La tentaci¨®n de la nostalgia
La pandemia ha puesto de relieve el gran potencial de la solidaridad y un sentido de comunidad
Cada vez son m¨¢s los expertos que nos lo advierten de distintas maneras: puede que no sepamos a¨²n la manera precisa en que venceremos al coronavirus, ni la forma en la que modificar¨¢ nuestra econom¨ªa, ni c¨®mo ser¨¢ el aspecto de nuestra futura cita rom¨¢ntica con mascarillas, pero hay algo de lo que no podemos tener ninguna duda: cuando acabe esta pandemia mundial, otra gran pandemia arrasar¨¢ el mundo, la pandemia de la nostalgia.
¡°La gente ¡ªexplica Ivan Krastev en ?Ya es ma?ana?, su excelente libro sobre el virus¡ª tendr¨¢ nostalgia de esa ¨¦poca en que pod¨ªamos volar f¨¢cilmente a casi cualquier parte del mundo, en que los restaurantes estaban llenos a rebosar y la muerte era tan antinatural que, cada vez que mor¨ªa una persona, nos pregunt¨¢bamos si hab¨ªa sido por negligencia m¨¦dica¡±. Sabemos c¨®mo funciona la nostalgia, basta haber tenido una m¨ªnima experiencia de desamor: la melancol¨ªa paralizante, la indiferencia ante todo, la sensaci¨®n de que no se volver¨¢ a ser feliz mezclada con brotes de hipersensibilidad, pero tambi¨¦n los extra?os placeres de la nostalgia ¡ªque provienen, en el fondo, de la renuncia a la libertad¡ª porque quien ha perdido todo ha perdido tambi¨¦n algo m¨¢s temible: el miedo a perderlo todo, y vive en un limbo desde el que mira las pasadas angustias con una sonrisa de suficiencia.
Pero en el ¨¢mbito pol¨ªtico y a escala global, la nostalgia puede suponer un enorme peligro. Una persona nost¨¢lgica es siempre una presa f¨¢cil para los depredadores. Es m¨¢s f¨¢cil robarle la cartera, m¨¢s f¨¢cil hacerle sentir que se la quiere y hacerle firmar una cl¨¢usula abusiva, m¨¢s f¨¢cil arrebatarle sus derechos con el pretexto de la seguridad, m¨¢s f¨¢cil hacerle creer que ¡°de esto nos encargamos nosotros¡±. Y por lo mismo: m¨¢s dif¨ªcil que se rebele ante circunstancias inaceptables, declaraciones delirantes o directamente falsas, promesas incumplidas. El pulso de los nost¨¢lgicos es demasiado bajo para reaccionar. Como dec¨ªa Hannah Arendt refiri¨¦ndose a las situaciones previas a los Estados totalitarios, ¡°cuando los justos pierden la esperanza, los oportunistas pierden el miedo¡±.
Debemos estar precavidos. La tentaci¨®n de la nostalgia va a flotar sobre todos nosotros en esta segunda parte de la pandemia y tambi¨¦n en su resoluci¨®n de una manera o de otra, haci¨¦ndonos creer que es m¨¢s lo perdido que lo por ganar. Pero si lo pensamos, hay algo que tambi¨¦n ha demostrado la pandemia y que supone un buen ant¨ªdoto: todas esas medidas que nuestros pol¨ªticos y expertos-globales llevaban a?os dici¨¦ndonos que eran imposibles e impracticables, al final han resultado ser mucho m¨¢s posibles y practicables de lo que se pensaba. Ha puesto de manifiesto, entre otras cosas, la apabullante capacidad de resiliencia de la naturaleza o el enorme potencial de la solidaridad y sentido de comunidad que tanto se est¨¢n empe?ando en minar durante las ¨²ltimas semanas con esa forma de pol¨ªtica barriobajera cada vez m¨¢s parecida a un trol de Twitter. A diferencia de otras crisis globales, en las que los acontecimientos canalizaban sentimientos que estaban en el ambiente, la crisis del coronavirus va a transformar el mundo no porque nuestras sociedades hayan precipitado un cambio ni porque se haya producido un acuerdo sobre la direcci¨®n que ha de tomarse, sino por algo mucho m¨¢s sencillo: porque no podemos volver atr¨¢s. Acicate para la acci¨®n, desde luego, pero en un momento de cansancio como el nuestro, tambi¨¦n tentaci¨®n para la nostalgia.
La gran demagogia del populismo est¨¢ al acecho, espera signos de desaliento, un desaliento razonable, y, por el mismo motivo, doblemente tentador. Basta dejarse llevar por esas im¨¢genes ¡ªya falseadas por la propia nostalgia¡ª del mundo que hemos dejado atr¨¢s y que ahora nos parece tan vedado como el de los elfos. Pero la excesiva idealizaci¨®n de aquel viaje que hicimos a Venecia no deber¨ªa impedirnos recordar hasta qu¨¦ punto pensamos, durante ese mismo viaje, lo insostenible que era un modelo de turismo que convert¨ªa las ciudades en parques tem¨¢ticos y lo mucho que lamentamos que pareciera imposible revertir esa tendencia. La mejor jugada del capitalismo no fue la de hacernos creer que era el mejor de los sistemas posibles, sino que era el ¨²nico. Ha tenido que llegar un virus para demostrarnos no solo que es mentira, sino que, aunque fuera verdad, el modelo est¨¢ obsoleto. Estar a la altura pol¨ªtica del mundo que nos ha tocado vivir pasar¨¢, a partir de ahora, por evitar la tentaci¨®n de una nostalgia que prefiere hacernos creer que lo hemos perdido todo ¡ªpor mucho que sea cierto que hemos perdido mucho¡ª para hacernos olvidar la que seguramente sea la gran lecci¨®n de la pandemia: que en estos meses hemos sentido con una intensidad in¨¦dita lo que de verdad significa vivir en un mundo compartido.
Andr¨¦s Barba es escritor.
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