Volver al plano horizontal
Todo nace ante un precipicio, puede tratarse de un desfiladero o puede tratarse de una pared de roca que se eleva hacia el cielo, pero ah¨ª est¨¢ el precipicio
Cuando un objeto se precipita al vac¨ªo, su ca¨ªda desprecia cualquier tipo de interacci¨®n, tanto con el aire como con otros obst¨¢culos.
El objeto sigue, entonces, un movimiento rectil¨ªneo uniformemente variado, en el que la aceleraci¨®n coincide con el valor de gravedad ¡ªque, en nuestro planeta, posee una aceleraci¨®n constante de 9.8 metros por segundo¡ª.
Se trata de algo que aprendimos en la escuela, escuchando la historia del viejo Newton, quien, tras dar un largo paseo, decidi¨® descansar bajo un ¨¢rbol. Fue entonces cuando, sobre su cabeza, se dej¨® venir la manzana madura que sent...
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Cuando un objeto se precipita al vac¨ªo, su ca¨ªda desprecia cualquier tipo de interacci¨®n, tanto con el aire como con otros obst¨¢culos.
El objeto sigue, entonces, un movimiento rectil¨ªneo uniformemente variado, en el que la aceleraci¨®n coincide con el valor de gravedad ¡ªque, en nuestro planeta, posee una aceleraci¨®n constante de 9.8 metros por segundo¡ª.
Se trata de algo que aprendimos en la escuela, escuchando la historia del viejo Newton, quien, tras dar un largo paseo, decidi¨® descansar bajo un ¨¢rbol. Fue entonces cuando, sobre su cabeza, se dej¨® venir la manzana madura que sentar¨ªa las bases de buena parte de la f¨ªsica moderna.
¡ªMientras terminaba de escribir el p¨¢rrafo anterior, sin consideraci¨®n alguna por la pandemia o la crisis econ¨®mica y social en la que estamos, el hocico de la alarma s¨ªsmica grit¨® a todo pulm¨®n. Asustado, me dispuse a llamar a mi familia, cuando escuch¨¦ azotarse la puerta da la calle: olvidando mi existencia, hab¨ªan corrido fuera de la casa, con todo y nuestros perros.
A¨²n m¨¢s contrariado que al escuchar la alarma s¨ªsmica, apur¨¦ mis pasos, pensando en lo dif¨ªcil que deb¨ªa resultar vivir conmigo un confinamiento. Ojal¨¢ entendieran que la culpa no solo es m¨ªa, que es tambi¨¦n del bicho ese. Si para algunos es un anillo al dedo, si sirve hasta para consolidar proyectos pol¨ªticos, por qu¨¦ no habr¨ªa de servirme, a m¨ª, para esconder mi amargura y mi desesperanza, me dije abriendo la puerta y azot¨¢ndola, al tiempo que me pon¨ªa el tapabocas.
Cuando alcanc¨¦ a mi familia, adem¨¢s de decirme: por otro lado, trabajo y cocino todos los d¨ªas para estos desgraciados, mientras pensaba, observando en el rabillo del ojo la puerta de la casa que est¨¢ enfrente de la nuestra: ?ir¨¢n, tambi¨¦n hoy, a salir ellos?, les reclam¨¦ a voz en cuello: ?les doy igual o qu¨¦ chingados? Entonces, en el instante exacto en el que ellos echaron a re¨ªr, el suelo empez¨® al fin a moverse, como si el chapopote se hubiera transformado de repente en trajinera.
Segundos despu¨¦s, la puerta de la casa que a¨²n segu¨ªa cerrada, se abri¨® de par en par y ellos salieron. Y gracias al tapabocas, es decir, gracias al pinche covid, por primera vez, el adolescente y yo pudimos re¨ªrnos sin miedo a ser descubiertos, encarados y amenazados: ah¨ª estaban, en el mismo espacio que todas las veces anteriores, temblando como hojas, los luchadores de la AAA, cuyas oficinas son vecinas nuestras¡ª.
Eureka, asevera William Stuckely, amigo suyo y su primer bi¨®grafo, que grit¨® Newton, segundos despu¨¦s de que la manzana rebotara en su cabeza y rodara sobre el c¨¦sped, hasta salir de la sombra que escurr¨ªa de la copa bajo la cual el f¨ªsico ingl¨¦s hab¨ªa buscado darse un respiro ¡ªquien dese¨¦ consultar el texto de Stuckely, puede hacerlo en Internet, gracias a que la Royal Society de Londres lo digitaliz¨® en 2010¡ª.
Newton, sin embargo, no fue el primer cient¨ªfico en gritar la palabra mencionada. Eureka ¡ªlo he descubierto¡ª es, de hecho, una interjecci¨®n que se atribuye al griego Arqu¨ªmides de Siracusa, matem¨¢tico que la pronunci¨®, por vez primera, al describir el principio que establece la relaci¨®n entre el volumen de un cuerpo sumergido y la fuerza de flotaci¨®n que ¨¦ste experimenta, mientras buscaba resolver un problema que Hier¨®n II le hab¨ªa planteado: ?c¨®mo saber cu¨¢nto oro hay en mi corona?
