El s¨ªndrome de Ant¨ªgona
Los que no pudieron acompa?ar a sus muertos habr¨¢n experimentado el mismo dolor que el mito
Ant¨ªgona es un mito que oculta en su textura una mordiente iron¨ªa. Morir por salvar una vida tiene su l¨®gica, pero no parece tenerla morir por enterrar a alguien, y sin embargo la tiene, pues el entierro y el duelo son, adem¨¢s de ceremonias, procedimientos psicol¨®gicos necesarios. Entre los antiguos griegos el duelo sol¨ªa durar tres d¨ªas regidos por el silencio, que ayudaba a internalizar la figura del muerto. Tras el duelo se celebraba un banquete, que tend¨ªa a ser muy alegre.
El proceso por el que pasa Ant¨ªgona ilustra perfectamente tanto las vicisitudes de un duelo como las perturbaciones por no llevarlo a cabo. A Ant¨ªgona le obsesiona el hecho de que su hermano Polinices permanezca insepulto en el lugar donde fue abatido, a merced de las aves carro?eras. Lo imagina suplicando un poco de piedad desde las dimensiones de la muerte. Los griegos participaban de la creencia, muy com¨²n en la antig¨¹edad, de que los muertos que no hab¨ªan sido enterrados se convert¨ªan en almas errantes. Ha pasado el tiempo, pero en muchos aspectos seguimos fieles a esa creencia, y por eso es f¨¢cil entender el sufrimiento de los que no encuentran los cad¨¢veres de sus muertos: la tragedia de la familia de Marta del Castillo. ?D¨®nde est¨¢ Marta? Hasta que no encuentren su cad¨¢ver ser¨¢ un alma errante y sin cobijo. Los responsables de provocar y mantener ese sufrimiento desmedido merecen lo peor y tienen el alma mucho m¨¢s negra que la desesperaci¨®n de los que anhelan su descanso en una tumba con nombre y con fechas.
En la Antolog¨ªa Palatina, que adem¨¢s de ser un poemario es una colecci¨®n de epitafios, encontramos poemas muy significativos. Siempre me acuerdo de los versos que nombran a un joven marino llamado Tarsis, que se sumergi¨® para soltar un ancla que se hab¨ªa quedado enganchada en una roca, y que tuvo un destino muy singular, pues fue enterrado tanto en la tierra como en el mar, al ser en su mitad devorado por un cet¨¢ceo, de forma que una parte de su cuerpo se qued¨® bajo el agua y otra parte descans¨® bajo la tierra. Los caminantes que le¨ªan el epitafio de Tarsis se ve¨ªan enfrentados a una paradoja tr¨¢gica. ?El cuerpo entero de Tarsis hab¨ªa conquistado el descanso eterno o solo su mitad? Las creencias religiosas pueden ser muy irracionales, pero las suele guiar una l¨®gica de la contradicci¨®n que hiela el coraz¨®n.
Volvamos a Ant¨ªgona. En parte porque se trata de una obra en la que S¨®focles despleg¨® toda su sensibilidad l¨ªrica y tr¨¢gica, creando un tejido dram¨¢tico muy consistente, con personajes bien trazados y l¨ªneas de fuerza llenas de electricidad y de sentimiento, ha llegado hasta nosotros intacta y resplandeciente, y suele estar muy en boga en ¨¦pocas b¨¦licas y en per¨ªodos castigados por alguna epidemia. No es de extra?ar que en plena Guerra Civil, Salvador Espriu concibiese una sublime versi¨®n de Ant¨ªgona. Cuando se aborda la problem¨¢tica de Ant¨ªgona es f¨¢cil recurrir a los lugares comunes sobre la ley humana y la ley natural, dos entelequias que pueden propiciar mucha ret¨®rica vana. Resulta m¨¢s esclarecedor atender a la urdimbre psicol¨®gica de la obra y sumergirse en las pesadillas que devastan la conciencia de Ant¨ªgona. No es que la princesa tebana decida seguir la ley del coraz¨®n incumpliendo las ¨®rdenes del tirano Creonte, que es adem¨¢s su t¨ªo. Lo que le ocurre a Ant¨ªgona es inseparable de nuestras relaciones con la muerte. Todo difunto tiene un doble entierro: el que se lleva a cabo cuando lo colocamos bajo tierra, y el que se va desarrollando en nuestra cabeza, y es bueno que ambos entierros coincidan en el tiempo. Cuando el primero no se da, el segundo tampoco, y el muerto se convierte en un fantasma peligroso, que vendr¨¢ a visitarnos en la duermevela.
En los ¨²ltimos tiempos, regidos por leyes despiadadamente econ¨®micas, se ha tendido a descuidar el duelo y a no darle importancia. Tal proceder se debe, entre otras cosas, al rechazo cada vez m¨¢s patol¨®gico que nos provoca la muerte, normalmente ausente de todos los discursos de ahora, y uno se pregunta si negar la muerte no implica tambi¨¦n negar la vida. Pasar por alto el duelo solo provoca trastornos psicol¨®gicos, de muy hondo calado, pues no acabamos de enterrar al muerto nunca, y caemos de verdad en el s¨ªndrome de Ant¨ªgona, como han debido de caer los familiares de las v¨ªctimas de la epidemia.
Los que no pudieron acompa?ar a sus muertos en su ¨²ltima hora habr¨¢n experimentado el mismo dolor que Ant¨ªgona, cuando desde el coraz¨®n del sue?o el fantasma de su hermano acud¨ªa a ella y le dec¨ªa que no quer¨ªa convertirse en un alma errante y que solo ella pod¨ªa propiciarle el descanso eterno con sus manos, sus l¨¢grimas y su afecto. Es una forma de verlo, la otra, m¨¢s definitiva, ser¨ªa pensar que es ella la que no puede descansar, y ella la que ni est¨¢ viva ni est¨¢ muerta hasta que no entierre de verdad a su hermano. En tiempos como los que corren, entendemos su situaci¨®n y su postura mejor que nunca.
Jes¨²s Ferrero es escritor.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.