La pandemia y la polic¨ªa: ?cu¨¢l nueva normalidad?
Hay raza, hay clase, hay territorio, hay migraci¨®n, cuerpos m¨®viles y confinados de un racismo local sin fronteras
Nuestros tel¨¦fonos acabaron de tocar la sirena de emergencia con la alerta ¡°toque de queda en la ciudad de Nueva York¡±. Hace doce semanas vivimos en confinamiento, un privilegio de los cuerpos ¡°desesenciales¡± al cuidado de la pandemia, que trabajan remotamente sin exponerse al desempleo, al hambre o a la enfermedad. Desde las ventanas de casa, acompa?amos los cuerpos esenciales que van y vuelven del centro de la pandemia global. Son cuerpos marcados por la desigualdad racial. Trabajan en los supermercados, en las farmacias o en los trenes. Como nosotras, esos son cuerpos de gente con acentos de sus or¨ªgenes en el mundo. Diferente de nosotras, ese es un pueblo de color indiscreto para el racismo que expolia la vida al nacer.
Somos latinas de colores discretos. Blancas en nuestros pa¨ªses; aqu¨ª cualquier cosa es extra?a para quien cree que basta ¡°una gota de sangre¡± para el binarismo racista organizar qui¨¦n vive, qui¨¦n cuida, qui¨¦n manda y qui¨¦n muere. Ser un cuerpo extra?o no es lo mismo que ser un cuerpo negro. Somos herederas de los privilegios de la blanquitud colonial de Am¨¦rica Latina, un testamento indebido que nos permiti¨® escapar del centro de la pandemia para el refugio de nuestras casas. La brutalidad de la polic¨ªa no es algo que descubrimos en los Estados Unidos: somos dos mujeres nacidas bajo la crueldad de las dictaduras militares, nos volvimos gente con rondas del Estado policial como normalidad de la vida. Pero tanto en nuestros pa¨ªses de origen, como, ahora, en el pa¨ªs que nos recibe, los cuerpos en riesgo a la pandemia y perseguidos por la polic¨ªa no son los nuestros, sino los negros.
Los minutos de la tortura policial contra George Floyd son insoportables. El lamento desesperado de quien ped¨ªa el derecho de respirar es una metonimia de quien puede respirar en este mundo, dice Sueli Carneiro, activista negra brasilera. O de quien a¨²n en el abrigo de la casa no puede existir, pues la polic¨ªa atraviesa las fronteras entre casa y calle para matar los cuerpos negros. As¨ª fue contra Jo?o Pedro de Matos Pinto, ni?o de 14 a?os, muerto en una operaci¨®n policial en la periferia de R¨ªo de Janeiro, el 18 de mayo. Fueron 70 disparos en la casa: lo que mat¨® a Jo?o Pedro fue un disparo de fusil de la polic¨ªa con el ni?o ya acostado en el piso.
Las calles de Nueva York y de R¨ªo de Janeiro fueron tomadas por gente que pide el fin del racismo. Erra quien dice que fueron dos historias que se cruzaron ¡ªla pandemia y la brutalidad policial¡ª. Los dos son eventos de una misma historia: la cruel normalidad de la desigualdad, en particular de la desigualdad racial. La pandemia mostr¨® que son los cuerpos negros los que m¨¢s mueren: en Nueva York mueren tres veces m¨¢s que blancos; en R¨ªo de Janeiro, incluso con fr¨¢giles n¨²meros en la vigilancia epidemiol¨®gica, la incidencia es, por lo menos, dos veces mayor. Las noticias salen a la b¨²squeda de las enfermedades previas de cada cuerpo para recontar las muertes como eventos fortuitos de fragilidades individuales, y no como los efectos de la desigualdad en la sobrevivencia. Si hay fragilidad previa a los cuerpos, el diagn¨®stico es pol¨ªtico y no m¨¦dico.
Los n¨²meros de la pandemia son como los n¨²meros de la violencia policial: hay raza, hay clase, hay territorio, hay migraci¨®n, cuerpos m¨®viles y confinados de un racismo local sin fronteras. No son abstracciones. Es gente negra, pobre y de la periferia de los mundos. Floyd y Jo?o Pedro son cuerpos y biograf¨ªas para el grito de las revueltas urbanas en Nueva York o R¨ªo de Janeiro. Las llamas que arden y que hacen los l¨ªderes autoritarios responder con toque de queda o con Ej¨¦rcito en las calles no nos pueden llevar a una ¡°nueva normalidad¡±. No puede haber regreso a las desigualdades normalizadas. Este es el momento de la transformaci¨®n, y son los cuerpos negros que atraviesan la pandemia para hacer de los n¨²meros de una multitud, la historia de un pueblo. Es un rompimiento para un nuevo orden de la justicia. Y que sea ya.
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