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Junto a Juan Carlos tendr¨ªa que salir de escena una forma de hacer pol¨ªtica y negocio da?ina para Espa?a
Semanas atr¨¢s cost¨® entender la destrucci¨®n de estatuas que sucede en algunos pa¨ªses durante arrebatos de furia ciudadana. Los s¨ªmbolos viven del aprecio de las sociedades, y ese aprecio es cambiante. Por eso celebramos sin ning¨²n rubor que los iraqu¨ªes echaran abajo las estatuas de Sadam Husein y tambi¨¦n que los europeos del Este, tras derribar el muro de Berl¨ªn, se quitaran de encima las de Stalin y Lenin. Con la misma comprensi¨®n con la que entendemos que si eres hijo o esposa de maltratador no est¨¢s obligado a tener su retrato colgado en la pared del sal¨®n por muy pariente tuyo que sea. Pero puestos a entender la destrucci¨®n de estatuas, nada mejor que fijarnos en el modo en que Juan Carlos I ha destruido la suya propia ante la at¨®nita mirada de sus s¨²bditos. Unido a los errores de comunicaci¨®n al contar su salida de palacio, se confirma que la m¨¢s eficaz forma de destrucci¨®n es la autodestrucci¨®n.
Pero si los espa?oles fueran ambiciosos en su an¨¢lisis, en lugar de dejarse llevar por el ruido de oportunistas que pescan en r¨ªo revuelto o el achique de agua de los pelotas, entender¨ªan la ca¨ªda en desgracia de su rey em¨¦rito como consecuencia no tanto de los errores del mal llamado r¨¦gimen del 78, sino del periodo posterior, al que conocemos como la cultura del pelotazo, y que encontr¨® en los a?os noventa del siglo pasado su explosi¨®n y aplauso. La rama oscura del juancarlismo lleg¨® incluso a compartir gestor de cuentas con la trama G¨¹rtel y el caso Pujol, ejemplos del enriquecimiento il¨ªcito tras banderas agitadas. La din¨¢mica consist¨ªa en embolsarse mordidas a cambio de contratos p¨²blicos y proteger el comisionismo malsano heredado de la dictadura. Para empeorar las cosas, la privatizaci¨®n de empresas p¨²blicas premi¨® el amiguismo frente al talento en demasiadas ocasiones. En la charla grabada con Corinna Larsen, donde repugnan por igual el contenido y la forma de obtenerse, Villarejo acude de la mano del compa?ero de pupitre de Aznar, al que este entreg¨® la presidencia de Telef¨®nica, un buque insignia de nuestra econom¨ªa.
Ser¨ªa ir¨®nico que la corrupci¨®n pol¨ªtica sobreviva con mejor fortuna a sus esc¨¢ndalos que el viejo rey. Junto a Juan Carlos tendr¨ªa que salir de escena una forma de hacer pol¨ªtica y negocio da?ina para Espa?a. Si se zanjan de una vez por todas esas din¨¢micas y se dobla la resistencia de tantos a la transparencia y la legalidad, la Casa del Rey tiene el derecho, como los pol¨ªticos actuales, de demostrar que sabe hacer las cosas de distinta manera. Conviene restaurar su pacto con los ciudadanos, basado en la confianza y la utilidad. Pero no olvidemos que otras instituciones b¨¢sicas como el Senado, RTVE o el Consejo General del Poder Judicial permanecen sin reformas que fortalezcan su independencia. Descubrir que ciertas universidades privadas vend¨ªan a prebostes titulaciones acad¨¦micas y que la Iglesia procedi¨® a inmatriculaciones inmobiliarias de bienes colectivos nos asoma a la impunidad de algunos. Cesar en el error de trocear la sanidad p¨²blica para privatizarla por fases y luchar para que la educaci¨®n privada y la concertada no eludan su compromiso con la inmigraci¨®n y la poblaci¨®n desfavorecida, se alzan, junto al acuerdo territorial, como las necesidades urgentes para un pa¨ªs que si sabe analizar su pasado construir¨¢ un mejor futuro.
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