Otra vuelta a la otra vuelta de tuerca
Las ideas no deben servir a las circunstancias; nuestra raz¨®n debe enfrentar siempre a la verdad. As¨ª de importante es este asunto y as¨ª de necesario es reinventar el tiempo
¡°La gente no habla m¨¢s que del tiempo. El tiempo: a pesar de todas las protestas, quiere que se hable de ¨¦l¡±, escribi¨® Alfonso Reyes en una de las mejores divagaciones que podemos encontrar en El cazador, ese libro miscel¨¢neo que nos lleva de los huesos de Quevedo a la importancia de las citas.
"Las conversaciones de los hombres est¨¢n tramadas sobre esa substancia fundamental: el tiempo. El tiempo ha sido y ser¨¢ siempre un rasgo irreductible del hombre. ?Qu¨¦ es el hombre? El hombre es un ser que habla del tiempo con sus semejantes", asevera Reyes momentos despu¨¦s, errando hasta e...
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¡°La gente no habla m¨¢s que del tiempo. El tiempo: a pesar de todas las protestas, quiere que se hable de ¨¦l¡±, escribi¨® Alfonso Reyes en una de las mejores divagaciones que podemos encontrar en El cazador, ese libro miscel¨¢neo que nos lleva de los huesos de Quevedo a la importancia de las citas.
"Las conversaciones de los hombres est¨¢n tramadas sobre esa substancia fundamental: el tiempo. El tiempo ha sido y ser¨¢ siempre un rasgo irreductible del hombre. ?Qu¨¦ es el hombre? El hombre es un ser que habla del tiempo con sus semejantes", asevera Reyes momentos despu¨¦s, errando hasta extraviarse, con un campesino, el viento, el mar, Ulises y las grullas.
Antes de errar, sin embargo, Reyes demuestra, utilizando apenas un par de centenas de palabras, c¨®mo es que los seres humanos, en aras de sostener nuestra interacci¨®n con los dem¨¢s, hemos reconvertido el tiempo en moneda de cambio, olvidando su sentido original y necesario. Es as¨ª como aquello que deber¨ªa ocupar el centro de nuestra conversaci¨®n y nuestro razonamiento, ha quedado reducido a mero pretexto: "perd¨®n, pero el tiempo no me alcanza para nada".
Pero no quiero desviarme: dec¨ªa que un par de p¨¢rrafos despu¨¦s, sin soltar del todo al tiempo, Reyes divaga sobre muchos otros temas, entre los cuales se levantan varias grullas. Sus elegantes alas, sus cuellos largos y delgados y las diversas formas que los hombres hemos encontrado para cazarlas o convertirlas en met¨¢fora de nuestros nacimientos. ¡°De cierta manera, podemos decir que hablar del tiempo es hablar de las grullas¡±, aunque al tiempo nadie quiera cazarlo, aunque nos mostremos dispuestos solo a ser sus presas y aunque ellas, las grullas, no sean cig¨¹e?as ni sean garzas.
Entre los seres humanos es com¨²n, hablemos o no del tiempo, lo utilicemos o no como moneda de cambio en la econom¨ªa del di¨¢logo y las ideas, que confundamos a las grullas con las cig¨¹e?as y las garzas, como le sucedi¨® al propio Reyes. La constituci¨®n f¨ªsica y los h¨¢bitos generales de estas aves, si uno no busca sus particularidades, es decir, si uno habla de las aves como habla del tiempo, si las utiliza para el mero trueque, pero no para la gestaci¨®n o el intercambio de ideas, las convierten en seres similares que muy pronto son la misma cosa. Esto no sucede solo de forma accidental, como tampoco es accidental hablar del tiempo nada m¨¢s cu¨¢ndo necesitamos saber la hora.
Hay veces que uno, incluso conociendo las caracter¨ªsticas que diferencian a la grulla de la garza y de la cig¨¹e?a, elige ¡ªcomo elige hablar del tiempo de manera nada m¨¢s superficial, es decir, evadiendo cualquier forma de gasto con respecto al trato humano o al di¨¢logo interior¡ª, obviar esas distinciones, permiti¨¦ndose sacar provecho de esa confusi¨®n voluntaria, igual que sacamos provecho a la evasi¨®n. Esto, por ejemplo, me sucedi¨® a m¨ª hace un instante, mientras le¨ªa el texto de Reyes sobre el tiempo, pues leyendo lo que escribi¨® sobre las grullas, me mud¨¦ a las cig¨¹e?as y de ah¨ª brinqu¨¦ hacia las garzas, pues esa palabra, esa otra ave, m¨¢s bien, es el ave que hab¨ªa estado ayud¨¢ndome a sobrevivir las ¨²ltimas semanas.
