La muerte, el duelo y los rituales
Y es que en el nuevo mundo, la mayor v¨ªctima no ser¨¢ la vida, que al final habr¨¢ de imponerse, sino la muerte
Mi madre, que dedic¨® su vida a la salud mental, los problemas de aprendizaje y comunicaci¨®n y el bienestar emocional de los dem¨¢s, es una persona mayor.
No solo se encuentra en esa franja generacional que, se nos ha dicho una y otra vez, enfrenta la pandemia con menos posibilidades de supervivencia, sino que, para colmo, padece hipertensi¨®n y diversos des¨®rdenes autoinmunes.
Es por eso que, como cualquier persona nacida antes de los a?os ochenta, mi preocupaci¨®n est¨¢ ocupada en su cuarentena, primero, y solo despu¨¦s en la m¨ªa, a pesar de que cargo un racimo de comorbilidades (de golpe, mis problemas de salud fueron rebautizados) digno de Mumm-Ra, El inmortal.
Lo peor es que, para no a?adir m¨¢s ladrillos al muro de peligros sobre el cual est¨¢ parada mi madre, lo mejor, como tambi¨¦n se nos ha informado una y otra vez, es no visitarla; limitar, pues, nuestros contactos a la l¨ªnea telef¨®nica o al sistema vascular de fibras ¨®pticas que alimenta al mundo digital. De pronto, vivimos en un tiempo en el que lo mejor es, al mismo tiempo, lo peor.
Y lo peor, f¨¢cilmente, se puede convertir en el horror, si no asumimos que el viejo mundo ha terminado; si buscamos aferrarnos a un pasado que hemos perdido, como tambi¨¦n se nos ha informado una y otra vez y una vez m¨¢s. ?Cu¨¢l es ese horror? El de los seres que mueren sin ver a sus familias, el de las familias cuyos miembros mueren sin que ellos puedan abrazarlos. Y es que en el nuevo mundo, la mayor v¨ªctima no ser¨¢ la vida, que al final habr¨¢ de imponerse, sino la muerte.
En el mundo en que viv¨ªamos hasta cosa de dos meses, el duelo era un proceso que no se limitaba, como parecer¨ªa haberlo hecho antes, a lo largo de eso que conocemos como historia humana, a la p¨¦rdida de un ser querido. Gracias a las disciplinas que durante el ¨²ltimo siglo y medio se abocaron a comprender y a explicar el universo emocional de nuestra especie, en particular, gracias a Freud, el duelo dej¨® de ser la reacci¨®n ante el vac¨ªo que dejaba un ser amado, para convertirse en la reacci¨®n ante el vac¨ªo que dejaba cualquier abstracci¨®n equiparable a ese ser amado.
Fue as¨ª como el campo del duelo se extendi¨® hacia otros seres vivos, hacia cualquier forma de relaci¨®n e, incluso, a cuestiones tan intangibles como una idea, un sentimiento o un deseo. Ahora bien, el duelo no implica en s¨ª mismo la superaci¨®n de la p¨¦rdida, pues este debe ser acompa?ado de los rituales que permitan la reconversi¨®n del vac¨ªo que se ha gestado. Y es aqu¨ª que enfrentamos el mayor de los peligros: el confinamiento extremo, el confinamiento de la muerte, adem¨¢s del duelo, nos quiere arrebatar esos rituales, que cada uno puede llamar como prefiera: tradiciones, costumbres o actitudes.
Digo que la muerte es la mayor v¨ªctima, porque ya no sabemos qu¨¦ vamos a hacer, c¨®mo entenderemos y de qu¨¦ forma habremos de superar la p¨¦rdida de nuestros viejos (o de cualquier otra abstracci¨®n), en tanto que no podremos despedirnos de ellos con un abrazo o sosteni¨¦ndoles la mano, ni podremos tampoco llevar a cabo un funeral, como esos que llev¨¢bamos a cabo en el mundo de antes y que se hab¨ªan convertido en nuestra ¨²ltima conexi¨®n con el espacio de la oscuridad, con esas sombras inseguras que se han posado sobre nuestras ¨²nicas certezas.
