La inmunidad del reba?o
La ausencia de democracia interna en los partidos es una de las enfermedades m¨¢s serias de nuestro sistema pol¨ªtico. Sin pol¨ªticos prestigiosos, la democracia seguir¨¢ funcionando, pero el pa¨ªs se estancar¨¢
Siempre me ha llamado la atenci¨®n que voces oficiales sobre la evoluci¨®n del coronavirus usen el t¨¦rmino ¡°inmunidad del reba?o¡± para describir la resistencia comunitaria de la especie humana al contagio. Despu¨¦s de todo lo que hemos o¨ªdo en los ¨²ltimos meses, tengo razonables dudas sobre el conocimiento m¨¦dico acerca de los procesos inmunol¨®gicos, pero no albergo ninguna respecto a la experta comprensi¨®n de los pol¨ªticos sobre el comportamiento de los reba?os. No hablo en este caso de los integrados por un hato de ganado lanar, sino (la RAE dixit) de esos ¡°conjuntos de personas que se mueven gregariamente y/o se dejan dirigir en sus opiniones o gustos¡±. No podr¨ªa describirse mejor la conducta de los grupos parlamentarios en Cortes.
La deriva popular hacia el ejercicio de la democracia asamblearia ha acabado por morder el m¨²sculo, ya muy d¨¦bil, del r¨¦gimen representativo. El Parlamento espa?ol dej¨® hace tiempo de ser un lugar de deliberaci¨®n y pacto. Sus debates en las sesiones plenarias no merecen casi nunca semejante nombre; m¨¢s bien parecen algaradas estudiantiles o expresi¨®n de pasiones deportivas, trufadas siempre de sentimientos de gratitud hacia quienes les dispensan favores. Lo m¨¢s f¨¢cil as¨ª es seguir el camino que marca el sonido de los cencerros.
El Partido Popular, entre otros, mont¨® un esc¨¢ndalo porque los socialistas rompieran la norma sanitaria que restring¨ªa la asistencia de diputados a fin de rendir ruidoso homenaje a su secretario general. La quiebra por parte del Gobierno de sus propias ¨®rdenes y orientaciones en la defensa contra la covid-19 la iniciaron su presidente y vicepresidente nada m¨¢s decretar el estado de alarma, y no pas¨® nada. Ahora tampoco creo que ese aumento del aforo signifique grave desprestigio para el comportamiento de la c¨¢mara, aunque puede ser utilizado como argumento por miles de ciudadanos dispuestos a recurrir onerosas multas por infracciones menores que esa.
Lo peor, en mi opini¨®n, es la costumbre inveterada de convertir el hemiciclo en un coso taurino, donde se jalean las faenas del matador por parte de los subalternos. Que yo sepa, no hay muchos parlamentos democr¨¢ticos en los pa¨ªses avanzados que abusen tanto como el nuestro de las ovaciones, no tan frecuentes ni siquiera en los teatros, donde la calidad del texto representado y la expresividad de la interpretaci¨®n es muy superior a la de los discursos de muchos representantes pol¨ªticos. Contra lo que sucede en lugares de ocio y eventos culturales, en Cortes no es el p¨²blico el que aplaude (lo tiene naturalmente prohibido), sino subordinados de los infatuados oradores. Diputados y diputadas deben el esca?o no tanto a sus electores como a los dirigentes de sus partidos. Pueden decretar su muerte civil y pol¨ªtica mediante el expeditivo sistema de expulsarles de las listas. O ni siquiera eso: basta con colocarles a la cola.
Enrojece por eso contemplar la obsequiosa actitud de los componentes de los grupos parlamentarios mayores, y a¨²n alguno de los medianos, con sus jefes. Para no hablar de que el Consejo de Ministros se pueda convertir en un conjunto de pelotas que aplauden a quien les nombra y puede destituirlos con arreglo al ya muy conocido m¨¦todo Marlaska. La ausencia de democracia interna en los partidos pol¨ªticos, herederos del centralismo democr¨¢tico leninista, es una de las enfermedades m¨¢s serias de nuestro sistema pol¨ªtico, corro¨ªdo por el clientelismo y el cultito a la personalidad, por peque?a que esta sea. Que encima se manifieste con expresiones de j¨²bilo cada vez que hablan los de arriba en el templo de la democracia supone un espect¨¢culo penoso.
