Los desechos de la pandemia
Walter Benjamin puso el foco en lo peque?o para entender el alcance de los cambios de la gente y la sociedad
La imagen de las ciudades vac¨ªas sigue siendo la m¨¢s reveladora de cuantas ha dejado esta pandemia. Se pudo ver muy pronto, cuando se produjo el radical confinamiento de la ciudad china de Wuhan. No hab¨ªa nadie en las calles, los comercios estaban cerrados, casi se escuchaba el silencio o, incluso, el paso de los fantasmas. Cuando el virus empez¨® a viajar por el mundo, y se adoptaron medidas parecidas en todas partes, los noticieros se aficionaron a jugar con esa comparaci¨®n tan socorrida de lo que ocurr¨ªa hace un tiempo frente a lo que estaba pasando en esos momentos. Antes viv¨ªamos en un mundo cargado de bullicio y de gente; gracias al virus, las cosas pararon en seco y los escaparates se pusieron tristes.
Hace 80 a?os, el 26 de septiembre de 1940, Walter Benjamin se suicid¨® en Portbou. Acababa de llegar de Francia por los Pirineos huyendo de los nazis. No llevaba los papeles en regla, no estaba seguro de que el porvenir le fuera propicio (era de origen jud¨ªo), as¨ª que prefiri¨® salir de escena. En uno de sus proyectos m¨¢s ambiciosos, que dej¨® sin concluir, puso el foco en toda esa algarab¨ªa que la pandemia de alguna forma ha clausurado, o rebajado de volumen y de intensidad, o cerrado provisionalmente en buena parte del mundo. En su Libro de los pasajes pretend¨ªa ocuparse de lo que pasa en las calles y en las tiendas, en los grandes almacenes, las exposiciones universales y las ferias, recoger las directrices de la moda y las enso?aciones de los paseantes y los cotilleos de la prensa, esas banalidades que empezaron a llenar el tiempo de las masas en el Par¨ªs del siglo XIX. De formaci¨®n marxista, Benjamin prefiri¨® trasladarse de los conflictos en las f¨¢bricas al barullo del consumo y el espect¨¢culo para dar cuenta de lo que pasaba con el obrero cuando sal¨ªa de compras y era abducido por el fulgor de los reclamos publicitarios. El futuro ¡ªsu presente¡ª estaba ah¨ª, se dedic¨® a explorarlo.
Para entender los cambios que se precipitaron cuando las ciudades se llenaron de vitrinas, Benjamin pens¨® que ten¨ªa que fijarse en lo m¨¢s peque?o y, de alguna manera, dejarlo hablar. Se puso a construir su libro con el af¨¢n de ir colocando las piezas de tal manera que fuera posible captar el ¡°acontecer total¡±. As¨ª que fue llenando sus cuadernos de citas que recog¨ªa de cualquier parte (lo mismo serv¨ªa el tratado de un sabio que los esl¨®ganes de un anuncio) y que colocaba seg¨²n sus preocupaciones e intereses y que luego pespunteaba con observaciones propias y fulminantes: ¡°En los terrenos que nos ocupan, solo hay conocimiento a modo de rel¨¢mpago. El texto es el largo trueno que despu¨¦s retumba¡±, apunt¨®.
He aqu¨ª una confesi¨®n de sus procedimientos: ¡°M¨¦todo de trabajo: montaje literario. No tengo nada que decir. Solo que mostrar. No hurtar¨¦ nada valioso, ni me apropiar¨¦ de ninguna formulaci¨®n profunda. Pero los harapos, los desechos, eso no los quiero inventariar, sino dejarles alcanzar su derecho de la ¨²nica manera posible: emple¨¢ndolos¡±. Y en eso estaba cuando las fuerzas de Hitler lo expulsaron de Par¨ªs y terminaron empuj¨¢ndolo hasta que hizo su ¨²ltimo gesto, ah¨ª en un pueblo catal¨¢n.
As¨ª que los desechos: por ah¨ª era necesario pasar para comprender mejor las cosas. De vuelta a la pandemia, qui¨¦n sabe, igual en las mascarillas o en los geles o en los bastoncillos que exploran las fosas nasales para hacer una prueba est¨¢n labr¨¢ndose los rastros del porvenir.
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