Caras, m¨¢scaras y mascarillas
La mascarilla nos obliga a perfeccionar la amabilidad sin boca, la elegancia sin nariz y la galanura sin barbilla, pero a¨²n nos queda un resquicio para demostrar la humanidad
La presidenta de la Comunidad de Madrid es licenciada en Periodismo. Quiz¨¢ no es una carrera que forme grandes gestores de recursos p¨²blicos, pero s¨ª dota de ciertas estrategias de comunicaci¨®n. Sus desaf¨ªos son siempre medi¨¢ticos. Pretende llevar un ritmo propio por hacerse valer, en lugar de aprender del error de creerte diferente en esta crisis. Hace unos d¨ªas, tras reiterados esfuerzos por distinguirse del resto de comunidades, Madrid terminaba por imponer como obligatorio el uso de mascarillas en las calles. Culminaba as¨ª un nuevo cap¨ªtulo de la inane batalla por significarse. Me temo que algunas de nuestras autoridades van a pelear por sacudirse la responsabilidad en lugar de perseguir la solidez sanitaria. Ahora ya sabemos que la crisis va a tener una duraci¨®n larga, pero ?y nuestra paciencia?
La mascarilla obligatoria crea un nuevo mundo. Ya hay todo un c¨®digo de signos. Los chavales chulos que antes se dejaban caer el pantal¨®n por debajo de la cintura, se dejan ahora caer la mascarilla por debajo de la barbilla para gritar aqu¨ª estoy yo. Otros sostienen una disputa simb¨®lica donde el color de fondo y la bandera nacional adquieren un sentido seg¨²n cada usuario. A algunas personas la mascarilla les sienta tan bien como a la reina de Saba, pero a otros les da un aspecto similar al de Hannibal Lecter. Esto nos lleva a pensar que las personalidades, sin duda, van a resistir a las mascarillas. Lo mejor de todo ha sido reconciliarse con la sabidur¨ªa ar¨¢biga, que lleva a?os insistiendo en que es m¨¢s seductor taparse que descubrirse. Mostrar tan solo los ojos permite un juego idealizante por el cual cuando llega el momento de quitarse la mascarilla equivale al despojarse de ropa interior de hace unos meses. Entre las an¨¦cdotas chuscas, destaca la de un amigo que entr¨® en los lavabos de una gasolinera y se puso la mascarilla en la mu?eca, como es h¨¢bito de tantos, con tan mala suerte que se orin¨® en ella y tuvo que calz¨¢rsela en la cara para atravesar la tienda, llegar a la caja y comprarse una nueva que le sacara del embrollo.
Nadie sabe muy bien si las mascarillas dejar¨¢n en las bocas de los veraneantes al volver de la playa ese c¨ªrculo amargo que le dejan a Trump las gafas protectoras tras la sesi¨®n de rayos uva, una especie de reveladora palidez, pues hay m¨¢s verdad en esos mil¨ªmetros de piel original que en todo el disfraz de la persona. Podr¨ªa pasar que al final la mascarilla sea nuestra sinceridad, ahora que todo era retoque y cosm¨¦tica. La mascarilla es el icono de 2020 y a ella se aferra nuestra esperanza de sobrevivir hasta llegar a ver que alg¨²n d¨ªa todo vuelve a ser como antes. En el entretiempo tendremos que acertar a identificar los nuevos signos. Lo m¨¢s urgente es aprender a sonre¨ªr con la mirada, pues la sociedad necesita de la argamasa de la simpat¨ªa. No podemos aguantar ni un d¨ªa m¨¢s con esas huidizas ojeadas torvas que nos lanzamos por la calle, como si el otro fuera siempre m¨¢s contagioso que t¨². Tampoco se aguanta no saludar en los comercios ni en las filas de espera como si la mascarilla obligara a mantener la boca cerrada. En nuestros d¨ªas de desconfianza y ombliguismo, la peor enfermedad en la que podemos caer es la del desafecto entre desconocidos. La mascarilla nos obliga a perfeccionar la amabilidad sin boca, la elegancia sin nariz y la galanura sin barbilla, pero a¨²n nos queda un resquicio para demostrar la humanidad.
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