Pandemia y paranoia
Hay reacciones ante la covid-19 que aunque parezcan novedosas son las de siempre. Atribuir la causa de la situaci¨®n a la masoner¨ªa, los chinos o Putin ya se hizo antes con los jud¨ªos, las brujas o los jesuitas
Este 2020 ha sido un a?o raro; pero raro de verdad. Una epidemia mundial, un aislamiento forzoso, una alteraci¨®n de nuestras costumbres y relaciones sociales como solo podr¨ªa haber producido una guerra. Nos ha desordenado la vida, nos ha roto las rutinas y nos ha sumido en la soledad y la depresi¨®n.
Pens¨¢ndolo bien, estas reacciones son l¨®gicas y naturales. Las asombrosas son las otras, las heredadas, las de siempre. O sea, las enloquecidas. En relaci¨®n con una enfermedad masiva, deber¨ªamos preocuparnos por higiene, virus, cadenas de trasmisi¨®n, portadores de la infecci¨®n, a lo que hoy se a?aden los nocivos efectos de la acci¨®n humana sobre el planeta. Pero no. Los seres humanos tenemos una idea tan grandiosa de nosotros mismos que explicar nuestras desgracias por causas peque?as, terrenales y, sobre todo, fortuitas nos parece poco. Necesitamos agentes malignos, ocultos, a ser posible sobrenaturales. Y en este caso, como ante tantas otras situaciones de peligro, la reacci¨®n principal de mucha gente ha sido activar sus mecanismos de defensa m¨¢s primarios y buscar poderosos y perversos culpables. Y los han encontrado, por supuesto. Muchas veces, gracias a las redes sociales, nichos de irresponsabilidad.
El otro d¨ªa, alguien cercano, a quien anunci¨¦ inocentemente mi intenci¨®n de vacunarme en cuanto pueda, me advirti¨®, muy alarmado, que no lo hiciera, que era una maniobra gubernamental para matar a los viejos y resolver as¨ª el pago de las pensiones. Otro conocido, esta vez por tel¨¦fono, me explic¨® que estamos ante una maquinaci¨®n de la masoner¨ªa mundial, con alguna sede oculta en el norte puritano, que se ha propuesto liquidar, por medio de chips, el modo de vida mediterr¨¢neo, que en esencia consiste en trabajar poco y relacionarse m¨¢s de la cuenta. Cuando alguien me dice estas cosas, como no veo manera de razonar con ¨¦l ni s¨¦ qu¨¦ contestar sin ofenderle ¡ªno digas majader¨ªas¡ª, pongo un pretexto y me voy. Esta vez, a cortarme el pelo. Pero al peluquero tambi¨¦n le dio por hablar del virus; y me explic¨® que lo ¡°han¡± dise?ado muy bien para que sea imposible eliminarlo. Pensaba, creo, en laboratorios chinos. Pero no le pregunt¨¦. Le dije que prefer¨ªa el pelo un poco m¨¢s largo, que no cortara tanto por los laterales. Y el taxista, al regreso, me asegur¨® que detr¨¢s de todo est¨¢ Putin, que es m¨¢s malo que ni mandado hacer de encargo.
C¨®mo es el cerebro humano. Cree estar reinvent¨¢ndose siempre, viviendo una experiencia ¨²nica, y repite lo que ha hecho toda la vida ante situaciones de este tipo. Porque la historia registra miles de epidemias. Algunas c¨¦lebres, como la plaga de Atenas, all¨¢ por el siglo V antes de Cristo, que casi termina con la ciudad. O la peste Antonina, en el II despu¨¦s de Cristo, que devast¨® Roma en el mejor momento de su imperio. O la de Justiniano, de nuevo en el apogeo del otro imperio, el de Constantinopla, que caus¨® la muerte de millones de seres humanos y hasta afect¨® al propio emperador, aunque este sobrevivi¨®. Y la Peste Negra, sobre todo, a finales de la Edad Media, que se llev¨® por delante a casi la mitad de la poblaci¨®n europea. Sin olvidar las oleadas de viruela, entre las cuales fue especialmente mort¨ªfera la que los europeos trasmitieron a los nativos americanos. O, hace solo cien a?os, la llamada gripe espa?ola, al terminar la Gran Guerra, que caus¨® 30 o 40 millones de v¨ªctimas en todo el mundo.
