Y usted, ?de qu¨¦ lado est¨¢?
De forma creciente todo se reduce a una f¨®rmula binaria: dos lecturas de la realidad, dos discursos, dos universos identitarios
Puede que la m¨¢xima que mejor define al populismo es eso de que ¡°el poder le ha sido arrebatado al pueblo¡±. Es lo que tambi¨¦n pensaban esas pintorescas hordas que entraron en el Congreso de Estados Unidos. Como declararon a quienes les entrevistaban, ¡°venimos a reclamar lo que es nuestro¡±; o sea, que ¡°nosotros somos el pueblo¡±, que se vayan los representantes espurios. Cosas similares hemos escuchado en Espa?a: el ¡°no...
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Puede que la m¨¢xima que mejor define al populismo es eso de que ¡°el poder le ha sido arrebatado al pueblo¡±. Es lo que tambi¨¦n pensaban esas pintorescas hordas que entraron en el Congreso de Estados Unidos. Como declararon a quienes les entrevistaban, ¡°venimos a reclamar lo que es nuestro¡±; o sea, que ¡°nosotros somos el pueblo¡±, que se vayan los representantes espurios. Cosas similares hemos escuchado en Espa?a: el ¡°nosotros somos los representantes de la gente¡± del Podemos inicial, o el ¡°nosotros representamos a la verdadera Espa?a¡± de Vox, o el ¡°aut¨¦ntico pueblo catal¨¢n es el independentista¡±. Siempre el vicio de la sin¨¦cdoque, el tomar la parte por el todo. Y no hay un nosotros sin un otro. Lo que nos define y permite que nos cohesionemos en torno al l¨ªder es la previa definici¨®n de un no-pueblo, el enemigo. La polarizaci¨®n nosotros/ellos deviene as¨ª en la condici¨®n de posibilidad para afirmar la propia posici¨®n.
Afortunadamente, en Espa?a carecemos de l¨ªderes con un seguimiento masivo como el de Trump, que orientaba, ordenaba y cohesionaba a sus huestes. Es una de las ventajas de los sistemas parlamentarios, que desinflan toda pretensi¨®n por aspirar a la representaci¨®n de la totalidad. La propia topograf¨ªa del parlamento lo impide: ?c¨®mo puede un grupo que ocupa un espacio limitado en la C¨¢mara aspirar a representar al todo? ?A qui¨¦n representan entonces los otros que all¨ª se sientan? Esto es m¨¢s f¨¢cil cuando, como en los sistemas presidencialistas, el presidente goza de la misma legitimidad democr¨¢tica que las C¨¢maras; tambi¨¦n ha sido elegido directamente por el pueblo. Un jefe del Ejecutivo que emana del parlamento posee algo as¨ª como una legitimidad prestada, de segundo orden, y esto no deja de ser impedimento para no caer en veleidades populistas.
Lo que no hemos conseguido evitar, sin embargo, es el contagio populista de la polarizaci¨®n extrema. Ha arraigado en todo nuestro espacio p¨²blico, y tambi¨¦n en el parlamento mismo, desgarrado por el bi-bloquismo. Este constituye nuestra f¨®rmula para facilitar la operacionalizaci¨®n del nosotros/ellos bajo condiciones de multipartidismo. Ya apenas nadie hace de tamp¨®n entre los dos extremos. De forma creciente todo se reduce a una f¨®rmula binaria: dos lecturas de la realidad, dos discursos, dos universos identitarios. Las muchas diferencias dentro de los bloques, que las hay, acaban disolvi¨¦ndose as¨ª gracias a la existencia de un enemigo com¨²n. Como en Estados Unidos, nosotros cultivamos tambi¨¦n el ¡°partidismo negativo¡±: lo que nos cohesiona en un bloque no es tanto la identificaci¨®n positiva con todos los que integran el propio grupo cuanto la animadversi¨®n, cuando no el odio, hacia el otro. Por eso Ciudadanos se vio enseguida sujeto a fuego cruzado desde las dos trincheras en cuanto quiso trascender esa regla no escrita.
Lo que predica la democracia liberal, sin embargo, es el respeto del pluralismo y la disidencia. Ese m¨ªnimo civilizatorio es lo que estamos perdiendo. La revoluci¨®n de nuestros d¨ªas est¨¢ marcada por un cambio en la cultura pol¨ªtica, que va en la direcci¨®n de la intolerancia hacia el otro y su visceral rechazo, su autom¨¢tica conversi¨®n en enemigo irreconciliable. As¨ª nos va.