Es curioso: mientras que Arqu¨ªmides, quien se encontraba en el interior de su ba?era, metiendo y sacando las manos y los brazos del agua y contemplando la superficie del l¨ªquido que le prestaba descanso y relajaci¨®n a su cuerpo; mientras que el matem¨¢tico griego, dec¨ªa, tom¨® consciencia de aquello que empujaba sus extremidades y grit¨® Eureka a consecuencia de la fuerza de flotaci¨®n y del ascenso del l¨ªquido que lo rodeaba, Newton, el cient¨ªfico ingl¨¦s, grit¨® aquella misma palabra a consecuencia de esa otra fuerza que empuja los objetos hacia abajo.
Pero olvid¨¦monos de esto. Porque lo que es realmente curioso no es aquello que sabemos, sino aquello que no sabemos, en buena medida, porque no pareci¨® haberle interesado ni a los hombres y mujeres en torno a Arqu¨ªmides ni a los amigos y bi¨®grafos de Newton: ?c¨®mo es posible que las ideas, tras el efecto eureka, es decir, tras el segundo de la epifan¨ªa, repliquen la ca¨ªda de una manzana o luchen por emerger del fondo en el que hab¨ªan permanecido sumergidas?
?Y c¨®mo es posible, adem¨¢s, que esas mismas ideas, tras haber sido gestadas y tras sus primeros instantes de vida, que son vertiginosos y vehementes y en los cuales imitan, de manera exacta, el movimiento de aquellos objetos que precedieron los descubrimientos de Arqu¨ªmides y Newton: el de la manzana en ca¨ªda libre o el de la mano en ascenso, busquen, para desenvolverse y alcanzar a los dem¨¢s, el plano horizontal?
¡ªTerminaba de escribir la pregunta del p¨¢rrafo anterior, cuando el adolescente entr¨® en mi estudio en estampida: como suele hacer, hab¨ªa tapado el escusado, pero esta vez, a diferencia de las otras tropecientas, el hocico de porcelana decidi¨® vomitar el contenido de sus intestinos: nuestra mierda y la de los vecinos, es decir, la de los luchadores, brincaba como geiser, abandonando el ba?o, alcanzando el pasillo y escurriendo en la escalera.
"Est¨¢ cayendo en dos de los libreros", grit¨® mi pareja, mientras yo empu?aba un destapa ca?os y suplicaba al contenido de mis tripas no emerger por mi garganta. Aterrado, solt¨¦ el destapa ca?os y corr¨ª hacia los libreros, donde empec¨¦ a sacar los libros apurado y como pude, pensando: que venga un plomero romper¨¢ el confinamiento, al mismo tiempo que dec¨ªa: con la chinga que fue acomodarlos ¡ªhace tres semanas, pasamos seis d¨ªas ordenando nuestra biblioteca en sentido alfab¨¦tico¡ª y al tiempo, tambi¨¦n, que dec¨ªa para m¨ª mismo: Agamben no, maldita sea.
Cuando por fin logramos contener el vomito hediondo y limpiar el tiradero, que ahora, al leer lo que he escrito, parece mucho peor de lo que fuera, tom¨¦ los tres libros de Agamben que mayor da?o hab¨ªan sufrido. Y tras limpiarlos por fuera, revis¨¦ sus p¨¢ginas, esperando que no tuvieran mayor da?o. Por suerte, solo algunas hab¨ªan sido manchadas. Entre estas, las que mayor da?o sufrieron, fueron las de El fuego y el relato¡ª.
Las ideas nunca se mueven de manera horizontal, como hace luego el pensamiento, ven¨ªa a decir, m¨¢s o menos, uno de los personajes de Los demonios de Dostoievski. Por su parte, John Berger, hablando de una fotograf¨ªa que lo hizo hablar despu¨¦s de la forma de las ideas, se?al¨®, tambi¨¦n seg¨²n mi recuerdo: todo nace ante un precipicio, puede tratarse de un desfiladero o puede tratarse de una pared de roca que se eleva hacia el cielo, pero ah¨ª est¨¢ el precipicio.
Cuando estamos ya medio dormidos, es decir, cuando nuestro inconsciente toma el lugar de nuestro consciente ¡ªesto es, me parece, lo m¨¢s cercano que podemos estar del nacimiento de una idea¡ª, ?qu¨¦ es lo que sucede? Sentimos que caemos y despertamos, de golpe, sobresaltados. O sentimos que nos estamos ahogando, que necesitamos emerger de all¨ª donde hemos sido sumergidos. Entonces brincamos, tambi¨¦n sobresaltados.
En El fuego y el relato ¡ªque, por cierto, ha quedado perfecto, dir¨ªa incluso sanitizado, seg¨²n la nueva lengua¡ª, Agamben asevera: ¡°debemos considerar el acto de creaci¨®n como un campo de fuerzas en tensi¨®n entre potencia e impotencia, entre poder y poder-no actuar y resistir¡±. Cito esto porque as¨ª es como sucede con la gravedad y con la fuerza de flotaci¨®n. Y porque el acto de creaci¨®n, como las ideas, es una ca¨ªda o un impulso.
Y esto, que las ideas y el acto de creaci¨®n sean un vector ascendente o descendente, es el costo que pagamos por la forma que tiene nuestro pensamiento, que, como ya dijo Dostoievski, a quien no pod¨ªa importarle m¨¢s la f¨ªsica, fluye de forma horizontal. Se trata del estallido y el fuego que le sigue; del golpe y el dolor qu¨¦ este deja.
Nuestra raz¨®n no es, entonces, otra cosa que el precio que pagamos por sobrevivir al precipicio; nuestro pensamiento no es m¨¢s que el peaje que abonamos por volver al plano horizontal.