Misericordia
Tanto da que la vivienda sea un derecho. C¨®mo puede zanjar la se?ora Gamarra un debate urgente con un insulto que tampoco es tal. D¨®nde est¨¢ su respuesta pol¨ªtica
Tras vivir un buen tiempo de prestado y amontonados en un piso interior de Lavapi¨¦s, Marcelino y Josefina se pusieron a buscar un hogar propio. No dudaron en el barrio en el que quer¨ªan establecerse: Carabanchel Alto. Nada ten¨ªa que ver con las prestaciones del barrio. La raz¨®n por la que quer¨ªan mudarse all¨ª con sus dos ni?os la explicaba el sindicalista Marcelino, el de la sonrisa inmutable y la piel lustrosa, el de la voz b¨ªblica, el hombre de pueblo al que no rest¨® salud ni su vida de soldado, ni sus huidas audaces de la Guardia Civil, ni su paso por las c¨¢rceles franquistas: la pareja quer¨ªa un pisito que estuviera cerca de la c¨¢rcel porque su detenci¨®n era inminente. Era como un acercamiento de preso, pero al rev¨¦s, primero el piso, y ya luego la c¨¢rcel, cuando tocara. As¨ª fue. Cuando lo detuvieron en 1967, los Camacho ya eran vecinos de Carabanchel. Esa determinaci¨®n asombrosa de entregarse a la lucha obrera sin amedrentarse por la amenaza de una detenci¨®n, esa mezcla entre el ideal y lo pragm¨¢tico era tan singular como com¨²n en esa generaci¨®n de luchadores. A su vez, Josefina, en la retaguardia dom¨¦stica, preparaba un gigantesco puchero que llevaban entre su hija y ella a la prisi¨®n para que su marido y los camaradas comieran algo decente. La hija recuerda que ese olor de comida materna inundaba la cocina familiar y luego las dependencias carcelarias y que ese rastro que quedaba en un lugar y otro les hac¨ªa sentirse m¨¢s cerca. En el documental de Dufour, Lo posible y lo necesario, que hace unos d¨ªas emiti¨® la tele p¨²blica, vibraban las palabras de Marcelino Camacho y de Josefina Samper, tambi¨¦n las de otros sindicalistas como Nicol¨¢s Sartorius o Juli¨¢n Ariza. Por cierto, echaba de menos que salieran sus nombres escritos. Pensaba melanc¨®licamente si esta juventud de ahora sabr¨¢ qui¨¦nes son estos que fueron h¨¦roes de la m¨ªa, por haber sido impulsores de las Comisiones Obreras, creadas a base de infiltrarse sus activistas en los sindicatos verticales.
En aquella peque?a cocina de los Camacho en donde se escuchaba la radio Pirenaica, se com¨ªa, los ni?os hac¨ªan sus deberes y los padres esperaban, hasta que lleg¨®, a la polic¨ªa, se resum¨ªa lo que debiera ser un hogar. Armon¨ªa, amor, comida caliente, refugio. A Camacho se lo arrebataron durante nueve a?os que cumpli¨® condena. Verg¨¹enza, por cierto, que derribaran el edificio que podr¨ªa haber sido un centro dedicado a la memoria de los presos pol¨ªticos. Camacho el sindicalista, el comunista, volvi¨® andando a la misma cocina de la que hab¨ªa salido, indultado tras el proceso 1001.
Doy un salto en el tiempo y me encuentro en este presente pand¨¦mico, escuchando a Cuca Gamarra, portavoz del Grupo Popular, decir que aquellos que quieren regular el precio de los alquileres son unos comunistas. As¨ª, sin m¨¢s, la se?ora Gamarra lanza una respuesta sin argumento, un insulto tramposo, que olvida y desacredita ese mismo consenso de 1978, que los suyos tanto dicen defender, en el que participaron activamente los sindicalistas, comunistas o no. Gamarra se enroca en su respuesta. Tanto da que la periodista Pepa Bueno le recuerde que se trata de una pr¨¢ctica com¨²n en Europa. Tanto da que los desahucios sigan imparables porque los sueldos no dan para sostener una hipoteca, tanto da que su partido malvendiera viviendas sociales a fondos buitre, tanto da que un tanto por cierto elevad¨ªsimo de pisos se encuentra en manos de unos pocos que controlan el mercado. Tanto da que la vivienda sea un derecho. La vivienda o el hogar, esa cocina del sindicalista Camacho a un paso de la c¨¢rcel. Pero c¨®mo puede zanjar la se?ora Gamarra un debate urgente con un insulto que tampoco es tal. D¨®nde est¨¢ su respuesta pol¨ªtica. Y si carece de razones pol¨ªticas, ?d¨®nde est¨¢n su humanidad, su misericordia o su piedad, esas palabras esenciales del vocabulario cat¨®lico a las que Gald¨®s otorg¨® su justo sentido para devolv¨¦rnoslas libres de beater¨ªa?
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