No hablo, empero, de las garzas en tanto especie. Hablo de una garza particular: la de Sergio Pitol. La divina garza que ten¨ªa que ser domada, aunque nunca deb¨ªa ser cazada. Una garza que siempre estar¨¢ m¨¢s all¨¢ del tiempo, sea este superficial, tentativo o profundo. Hablo de la garza que hizo nido en m¨ª hace ya un mont¨®n de a?os y que de tanto en tanto pone un huevo. Y es que cada vez que uno se rompe, como pas¨® hace poco m¨¢s de dos semanas, mi cabeza, mi cuerpo entero me obliga a regresar al escritor veracruzano. Esta ¨²ltima vez, sin embargo, no fue a Domar a la divina garza a donde volv¨ª. Vaya, ni siquiera fue al Pitol escritor a donde retorn¨¦ en esta ocasi¨®n.
Y es que en mitad del extrav¨ªo de ideas en el que me sumi¨® el confinamiento, dej¨¢ndome listo, preparado solo para hablar del tiempo como lo glosamos casi siempre, es decir, para salir del paso sin tener que mostrar a nadie, ni siquiera a m¨ª mismo, mis pensamientos m¨¢s profundos; en mitad del extrav¨ªo de ideas, dec¨ªa, que tambi¨¦n era extrav¨ªo de lecturas, decid¨ª renunciar a esa decisi¨®n tan personal que es elegir un libro, permitiendo que Pitol, m¨¢s como una cig¨¹e?a que como una garza o una grulla, es decir, m¨¢s como un ave que trae consigo vidas nuevas, decidiera mis lecturas.
As¨ª fue c¨®mo me entregu¨¦, durante dos semanas y unos cuantos d¨ªas m¨¢s, a la lectura de las traducciones que Pitol hizo de Henry James, Wiltod Gombrowicz, Jerzy Andrezjewzki, Ant¨®n Chejov y Lu Hsun. Dej¨¢ndome llevar por la mano de ese otro ser humano, me volv¨ª mucho otros hombres y mujeres. Y durante unos cuantos d¨ªas fui una peque?a multitud, en la que mis voces se diluyeron poco a poco, hasta estar listas para hablar de temas realmente importantes. Tan importantes como el tiempo.
Por eso ahora, cuando escucho que alguien asevera: ojal¨¢ podamos volver pronto a la normalidad de antes de la crisis, en vez de preguntarle cu¨¢nto falta para eso, qu¨¦ hora es, qu¨¦ piensa del calor o qu¨¦ ha estado cocinando ¡ªen mitad de esta ¨²ltima crisis, el arte culinario se ha vuelto una de las monedas mejor valoradas en bolsa¡ª, me pregunto qui¨¦n carajos podr¨ªa querer volver a esa normalidad.
Y al instante me digo: esa normalidad no era normal, estaba cimentada en excepciones que se volvieron costumbres, sin que nos atrevi¨¦ramos a oponernos a sus l¨®gicas perversas. Y es que preferimos transmutar los temas importantes en asuntos triviales, en intercambios fatuos capaces de sustituir al pensamiento.
Por eso el tiempo, pilar de nuestra vida y del sistema que nos rige, se convirti¨® en la pantalla de un tel¨¦fono, en lugar de ser el centro de la vida. La crisis sanitaria, no obstante, trajo consigo la posibilidad de encarar este asunto de otro modo, como sugiere Andrezjewski, con la lengua de Pitol: ¡°La historia no resiste al vac¨ªo. Solo un nuevo orden puede abatir al anterior. Se necesita una idea para abatir una idea¡±.
Una idea de tiempo que, por ejemplo, logre abatir esa otra idea que nos ha sido, no, que nos hemos impuesto: ni la prisa de antes de esta crisis ni la lentitud del confinamiento podr¨¢n llevarnos a esa idea nueva, que deber¨¢ ser el objetivo de una conversaci¨®n en la que no tenemos m¨¢s opci¨®n que adentrarnos.
Una conversaci¨®n que no debemos encarar con prisa ni anhelos de evasi¨®n ni requerimientos de aplazamientos, pues nos jugamos el valor ¨²ltimo de las palabras, del propio pensamiento y del ser de cada uno.
Para iniciar esta conversaci¨®n, propongo partir de la idea de tiempo que Henry James, tambi¨¦n por medio de las palabras de Pitol, despliega en La vuelta de tuerca: un tiempo que mezcle la velocidad del mundo f¨ªsico con la lentitud del mundo espiritual. Un tiempo, pues, en el que los sentimientos y las cosas ocupen el mismo pedestal.
Quiz¨¢ parezca poco, pero a m¨ª esto me parece fundamental, determinante y enorme. Las ideas no deben servir a las circunstancias; nuestra raz¨®n debe enfrentar siempre a la verdad. As¨ª de importante es este asunto y as¨ª de necesario es reinventar el tiempo.
Tal vez incluso encontremos un tiempo en el que las cig¨¹e?as, las garzas y las grullas no deban ser cazadas ni reconvertidas en met¨¢foras.
Un tiempo entre la prisa de antes y esta lentitud que devora el otro extremo de la soga.