Morocota de sangre
Cerca de 1880, Venezuela tuvo algo parecido a una moneda acu?ada, bautizada como "venezolano", el remoto antecesor del hoy hilarante bol¨ªvar fuerte chavista
Venezuela form¨® parte, una vez alcanzada su independencia de Espa?a en la d¨¦cada de 1820, de una rep¨²blica hispanoamericana mucho m¨¢s extensa llamada Costaguana.
Cinco siglos de muy dispares historias han conspirado en nuestra Am¨¦rica para que una rep¨²blica de embuste y del todo a¨¦rea, un pa¨ªs nacido no hace todav¨ªa dos siglos, imposible de hallar en Google Maps, perviva como lo hace Costaguana en la obra de escritores de gran probidad intelectual y acuciosidad lectora como Joseph Conrad, Jorge Luis Borges y Juan Gabriel V¨¢squez.
Las s¨®lidas noticias de Costaguana que estos tres autores imparten en sus libros, los memoriales y mapas que Don Jos¨¦ Avellanos leg¨® a la posterioridad costaguanera en Cincuenta a?os de desgobierno, los insoslayables ensayos de Malcolm Deas, los proleg¨®menos a la Constituci¨®n del Estado Libre de Mariquita en 1815, los apuntes de Edward B. Eastwick sobre el empr¨¦stito ingl¨¦s a la Venezuela de 1864 y, muy en especial, la biograf¨ªa, escrita por don Ram¨®n D¨ªaz S¨¢nchez, del trickster caraque?o Antonio Leocadio Guzm¨¢n, fundador del Partido Liberal en mi cant¨®n natal, fundan en m¨ª la convicci¨®n de que la por muchos historiadores llamada Gran Colombia no existi¨® jam¨¢s.
La Gran Colombia fue un auto sacramental de motivos republicanos con que Sim¨®n Bol¨ªvar, desmesurado autonomista caraque?o, mesmeriz¨® durante m¨¢s de dos lustros a una fracci¨®n de decimon¨®nicas ¨¦lites criollas sudamericanas. Lo ¨²nico que incontrovertiblemente ha existido es la Rep¨²blica de Costaguana.
Hoy sabemos que Venezuela, la comarca m¨¢s oriental del antiguo pa¨ªs, cartogr¨¢ficamente homologable a la actual Rep¨²blica Bolivariana de Venezuela, se separ¨® de Costaguana no m¨¢s tarde de 1830.
Aturdidos, descaminados por la zambomba historiogr¨¢fica de signo marxista prevaleciente desde el siglo pasado en nuestras universidades p¨²blicas, muchos estudiosos han visto transfigurada en la Revuelta de Sulaco, antigua capital de la Provincia Occidental, conflicto registrado en Costaguana en 1904, la independencia de Panam¨¢.
Lo cierto es que desde su separaci¨®n de Costaguana, Venezuela se sumi¨® en un largo per¨ªodo de turbulencia armada, hambre y miseria del que solo vino a sacarla, en 1870, el general Antonio Guzm¨¢n Blanco, abogado, militar y avispad¨ªsimo hombres de negocios.
Fue bajo su Gobierno cuando, cerca ya de 1880, al fin tuvimos algo parecido a una moneda acu?ada. El ocurrente Guzm¨¢n Blanco la bautiz¨® ¡°venezolano¡±. Representaba 25 gramos de plata de ley 0.900 y fue el remoto antecesor del hoy hilarante bol¨ªvar fuerte chavista, el bol¨ªvar perdulario.
Hasta aquel momento los negocios de caf¨¦, cacao, carne en salaz¨®n, zarrapia, plumas de garza, oro y cueros de caim¨¢n se transaban en libras, guilders, francos, liras y coronas. Pero nada igualaba la fiducia que inspiraba la morocota: la moneda estadounidense de veinte d¨®lares oro, 0.9675 onzas troy, 30 gramos de oro.
Ocurre que un pez de nuestros r¨ªos llaneros, tributarios del soberbio Orinoco, se llama ¡°morocota¡± en lengua aborigen. Es redondo y tan pronto lo sacas del agua y le da de lleno el sol, la piel se contrae bajo sus rayos en caprichosos altorrelieves que a la distancia figuran la cara y sello de una moneda de oro.
Esta divagaci¨®n, hecha al influjo del alza hist¨®rica de la cotizaci¨®n del oro y llena de voces ind¨ªgenas ¨C Costaguana, Sulaco, morocota¡ª, finaliza con una expresi¨®n venezolana de otros tiempos: ¡°Cambiar el menudo¡ªla calderilla, las moneditas de n¨ªquel¡ª por la morocota¡±.
Esa frase adoctrina en el juego de dados el ¨²ltimo arrebato del tah¨²r improvidente y ya sin blanca: la parada del todo o nada, admonici¨®n y jugada favorita de los incorregibles venezolanos que R¨®mulo Gallegos supo ver y reprender mejor que nadie: canjear el menudo del tedio civil por la morocota militar que nos trajo hasta aqu¨ª.
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