No vamos a dejar nada sin ver
Hace un a?o no exist¨ªa el virus que arrincon¨® y despedaz¨® a las residencias, pero ya estaban todos los ingredientes para que el desastre se consumara
El pasado lunes, el informativo de Telecinco emiti¨® las im¨¢genes de dos obreros en Ourense durante su pausa laboral. Ourense es una ciudad en la que se han prohibido las reuniones entre personas no convivientes. Los trabajadores, con el mono sucio y el rostro cascado a media ma?ana, se encogen de hombros: ¡°Llevamos no s¨¦ cuantas horas haciendo la obra juntos, pero para tomar el caf¨¦ nos sentamos en mesas distintas¡±. As¨ª los mostraban las im¨¢genes, cada uno en una mesa, tomando el caf¨¦ solos, con cara de estar flip¨¢ndolo bien. Record¨¦ una frase de mi abuela, ¡°non imos deixar nada sen ver¡±, versi¨®n po¨¦tica del m¨¢s contundente ¡°xa o vin todo¡±. Es alta temporada de las dos expresiones.
?Est¨¢n entendiendo algo los que, por edad, ya cre¨ªan haberlo visto todo? Probablemente m¨¢s de lo que creemos. La noche que muri¨® mi abuelo en el hospital, tras varios d¨ªas en coma, mi abuela dijo que lo supo porque lo sinti¨® en casa ordenando los cajones, dejando la ropa doblada y cerrando con cuidado la puerta; ven todo, incluso aquello que se proponen ver.
La directora chilena Maite Alberdi estrena El agente topo, una de las pel¨ªculas m¨¢s apropiadas para la edad de oro del s¨¢lvese quien pueda. Rodada antes de la pandemia, por supuesto, porque las grandes lecciones del virus se dieron hace tiempo y se est¨¢n aprendiendo ahora. En la pel¨ªcula, un detective privado contrata a un anciano para que se infiltre en una residencia de la tercera edad y compruebe si a una de las ancianas la est¨¢n tratando bien, pues la familia sospecha de malas pr¨¢cticas y humillaciones. Este detective le da al agente topo diversos artilugios de esp¨ªa profesional, pero antes tiene que ense?arle a usar un tel¨¦fono m¨®vil.
En la residencia se encuentra, primero, con que hay m¨¢s mujeres detr¨¢s de ¨¦l de las que tendr¨ªa James Bond, y, segundo, con que eso es algo m¨¢s que una residencia en la que el personal se desvive por los ancianos: tambi¨¦n es un dep¨®sito. Para el espectador hay una sorpresa m¨¢s: no es ficci¨®n, no hay actrices ni actores, ni nada m¨¢s inventado que la misi¨®n. Es una historia sobre demencia senil, soledad y abandono, tres virus que el propio agente revela, desconcertado, en sus informes prolijos de la noche. No exist¨ªa, cuando se rod¨® la pel¨ªcula, el virus que arrincon¨® y despedaz¨® a las residencias, pero s¨ª estaban todos los ingredientes para que el desastre se consumara: si tanta gente no pod¨ªa esperar ya nada de las familias que los hab¨ªan dejado de visitar, qu¨¦ iban a esperar de un Estado desbordado y pol¨ªticamente in¨²til, de una administraci¨®n incompetente. Si hay ancianos que han entendido al final de sus vidas que sus hijos los llevaron all¨ª para su propia comodidad (la de ellos, no la de sus padres), por qu¨¦ no van a entender cualquiera de los elementos dist¨®picos que ha tra¨ªdo la pandemia.
El a?o pasado, en Argentina, Hilda (87) y Hugo (92) entraron en un bar de Rosario cargados de bolsas para comer unas milanesas. Pasaron tres horas all¨ª cada vez m¨¢s inc¨®modos, caminando de un lado a otro. La misma inquietud que la del perro en una gasolinera cuando su amo le dice que espere, pero cambiando amo por hijo. Los hab¨ªa dejado all¨ª, a su madre meada y a su padre at¨®nito, como se deja un beb¨¦ en la puerta de un convento. Lo primero, algunas veces, por extrema necesidad; lo segundo, siempre, por la peor de la crueldades. Nunca lo hemos visto todo, a veces parece que s¨®lo estemos viendo el principio: curiosamente en quienes deber¨ªan estar disfrutando del final.
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