proponer un acto de reciprocidad entre M¨¦xico y Espa?a que no pasa por la pol¨ªtica sino por la sociedad
M¨¦xico y Espa?a no necesitan reconciliarse: los lazos entre sus pueblos son estrechos e indisolubles. Sin embargo, ante las actitudes hostiles (para m¨ª incomprensibles, inadmisibles) del Gobierno mexicano, quiero proponer un acto de reciprocidad hist¨®rica que no pasa por la pol¨ªtica sino por la sociedad. Una doble iniciativa que, en mi opini¨®n, honrar¨ªa a ambas naciones.
La primera iniciativa estar¨ªa a cargo de...
M¨¦xico y Espa?a no necesitan reconciliarse: los lazos entre sus pueblos son estrechos e indisolubles. Sin embargo, ante las actitudes hostiles (para m¨ª incomprensibles, inadmisibles) del Gobierno mexicano, quiero proponer un acto de reciprocidad hist¨®rica que no pasa por la pol¨ªtica sino por la sociedad. Una doble iniciativa que, en mi opini¨®n, honrar¨ªa a ambas naciones.
La primera iniciativa estar¨ªa a cargo de empresarios mexicanos. Consistir¨ªa en salvar al Hospital de Jes¨²s que en el quinto centenario de su fundaci¨®n pasa por un momento dif¨ªcil en el que requiere de una inversi¨®n de cerca de 200 millones de pesos para restaurar la infraestructura: salas, quir¨®fano, equipos de anestesia y resonancia, etc. El hospital, hay que recordarlo, es el m¨¢s antiguo de Am¨¦rica y desde su origen atendi¨® sin distinci¨®n a indios y espa?oles.
Hace unos a?os recorr¨ª sus recintos. Tras la fachada funcionalista, el visitante se encuentra de pronto con el ¡°Hospital de la Pur¨ªsima Concepci¨®n y Jes¨²s Nazareno¡± (su nombre original), fundado por Hern¨¢n Cort¨¦s en 1524, a un lado del sitio en que se reuni¨® por primera vez con Moctezuma. Est¨¢n ah¨ª los dos patios intactos del siglo XVI con sus s¨®lidas arcadas. Adornan los muros frisos que combinan la Pasi¨®n de Cristo con guirnaldas, flores y escudos. Al pie de la escalinata se encuentra el escudo de Cort¨¦s y su busto, copia del que Tols¨¢ esculpi¨® en 1794 para su cenotafio, hoy desaparecido. Un rico artesonado cubre el techo de sus oficinas, donde se resguardan los retratos del fundador. En el siglo XIX estuvo bajo el cuidado del historiador conservador Lucas Alam¨¢n, quien en 1823 escondi¨® los restos del conquistador en un lugar secreto para evitar que sus malquerientes los quemaran.
El esp¨ªritu todo del lugar produce la impresi¨®n de que los siglos han pasado y, a la vez, permanecen. Al mismo tiempo, hay una continuidad conmovedora y sorprendente en su funci¨®n. Unos m¨¦dicos del hospital me recibieron con toda cortes¨ªa. Con gran dignidad, me hablaron entonces de su labor: ¡°Somos pocos los doctores, hay en este momento 43 pacientes, hacemos dos cirug¨ªas al d¨ªa y dependemos ¨²nicamente de una junta privada¡±. Esa labor debe seguir. Salvando al hospital, asegurando su modesta continuidad, la iniciativa habr¨¢ honrado la mejor faceta de Cort¨¦s.
Tocar¨ªa el coraz¨®n espa?ol.
La segunda iniciativa estar¨ªa a cargo de empresarios espa?oles. Se tratar¨ªa de erigir en alguna ciudad espa?ola un monumento a Cuauht¨¦moc. Es tambi¨¦n un momento oportuno, pues el 28 de febrero se cumplir¨¢n 500 a?os de su ejecuci¨®n por ¨®rdenes de Cort¨¦s en Itzamkanac.
No hay personaje mexicano que suscite menos diferencias que Cuauht¨¦moc, es el h¨¦roe inapelable. Con justicia, el poeta mexicano Ram¨®n L¨®pez Velarde lo llam¨® el ¡°¨²nico h¨¦roe a la altura del arte¡±. Los criollos novohispanos lo veneraron tempranamente, como muestra de su naciente patriotismo. Don Carlos de Sig¨¹enza y G¨®ngora, en el siglo XVII, lo compar¨® con los h¨¦roes de la Antig¨¹edad cl¨¢sica: ¡°cosas pudiera referir de este invict¨ªsimo joven, que ya que no se antepusiesen a las que se celebran de los antiguos romanos, por lo menos se ladear¨¢n con las m¨¢s aplaudidas en las naciones todas¡±. La saga heroica de Cuauht¨¦moc recorri¨® los siglos del virreinato. El Congreso de Chilpancingo lo invoc¨® en septiembre de 1813. En la segunda mitad del siglo XIX, el historiador liberal Manuel Orozco y Berra se refiri¨® a ¨¦l como ¡°el indomable caudillo de la libertad nacional¡±.
Benito Ju¨¢rez mand¨® construir un primer monumento en su honor en 1869, un discreto busto colocado en el antiguo Paseo de la Viga, en las afueras de la Ciudad de M¨¦xico. Hoy est¨¢ en un prado en el ¨¢ngulo noroeste del Z¨®calo en la capital. Tiempo despu¨¦s, en 1887, Porfirio D¨ªaz inaugur¨® el monumento piramidal coronado por su estatua en una glorieta del Paseo de la Reforma, obra de los arquitectos Francisco M. Jim¨¦nez y Ram¨®n Agea, adornado con frisos de Mitla, columnas de Tula, cornisas de Uxmal, escudos, trajes de guerra y armas de combate de Tenochtitlan, y una inolvidable escena del tormento de Cuauht¨¦moc. El monumento sigue en pie. Es un emblema nacional.
Tras la Revoluci¨®n, el Gobierno de M¨¦xico obsequi¨® una copia de esta estatua al pueblo de Brasil. Se coloc¨® en un parque en R¨ªo de Janeiro. En la inauguraci¨®n, en septiembre de 1922, el ministro de Educaci¨®n Jos¨¦ Vasconcelos celebr¨® a ¡°nuestro mayor h¨¦roe ind¨ªgena, [el] h¨¦roe que est¨¢ m¨¢s cerca del coraz¨®n mexicano [¡], un h¨¦roe sublime porque prefiri¨® sucumbir a doblegarse¡±.
No hay un monumento a Cuauht¨¦moc en Espa?a. Deber¨ªa haberlo, idealmente en Extremadura o quiz¨¢ en Andaluc¨ªa, origen de tantos conquistadores. Pero m¨¢s all¨¢ del sitio, lo importante es el valor simb¨®lico del gesto. Ser¨ªa un acto de justicia con el h¨¦roe y un reconocimiento a la grandeza de la civilizaci¨®n mesoamericana y a las culturas ind¨ªgenas actuales de M¨¦xico.
Tocar¨ªa el coraz¨®n mexicano.
Concordia viene de coraz¨®n. Concordia, hermosa palabra latina que los pueblos de M¨¦xico y Espa?a podr¨ªan reafirmar, por encima de las veleidades y el ruido de la pol¨ªtica.