Las pestes eran el momento en que hac¨ªan su agosto los sacerdotes, los chamanes, los hechiceros, que explicaban a sus seguidores lo que estaba ocurriendo como un castigo divino sobre su pecadora y corrompida sociedad, rebelde a las normas que ellos predicaban (qu¨¦ mal¨¦vola sonrisa interna esbozar¨ªan mientras miraban a sus contritos oyentes). Los chivos expiatorios preferidos en las cat¨¢strofes medievales fueron los jud¨ªos y las brujas. Lo que hab¨ªa suscitado la ira divina, y hab¨ªa hecho morir a tantos seres queridos, era que dej¨¢ramos vivir, tan tranquilos, entre nosotros, a los nietos del pueblo deicida. Hab¨ªa que asaltar su barrio y arrasarlo. O bien la furia divina se deb¨ªa a que a nuestro lado, en las afueras del pueblo, viv¨ªa aquella vieja que vend¨ªa ung¨¹entos, aliada de Satan¨¢s. Solo apres¨¢ndola y quem¨¢ndola en una hoguera purificar¨ªamos la comunidad.
Con la modernidad se intent¨® desacralizar lo pol¨ªtico: se habl¨® de revoluci¨®n, de avance hacia un orden social justo e igualitario. Pero la racionalidad era demasiado compleja, muy lenta en la captaci¨®n de adeptos, poco rentable. Y, ante momentos de peligro o p¨¢nico, la izquierda opt¨® por lo f¨¢cil: convertir la angustia colectiva en ira y dirigirla contra los curas, los gu¨ªas espirituales e inquisidores de anta?o. La epidemia de c¨®lera de 1835, por ejemplo, coincidi¨® en Espa?a con la primera fase de la guerra carlista, cuando a don Carlos le iba bien y amenazaba con instalarse en Madrid. La Iglesia, adem¨¢s, apoyaba a los rebeldes y en sus conventos y monasterios se dec¨ªa que se refugiaban y almacenaban armas. As¨ª que, llegada la peste, alguien corri¨® la voz de que los jesuitas hab¨ªan envenenado las fuentes p¨²blicas. Y muchedumbres furibundas se dedicaron a asaltar residencias de jesuitas (o de franciscanos o mercedarios; ya puestos...). Mataron a un centenar.
En estas reacciones paranoides, el culpable del mal tiene que ser, por definici¨®n, sencillo, f¨¢cilmente identificable, cercano y, a la vez, marginal. Y ¨²nico; ofrecer varias causas para los desastres es demasiado complicado. Hace unas d¨¦cadas, ante el sida, fue f¨¢cil se?alar al perverso, porque adem¨¢s la enfermedad lo castigaba: los homosexuales, paradigma del pecado y la promiscuidad. Ante el virus actual, el inefable presidente estadounidense ha culpado a China; un blanco demasiado lejano. No me extra?ar¨ªa que los nacionalpopulistas europeos, en cualquier momento, se?alen a otra minor¨ªa, cercana pero a la vez ajena: los inmigrantes, por ejemplo. Aunque mejor no darles ideas.
A?o raro este 2020, s¨ª, que terminaremos tras las mascarillas. Y con una Navidad con reuniones y viajes limitados, lo que a?ade a los l¨ªos habituales una dif¨ªcil selecci¨®n de familiares. Un cu?ado nos advirti¨® el otro d¨ªa que ellos vendr¨ªan a comer en estas fiestas, pero habi¨¦ndose hecho antes una PCR. Y que no se le ocurriera aparecer a otro cu?ado, que se niega a esa prueba; o sea, que quiere imponernos su santa voluntad; como siempre; pues ya est¨¢ bien, esta vez no vamos a pasar por el aro.
En fin, si hay reuniones, que las habr¨¢, y en una de ellas alguien me explica que detr¨¢s de todo est¨¢ la CIA, tengo ya pensada la respuesta: que s¨¦ de buena tinta que han sido los jesuitas; con el Papa al frente. No es que quiera discutir. Pero s¨ª ver qu¨¦ cara pone.
Jos¨¦ ?lvarez Junco es historiador.
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