Y lo contagioso era la risa
Hace un a?o est¨¢bamos amontonados en toda nuestra imperfecta humanidad, flu¨ªa la saliva por los aires, el sudor, dej¨¢bamos nuestras huellas sobre las superficies de la vida callejera

El se?or Facebook, siempre dispuesto a manipular los sentimientos de sus usuarios, me mand¨® hace unos d¨ªas un foto-recuerdo del pasado mayo. En ¨¦l, aparezco con unos amigos, todos sujetando un mant¨®n de Manila que vest¨ª para leer el preg¨®n isidril en el balc¨®n del viejo Ayuntamiento de Madrid. Con la distorsi¨®n del tiempo y el espacio que nos ha provocado el confinamiento hubiera dicho que la foto era si no de otro siglo, al menos de otro mundo. Pero solo hace un a?o. Hace un a?o toc¨¢bamos 10 personas el mismo mant¨®n. El pueblo soberano estaba ah¨ª abajo, tan cerca como los paisanos de Villar del R¨ªo en Bienvenido Mr. Marshall. Algunos de ellos esperaron a que bajara despu¨¦s del discurso a darme dos besos y zarandearme un poco. Y as¨ª fue. Aquello parec¨ªa la verbena de un pueblo e intercambi¨¦ got¨ªculas de nariz y boca con afectuosos desconocidos. No se bail¨®, porque no hab¨ªa orquesta ni chotis ni ladrillo, pero se estuvo en un tris. Como s¨¦ pensar dos cosas a la vez, mientras le¨ªa mi discurso no dejaba de tener presente al amigo Mar¨ªas, que pudiera estar en el balc¨®n de enfrente. Lo le¨ª deprisa, cr¨¦anme, por hacerle al hombre m¨¢s corto el trance. Como digo, luego bajamos a la calle, y tras los abrazos de rigor, vino el amontonamiento con los amigos. Entramos a un bar de los de barra de zinc y, por supuesto, sin lavarnos las manos tomamos unas tapas y compartimos montadito, de mi mano a tu boca. Mientras el camarero te tiraba la siguiente ca?a dabas un sorbo a la de tu amigo dej¨¢ndole un rastro de pintalabios en el cerco, como un beso. Y nos daba la risa, hace un a?o. De nuestra boca ya no sal¨ªan got¨ªculas sino perdigones, una palabra m¨¢s precisa para el mundo tabernario, proyectados hacia la cara de nuestros seres queridos, y nos chup¨¢bamos los dedos si en ellos quedaba un rastro del tomate pele¨®n de las patatas bravas; luego apoy¨¢bamos las manos en la barra para auparnos y pedir otra raci¨®n. Hace un a?o todos apoy¨¢bamos las manos en el zinc o en el m¨¢rmol, como si estuvi¨¦ramos a punto de saltar al otro lado, porque cuando un vaso se queda sin cerveza siente el cliente un vac¨ªo, una desesperaci¨®n, pensando en cu¨¢ndo ser¨¢ que el camarero tenga a bien concedernos la siguiente. La cerveza, esa que rasca la garganta cuando est¨¢ bien tirada, la cerveza, alegre y diur¨¦tica, que obliga a un pase¨ªllo continuo a los servicios. Las mujeres haciendo la sentadilla (para algo hacemos pilates) en una taza impregnada de gotas, y murmurando, ¡°luego dicen, pero qu¨¦ marranas pueden ser las t¨ªas¡±. Hace un a?o nos lav¨¢bamos las manos tras la micci¨®n, claro, pero como no hab¨ªa nada para secarlas sal¨ªamos del ba?o agit¨¢ndolas contra el aire. Hace un a?o est¨¢bamos amontonados en toda nuestra imperfecta humanidad, flu¨ªa la saliva por los aires, el sudor, dej¨¢bamos nuestras huellas sobre las superficies de la vida callejera. Zascandilear era el verbo que mejor defin¨ªa nuestra diversi¨®n, and¨¢bamos de un lado a otro, improvisando, toc¨¢ndonos la cara m¨¢s de lo que cre¨ªamos, sin necesidad de pensar en el otro o en uno mismo como un agente infeccioso. Y cuando el alcohol golpeaba nuestro cerebro y lo rend¨ªa al gregarismo nos entreg¨¢bamos al abrazo propio de la exaltaci¨®n espiritosa de la amistad. Volv¨ªamos a casa infectados y flotantes, enfrent¨¢ndonos de pronto al mareo existencial. Y tir¨¢ndonos a la cama con un, ufff, murmur¨¢bamos, ya si eso ma?ana me ducho.
Un a?o tan solo. Ay. Creo que esta disciplina higi¨¦nica y artificiosa solo podr¨¢ mantenerse un tiempo limitado, porque la soluci¨®n no est¨¢, a largo plazo, en eliminar el gregarismo ni en reducir la espontaneidad. Ser¨ªa una trampa. Lo que hay que cambiar de ra¨ªz es un sistema abusivo y temerario con el medio ambiente. Para poder volver a las andadas, esas andadas nocturnas en las que lo m¨¢s contagioso era la risa.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.
Sobre la firma
