Sonr¨ªe, no eres yo
Me pregunto qu¨¦ habr¨¢ sido de mi Di¨®genes de Nueva York en esta pandemia salvaje, en qu¨¦ agujero estar¨¢ escondido
Lo confieso, mi momento favorito de la contrahistoria de la Filosof¨ªa es cuando Alejandro Magno, atra¨ªdo por su fama, se planta frente al fil¨®sofo-indigente Di¨®genes de S¨ªnope, que vive, seg¨²n la tradici¨®n, despojado de todo en un tonel de las calles de Atenas, y le dice: ¡°P¨ªdeme lo que quieras¡±, a lo que Di¨®genes contesta: ¡°Ap¨¢rtate, que me est¨¢s quitando el sol¡±. La hermen¨¦utica ha producido, como no pod¨ªa ser de otra forma, toneladas de cr¨ªtica sobre c¨®mo esa frase aparentemente banal fue el primer statement situacionista de la historia: la petici¨®n, por parte de Di¨®genes, de que el hombre m¨¢s poderoso del mundo reconociera abiertamente, con un solo paso, su inferioridad frente ¨¦l. Pero es incluso m¨¢s interesante pensar en la secuencia rest¨¢ndole la testosterona. Y es que el mundo de los fil¨®sofos c¨ªnicos tiene la ventaja de que funciona tambi¨¦n desde la estricta literalidad. ¡°Ap¨¢rtate, que me est¨¢s quitando el sol¡± pudo muy bien significar sencillamente eso: ¡°Ap¨¢rtate, que me est¨¢s quitando el sol¡±. Es decir, nada.
Siempre lo hab¨ªa pensado as¨ª, pero nunca lo hab¨ªa entendido hasta que la vida me puso en el camino a un verdadero Di¨®genes. Sucedi¨® entre los meses de septiembre y octubre del a?o pasado, en Nueva York. Mi Di¨®genes se sentaba entre la calle 42 y la Quinta Avenida, en la esquina de Bryant Park, seguramente para almorzar las sobras de los almuerzos de los oficinistas de Midtown. Ten¨ªa unos 30 a?os, barba oscura, un olor a cuadra que abarcaba un radio de dos metros y unos modales extra?os, como de pijo de inc¨®gnito al que busca su familia. La primera vez que le vi ped¨ªa dinero junto a un chucho inquietantemente pulcro y un cartel que me pareci¨® maravilloso: ¡°I am here, you are there¡± (Yo estoy aqu¨ª, t¨² est¨¢s all¨ª). Sent¨ª como si se hubiese materializado una mezcla entre personaje de Alicia en el Pa¨ªs de las Maravillas, fil¨®sofo presocr¨¢tico y variaci¨®n del The Walrus de los Beatles. Le sonre¨ª. No me devolvi¨® la sonrisa. No era de extra?ar. Yo estaba aqu¨ª, ¨¦l estaba all¨ª.
Nunca usaba dos veces el mismo cartel y los escrib¨ªa con una letra bonita, pero demasiado nerviosa como para demostrar esmero. Durante los meses siguientes ir a la Biblioteca P¨²blica ten¨ªa el aliciente de ver qu¨¦ hab¨ªa escrito Di¨®genes. Me arrepiento profundamente de no haberlos apuntado todos. En mis notas encuentro algunos memorables: ¡°Jesus loves you, I don¡¯t¡± (Jes¨²s te ama, yo no) y mi favorito: ¡°Smile, you are not me¡± (Sonr¨ªe, no eres yo). Hab¨ªa veces que ped¨ªa directamente el men¨²: ¡°Avocado & tuna sandwich, please¡± (Un s¨¢ndwich de aguacate y at¨²n, por favor). Otras manifestaba su buena disposici¨®n: ¡°Today small talks allowed¡± (Hoy se permiten conversaciones triviales), o sus necesidades: ¡°Metrocard¡± (Bonometro). En ocasiones ni siquiera ten¨ªa cartel, solo una mirada de adolescente vago o de loco com¨²n que le daba ese aire de violencia latente que siempre tienen los locos de Nueva York, capaces de convertir una escena ordinaria en un delirio en solo unos segundos. Algo me dec¨ªa que no iba a tardar en desaparecer de la noche a la ma?ana ¡ªcomo efectivamente ocurri¨®¡ª y ahora me pregunto qu¨¦ habr¨¢ sido de ¨¦l en esta pandemia salvaje, en qu¨¦ agujero estar¨¢ escondido. No descarto que est¨¦ enterrado en la fosa com¨²n de la isla de Hart o sentado en alguna esquina junto al mismo chucho, haciendo bromas sobre la fosa com¨²n de la isla de Hart. Solo una vez me anim¨¦ a detenerme frente a ¨¦l. Hab¨ªa construido una peque?a canasta de papel para que la gente tirara su dinero. Yo hice una bolita con un billete de 10 d¨®lares y prob¨¦ punter¨ªa. No consegu¨ª encestar y sonre¨ª para desquitarme la incomodidad. ¡°Perdiste¡±, dijo. ¡°Lo s¨¦¡±, respond¨ª yo. Luego, supongo que como Alejandro Magno al alejarse de Di¨®genes, me qued¨¦ pensando si lo que me hab¨ªa dicho era una banalidad o una sentencia de muerte.
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