No hay diferencias ideol¨®gicas en esto. S¨¢nchez, Casado, Iglesias, Rivera ¡ªcuando Rivera a¨²n exist¨ªa¡ª se han dedicado con esmero al control interno de sus partidos, liquidando cruelmente la disidencia, antes que a ensayar la ampliaci¨®n de sus bases electorales. El mantenimiento de listas cerradas y bloqueadas en las candidaturas a las elecciones es un arma letal que puede utilizarse contra cualquiera de sus colaboradores, convertidos as¨ª en vasallos. Si alguna oveja del reba?o no es obediente, se la sacrifica y en paz, y si no es posible hacerlo se la env¨ªa al grupo mixto, una especie de exilio interior. Tambi¨¦n se desfigura y dificulta el papel de los barones territoriales, cuyas objeciones al poder central requieren, aunque no se expliciten, considerables dotes de hero¨ªsmo. Este sistema egotista de entender la democracia, junto a la incapacidad de ilustres pr¨®ceres para escribir las tesis doctorales que firman, explica bastante bien la pobre evaluaci¨®n que de ordinario merece su oficio en las encuestas de opini¨®n. Sin pol¨ªticos prestigiosos, referentes sociales e intelectuales respetados, la democracia puede seguir funcionando, pero el pa¨ªs se estancar¨¢. Solo atendiendo a los requerimientos de los ciudadanos antes que a los de la militancia y los bur¨®cratas de sus formaciones, podr¨¢ un aut¨¦ntico l¨ªder garantizar la gobernanza y merecer el asentimiento de la opini¨®n p¨²blica.
Dirigirse a los militantes desde la sociedad, en vez de someter a esta a las man¨ªas y obsesiones de la aparatocracia partidaria, le permiti¨® a Felipe Gonz¨¢lez gobernar Espa?a durante casi tres lustros y sentar las bases de una estabilidad ahora dinamitada por personalismos y ambiciones peque?as. Los partidos pol¨ªticos, en el poder y en la oposici¨®n, son elementos vertebrales del funcionamiento de la democracia, imposible de articular sin su concurso. Pero la ausencia de pluralismo interno, que muchos utilizan como m¨¦todo de afianzar su dirigencia, acaba debilitando las formaciones, fragmentando el escenario electoral y perjudicando el inter¨¦s general de la sociedad.
P¨ªo Cabanillas, exministro de Franco que lo fue tambi¨¦n en la democracia, dec¨ªa que uno tiene amigos, enemigos y compa?eros de partido. Estos le dieron la puntilla a Adolfo Su¨¢rez; el propio S¨¢nchez tuvo parecida experiencia al inicio de su ascendente carrera, d¨¦bilmente apoyada por los sufragios que cosecha. Se preguntaba el presidente c¨®mo siendo capaces de entenderse entre s¨ª Gobiernos tan diversos como los europeos, puede resultar imposible un pacto interpartidario en Espa?a que permita administrar sus recursos en los tiempos dif¨ªciles que vienen. Olvidaba que ¨¦l fue inventor del No es no, ahora remedado torpemente por la oposici¨®n.
Su empe?o, sin embargo, tiene sentido. En circunstancias tan dram¨¢ticas como las que vivimos ser¨ªa suicida para el pa¨ªs, y probablemente in¨²til, acudir de nuevo a elecciones. El PP puede garantizar mediante un acuerdo presupuestario la continuidad del actual equipo gobernante y exigir a cambio que desaparezcan de su programa algunos de los proyectos fiscales y laborales que ya ha comenzado a liquidar de hecho el propio S¨¢nchez, bajo la presi¨®n de Europa y del coronavirus. Ser¨ªa una forma de ayudar al PSOE a abandonar amistades peligrosas y de procurar moderar los excesos y demagogias de conservadores y progresistas. Si encima, y pese al semifracaso de la comisi¨®n de reconstrucci¨®n, fueran capaces de crear una mesa pol¨ªtica para tratar de los problemas del pa¨ªs en vez de mantener la patra?a del di¨¢logo con Torra, a lo mejor el Parlamento recuperaba algo de su antiguo prestigio, y dejaban sus se?or¨ªas de decir chorradas e insultos, para dedicarse a tratar de sacar a Espa?a del hoyo en que tratan de arrojarla. La oportunidad se parece a la que ya desperdici¨® en su d¨ªa Ciudadanos, y no tiene por qu¨¦ entorpecer el ejercicio de una oposici¨®n constructiva que acalle las trompetas del apocalipsis.
Aunque cosas parecidas, y m¨¢s dif¨ªciles, se han visto en la elogiada Alemania de Merkel, ya s¨¦ que nada de esto va a suceder. Claro que si lo intentaran, al menos tendr¨ªamos el verano en paz. Sin aplausos y con alguna esperanza: la de un reba?o inmunizado frente a la demagogia y el servilismo.
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