A pesar de toda la informaci¨®n que hemos recibido, dir¨ªa incluso que a pesar de la sobreinformaci¨®n a la que hemos sido expuestos, una sobreinformaci¨®n que ha devenido, para colmo, intoxicaci¨®n informativa, es decir, infoxicaci¨®n, como se conoce a ese estado en el que cae un ser humano cuando se le revela m¨¢s informaci¨®n de la que requer¨ªa o de la que era capaz de manejar, en torno nuestro se ha generado un vac¨ªo angustiante, un silencio que se come todos los sonidos, una serie de preguntas que no tienen respuesta, porque ni siquiera han sido expresadas.
En la pen¨²ltima llamada que sostuve con mi madre, quien, como ya dije, ha dedicado buena parte de su vida a buscar respuestas a las preguntas que otros, en su mayor¨ªa adolescentes con problemas emocionales y ni?os con problemas de aprendizaje, se hac¨ªan (adolescentes y ni?os que ahora son adultos, se?ores y se?oras que, desde que empez¨® el confinamiento, de tanto en tanto le llevan a mi madre una despensa, una cubeta de toallitas desinfectantes, un gal¨®n de cloro); en esa pen¨²ltima llamada, dec¨ªa, mi madre me cont¨® su ¨²ltimo sue?o.
Y aunque no s¨¦ c¨®mo vaya a tomar que ese sue?o sea publicado, lo cuento porque condensa esto que he estado escribiendo: harta del confinamiento, en la misma medida que asustada por la enfermedad que nos acecha y preocupada por las consecuencias que esta traer¨¢, mi madre, la de su sue?o, se asomaba a una ventana, buscando una salida al ruido de su mente. En la calle, sin embargo, lo que ella, lo que mi madre so?ada encontr¨®, fue un paisaje incomprensible: todas las personas que caminaban ah¨ª, se hab¨ªan convertido en equis, en equis negras de diversos tama?os.
Ese vac¨ªo angustiante, ese silencio que se come todos los sonidos, esa serie de preguntas que no tienen respuesta, porque no est¨¢n siendo expresadas, sin embargo, es algo contra lo que tambi¨¦n toca luchar en estos d¨ªas de pandemia y de confinamiento. Ya sea porque la vida nos lo permite, ya sea porque nos invita con su ruido, ya sea porque nos lo demanda con alg¨²n suceso inesperado, a la vez que inevitable: un golpe que, aunque no ve¨ªamos venir, nos alcanza en el centro del hocico.
Hace un par de d¨ªas, Capul¨ªn, el alma negra de mi manada, el perro al cual me un¨ªa un v¨ªnculo tan especial como natural, amaneci¨® desparramado en un rinc¨®n del cuarto, vac¨ªo de fuerzas por completo, con los ojos de alguien o algo m¨¢s: las c¨®rneas esas que parecer¨ªan ser enviadas por las sombras, para que aquel que se las ponga no vaya extraviarse, dado que ya va de camino.
Tras dudarlo un instante, decid¨ª que har¨ªa lo que habr¨ªa hecho en aquel mundo de antes. Que las preguntas que todav¨ªa no me hac¨ªa, habr¨ªa de responderlas con mis actos. Que levantando a Capul¨ªn, saliendo a la calle y corriendo las tres cuadras que hay entre mi casa y el hospital veterinario, empezar¨ªa a honrar la muerte.
La muerte, el duelo y sus rituales: mi perro no morir¨ªa entre dolores, deb¨ªa ser ayudado en el tr¨¢nsito en que estaba, como deb¨ªamos, nosotros, la manada que quedaba, acompa?arlo en ese tr¨¢nsito, a pesar de la pandemia, la informaci¨®n y el mundo nuevo.
Y es que nosotros no deb¨ªamos renunciar, por m¨¢s peligros que haya, a aquello que tambi¨¦n nos hace humanos: los rituales que llevamos a cabo ante el vac¨ªo.
Quiz¨¢ este sea la ¨²ltima trinchera: aferrarnos a la muerte, como lo hacemos a la vida.
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